Esta víbora que traigo en la cabeza es un
demonio que me atormenta espantosamente por mi orgullo y soberbia, y por la
vanidad y esmerado cuidado en adornarme para servir de lazo a las almas de los
jóvenes incautos y lascivos; las sabandijas que me roen los ojos son otros dos
demonios que me atormentan sin cesar por mis miradas impuras y libidinosas;
estas saetas encendidas me traspasan los oídos, por haber puesto atención y
escuchado con gusto murmuraciones, palabras torpes y canciones deshonestas;
estas serpientes que traigo enroscadas al cuello son también otros dos demonios
que me ahogan la garganta y me muerden los pechos, por haberlos llevado siempre
con poco recato, y a veces de un modo provocativo, por los abrazos deshonestos
que he admitido, y por las alhajas y preseas con que excesivamente me he
adornado; estos perros rabiosos me atenazan las manos y los pies por mis malas
acciones y tocamientos impuros, por mis bailes y paseos a los sitios en que se
ofendía a Dios; pero lo que más me atormenta sobre todo esto, es este
formidable dragón que me arrastra. Esteme roe y despedázalas entrañas, me punza
el corazón, me aprieta y atormenta en todos los miembros que han servido a la
iniquidad, me recuerda todos mis pecados, y por cada especie de ellos me da un
tormento particular insufrible.
¡Desgraciada de mí! ¡Ya no tengo remedio!
¡Para mí se acabó ya el tiempo de la misericordia! ¡Ay! ¡Y cuan fácilmente pude
salvarme! ¡Oh maldita vergüenza que me has abandonado para pecar, y me has
atado para confesarme! Dicho esto dió un grito espantoso,
abrióse la tierra, y el horrible dragón la arrastró consigo a los infiernos, en
donde sus tormentos jamás tendrán fin.
¿Y qué ha de ser de ti oh cristiano, que
esto lees, si por tu desgracia has callado algunos pecados en la confesión, y
no té resuelves a confesarlos cuanto antes? ¿Qué ha de ser de ti si al momento
no reparas por medio de una confesión general, tantos pecados, tantos
sacrilegios como has cometido? ¿No temes que te suceda lo que a aquella
desventurada mujer? Ella había callado un solo pecado
mortal, y por más que confesó los demás, ninguno le fué perdonado, y por todos
es y será eternamente atormentada en los infiernos. Otro tanto te sucederá a ti
seguramente si la muerte te sorprende en ese mal estado. ¡No lo permita Dios!