PORTICO AL CIELO

viernes, 16 de abril de 2010

Movimientos y sectas religiosas en tiempos de san Francisco de Asís

                                                                                       

La nueva orden fundada por Francisco en Rivotorto hay que entenderla a la luz de otros movimientos espirituales de su época. De hecho, en los primeros años tuvieron serias dificultades y fueron rechazados en muchas regiones porque, por muy fieles a la Iglesia católica que fueran, en el aspecto externo no se diferenciaban mucho de algunas sectas heréticas que pululaban en la Europa de los siglos XII y XIII.

El papa Gregorio VII (1073-1085) había puesto en marcha un proceso de renovación en la Iglesia que no tardó en dar como fruto nuevas formas de vida monástica: san Bruno y los Cartujos (1084), san Bernardo y los Cistercienses (1112), san Norberto y los Canónigos Regulares (1124), y el nacimiento de las órdenes militares: Hospitalarios de San Juan de Jerusalén (1050), Caballeros Templarios (1119), Caballeros Teutónicos (1187).
Sin embargo, al comienzo del pontificado de Inocencio III (1198), culminación de la reforma gregoriana, el modelo monástico tradicional va dejando paso a nuevas formas de entender la vida religiosa, más acordes con los tiempos: los Trinitarios de san Juan de Mata, dedicados al rescate de esclavos y cautivos, y los Carmelitas de Bertoldo de Calabria, que ponen el acento en el voto de pobreza.

La mayor novedad, sin embargo, fue la aparición en occidente de una nueva sensibilidad espiritual que nace del contacto con las nuevas culturas griega e islámica y se desarrolla al compás del paulatino crecimiento de las ciudades y de la burguesía. En ese ambiente, los ricos burgueses empiezan a descubrir el Evangelio y desean practicarlo imitando la vida de los apóstoles y de la primitiva comunidad de Jerusalén, centrando el interés en la pobreza, itinerancia, predicación y vida en común.

La nueva espiritualidad lleva consigo, sin embargo, algunos peligros: contagio de viejas herejías que aún permanecían latentes en oriente y ponían en peligro el sólido edificio de la fe católica. El dualismo maniqueo -Dios crea las cosas espirituales, el demonio el mundo material- cristalizó en la secta de los cátaros, con una visión pesimista de la creación que se tradujo en el desprecio del cuerpo, de las cosas materiales, de los alimentos y de la sexualidad, incluso en el matrimonio. Por otro lato, un espíritu excesivamente crítico contra la institución de la Iglesia, juzgada erróneamente a la luz de esas ideas, llevó a los cátaros a rechazar algunos sacramentos, el culto a los santos, el purgatorio, etc., y a una oposición abierta al magisterio y ministerio de la Iglesia, con la excusa de la relajada vida de los eclesiásticos.

Cátaro significa "puro". Empezaron a llamarse así a partir de 1163. Su rigorismo moral y ascético fue el secreto de su éxito. San Francisco no podía ignorar este fenómeno social, tan extendido en su tiempo y entre los de su clase. Si los biógrafos hablan poco de ello se debe, tal vez, a que cuando ellos escriben las herejías habían dejado de ser una grave amenaza, gracias precisamente a la eficaz labor de los frailes Menores y a los Predicadores de santo Domingo de Guzmán, que lograron encauzar en favor de la Iglesia católica aquellas fuerzas religiosas centrífugas que amenazaban con desintegrarla.

Entre los grupos pauperistas o apostólicos de aquel tiempo conviene destacar a los valdenses, fundados en 1176 por un rico comerciante de tejidos de Lyón, Pedro de Valdo, con el nombre de Pobres de Lyón. Hombres y mujeres iban de dos en dos, vestidos de sayal, practicando la pobreza y predicando la penitencia, como los apóstoles. Rechazado por su obispo, porque predicaba sin autorización y utilizaban una Biblia traducida en lengua vulgar, llevó a Valdo a posturas cada vez más heréticas y radicales, motivo por el que fueron excomulgados por el papa Lucio III en el sínodo de Verona, junto con los cátaros y otras sectas menores. Convertidos en secta clandestina, formaban dos categorías: los creyentes o simpatizantes, que les daban alojamiento, y los perfectos, que rechazaban el trabajo manual, profesaban los tres consejos evangélicos. estaban sometidos a Valdo, "principal y pontífice de todos", iban de dos en dos y se dedicaban a la predicación ambulante. La Biblia escrita en vulgar tenía valor de norma absoluta para ellos, anticipando en tres siglos uno de los principios fundamentales de la reforma de Martín Lutero.

No todos los valdenses estaban de acuerdo con el rumbo tomado por el fundador. Tras un debate con los católicos en Pamiers en 1207. Durán de Huesca y un grupo de seguidores se separaron y fundaron el grupo de los Pobres Católicos, que fue reconocido por Inocencio III el 18 de diciembre de 1208, unos meses antes de que aprobase la regla y forma de vida de Francisco y los suyos. La bula de aprobación de los Pobres Católicos contiene una profesión de fe católica y una retractación de todos los errores de los valdenses, así como una declaración de principios de la nueva forma de vida: "Hemos renunciado al siglo; lo que teníamos lo hemos dado, según el consejo del Señor, y hemos decidido ser pobres, de modo que no estemos preocupados por el mañana y no recibamos de nadie oro ni plata ni nada semejante para el alimento y el vestido. Nos hemos propuesto observar como preceptos los consejos evangélicos (de pobreza, obediencia y castidad)". Siguen unos capítulos sobre el rezo del oficio divino, la predicación, el modo de vestir etc. Cuatro años más tarde, el papa aprobará también el propósito de vida de los Penitentes, asociación seglar dirigida por los Pobres Católicos, semejante a los Hermanos de la Penitencia o Tercera Orden Seglar fundada más tarde por san Francisco.

En el norte de Italia los valdenses se alejaron cada vez más de la Iglesia católica, negando, por influencia cátara, el purgatorio, el valor de la oración por los difuntos, el culto a los santos, las indulgencias, el servicio militar y la pena de muerte. Sólo admitían la Eucaristía y la Penitencia. En 1210 rompieron con los de Lyón porque deseaban tener su propia elección y ordenación de pastores y conservar el trabajo remunerado. Sin embargo, la corriente más moderada de los Pobres Lombardos, con Bernardo Primo al frente, buscó el acercamiento a la Iglesia católica Inocencio III, que no se resignaba a perder estos grupos de creyentes que, a pesar de los riesgos, aportaban a la Iglesia una gran vitalidad, les aprobó su propósito de vida el 14 de junio de 1210, y una segunda redacción en 1212. Entre otras cosas les permitía, como antes a Francisco, poder predicar los domingos en las iglesias sin permiso de los obispos, siempre que no entraran en cuestiones de fe.

En 1209 estaba en Roma el cronista Buscardo de Ursperg (+1230), testigo de excepción de estas novedades, y es él precisamente quien pone en relación y compara el movimiento de los Pobres Lombardos con el de Francisco, con estas palabras: "Por entonces vimos cómo algunos de estos, los llamados Pobres de Lyón, se presentaron a la sede apostólica con uno de sus maestros -creo que se llamaba Bernardo-, con la pretensión de que la santa sede aprobase su secta y los enriqueciese con privilegios. A juzgar por lo que ellos mismos decían, imitaban la vida de los apóstoles, sin querer tener nada, ni siquiera morada fija, peregrinando por pueblos y aldeas. Pero el señor papa les arguyó que tenían prácticas supersticiosas; por ejemplo, que recortaban el calzado por encima del pie y que fingían andar descalzos; que, aunque vestían con mantos propios de religiosos, peinaban, en cambio, como los seglares; y que era particularmente reprensible en ellos el hecho de que los hombres y mujeres iban juntos cuando se trasladaban de un lugar a otro; y que muchas veces se hospedaban juntos en una misma casa y que, según daban que pensar, incluso dormían juntos; además de afirmar que todo esto era una práctica que procedía de los apóstoles". Y al llegar a este punto el cronista hace esta interesante anotación, que las fuentes franciscanas ignoran: "El señor papa, lejos de aprobar a éstos, aprobó a otros en su lugar, o sea, a los que se llamaban Pobres Menores

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