PORTICO AL CIELO

sábado, 18 de septiembre de 2010

Rescatar el concepto de «dogma»

El obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, ha abogado por rescatar el concepto mismo de "dogma" que, a su juicio, "ha pasado a ser, para muchos, sinónimo de imposición o de coacción" y ha considerado "importante" realizar un "esfuerzo de sanación y comprensión" de los conceptos religiosos, para "no caer en caricaturas ni simplismos", ya que "de lo contrario, cuando se identifica la fe religiosa con la intolerancia, fácilmente se llega a confundir la tolerancia con el relativismo".
Presentamos la homilía completa de Mons. Munilla en la misa que presidió, con motivo de la Solemnidad de la Asunción, en la Basílica de Santa María del Koro de San Sebastián el pasado 15 de Agosto de 2010. 

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Queridos sacerdotes concelebrantes y queridos fieles de San Sebastián que os habéis acercado a esta celebración con el deseo de honrar a nuestra Madre el Cielo; estimadas autoridades:

¡Que Dios os bendiga y ponga en mis labios las palabras oportunas!

Se cumplen sesenta años desde que el Papa Pío XII promulgase el dogma de la Asunción de la Virgen María al Cielo. Fue en 1950 cuando aquel insigne sucesor de San Pedro, Pío XII -cuya memoria ha quedado unida a esta ciudad de San Sebastián gracias a la plaza que lleva su nombre-, promulgó la Constitución Apostólica “Munificentissimus Deus”. 

En ella se proclamaba de forma solemne: “Declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo". La humilde doncella de Nazaret, aquella que vivió oculta ante los ojos de los hombres, al final de su vida en la tierra, ha sido ensalzada y glorificada en los Cielos en cuerpo y alma.

Sin embargo, la fe en la Asunción de María no había nacido con Pío XII, ni mucho menos. Se trata de una fiesta mariana que había comenzado a celebrarse en Jerusalén ya en el siglo V, con el título de la Dormición de María; y allá por el siglo VIII pasó a conocerse como la Asunción. Como en otras ocasiones, la fe popular y la celebración litúrgica habían precedido a la proclamación del dogma por parte de la Iglesia. 

Hoy sorprende comprobar lo arraigada que ha quedado entre nosotros esta conmemoración mariana: ¡Cuántas parroquias y cuántas instituciones religiosas de nuestra tierra llevan como nombre la advocación de la “Asunción”! ¡Con cuánta frecuencia nuestros antepasados han bautizado a sus hijas con este santo nombre, que nos evoca a María: Asun, Asunción, María Asunción!

Este sesenta aniversario de la definición del dogma de la Asunción, es una buena ocasión para recordar y actualizar nuestra fe en este misterio inefable de la Virgen María. El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que "La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos" (CIC 966). 

En efecto, a diferencia del resto de los santos, María no necesita esperar a la resurrección final, para participar en cuerpo y alma de la gloria de Dios. Los demás santos, están “en alma” en el Cielo, pero, todavía a la espera de la resurrección de su cuerpo al final de los tiempos... La anticipación de la plena glorificación de María, no es un mero privilegio que el Hijo de Dios ha concedido a su Madre, sino que resulta ser también una luz de esperanza, que ilumina poderosamente los pasos de cuantos caminamos hacia nuestra meta definitiva.

Como digo, han pasado sesenta años, y creo que la fe en la Asunción de María, nos permite clarificar gran parte de la confusión que existe en lo referente al más allá de la muerte, de forma que podamos comprender el plan de la Providencia Divina con respecto a la humanidad.

De hecho, la conmemoración de la Asunción de la Virgen, nos recuerda implícitamente que, en la muerte se produce la separación del cuerpo y del alma; y al mismo tiempo remarca que la fe en nuestra resurrección al final de los tiempos es lo más característico de la esperanza cristiana. 

Después de esta vida, estamos llamados a participar de la Vida Eterna de Dios con la totalidad de nuestro ser: cuerpo y alma. La Redención de Cristo no sólo ha traído la salvación a la dimensión espiritual del ser humano, sino también a la corporal. Por eso, nuestra meta es llegar a gozar de Dios con todo nuestro ser, corporal y espiritual, como ya lo hace anticipadamente la Virgen María. He aquí también un buen antídoto contra las creencias reencarnacionistas, claramente incompatibles con la Revelación bíblica.

Cuando Pío XII promulgó el dogma de la Asunción de María al Cielo en cuerpo y alma, lo hizo apoyándose en la Tradición de la Iglesia. No estaba inventando nada nuevo en materia de fe, como es obvio, sino que estaba formulando con mayor precisión y seguridad nuestra fe bimilenaria. Para comprender bien el sesenta aniversario de esta proclamación dogmática, es necesario comenzar por rescatar el concepto mismo de “dogma”, que en nuestros días ha pasado a ser, para muchos, sinónimo de imposición o de coacción. ¡Nada más lejos de la realidad! 

Como decía Benedicto XVI: “El dogma no es un muro que impide avanzar en el conocimiento de la verdad, sino más bien una ventana desde la que se contempla el infinito”.
Es importante hacer este esfuerzo de sanación y comprensión de los conceptos religiosos, para no caer en caricaturas ni simplismos... De lo contrario, cuando se identifica la fe religiosa con la intolerancia, fácilmente se llega a confundir la tolerancia con el relativismo... Es cierto que en estos sesenta años se ha producido un cambio cultural trepidante. También es verdad que los paradigmas culturales están sometidos a un permanente giro copernicano... 

Pero, como decía Chesterton: “Pensar que los dogmas de los siglos anteriores no sirven en el siglo presente, es como sostener que una filosofía es cierta los lunes, pero no los martes”. Y es que... las preguntas definitivas por el sentido último de la vida, son y han sido básicamente las mismas en el hombre y en la mujer de todas las épocas: en el hombre primitivo, en el ciudadano de Grecia, en el del Imperio Romano, en el de la Edad Media, en el del Renacimiento, en el de la Edad Moderna y en el de la Post-Moderna: “¿Por qué hemos sido llamados a la existencia? ¿Para qué hemos sido creados? ¿Cuál es la meta del ser humano?”


La respuesta de la Revelación cristiana trasciende tiempos y lugares: Nuestra meta es el Cielo. Cristo, mediante su Redención, nos ha abierto las puertas del Cielo, haciéndonos “dignos” a los que somos “indignos”. Y María es la primera criatura humana que goza en plenitud -en cuerpo y alma- de lo que nosotros esperamos alcanzar algún día...


La fiesta de la Asunción de María a los Cielos, nos recuerda cuál es nuestra meta, y por tanto, llena de sentido nuestra existencia... La certeza que nos da el conocer lo que perseguimos en esta vida, tiene una importancia vital, de cara a discernir los caminos adecuados...


Nuestra época nos ofrece medios muy sofisticados; pero, paradójicamente, con frecuencia las metas permanecen muy confusas. Parece como si se identificase la “velocidad” con el “progreso”, lo cual lleva a una consecuencia inevitable: al emprender un camino equivocado, cuanto más se corre, más se aleja uno de la meta... He aquí la importancia de mirar a la Virgen María, invocada popularmente como “Estrella de los mares”, que actúa como un faro humilde pero eficaz, de forma que los que navegamos en la vida, guiados por su luz, podamos llegar a puerto seguro. 

San Bernardo nos aconseja: “Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la estrella, llama a María. (...) No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía: llegarás felizmente a puerto, si Ella te ampara.” ( San Bernardo, Homiliae super "Missus est" 2, 17 ).

En definitiva, esta solemnidad de la Asunción nos estimula a elevar nuestra mirada a lo alto, donde se encuentra Cristo, sentado a la derecha del Padre, y donde también está participando de su gloria aquella fue la humilde esclava de Nazaret... 

En María tenemos la respuesta a nuestra búsqueda de esperanza y de plenitud: la Asunción es, por así decirlo, el punto de llegada del ser humano, sediento de felicidad y necesitado de sentido.


En torno a esta solemne celebración mariana, “la Virgen de agosto”, hemos querido los donostiarras poner el calendario de nuestras fiestas: nuestra Semana Grande. Pidamos a Santa María de la Asunción, en el día de su gran fiesta, por nuestra querida ciudad de San Sebastián y también por todos los que se acercarán a ella en esta Semana Grande. No dudemos de que nuestra Madre del Cielo, se alegra de que nosotros disfrutemos, y se preocupa con cariño de sus hijos en la celebración de sus fiestas, como hizo en las bodas de Caná de Galilea...

¡Que estas fiestas transcurran en un clima sano de respeto, sobriedad, alegría, solidaridad, hospitalidad y caridad!



+José Ignacio Munilla
 Obispo

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