«Todo el empeño de quien comienza a hacer oración -y no olvide esto, que es muy importante- ha de ser trabajar, determinarse y disponer con todo el celo y solicitud que pueda, a que su voluntad se conforme con la de Dios; y estad muy ciertos de que en esto consiste toda la mayor perfección que se pueda alcanzar en el camino espiritual.
Quien más perfectamente hiciera esto, más recibiría del Señor y más adelantado está en este camino; no penséis que hay aquí muchas complicaciones ni cosas extrañas ni difíciles… Pues si nos equivocamos ya en el comienzo queriendo enseguida que el Señor haga nuestra voluntad y que nos lleve por donde imaginamos, ¿qué firmeza tendrá este edificio? ».
(San Teresa de Jesús, Segundo libro de Las Moradas, 1, 8).
Muchas veces nos preguntamos cómo empezar a orar. Sí, queremos hablar con Dios, pero, ¿cómo damos los primeros pasos? ¿Cuál es el camino que debemos seguir?
Hace poco un amigo mío fue a ver al cine la película Thor, protagonizada por Chris Hemsworth, Anthony Hopkins y Natalie Portman. Al entrar a la sala le ofrecieron los ya famosos lentes 3D, para disfrutar mejor la película. Él no quiso ponérselos, alegando que se vería ridículo con algo así en su cara. En vano intentaron explicarle que la película no sería lo mismo sin esos lentes; mi amigo no se bajó del caballo de su argumento.
¡Sorpresa! Cuando empezó la película, no pudo ver absolutamente nada. Imágenes difuminadas. Al principio, pensó que pararían la película y que empezarían de nuevo. Pero al darse cuenta que el resto del auditorio no protestaba y que estaba gozando, comenzó a decir a sus acompañantes: «¿Pero qué pasa? ¿Por qué yo no veo nada?». El que estaba a su derecha, simplemente sacó los lentes 3D que había tomado para mi empecinado amigo y se los puso… Y entonces las imágenes cobraron vida y, por más ridículo que se pudiese ver, disfrutó como nadie los 114 minutos de película.
La comparación puede parecer muy simple, pero creo que la Santa de Ávila, amante de las metáforas e imágenes, estaría de acuerdo conmigo. Muchas veces queremos orar y le pedimos a Dios que se adapte a nuestra manera de pensar, cuando debe ser al revés: somos nosotros los que debemos adecuar nuestra voluntad a la de Dios. Queremos que la montaña se quite de en medio, en vez de escalarla. Y Santa Teresa remarca muy especialmente: «no olvide esto, que es muy importante», como diciendo que muchos son los que se quedan en el camino o muchos los que yerran la vía.
¿Y cuáles son esos “lentes 3D” que nos permiten orar mejor? Santa Teresa nos alienta a no pensar «que hay aquí muchas complicaciones ni cosas extrañas ni difíciles…», como si para orar mejor necesitásemos grandes momentos en la vida. No. El día ordinario que tenemos, pero vivido extraordinariamente, es la primera oportunidad para crecer en mi identificación con la voluntad de Dios. El trabajo, los estudios, el trato con mis familiares y amigos, las pequeñas inconveniencias del día, las alegrías, etc… pero viviéndolas con mucho entusiasmo y ofreciéndoselas a Dios.
Pero, ¿debo estar siempre pensando en Dios en cada cosa que hago? Por supuesto que no. Es imposible pensar solamente en Dios las 24 horas del día. Pero sí podemos ofrecerle al inicio de cada actividad eso que haremos. Un consejo: se puede iniciar cada cosa haciendo la señal de la cruz y diciéndole a Dios que eso que vamos a hacer es por Él, para darle gloria. Y así, aunque no lo tenga realmente presente en todo momento, le he ofrecido mi voluntad y cada segundo a Él.
Será de esta manera que, cuanto más me esfuerzo, como la oración me vendrá de manera más natural a medida que vamos creando hábito. Como cuando aprendemos un idioma: al principio necesitamos mucho esfuerzo para crear las frases con la sintaxis adecuada y con el vocabulario, pero a medida que pasa el tiempo sale mucho más fluido todo.
Éste es, pues, el primer paso importante para orar. Tengo que buscar pensar como Dios, querer como Dios, mirar como Dios. Y esto se logra con elementos tan sencillos como profundizar en el Evangelio para aprender cómo ve Dios las cosas, cómo las interpreta. Leer los documentos del Papa, por ejemplo. De esta manera, aprendemos de Dios. Es como a quien le gusta el tenis y desea tener un buen revés. Toma de referencia a un tenista profesional e intenta imitarlo: practica una y otra vez, hasta que lograr un cierto nivel. Y, como bien dice Santa Teresa, cada vez que busco adaptarme a la voluntad de Dios, mayor será mi facilidad para comunicarme con Él.
Pero esto, además de un esfuerzo personal -o incluso antes-, es una gracia que debemos pedir. Por ello, y por más paradójico que pueda parecer, hay que orar a Dios para que podamos crecer en nuestra oración. Es un “círculo virtuoso”, si se me permite la expresión: pido a Dios que mejore mi oración y, al mismo tiempo, estoy orando. ¡Qué maravilla!
Ojalá que todos intentemos vivir cada día más conforme a lo que Dios quiere de nosotros. De esta manera podremos también mejorar en nuestra oración e ir creciendo en nuestro trato con Él. El abad del desierto San Antonio solía decir que «en vano se esfuerza en propagar la doctrina cristiana quien la contradice con sus obras». Pues bien, de igual manera podemos decir que en vano se esfuerza en orar quien antes no busca compaginar su voluntad con la de Dios. Si queremos orar primero tenemos que vivir mejor la vida ordinaria.
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