EL OBISPO DE LA TELEVISIÓN
+FULTON SHEEN, MÁS CERCANO A LOS ALTARES
Con la discusión en Roma, por parte de los teólogos consultores de la vaticana Congregación de los Santos, de las virtudes heroicas de Fulton Sheen, el popular obispo de la radio y la televisión que infundió consuelo y esperanza a los americanos en los años duros de la depresión económica y posteriormente durante la II Guerra Mundial, se acerca un paso más a los altares. Y es que detrás de aquella figura mediática había un sacerdote y obispo que amó profundamente a Jesucristo.
En 1917, después de terminar la escuela secundaria, entró en el seminario de St. Paul, Minnesota, donde estudiaban seminaristas de varias diócesis. Ya entonces y más todavía hoy en la actualidad, los seminaristas estadounidenses cursan estudios eclesiásticos en centros de estudios superiores que a veces están fuera de la propia diócesis, por no haber normalmente infraestructuras en cada para su formación en cada una de ellas. Vuelto a su diócesis, fue ordenado sacerdote en la catedral de Peoria, 20 de septiembre de 1919, a la edad de 24 años. En esta ocasión se hizo a sí mismo una promesa, que según los que le conocieron de cerca llevó a cabo a lo largo de su vida, la de permanecer en adoración ante el Santísimo Sacramento durante al menos una hora al día.
Después de su ordenación continuó sus estudios en la Universidad Católica de Washington inicialmente por dos años. Pero el joven sacerdote quería profundizar en la filosofía de Santo Tomás de Aquino, la filosofía perenne, para así refutar, a la luz de la razón y la fe, los graves errores de la filosofía moderna, por lo que pidió a su obispo continuar estudios en algún centro en Europa. El obispo lo envió a estudiar en la Universidad de Lovaina, en Bélgica, donde Don Fulton se distinguió por su vida sacerdotal ejemplar, por su inteligencia brillante y por un cierto encanto personal que lo hacían simpático a los que le conocían. En Lovaina obtendría años después el doctorado en filosofía, pero antes estudió en la Sorbona de París y con los Dominicos en el Angelicum de Roma, donde obtuvo su doctorado en teología.
En 1923 regresó a la Universidad de Lovaina, donde obtuvo, como primer estadounidense, el Premio Cardenal Mercier de filosofía, además de graduarse con honores. Aunque le ofrecieron ser profesor de filosofía en Oxford, pues era conocido ya que había vivido también un año en Inglaterra, su obispo no le dio permiso. Vuelto a los Estados Unidos, fue nombrado coadjutor en una parroquia en las afueras de Peoria. Aquella Cuaresma, el dirigió las predicaciones: la primera noche, hubo algunos oyentes, pero a medida que pasaban los días, la iglesia se fue llenando cada vez más para escuchar al joven predicador, que tenía indudables dotes de palabra. Poco a poco fue tomando fama de gran predicador en toda la diócesis.
Tres años más tarde comenzó su servicio como profesor de teología, filosofía y religión en la Universidad Católica en Washington DC, donde permaneció allí hasta 1950. En el mismo año empezó a colaborar con programa de radio de la zona de Nueva York, lo que representó un punto de inflexión en su apostolado. En 1930 empezó a dirigir un programa para tratar que se emitía en todo el país, La Hora Católica, que continuó durante 22 años reuniendo a millones de oyentes. Dicho programa se convirtió en un auténtico apostolado para él: Pronto se encontró inundado con miles de cartas, que llegarían a ser unas 8500 por semana: las personas le abrían el alma en busca de Dios, le pedían oraciones, le preguntaban duda. Este apostolado de Fulton Sheen provocó un gran número de conversiones a la fe y la Iglesia Católica en los EE.UU. en esos años.
Eran años muy duros para los americanos, que conocieron la pobreza que hasta entonces no habian experiemtado, años en los que el catolicismo experimentó un gran crecimiento en aquel país, se crearon nuevas diócesis y parroquias, y esto por muchos motivos, entre los que destaca en primer lugar la inmigración de europeos y latinos, y en ese ambiente puso también su granito de arena Fulton Sheen con sus programas de radio. Contribuyó a evangelizar con su palabra clara y sencilla, explicando la doctrina de la Iglesia y aplicàndola a la vida cotidiana. Incluso el Papa Pío XI en 1935 y oyó hablar de su apostolado, para expresar su gratitud, le nombró prelado doméstico con el título de monseñor. En 1950, con el inicio de la emisión de programas por televisión, fue llamado por la cadena NBC para tener un programa en la pequeña pantalla. Cada semana, era seguido por unos 30 millones de personas, atraídos por su lenguaje claro, comprensible para todos, muy serio pero a veces bromista, siempre agradable, incluso al hablar de los temas más serios de la vida.
Nombrado en 1950 Director de la oficina de Propaganda Fide para los Estados Unidos, cargo que ocupó hasta 1966, empezó una larga serie de viajes a Asia, África y Oceanía para interesarse por la evangelización de los pueblos. Sus colaboradores de aquellos años lo recuerdan como un sacerdote muy humano, muy alegre y a la vez muy lleno de DioaYa era un eclesiástico muy conocido en la Iglesia norteamericana y Pío XII decidió nombrarlo obispo auxiliar del Cardenal Spellman, de Nueva York. Fue consagrado el 11 de junio de 1951, en la Iglesia romana de los Santos Juan y Pablo por el Cardenal Piazza.
Alternaba las tres ocupaciones, la de la oficina para la Propagación de la Fe, el ministerio episcopal en Nueva York y sus programas televisivos, manteniendo en medio de toda esta actividad una profunda vida interior, como han atestiguado en su proceso de Canonización los que trabajaban con él. Su programa de televisión, Life is worth living, se hacía cada vez más popular, llegando Mons. Sheen a ganar el premio Emmy en 1952 como una personalidad de la televisión del año, desbancando a otras grandes figuras de la época como Frank Sinatra o Mirton Berle, el cual afirmó bromeando que si alguien le tenía que quitar la audiencia, prefería que fuese Aquel sobre el que hablaba el obispo Sheen. La serie duró hasta 1957.
El 22 de octubre de 1966, después de haber participado en años anteriores en todas las sesiones del Concilio Vaticano II, y quizás por sus desavenencias con el el Cardenal Spellman con el cual chocó acerca de la administración de los fondos de Propaganda Fide, Fulton Sheen fue nombrado obispo de la Diócesis de Rochester, en el estado de Nueva York, donde pasó los años del postconcilio y tuvo que a hacer frente a los problemas que éste trajo, sobre todo por cuanto se refiere a secularización de sacerdote, enfriamiento de la vida religiosa, descenso dramático de vocaciones consagradas, etc. Eran también los años de la revolución sexual, de la contestación de muchos al magisterio del Papa que había publicado la Humanae Vitae, y todo ello no facilité el ministerio episcopal de Mons. Sheen, que puso especial empeño en mantenerse siempre en la ortodoxia católica.
Otro motivo de sufrimiento para el obispo de Rochester fue el intentar luchar contra la mentalidad racista de su tiempo, que en las ciudades estaba ya bastante superada, pero que en el ámbito rural como era el de Rochester, todavía estaba lejos de superarse. El predicar y defender la igualdad de todos los hijos de Dios y su decidida atención a los más pobres de aquella sociedad le hicieron chocar con la aristocracia local, que no le ahorraron críticas a este santo obispo. Así que, tres años después de haber sido nombrado, renunció por razones de edad, y el Papa Pablo VI le concedió el título de arzobispo titular de Newport (Gales).
Convertido por tanto en obispo emérito en 1969, contando ya con 75 años, continuó dando conferencias y escribiendo artículos y libros, de los cuales hay más de sesenta, entre ellos su famosa “Vida de Cristo”, conocida en el mundo entero. Incluso las pláticas de su programa de televisión están reunidas en volúmenes, e incluso sus videos se pueden ver hoy en día en YouTube y otros portales de internet. Sólo Dios sabe cuántas personas se han convertido con las publicaciones de Fulton Sheen. En la documentación recogida para su proceso de Canonización se ofrecen muchos ejemplos de católicos alejados que volvieron a la Iglesia y de muchos otros que no eran católicos y se convirtieron gracias a las palabras de este obispo mediático.
El 20 de septiembre de 1979, el Obispo Sheen celebró una Misa solemne con ocasión del 60 aniversario de su sacerdocio y en la homilía dijo conmovido: “No es que no ame la vida, pero ahora ya quiero ir a ver al Señor. He pasado muchas horas delante de él en el SS. Sacramento, he hablado con él en oración y he hablado de Él a quien ha querido escucharme. Ahora quiero verle cara a cara“.
Su deseo se iba a hacer pronto realidad, pero todavía tenía que vivir uno de los momentos más significativos de su vida, cuando, unas semanas más tarde, el 3 de octubre de 1979, Juan Pablo II lo abrazó en la catedral de San Patricio en su primera visita apostólica a los Estados Unidos. Al anciano prelado lo habían colocado en segunda fila y el Papa, al no verlo en primera fila, fue a buscarle y cuando lo encontró se fundió con él en un fuerte abrazo, que fue saludado con un fuerte aplauso de la gente. En aquella ocasión Juan Pablo II le dijo que había hablado y escrito muy bien sobre Jesús y que era un hijo fiel de la Iglesia. Dos meses después, su deseo de que Dios se cumplió: 9 de diciembre de 1979, dejó este mundo en la capilla privada de su residencia en Nueva York, cuando parece que se dirigía allí para orar. Al día siguiente la quinta avenida se llenó de gente, católicos y no católicos, que hacía cola para honrar su féretro en la catedral de San Patricio y dar un último adiós a este popular obispo. No faltaron entre ellos los representantes de la alta sociedad neoyorkina, famosos de la televisión y la radio, y mucha, mucha gente sencilla.
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