PORTICO AL CIELO
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miércoles, 11 de julio de 2012
Sabemos que es la comunion...?
La Iglesia siempre ha recomendado unas determinadas disposiciones para acercarse a la sagrada mesa: en cuanto al cuerpo y en cuanto al alma.
En cuanto al cuerpo se requiere:
a) observar el ayuno eucarístico (una hora como mínimo, aunque se recomienda mantener cuando se pueda la tradición antigua del ayuno desde medianoche),
b) modestia en los vestidos (hombres sobrios y con la cabeza descubierta y mujeres recatadas y, a ser posible, con la cabeza cubierta) y las actitudes (no ir como quien va de juerga, sino procediendo en silencio y sin atolondramientos, con las manos juntas contra el pecho) y
c) reverencia a la hostia consagrada (arrodillándose o, cuando no se pueda por enfermedad, debilidad u otro impedimento, haciendo un gesto de adoración).
En cuanto al alma se precisa:
a) estado de gracia (a ser posible, con confesión reciente),
b) pureza de intención (no comulgar por pura apariencia, por mera costumbre, por no desentonar o por cualquier motivo mundano) y
c) preparación conveniente (actos de fe, esperanza, caridad, contrición y deseo).
Después de comulgar se debería uno detener en dar gracias (si se puede cómodamente unos diez a quince minutos). Estos momentos de intimidad con Jesús Sacramentado son como vivir el cielo en la tierra y no se explica que se desperdicien tan a menudo mediante prisas o distracciones. Si se ha de comulgar para hacer después un desaire al Divino Huésped del alma, más vale abstenerse. Y esto vale especialmente para las comuniones de los Primeros Viernes de mes en honor del Sagrado Corazón de Jesús y de los Primeros Sábados de mes en honor del Inmaculado Corazón de María, a las que están ligadas tantas promesas de orden sobrenatural. También para las comuniones reparadoras. Al dar gracias, no olvidemos tampoco lucrar todas las indulgencias que podamos a favor de nuestros difuntos. Ellos esperan mucho de nuestra caridad y es en la comunión eucarística cuando podemos ejercerla de modo especial en su favor. También es el momento ideal para presentar a Nuestro Señor nuestras peticiones y aspiraciones, tanto a favor de nuestros seres queridos como para nuestro propio provecho. Pidamos y se nos dará, llamemos y se nos abrirá, busquemos y hallaremos. Jesús no nos falla nunca.
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