2. En el año 1925, como fruto del Año Santo, el Papa Pío XI, como remedio de la secularización ya avanzando, instituyó esta fiesta para conseguir que los hombres y las instituciones se entregaran a Jesucristo Rey. Era el 11 de marzo de 1925. Corrían en Europa aires anticlericales y republicanos. Se pretendía afirmar la soberanía de Cristo y de la Iglesia en todas las esferas de la vida humana. El Concilio Vaticano II modificó el sentido de esta Fiesta. Jesucristo es Rey con un nuevo título, pues su potestad abraza la entera persona humana, cabeza, voluntad, y corazón, el cual, apreciando menos los apetitos naturales, debe amar a Dios sobre todas las cosas y estar unido a El sólo. Fue tal vez mirando y rezando a su Rey, como un grupo de obispos, al concluir el Concilio Vaticano II, se decidió a formular estos compromisos: “Renunciamos para siempre a la apariencia y a la realidad de la riqueza, en los ornamentos, colores brillantes, galas ricas, insignias de materia preciosa, etc. Rehusamos ser llamados por los nombres y títulos que significan grandeza y poder, Eminencia, Excelencia, Monseñor. Preferimos ser llamados con el nombre evangélico de Padre”.
3. Jesús no utiliza su poder para beneficio propio. Desde la cruz, que era signo de maldición y por eso el crucificado era situado de espaldas a la ciudad para que no la maldijera, completa el plan misericordioso de Dios. Jesús transforma la oleada de insultos, que en catarata le llueven hasta el patíbulo, en manifestación de misericordia, perdón y salvación. Jesús está en la plenitud de su realeza porque está en la plenitud de su entrega a la obediencia del Padre.
4. Y deja en nuestras manos la tarea de construir su Reino en el mundo y en la vida de los hombres y mujeres, transformándolo de acuerdo al deseo de Dios. Sabemos cómo hacerlo: consolando, escuchando, perdonando, curando, liberando, tocando leprosos, lavando pies, devolviendo bien por mal, practicando la compasión y la misericordia, ofreciendo alegría y esperanza.... Desde la fe y el reconocimiento de la situación personal brota la súplica. Nada nos podrá apartar de Jesús, ni siquiera el pecado más horrendo. Las puertas del Paraíso quedan abiertas de par en par. El buen ladrón escucha las mejores palabras que se pueden oír en el momento de morir. Las mismas que deseamos nos dirá a cada uno de nosotros en el momento de nuestra muerte. Desde esa certeza, ¿cómo comprendemos y vivimos nuestra propia muerte y la de nuestros familiares y amigos?
5. Jesucristo debe reinar en el cuerpo y en los miembros como instrumentos, en el texto de San Pablo, de justicia para Dios, servidores de la santificación del alma. Desde el Reinado de Cristo en cada corazón humano, podemos hacer avanzar el Reino de Dios, pues como miembros todos del Cuerpo Místico con Cristo, hasta que no estemos todos entregados a El, no podrá entregar su Reino al Padre, como atestigua San Pablo: “Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte. Y cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo en todos” (1 Cor 1,5). Si estas cosas se proponen a la consideración de los fieles, éstos se inclinarán más fácilmente a la perfección, como escribió el Papa en la Encíclica "Quas primas". Para, desde el reinado de Jesús en los corazones, llegar a reinar en las sociedades y en la historia. Cristo puede empezar a reinar en nuestros corazones apenas se lo permitamos. Así vamos instaurando el Reino de Cristo en nosotros mismos y en nuestros hogares, empresas y ambiente.
6. Las características de su Reino nos las ha enseñado Jesús en parábolas: "es semejante a un grano de mostaza”; " al fermento en la masa”; "a un tesoro escondido"; "a un mercader que busca perlas preciosas ". En ellas, Jesús nos hace ver que vale la pena buscarlo y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios vale más que todos los tesoros de la tierra y que su crecimiento será discreto, sin ostentación, sin que nadie sepa cómo ni cuándo, pero eficaz. La Iglesia tiene el encargo de predicar y extender ese reinado de Jesucristo entre los hombres. Su predicación y extensión debe ser el centro de nuestro afán, como miembros de la Iglesia, para que Jesucristo reine en el corazón de los hombres, en el seno de los hogares, en las sociedades y en los pueblos, hasta conseguir un mundo nuevo en el que reine el amor, la paz, la justicia y la salvación de todos los hombres.
7. Para lograr que Jesús reine, debemos conocerle. La lectura y reflexión del Evangelio, la oración personal y los sacramentos son medios para conocerlo y recibir fuerzas y gracia, que abran nuestros corazones a su amor. Hay que conocer a Cristo de una experiencialmente y no sólo teológicamente, teóricamente. La Eucaristía es manantial de agua viva. Oremos con profundidad escuchando a Cristo. Conocer a Cristo es amarlo. Y cuando uno está enamorado, le imita. El amor nos lleva a pensar como Cristo, querer como Cristo y a sentir como Cristo, viviendo la verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando imitamos a Cristo conociéndolo y amándolo, podemos experimentar que el Reino de Cristo ha comenzado para nosotros. Y comienza el compromiso apostólico de extender el Reino de Cristo a todas las almas con obras concretas de apostolado. No nos podremos detener. La caridad, como dice San Pablo, nos urgirá. Nuestro amor se desbordará. Comprenderemos que dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables.
8. Cuando el Señor rechazó a Saúl como rey de Israel, mandó a Samuel a buscar a David para ungirle rey en Belén (1 Sam 16,1): "Tomó Samuel el cuerno del aceite y ungió a David. El Espíritu del Señor se apoderó de él" (1 Sam 16,13). Por segunda vez, "Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón en presencia del Señor, ellos ungieron a David como rey de Israel" 2 Samuel 5,3. Jesús, que por genealogía humana es rey como descendiente del rey David, como lo atestigua San Mateo 1,1), fue ungido = Cristo en griego, y Mesías, en hebreo y arameo, por el Espíritu Santo, no por Samuel, como su padre David. Sobre Jesús, el Hijo de David, descendió en el Bautismo el Espíritu Santo (Lc 3,21), como lo testificó Pedro en casa de Cornelio (He 10,34). David, el Ungido del Señor, convertido en Pastor-Rey de pueblos el que era pastor de ovejas, es el tipo de Jesucristo Hijo de David, que hereda su reino, y por eso es profetizado Pastor-Rey por Ezequiel (Ez 34,23). Los enfermos le gritaban: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí” (Mc 10,47). Las multitudes le aclamaban: “¡Hosanna al Hijo de David!” (Mt 21,9). Y San Pablo le exhortará a Timoteo en su testamento: “Acuérdate de Jesucristo resucitado de entre los muertos, del linaje de David” (2 Tim 2,8).
9. El mismo Jesús se proclamó Pastor Rey, pues los reyes se consideraban Pastores y guías del pueblo: "Yo soy el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas" (Jn 10,11). El pueblo comprendía perfectamente que en el pastor que caminaba delante de su rebaño, tenía la seguridad de ser apacentado, dirigido, defendido, conducido y protegido por una sabiduría y un poder superiores. En una palabra, veían a Dios su Creador y su Señor, conductor y guía de su pueblo, con su providencia a su servicio y su amor fiel e incondicional que lo dirigía con poder.
10. Por eso, la proclamación de Jesús como Rey "nos llena de alegría sabiendo que vamos a la casa del Señor", que es su reino, donde celebraremos su nombre y su victoria Salmo 121.
11. Al degenerar la imagen del rey por el contagio de Israel con otros pueblos gobernados por reyes casi siempre tiranos, y en el mismo Israel por la mala conducta de algunos de sus reyes, era necesaria una larga evolución en su teología para pasar de una visión terrena y humana de mesianismo triunfalista, a la visión del Reino de Dios, que culminará en la cruz, en el más rotundo y clamoroso fracaso. Y lo mismo ha ocurrido en otros países más occidentales y habremos de atenernos al mandato de Jesús: “Los reyes de las naciones las tiranizan. Pero entre vosotros no ha de ser así, sino que el mayor entre vosotros sea vuestro servidor” (Lc 22,25). Así lo ha hecho El, que ha querido caminar entre valles de tinieblas por donde caminamos nosotros, los hombres, y ha subido el camino del Calvario y se ha dejado clavar en la cruz. Cuando Jesús describe en la parábola del hombre noble que se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey y volver después... termina diciendo: Dicho esto, echó a andar delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén. Esta expresión bíblicamente significa, subir a la Cruz. En ella extenuado, le quedan pocos momentos de vida, ya no es un peligro para sus adversarios. Le piden que baje de la cruz, como el diablo en el desierto le pidió que se tirara del pináculo del Templo (Mt 4,5). Jesús no accede. Acepta el plan del Padre: el mesianismo doliente y crucificado; a los insultos responde con el silencio (Mt 27,14). Le provocan furiosos los ladrones (Mt 27,4). Pero hay un ladrón que increpa a su compañero, "lo nuestro es justo, pero éste no ha hecho ningún mal"... Su compasión y sentido de la justicia le hacen lanzar un grito de confianza: "Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino". Jesús, reuniendo sus fuerzas en medio de los tormentos, le responde y le garantiza: "Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso" Lucas 23,35. Jesús, que ha afirmado solemnemente ante Pilato: “Tú lo dices: Yo soy Rey” (Jn 18,37), promete recibir en su reino hoy mismo, al ladrón que viéndole en la cruz, le confiesa rey.
12. Ni las amenazas ni los sarcasmos han obtenido respuesta de Jesús. La oración emocionada de aquel ladrón ajusticiado, sí, y qué respuesta. Yo quiero penetrar en el corazón de cada uno de los dos: del ladrón, reconciliado, aceptando su muerte, pacificado, lleno de esperanza, transfigurado su rostro, antes alterado y desesperado. Había observado con asombro a Jesús, y su paciencia, su bondad, su amor le había convencido y cambiado el corazón. Le arrebató fascinado. Y quiero entrar en el Corazón de Jesús que en medio de los tormentos, ve a su lado recién brotada una espiga de la cosecha. Ha comenzado a manifestarse la eficacia del tormento y la Sangre derramada. Jesús ya ha comenzado a reinar: Es rey en el corazón de un ladrón bueno, que se dejó seducir por el gesto de Cristo, por sus palabras de amor, de verdad y de perdón. Por la gracia merecida en la cruz. He ahí dos crucificados en la paz de Dios. Son amigos. Los dos van a morir en el amor. Los dos van a ser recibidos en los brazos del Padre. El buen ladrón ha descubierto el mundo de la gracia. En medio de la justicia y de la injusticia, la de Jesús y la suya, ha sabido reconocer en la muerte de Jesús el camino de la vida y ha pasado de la muerte a la vida, del pecado a la santidad.
13. Ocurrió en el rodaje de la película “JESÚS DE NAZARET” que dirigió hace ya algunos años Franco Zeffirelli. Robert Powell, interpretó en esa película a Jesús. Tenía 31 años y no era católico. Su vida cambió radicalmente tras el rodaje de la película. Y reveló que durante el rodaje ocurrieron cosas emocionantes, y conversiones, ente ellas la del que representaba a Judas, que era ateo. Todos los actores sufrieron una crisis religiosa que a muchos les transformó. Lo mismo ha ocurrido con la película de La Pasión de Mel Gibson. Jesús Rey no deja indiferentes. El amor engendra vida: “Donde no hay amor, ponga amor y cosechará amor”, ha escrito San Juan de la Cruz.
14. Dejémonos nosotros invadir por el amor de Jesús para pasar también de la muerte a la vida, por la Eucaristía. Porque El no sólo es el rey del cosmos, pues “todo fue creado por El y para él”, sino que es rey porque nos ha redimido, y porque es la “cabeza del cuerpo, de la Iglesia”. Y como “primogénito de todos los muertos en el que reside toda la plenitud”, quiere “reconciliar consigo todos los seres por la sangre de su cruz”; y reinar dentro de nosotros. “El reino de Dios está dentro de vosotros”. No ha temido que los hombres le robemos imagen, sino que nos ha constituido, por el Bautismo, reyes y sacerdotes para su Padre, para que le ayudemos a instaurar en el mundo su Reino, de la verdad y de la vida, de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz.
15. El reino de la verdad. En el mundo no hay verdad, el relativismo la manipula. Por eso dice Jesús que su Reino no es de este mundo. Porque en el mundo todo es falso. Los reyes de este mundo, los que tienen el poder, son hombres sujetos a pasiones y mueren: A veces el que menos manda es el rey. Los validos, los cortesanos que les auparon, usurpan el poder. Y por tanto no es verdad que el rey sea el rey.
16. El Reino de la vida. Más pronto o más tarde llega la muerte: ¿Cuántos reyes célebres podríamos ahora recordar? Isabel y Fernando, Carlos V, Felipe II... El reino de este mundo es el reino de la muerte. El reino de Cristo es el Reino de la Vida y si murió, murió por amor, pero venció a la muerte. Es el primogénito de los muertos, el primer resucitado.
17. El Reino de santidad y de gracia. La santidad es el triunfo de las virtudes. La santidad es la vida de Dios, espíritu de Dios, intenciones en el actuar según las intenciones de Dios.
18. El Reino de la justicia. Reino donde se trabaja, donde se mira al hermano como hermano, sin diferencia de clases, donde el que tiene da al que no tiene, donde el que sabe, enseña al que no sabe.
19. El Reino del amor. El cimiento del Reino es el amor porque Dios, que es Amor, ha querido, por amor, que participáramos del clima de su Reino en el Amor. Y su Legislador propone como máximo mandamiento, el mandamiento del amor: a Dios y a los hermanos. En el reino del amor no cabe el odio, pero tampoco la mala voluntad, ni la envidia ni el egoísmo. Jesús Rey de Amor, excluye de su reino los partidos y las banderías, las murmuraciones y calumnias y los insultos, las palabras que ataquen de alguna manera la caridad fraterna. Pero no sólo es negativo el mandato del amor. Cristo Rey quiere positivamente que en su Reino viva la bondad de unos con otros, la comprensión e indulgencia, la tolerancia y la afabilidad sincera y sencilla, sin reticencias; la cordial servicialidad que ve en los hermanos a Dios, que acepta como hecho a él lo que se ha hecho a sus pequeños.
20. El Reino de la Paz. Es natural. ¿A dónde, si no, llegaremos por el camino de la santidad y de la gracia y de la justicia y del amor, sino a la paz, entera y total, a la tranquilidad del orden, al mar en calma de la paz conseguida a costa de superar las embravecidas olas del egoísmo y desamor, del odio y del pecado?
21. “In Pace”, rezaban los epitafios de los primeros mártires cristianos en las catacumbas. “En la Paz”. El mundo con todo su dinero, placer y poder, no puede dar la paz de Dios.
22. "Hemos sido trasladados al Reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados" Colosenses 1,12. Hoy ya no es suficiente hablar de Cristo, decía Juan Pablo II. El gran desafío del testimonio de católicos, ortodoxos y protestantes hoy es «ayudar a la gente a verle». Esta fue la consigna que dio el Pontífice hace ya algunos años, a mil quinientos fieles greco-católicos de Ucrania. Tras recordar los años del régimen comunista, el Papa reconoció que «hoy en vuestra tierra se puede hablar libremente de Dios. Pero para el hombre contemporáneo, inmerso en el estruendo y en la confusión de la vida cotidiana, las palabras ya no son suficientes: no sólo quiere oír hablar de Cristo», sino «en cierto sentido verle». «Dad al pueblo la posibilidad de ver a su Salvador, no esperéis a que alguien cree las condiciones favorables al compromiso y trabajo pastoral, suscitadlas vosotros mismos con creatividad y generosidad». Pero sobre todo, « ¡testimoniad con la vida y con las obras la presencia del Resucitado entre vosotros! Es el mensaje más elocuente y eficaz que podéis dar a vuestros conciudadanos».
23. Cristo Rey de Amor, has querido comprarnos con tu agonía y con tu sangre, con tu amor. No has temido que los hombres te hagan sombra, sino que les acompañas para que alcancen su plenitud en tu Reino: “Que eres Dios, y no hombre, enemigo a la puerta, y no te gusta destruir” (Os 11,9). Y “el hombre viviente es tu gloria” en frase de San Ireneo.
24. Ptolomeo, que sintetizó los conocimientos hasta el siglo II, teorizó un sistema astronómico geocéntrico. Durante toda la Edad Media su sistema se convirtió en un modelo científico-tecnológico incontrastable. El imponente edificio geométrico-matemático veía la Tierra en el centro del universo concebido en estratos como las capas de una cebolla: los cielos eran estratos físicamente sólidos y entre uno y otro estaban encajados los planetas y las estrellas. El motor inmóvil, como lo designaba Aristóteles, que lo hacía mover todo, era Dios. En 1507, Copérnico, seguido de Galileo y de San Alberto Magno, dieron un giro copernicano con su sistema heliocéntrico en el que la Tierra orbitaba alrededor del Sol, contra Ptolomeo, en el que el centro era la Tierra.
25. Cambiando nuestro sistema humano en el que el Yo se convierte en el centro, por el cristiano, dando un giro copernicano, digámosle a Cristo, en contra de los conciudadanos de aquella parábola que enviaron una embajada para decirle al Emperador: “No queremos que él sea nuestro rey”. Afirmemos nosotros que le queremos como nuestro Rey. Déjanos que te digamos que te queremos amar; que no queremos separarnos de Tí, que queremos seguir siempre siendo ovejas de tu rebaño. Con tu gracia y ayuda, lucharemos para dar a conocer al mundo cuánto nos amas. Nos asaltan los enemigos, ¿cuáles? Mundo, demonio y carne. El egoísmo nos quiere dominar. La sensualidad y la vida de sentidos nos quieren acaparar... Por eso nos agarraremos con fuerza y perseverancia a tus sacramentos, a la oración, a la atención a tu presencia y al sacrificio, para que reines en nuestra vida y en nuestro entorno, con la fe de que «Cuando el Espíritu Santo establece su morada en el corazón del hombre, ya coma, ya beba, ya duerma, ya hable o se entregue a las demás actividades no cesa de orar», como afirma Isaac el Sirio.
26. “Jesús, Cristo, tu bajas hasta lo más hondo de nuestra condición humana. Más aun, tu visitaste incluso aquellos que murieron sin saber nada de ti en esta tierra, oraba el Prior de Taizé. Y Papini, el converso italiano, le dedica esta oración a Jesús al terminar su Vida de Cristo:“Viniste la primera vez para salvar, para salvar naciste; para salvar hablaste; para salvar quisiste ser crucificado; tu arte, tu obra, tu misión, tu vida es de salvación. Y nosotros tenemos hoy, en estos días grises y calamitosos, en estos años que son una condensación, un acrecimiento insoportable de horror y de dolor; tenemos necesidad, sin tardanza, de ser salvados”. “Venga a nosotros tu Reino, de Verdad y de Vida, de Justicia, de Amor y de Paz”. Con la ayuda indispensable de la intercesión materna y segura de la Virgen Madre del Rey. Amen.
P. Jesús Martí Ballester |
Fuente: Catholic.net
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