PORTICO AL CIELO

sábado, 9 de noviembre de 2013

Taizé, ¡esa pequeña primavera!

Es evidente que en medio de las situaciones de violencia, inseguridad, individualismo, sinsentido de vida, desesperanza  y falta de sentido de trascendencia, se hace urgente buscar caminos que ayuden a los hombres y mujeres de hoy a recuperar aquello que nos hace sencillamente humanos, con el afán de hacer posible el proyecto de Dios de una familia fraterna, justa y solidaria.
Precisamente uno de esos esfuerzos por hacer realidad la fraternidad humana, desde los valores del cristianismo, lo encarna la experiencia de la comunidadTaizé.
Los Hermanos de Taizé estarán en Querétaro del 11 al 13 de noviembre, motivando y preparando para el encuentro de jóvenes que se realizará en la Ciudad de México del 1° al 4 de mayo de 2014.


Experiencia de encuentro vivo con Dios
Taizé, una pequeña localidad del centro sur de Francia, es desde hace más de 70 años un lugar de encuentro vivo con Dios Trino y Uno, de profunda espiritualidad que atrae a cristianos de diversas denominaciones y hombres de buena voluntad, particularmente jóvenes, que buscan encontrarse con Dios y volver a la vida cotidiana a testimoniar esa experiencia.
Con el paso de los años, cada vez más jóvenes de todos los continentes llegan a Taizé para participar en los encuentros, de ocho días o de un fin de semana; incluso hay quien se queda por varias semanas o meses.
Atraídos por la sencillez de la oración y por la vida de la comunidad, tocados por la confianza de los hermanos, decenas de miles de jóvenes van cada año “para plantear sus inquietudes, gritar su sufrimiento, compartir sus esperanzas, descubrir a Cristo que les ama, aprender a vivir en la comunión de la Iglesia y hacerse artesanos de paz”.
Ir a Taizé significa ser acogido por una comunidad marcada desde sus orígenes por dos aspiraciones: avanzar a través de la oración en una vida de comunión con Dios y asumir responsabilidades para depositar un fermento de paz y de confianza en la familia humana.
En Taizé la oración común, el canto, el silencio y la meditación personal pueden ayudar a redescubrir la presencia de Dios en nuestra vida y a rencontrar una paz interior, un “por qué vivir” o un nuevo impulso. “Haciendo la experiencia de una vida sencilla compartida con los demás nos recuerda que Cristo nos espera en nuestra existencia cotidiana tal como es”.
Una comunidad de acogida fraterna
Todo comenzó en 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando, el hermano Roger Schultz, con veinticinco años, dejó Suiza, su país natal, para ir a vivir a Francia, con la convicción de ayudar a las personas que atravesaban la ruda experiencia de la guerra. La aldea de Taizé donde se estableció se encontraba muy cerca de la línea que dividía a Francia en dos: una buena situación para acoger a refugiados que escapaban de la guerra.
Entre los refugiados que alojaba junto con su hermana y un grupo de amigos había cristianos de diversas confesiones, judíos y agnósticos. Por discreción hacia aquellos que acogían, el hermano Roger rezaba solo, para que no se sintieran incómodos.
Su trabajo de acogida lo hacía con pocos medios: no había agua corriente y la iban a buscar a un pozo de la aldea. La comida era modesta, sobre todo sopas hechas con harina de maíz comprada a bajo costo en un molino vecino.
En el otoño de 1942 esta comunidad de ayuda fue descubierta por los alemanes y tuvieron que partir. El hermano Roger vivió en Ginebra hasta el final de la guerra y allí comenzó una vida común con los primeros hermanos. Pudieron regresar a Taizé en 1944 para continuar su labor humanitaria.
Poco a poco algunos hombres jóvenes vinieron a unirse a los primeros hermanos y, el día de Pascua de 1949, siete hermanos se comprometieron para toda la vida a guardar el celibato, llevar una vida común y vivir con sencillez.
En el silencio de un largo retiro durante el invierno 1952-1953, el fundador de la comunidad escribió la Regla de Taizé, donde redactó para sus hermanos lo esencial para permitir la vida en común.
El hermano Roger recordaba así los inicios de la comunidad: “En mi juventud, me asombraba ver como los cristianos, a pesar de vivir de un Dios de amor, utilizaban tanta energía para justificar sus separaciones. Me dije entonces que era esencial crear una comunidad que buscara comprenderse y reconciliarse siempre, haciendo visible así una pequeña parábola de comunión.”
Signo de reconciliación en un mundo dividido
Todos los Papas, desde Juan XXIII hasta Benedicto XVI han tenido un entrañable cariño por la obra; incluso, Juan Pablo II en su visita a Francia, el 5 de octubre de 1986, se detuvo en Taizé para orar con los jóvenes ahí reunidos y saludar y alentar a los miembros de la comunidad. En esa ocasión el Papa expresó: “Se pasa por Taizé como se pasa junto a una fuente: el viajero se detiene, bebe y continúa su ruta”. Y a la comunidad de hermanos le dijo: “Mi deseo es que el Señor os guarde como una primavera que irrumpe y que os guarde sencillos, en la alegría evangélica y en la transparencia del amor fraterno”.
Hoy en día la comunidad Taizé está conformada por unos cien hermanos, católicos y de diversos orígenes protestantes, procedentes de más de treinta naciones. Por su existencia misma, la comunidad es un signo concreto de reconciliación entre cristianos divididos y pueblos separados.
Los hermanos viven de su propio trabajo. No aceptan ningún donativo. Tampoco aceptan para sí mismos sus propias herencias, sino que la comunidad hace donación de ellas a los más pobres.
Algunos hermanos viven en lugares desfavorecidos del mundo para ser allí testigos de paz y para estar al lado de los que sufren. En estas pequeñas fraternidades en Asia, en África y en América Latina, los hermanos comparten las condiciones de vida de aquellos que les rodean, esforzándose en ser una presencia de amor al lado de los más pobres, de los niños de la calle, de los prisioneros, de los moribundos, de aquellos que han sido heridos hasta en lo más profundo por causa de rupturas de afecto o por abandono.
Peregrinación de confianza a través de la tierra, próximamente en México
Desde hace treinta años, la «peregrinación de confianza a través de la tierra» iniciada por el hermano Roger y la comunidad de Taizé ha creado un hilo ininterrumpido de encuentros, pequeños y grandes, en muchos países del mundo.
En Berlín, a finales de diciembre de 2011, el hermano Alois abrió una nueva etapa de esta peregrinación de confianza al proponer una reflexión para los próximos años sobre el tema de la «nueva solidaridad». Se trata de permitir a los jóvenes de todos los continentes movilizar sus energías, juntar sus esperanzas, sus intuiciones y sus experiencias; toda esta búsqueda desembocará en un encuentro que tendrá lugar en Taizé en agosto de 2015.

Gilberto Hernández García

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