En una pequeña aldea situada en un desierto, vivía un hombre que
cada mañana traía agua desde un manantial ubicado a unos pocos
kilómetros de distancia.
Colocaba dos grandes cántaros a ambos lados de una gruesa barra de
madera que, a su vez, apoyaba en sus hombros. Y así, con la alegría en
el cuerpo y una sonrisa en el alma, comenzaba un camino que siempre era
el mismo.
Tardaba más o menos una hora en llegar hasta el manantial. Una vez allí,
se sentaba un rato a descansar y después llenaba los dos cántaros para
iniciar el regreso.
Aunque eran parecidos, había una diferencia importante entre ambos
recipientes. Uno cumplía a la perfección su trabajo, pues mantenía toda
su agua intacta durante el trayecto. En cambio, el otro, debido a una
pequeña herida en uno de sus costados, iba perdiendo agua durante el
regreso; tanta que, al llegar de nuevo a la aldea, había perdido la
mitad de su contenido.
Este último cántaro, conforme pasaban los días, se sentía cada vez
más y más triste, pues sabía que no estaba cumpliendo con su trabajo. Y
aun así no entendía por qué su dueño no lo arreglaba o, directamente, lo
sustituía por otro. “Quizás”, pensaba, “esté esperando el momento en
que me rompa totalmente para cambiarme por uno más nuevo”.
Llegó el día en que ya no pudo aguantar más y, aprovechando, que el
aguador lo abrazaba entre sus manos para llenarlo de agua, se dirigió a
él:
-Me siento culpable por hacerte perder tiempo y esfuerzo. Te pido que me
abandones y me cambies por otro más nuevo, pues ya ves que soy incapaz
de servirte como debiera.
-¿Qué? -contestó el aguador, extrañado-. No te entiendo, ¿por qué dices que no me sirves?
-Acaso no te has dado cuenta de que estoy roto y voy perdiendo la mitad del agua durante el camino de vuelta.
El aguador, conmovido, mostró una pequeña sonrisa, la abrazó junto a su pecho y le dijo en voz baja:
-No eres mejor ni peor, simplemente eres diferente y justamente por eso te necesito.
El cántaro no entendía nada.
-Mira, vamos a hacer una cosa -le contestó el aguador-. Hoy, durante el
trayecto de vuelta quiero que te fijes bien a qué lado del camino crecen
flores.
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