Quizás, alguna vez, has sentido una tremenda pereza para quedar con
tus amigos o asistir a ese curso de oratoria en el que con tantas ganas
te habías apuntado. Una parte de ti desea ir, pero llegado el momento o unos días antes parece que la pereza hace acto de presencia. Pero, ¿y si no es pereza? Hoy vamos a descubrir cómo es el miedo que se disfraza de pereza.
Muchas de nuestras emociones se esconden bajo otras y nos confunden. Es
como si se pusieran un disfraz para evitar que las descubramos y nos
perdamos así en un laberinto emocional. Si lo hacemos, si entramos en su
juego y nos perdemos en su realidad, es porque de algún modo no nos
conocemos y todavía nos queda por caminar para madurar a nivel
emocional.
¿Por qué sentimos pereza?
La pereza no es más que una manera de protegernos y de evitar aquello que no queremos hacer.
Cuando se acerca el día en el que vamos a quedar con nuestros amigos o
se inicia el curso de oratoria al que nos apuntamos, un gran sopor nos
invade. Es entonces cuando empezamos a dar vueltas a muchos pensamientos hasta llegar a la conclusión de que hemos aceptado algo que no queríamos hacer de verdad.
Ahora bien, hay que tener mucho cuidado con este tipo de situaciones.
Si la primera reacción que hemos tenido ha sido positiva, pero la
pereza asoma cuando se acerca el momento de la verdad, no es que no queramos hacerlo, es que estamos huyendo de algo.
¿Nos sentimos cómodos con nuestros amigos? ¿Ha pasado algo con ellos?
¿Tenemos miedo a hablar en público o a conocer personas nuevas?
El miedo que se disfraza de pereza nos advierte de un posible peligro, de eso que no queremos enfrentar y
en lo que no hemos pensado mucho hasta que la situación está a punto de
hacerse realidad. Por ese motivo, cuando se acerca el momento, en
nuestra mente
se dispara una alarma. ¿Qué es lo mejor que nos puede pasar para no
enfrentarnos a algo que nos da miedo y no salir de nuestra zona de
confort? Está claro, la pereza.
La pereza puede convertirse en una gran trampa cuando está intentando camuflar un gran miedo. Porque expresiones como “en realidad no me apetece”, “tengo que aprender a decir no” o “debo ser más asertivo” quizás estén escondiendo un intento de evitar algo que nos produce un gran temor.
La pereza se convierte en un salvavidas. Es una reacción para huir del miedo. Pero no podemos caer en la trampa
de creer que en realidad deberíamos ser más asertivos con nuestros
amigos y decirles “no” si realmente lo sentimos. Hay algo que no estamos
queriendo mirar. Un miedo profundo que está usando a la pereza para que
nos quedemos en casa y no podamos enfrentarnos a él.
Quitándole el disfraz al miedo
El miedo puede disfrazarse de múltiples formas para que no sepamos detectarlo y no tengamos que enfrentarnos a él. De ahí que trabajar con nuestras emociones nos ayude a destapar y quitar sus disfraces. Veamos qué podemos hacer al respecto.
Imaginemos que hemos tenido relaciones fallidas que han terminado de
manera traumática. Nos encontramos solos, disfrutando de nuestra
soledad, no obstante cada vez que nuestros amigos quieren quedar (ellos
traen a sus parejas), cuando llega el momento nos invade la pereza. La pereza nos insta a quedarnos en casa.
En esta situación podemos pensar que no queremos quedar con esas personas o que no nos apetece. Pero puede que no sea sí. Por ejemplo, puede dolernos ver a nuestros amigos felices con sus parejas, mientras nosotros solo hemos tenido experiencias de fracaso. O quizás, que nos moleste que siempre tengan que traer a sus parejas.
Aunque disfrutemos mucho de la compañía de nuestro amigos, somos
víctimas de un miedo atroz que no está superado. Fruto de las
experiencias, de aquello sobre lo que no hemos aprendido aún, lo que
este miedo nos está diciendo es que volveremos a caer en viejos errores o bien, nos aislaremos para no tener que enfrentar esa desagradable sensación.
El miedo que se disfraza de pereza
intenta esconderse para que no podamos quitarle el disfraz y
enfrentarnos a él. Creer en su mentira durante mucho tiempo impedirá que
vivamos libremente.
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