La enfermedad en la vida humana
La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte.
La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él.
Un sacramento de los enfermos
La Iglesia cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe un sacramento especialmente destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la Unción de los enfermos:
¿Quién debe recibir este sacramento?
La Unción de los enfermos no es un sacramento sólo para aquellos que están a punto de morir. Por eso, se considera tiempo oportuno para recibirlo cuando el fiel empieza a estar en peligro de muerte, por enfermedad o vejez, antes de una operación importante, personas de edad avanzada cuyas fuerzas se debilitando.
La gracia especial del sacramento de la Unción de los enfermos tiene como efectos:
— la unión del enfermo a la Pasión de Cristo, para su bien y el de toda la Iglesia;
— el consuelo, la paz y el ánimo para soportar cristianamente los sufrimientos de la enfermedad o de la vejez;
— el perdón de los pecados si el enfermo no ha podido obtenerlo por el sacramento de la penitencia;
— el restablecimiento de la salud corporal, si conviene a la salud espiritual;
— la preparación para el paso a la vida eterna.
El rito consiste en la unción en la frente y las manos del enfermo, unción acompañada de la oración litúrgica del sacerdote celebrante que pide la gracia especial de este sacramento.
Este sacramento se puede recibir varias veces durante toda la vida. Antes del Concilio Vaticano II, a este sacramento se le llamaba "Extrema Unción".
El Padre Jorge Loring nos cuenta las siguientes anécdotas sobre la unción de los enfermos:
La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte.
La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él.
Un sacramento de los enfermos
La Iglesia cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe un sacramento especialmente destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la Unción de los enfermos:
¿Quién debe recibir este sacramento?
La Unción de los enfermos no es un sacramento sólo para aquellos que están a punto de morir. Por eso, se considera tiempo oportuno para recibirlo cuando el fiel empieza a estar en peligro de muerte, por enfermedad o vejez, antes de una operación importante, personas de edad avanzada cuyas fuerzas se debilitando.
La gracia especial del sacramento de la Unción de los enfermos tiene como efectos:
— la unión del enfermo a la Pasión de Cristo, para su bien y el de toda la Iglesia;
— el consuelo, la paz y el ánimo para soportar cristianamente los sufrimientos de la enfermedad o de la vejez;
— el perdón de los pecados si el enfermo no ha podido obtenerlo por el sacramento de la penitencia;
— el restablecimiento de la salud corporal, si conviene a la salud espiritual;
— la preparación para el paso a la vida eterna.
El rito consiste en la unción en la frente y las manos del enfermo, unción acompañada de la oración litúrgica del sacerdote celebrante que pide la gracia especial de este sacramento.
Este sacramento se puede recibir varias veces durante toda la vida. Antes del Concilio Vaticano II, a este sacramento se le llamaba "Extrema Unción".
El Padre Jorge Loring nos cuenta las siguientes anécdotas sobre la unción de los enfermos:
"Cuando
uno está en peligro de muerte, hay que avisar al sacerdote para que le dé los auxilios
espirituales propios de estos momentos, es decir, para que le confiese, le dé el Santo
Viático y la Unción de los Enfermos . No se debe esperar a que el enfermo esté
demasiado grave con peligro de que, cuando llegue el sacerdote, ya no tenga lucidez y
calma para hacer una buena confesión. Nadie se muere por llamar a tiempo al sacerdote. En
cambio, son muchos los que mueren en pecado por haber llamado al sacerdote demasiado
tarde.
Cargan con enorme responsabilidad los que, viendo a sus parientes, amigos, vecinos, etc., en peligro de muerte, no avisan a tiempo al sacerdote para que les asista.
Cargan con enorme responsabilidad los que, viendo a sus parientes, amigos, vecinos, etc., en peligro de muerte, no avisan a tiempo al sacerdote para que les asista.
Puede ser que
muchos se condenen por un amor mal entendido de sus familiares. Temen que el enfermo se
asuste al recibir los auxilios espirituales, y no temen que se presente ante el juicio de
Dios con el alma en pecado. Como si en el incendio de una casa no se quiere avisar a los
vecinos que están durmiendo por temor de asustarles. ¡Vaya una caridad tan rara!
Además, en caso de que el enfermo se asuste, este susto será pasajero, y una larga experiencia enseña que los enfermos cuando se confiesan y comulgan se quedan muy tranquilos. ¡Es natural! Un católico en peligro de muerte, siempre se alegra de recibir los auxilios de un sacerdote.
Algunas personas comprometen a su familia para que les avisen con tiempo cuando llegue el momento de recibir los Últimos Sacramentos. En cambio, ¡qué tremendo remordimiento deben tener los que se sientan culpables de haber dejado morir a un enfermo sin los auxilios espirituales! Por el contrario, ¡qué consuelo tan grande deben sentir aquellos a quienes se deba que el enfermo hiciera una buena confesión antes de morir! Y, ¡qué agradecimiento tan grande les guardará ese alma por toda la eternidad!
Además, en caso de que el enfermo se asuste, este susto será pasajero, y una larga experiencia enseña que los enfermos cuando se confiesan y comulgan se quedan muy tranquilos. ¡Es natural! Un católico en peligro de muerte, siempre se alegra de recibir los auxilios de un sacerdote.
Algunas personas comprometen a su familia para que les avisen con tiempo cuando llegue el momento de recibir los Últimos Sacramentos. En cambio, ¡qué tremendo remordimiento deben tener los que se sientan culpables de haber dejado morir a un enfermo sin los auxilios espirituales! Por el contrario, ¡qué consuelo tan grande deben sentir aquellos a quienes se deba que el enfermo hiciera una buena confesión antes de morir! Y, ¡qué agradecimiento tan grande les guardará ese alma por toda la eternidad!
Pero el que se
haya condenado porque las personas que le rodeaban no quisieron llamar a tiempo al
sacerdote, ¿qué sentimiento guardará para con ellos?
Recuerdo una vez que fui a visitar a un enfermo que yo sabía que estaba grave. En cuanto me quedé a solas con él me dijo:
- «¡Qué alegría he sentido, Padre, al verle entrar por esa puerta! Estaba deseando llamarle, pero no me atrevía para no asustar a la familia».
Al salir me dice la familia:
- «¡Cómo le agradecemos, Padre, que haya Vd. venido. Lo estábamos deseando, pero no nos atrevíamos a decírselo al enfermo, para que no se asustara!»
¿Qué te parece? Unos y otros deseando llamar al sacerdote; y, por un miedo absurdo de ambas partes, un enfermo iba a morir sin confesión. ¡Qué barbaridad! En cambio, después de la confesión, ¡qué tranquilidad para todos!"
Recuerdo una vez que fui a visitar a un enfermo que yo sabía que estaba grave. En cuanto me quedé a solas con él me dijo:
- «¡Qué alegría he sentido, Padre, al verle entrar por esa puerta! Estaba deseando llamarle, pero no me atrevía para no asustar a la familia».
Al salir me dice la familia:
- «¡Cómo le agradecemos, Padre, que haya Vd. venido. Lo estábamos deseando, pero no nos atrevíamos a decírselo al enfermo, para que no se asustara!»
¿Qué te parece? Unos y otros deseando llamar al sacerdote; y, por un miedo absurdo de ambas partes, un enfermo iba a morir sin confesión. ¡Qué barbaridad! En cambio, después de la confesión, ¡qué tranquilidad para todos!"
http://webcatolicodejavier.org/
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