Los lazos que necesitan hacerse fuertes.
Vamos creando amistades hermosas pero que viven en nuestro pensamiento y en nuestro recuerdo. Necesitamos pasar el tiempo con los amigos, domesticarlos y dejarnos domesticar por ellos. Y así ser felices desde antes del encuentro, felices de compartir el tiempo y las experiencias de nuestras vidas juntos.
«Yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo»
Cuando una verdadera amistad existe podemos ser libres frente a ella y frente al resto. Un verdadero amigo guardará tus secretos, te dirá tus verdades y te empujará a ser mejor siempre. Un verdadero amigo no es un simple cómplice, es mucho más que eso. Solo hay amistad cuando hay virtud.
Una misión conjunta
Una amistad en la que cada cual quiere seguir su propio camino y sus propios intereses, se vuelve vacía, esas amistades en las que compartimos preguntas que nos inquietan y recibimos por respuesta el silencio o un “para qué te complicas?”. Con los verdaderos amigos no vamos a ciegas la meta, aunque implícita, es conocida y deseada por ambos.
A veces nos desviamos en el camino, tomamos decisiones que van en contra nuestra, y los verdaderos amigos salen, no solo al encuentro sino muchas veces al mismo ¡choque!, a suplicarnos que reaccionemos. La amistad se pone a prueba, pone a prueba nuestra testarudez frente al conocimiento de los amigos que nos aman.
Cuando los amigos se van
Los amigos son insustituibles, y este vacío no se llena ni siquiera con la llegada de nuevos y más amigos.
Una verdadera amistad es un tesoro que te acompaña en la vida y te muestra reflejos de quién eres; te recuerda el camino y lo recorre contigo.
Todo esto me hace pensar finalmente, ¿será que existe la santidad? o, ¿son los buenos amigos los que nos conducen a ella?
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