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martes, 14 de agosto de 2012
Los santos Padres y el Rosario.
Sixto IV (1478).
Decía que “el Rosario es un medio eficaz para honrar a Dios y a la Virgen, y para ahuyentar los graves males del mundo”.
León X (1514).
Afirmaba que “había sido instituido contra los heresiarcas y herejías”.
San Pio V.
Entre los numerosos méritos del san Pío V, Papa entre 1566 y 1572, se ha subrayado su amor por la Virgen María que le llevó a la institución de la fiesta del Rosario. Gracias al rezo fervoroso del Rosario, se pueden obtener gracias extraordinarias, por intercesión de la celestial Madre del Señor. La fiesta de la Virgen del Rosario fue instituida por este Papa tras la victoria de Lepanto, el 7 de octubre de 1571 y desde entonces es celebrada por la Iglesia.
Sixto V (1585).
Reafirma que “según la tradición, fue Santo Domingo quien lo instituyó por inspiración del Espíritu Santo”.
Pío IX (1857).
El Papa de la Inmaculada, aconseja a todos los cristianos: “Rezad esta oración tan sencilla… Anunciad que el Papa no se contenta con bendecir el Rosario, sino que lo reza cada día y quiere que sus hijos hagan otro tanto. Tal es mi última palabra, que os dejo como recuerdo”.
León XIII
SUPREMI APOSTOLATUS» SOBRE EL MES DE OCTUBRE DEDICADO AL ROSARIO Carta Encíclica del Papa Leon XIII promulgada el 1 de septiembre de 1883 (PALABRAS DE JUAN PABLO II) Tras el primer centenario de la Encíclica del Papa León XIII “Supremi apostolatus”, con la que este gran Pontífice decretó la dedicación especial del mes de octubre al culto de la Virgen del Rosario. Subrayaba él con fuerza en este documento, la eficacia extraordinaria de esta oración rezada con alma pura y devoción, para obtener del Padre celestial, en Cristo y por intercesión de la Madre de Dios, protección contra los males más graves que puedan amenazar a la cristiandad y a la misma humanidad, y conseguir así los supremos bienes de la justicia y la paz entre los individuos y entre los pueblos. Con este gesto histórico, León XIII no hacía otra cosa sino sumarse a los numerosos Pontífices que le habían precedido -entre ellos San Pío V- y dejaba una consigna a quienes le iban a seguir en el fomento de la práctica del Rosario. Por ello, también yo quiero deciros a todos: haced que el Rosario sea «dulce cadena que os una a Dios» por medio de María.
San Pío X (1903).
Decía que “el Rosario es la oración por excelencia de todo el pueblo cristiano”.
Benedicto XV
(1912). Estaba profundamente convencido “de que es una de las más sublimes flores de la piedad cristiana, uno de los más fecundos manantiales de gracias divinas”.
Pío XI (1922).
Escribía a los obispos de todo el mundo: “Procurad vosotros y cuantos os ayudan… que los fieles de todas las clases vean con entera claridad las excelencias y utilidades del Rosario”. Era como su testamento, en el año 1937. Lo recomienda su origen, más celestial que humano, y su misma naturaleza”. “INGRAVESCENTIBUS MALIS” SOBRE EL SANTO ROSARIO Y SUS BONDADES Carta Encíclica del Papa Pío XI promulgada el 29 de septiembre de 1937 Las plegarias a María. El Santo Rosario Entre las varias plegarias con las cuales últimamente Nos dirigimos a la Virgen Madre de Dios, el Santo Rosario ocupa sin duda un puesto especial y distinguido. Esta plegaria, que algunos llaman el salterio de la Virgen o Breviario del Evangelio y de la vida cristiana, ha sido descrita y recomendada por Nuestro Predecesor de feliz memoria, León XIII, con estos vigorosos rasgos: grandemente admirable es esta corona tejida con la salutación angélica, en la que se intercala la oración dominical, y se une la obligación de la meditación interior: es una manera excelente de orar… y utilísima para la consecución de la vida inmortal. Y esto se deduce también de las mismas flores con que está formada esta mística corona. Efectivamente, ¡qué oraciones pueden hallarse más apropiadas y más santas? La primera es la que el mismo Nuestro Divino Redentor pronunció cuando los discípulos le pidieron enséñanos a orar; santísima súplica que así como nos ofrece el modo de dar gloria a Dios, en cuanto nos es dado, así también considera todas las necesidades de nuestro cuerpo y de nuestra alma. ¿Cómo puede el Padre Eterno, rogado con las palabras de su mismo Hijo, no acudir en nuestra ayuda? La otra oración es la salutación angélica, que se inicia con el elogio del Arcángel Gabriel y de Santa Isabel, y termina con la piadosísima imploración con que pedimos el auxilio de la Beatísima Virgen ahora y en la hora de nuestra muerte. A estas invocaciones hechas de viva voz se agrega la contemplación de los sagrados misterios, que ponen ante nuestros ojos, los gozos, los dolores y los triunfos de Jesucristo y de su Madre, con los que recibimos alivio y confortación en nuestros dolores, y para que, siguiendo esos santísimos ejemplos, por grados de virtud más altos, ascendamos a la felicidad de la patria celestial. Esta práctica de piedad, Venerables Hermanos, difundida admirablemente por Santo Domingo no sin superior insinuación e inspiración de la Virgen madre de Dios, es sin duda fácil a todos, aun a los indoctos y a las personas sencillas. ¡Y cuánto se apartan del camino de la verdad los que reputan esa devoción como fastidiosa fórmula repetida con monótona cantilena, y la rechazan como buena para niños y mujeres! A este propósito es de observar que tanto la piedad como el amor, aun repitiendo muchas veces las mismas palabras, no por eso repiten siempre la misma cosa, sino que siempre expresan algo nuevo, que brota del íntimo sentimiento de caridad. Además, este modo de orar tiene el perfume de la sencillez evangélica y requiere la humildad del espíritu, sin el cual, como enseña el Divino Redentor, nos es imposible la adquisición del reino celestial: en verdad os digo que si no os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Si nuestro siglo en su soberbia se mofa del Santo Rosario y lo rechaza, en cambio, una innumerable muchedumbre de hombres santos de toda edad y de toda condición, lo han estimado siempre, lo han rezado con gran devoción, y en todo momento lo han usado como arma poderosísima para ahuyentar a los demonios, para conservar íntegra la vida, para adquirir más fácilmente la virtud, en una palabra, para la consecución de la verdadera paz entre los hombres. Ni faltaron hombres insignes por su doctrina y sabiduría que, aunque intensamente ocupados en el estudio y en las investigaciones científicas, no han dejado sin embargo un día sin rezar de rodillas y fervorosamente delante de la imagen de la Virgen esta piadosísima forma.
Pío XII
«INGRUENTIUM MALORUM» SOBRE EL ROSARIO EN LA FAMILIA Carta Encíclica del Papa Pío XII promulgada el 15 de septiembre de 1951 (…) Por ello, con alegre expectación y reanimada esperanza vemos acercarse ya el próximo mes de octubre, durante el cual los fieles acostumbran acudir con mayor frecuencia a las iglesias, para en ellas elevar sus súplicas a María mediante las oraciones del santo Rosario. Oraciones que este año, Venerables Hermanos, deseamos se hagan con mayor fervor de ánimo, como lo requieren las necesidades cada día más graves; pues bien conocida Nos es la poderosa eficacia de tal devoción para obtener la ayuda maternal de la Virgen, porque, si bien puede conseguirse con diversas maneras de orar, sin embargo, estimamos que el santo Rosario es el medio más conveniente y eficaz, según lo recomienda su origen, más celestial que humano, y su misma naturaleza. ¿Qué plegaria, en efecto, más idónea y más bella que la oración dominical y la salutación angélica, que son como las flores con que se compone esta mística corona? A la oración vocal va también unida la meditación de los sagrados misterios, y así se logra otra grandísima ventaja, a saber, que todos, aun los más sencillos y los menos instruidos, encuentran en ella una manera fácil y rápida para alimentar y defender su propia fe. Y en verdad que con la frecuente meditación de los misterios el espíritu, poco a poco y sin dificultad, absorbe y se asimila la virtud en ellos encerrada, se anima de modo admirable a esperar los bienes inmortales y se siente inclinado, fuerte y suavemente, a seguir las huellas de Cristo mismo y de su Madre. Aun la misma oración tantas veces repetida con idénticas fórmulas, lejos de resultar estéril y enojosa, posee (como lo demuestra la experiencia) una admirable virtud para infundir confianza al que reza y para hacer como una especie de dulce violencia al maternal corazón de María. Trabajad, pues, con especial solicitud, Venerables Hermanos, para que los fieles, con ocasión del mes de octubre, practiquen con la mayor diligencia método tan saludable de oración y para que cada día más lo estimen y se familiaricen con él. Gracias a vosotros, el pueblo cristiano podrá comprender la excelencia, el valor y la saludable eficacia del santo Rosario.
Juan XXIII
“GRATA RECORDATIO” SOBRE EL REZO DEL SANTO ROSARIO Carta Encíclica del Para Juan XXIII promulgada el 26 de Septiembre de 1959 Desde los años de Nuestra juventud, a menudo vuelve a Nuestro ánimo el grato recuerdo de aquellas Cartas encíclicas [1] que Nuestro Predecesor, de i. m., León XIII, siempre cerca del mes de octubre, dirigió muchas veces al mundo católico para exhortar a los fieles, especialmente durante aquel mes, a la piadosa práctica del santo rosario: Encíclicas, varias por su contenido, ricas en sabiduría, encendidas siempre con nueva inspiración y oportunísima para la vida cristiana. Eran una fuerte y persuasiva invitación a dirigir confiadas súplicas a Dios a través de la poderosísima intercesión de la Virgen Madre de Dios, mediante el rezo del santo Rosario. Este, como todos saben, es una muy excelente forma de oración meditada, compuesta a guisa de mística corona, en la cual las oraciones del “Pater noster”, del “Ave María” y del “Gloria Patri” se entrelazan con la meditación de los principales misterios de nuestra fe, presentando a la mente la meditación tanto la doctrina de la Encarnación como de la Redención de Jesucristo, nuestro Señor.
Pablo VI
“MARIALIS CULTUS” SOBRE EL CULTO A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA Oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora, el Rosario es, pues, oración de orientación profundamente cristológica. En efecto, su elemento más característico —la repetición litánica en alabanza constante a Cristo, término último de la anunciación del Ángel y del saludo de la Madre del Bautista: “Bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1,42). Diremos más: la repetición del Ave María constituye el tejido sobre el cual se desarrolla la contemplación de los misterios; el Jesús que toda Ave María recuerda, es el mismo que la sucesión de los misterios nos propone una y otra vez como Hijo de Dios y de la Virgen, nacido en una gruta de Belén; presentado por la Madre en el Templo; joven lleno de celo por las cosas de su Padre; Redentor agonizante en el huerto; flagelado y coronado de espinas; cargado con la cruz y agonizante en el calvario; resucitado de la muerte y ascendido a la gloria del Padre para derramar el don del Espíritu Santo. Es sabido que, precisamente para favorecer la contemplación y “que la mente corresponda a la voz”, se solía en otros tiempos —y la costumbre se ha conservado en varias regiones— añadir al nombre de Jesús, en cada Ave María, una cláusula que recordase el misterio anunciado. Se ha sentido también con mayor urgencia la necesidad de recalcar, al mismo tiempo que el valor del elemento laudatorio y deprecatorio, la importancia de otro elemento esencial al Rosario: la contemplación. Sin ésta el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: “cuando oréis no seáis charlatanes como los paganos que creen ser escuchados en virtud se su locuacidad” (Mt 6,7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso que favorezcan en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del Corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza.
Juan Pablo II
Carta apostólica “ROSARIUM VIRGINIS MARIAE” SOBRE LA RIQUEZA DEL ROSARIO Y LOS MISTERIOS LUMINOSOS Carta Apostólica del Papa Juan Pablo II, promulgada el 16 de octubre de 2002 La carta es una instrucción sobre la riqueza espiritual del Santo Rosario, el modo de recitarlo y la incorporación de los Misterios de la Luz que consideran la vida pública de nuestro Señor Jesucristo. El Rosario es una presentación orante y contemplativa, que trata de modelar al cristiano según el corazón de Cristo. Podríamos llamarlo el “camino de María”. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la “escuela” de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la madre del Redentor. Hoy estamos ante nuevos desafíos (…) El Rosario nos permite esperar vencer una “batalla” tan difícil como la de la paz (…) El Rosario es también, desde siempre, una oración de la familia y por la familia. TOMAD CON CONFIANZA ENTRE LAS MANOS EL ROSARIO.
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