Los que trabajamos en algún sector por vocación nunca acabamos de desconectar de nuestros proyectos. Muchos médicos aprovechan sus vacaciones para ofrecer sus servicios de forma gratuita a comunidades menos favorecidas, y en mi caso pasamos del Camino de las Ardillas –en proyecto- al Camino de Asís–una realidad tangible, y de notable éxito, entre las regiones de la Toscana y Umbria (Italia)-.
Pese a algunas diferencias fundamentales –el primero es laico, con fines netamente ambientales, mientras que el segundo persigue reforzar la fe y los valores franciscanos-, estos dos caminos guardan algunas importantes similitudes, que el lector sin duda sabrá identificar en las líneas que siguen.
Tal vez debamos empezar por dar a conocer al personaje que inspira este camino: San Francisco de Asís.
Nacido a finales del s. XII en el seno de una familia de comerciantes acaudalados, se entrega durante su primera juventud al derroche, las tropelías nocturnas y el uso de vestimentas ostentosas que incluso superan su ya elevado poder adquisitivo. Un estilo de vida que contrastaría con su posterior defensa de la austeridad extrema.
El cambio se produjo, al parecer, tras conocer de cerca los horrores de la guerra. A los 20 años permaneció prisionero –durante al menos un año- tras la batalla del Ponte San Giovanni. Poco tiempo después, marchando a otra batalla, desertó “por orden divina” y volvió a su ciudad pensativo.
A partir de aquí, se precipitan los acontecimientos: un encuentro con Jesucristo bajo la forma de leproso, un crucifijo que le pide reconstruir la iglesia de San Damián, conflicto con su familia, y final ruptura simbolizada en “abrazar a Dios como su único padre”
–renunciando a todo derecho de herencia, y despojándose de sus vestimentas y toda riqueza de su vida anterior para cubrirse con un simple manto-.
–renunciando a todo derecho de herencia, y despojándose de sus vestimentas y toda riqueza de su vida anterior para cubrirse con un simple manto-.
Tras una corta fase en la que volcó su empeño en la reconstrucción de iglesias y ermitas en avanzado estado de deterioro, finalmente decidió dedicarse a fondo en ayudar a los más desfavorecidos –especialmente, a los leprosos- y a la peregrinación. Se pretende así seguir un estilo de vida similar al que, según los Evangelios, llevaban Jesús y los Apóstoles.
Como se ha visto, el ideario franciscano se nutre de un marcado pacifismo y gran sensibilidad social –que contrasta con la opulencia en que vivía la Iglesia en aquella época-. Mediante la vida peregrina, supusieron además uno de los principales vehículos de difusión de los valores humanistas en toda Europa –como puede apreciarse en la magnífica obra de Umberto Eco El Nombre de la Rosa-.
Pero para nosotros el gran interés por San Francisco de Asís radica en un cuarto punto, de gran trascendencia de cara a los modernos movimientos ecologistas: el amor hacia todo lo creado, como forma de adorar a Dios. Esta idea se refleja especialmente en el Cántico de las Criaturas, considerada una de las primeras obras escritas en lengua italiana.
Citaremos un extracto:
“Alabado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas.Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.[...]Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra,
la cual nos sostiene y gobierna
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”
El Camino
El Cammino di Assisi surge de forma casi espontánea, al concatenar algunos fieles –y no tan fieles- diversas vías de peregrinación locales existentes desde hace siglos, relacionadas con numerosos emplazamientos célebres en la vida de San Francisco.
Dada la existencia de numerosas variantes y otras vías de peregrinaje de nombre parecido con las que uno se topa –como la Via Francígena de San Francisco-, se ha señalizado la ruta exacta que debemos seguir con la cruz de tau (τ), utilizada por los franciscanos como una deformación de lacruz latina a la que se le ha retirado el segmento superior.
Al contar con sólo 7 días para hacer el Camino, decido comenzar en el Santurario de La Verna, a unos 200 km de la ciudad de Asís. Este santuario pertenece a la etapa final de la vida de San Francisco, aunque adquiere gran importancia por ser uno de los lugares en los que obra más milagros –destacando la aparición de estigmas en su cuerpo, siendo el primer caso documentado en la tradición católica-.
El lugar destila una magia especial, por las numerosas cuevas y grietas que presenta, y en las que San Francisco se retiraba largas horas a meditar –a pesar del frío y la humedad, que al parecer le causó alguna enfermedad y delirios-.
Partiendo con buenas impresiones, uno atraviesa gran cantidad de “bosques sagrados” de hayas y arces, en los que pasan a dominar progresivamente los robles y algunas otras especies más amantes del calor. Esta progresión de la vegetación avanza con rapidez, y al llegar a Asís uno ya empieza a encontrar numerosas encinas en las solanas del Monte Subasio.
Además del abundante patrimonio cultural que se encuentra a lo largo del camino, la riqueza y diversidad de especies vegetales lo hacen digno de un estudio y descripción en profundidad, que por la longitud de las etapas no he podido realizar.
La primera etapa concluye teóricamente en la Ermita de Cerbaiolo, que ya no acoge a peregrinos por la masificación –que, lamentablemente, está dominada por personas sin interés en la figura de San Francisco-. Por este motivo, conviene pararse en el Pieve di Santo Stefano, o mejor: en el puerto de Viamaggio –alojándose en el albergue “Imperatore”-, dado que la etapa del día siguiente es más bien larga.
La segunda etapa pasa por numerosos lugares de gran belleza, como es el caso de la reserva natural del Alpe della Luna, el pueblo alpino de Montagna –un verdadero vergel-, o el Convento de Montecasale –que tampoco acoge ya a peregrinos-. El fin de etapa es en la ciudad de Sansepolcro, también rica en patrimonio y digna de retener al visitante al menos un día más. Pero yo no disponía de tanto tiempo: la noche anterior llegamos al convento capuchino que nos acogió pasadas las 22 h.
Aunque entre Sansepolcro y Città di Castello apenas haya unos pocos kilómetros por carretera, la tercera etapa se alarga considerablemente al transcurrir por las colinas que rodean el valle delTíber. Esto permite visitar la ciudad de Citerna, de origen medieval y encrucijada de diversas vías de peregrinaje –otra visita 100% recomendable-, o la Ermita del Buon Riposo, también fundada por San Francisco y en la que crece un olivo que presuntamente nació de un bastón que el santo clavó allí mismo.
También Città di Castello merece bastante tiempo de estancia, pero debemos continuar hasta el bello pueblecito de Pietralunga. El itinerario es largo, y bastante duro por la cantidad de asfalto que uno debe pisar. El paisaje es espléndido, pero sin elementos singulares, salvo por la iglesia paleocristiana del Pieve de’ Saddi, del s. IX aunque intensamente transformada a posteriori.
Para la quinta etapa madrugamos: el destino es Gubbio, que merece un tiempo de visita adicional. Por la extravagancia que suponía para los vecinos de Asís el que un rico y ostentoso comerciante hiciera voto de pobreza, San Francisco fue expulsado de su ciudad natal y buscó refugio en la vecina y rival ciudad de Gubbio.
El centro histórico de la ciudad es uno de los principales atractivos turísticos de la región, y como llegamos en día festivo –el 1 de mayo-, estaba rebosante de gente. Tampoco ayudó precisamente la nula existencia de medidas de pacificación del tráfico –uno de los grandes talones de Aquiles de Italia-, a pesar de la evidente belleza del conjunto histórico.
Aquí ocurrió un pasaje muy singular de la vida del santo, y que se enseña en todas las escuelas italianas como ejemplo de resolución pacífica de conflictos. Resulta que, en tiempos, un feroz lobo aterraba a los vecinos de la zona. Al hacerse eco de las noticias, San Francisco decidió negociar con el “hermano lobo”: él sabía que en el fondo no era malvado, sino que simplemente tenía hambre. Finalmente, llegó a un acuerdo por el cual los vecinos alimentarían al lobo, a cambio de que cesaran los ataques sobre el ganado.
Sexta etapa, de Gubbio a Valfabbrica, y séptima ya hasta Asís. Otras dos etapas con grandes paisajes, pero pocos elementos singulares. No obstante, la aproximación hasta el destino final anima fuertemente al peregrino, que obtiene la recompensa al llegar a la Basílica de San Francisco –donde se encuentra la tumba del santo, y magníficos frescos recién restaurados que cuentan su vida y obra-. Como punto negativo: la masificación.
Tras obtener los correspondientes certificados de peregrinaje, decidimos ir al Santuario de Carcieri, cuyo espléndido bosque inspiró largamente a los franciscanos, y que pone una excelente guinda final a tan largo caminar. Merece, sin lugar a dudas, el haber sido incluido como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Al final, uno queda con la sensación de que el esfuerzo, los dolores y la fatiga del camino -que también se aproxima a la divisoria de aguas entre Mediterráneo y Adriático- han sido muy escasos en relación con la enorme recompensa que suponen estos paisajes, y el ejemplo de entrega que uno –aun siendo ateo- encuentra en la figura de San Francisco.
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