jueves, 15 de noviembre de 2012

21 de Noviembre, presentacion al templo de la Sma. Virgen Maria.




Dice esta tradición que Joaquín y Ana, piadosos israelitas, después de varios años de matrimonio, habían llegado a una avanzada edad sin lograr descendencia. Sobre ellos pesaba el terrible oprobio de la esterilidad, que para los israelitas era doblemente doloroso, porque significaba la exclusión de la familia de las promesas del Señor, tanto más cuanto, como en el caso de Joaquín y Ana, se trataba de personas que pertenecían a la casa de David, de la que, en su día había de nacer el Mesías.
En su angustia, Ana hizo una oración fervorosa, prometiendo al Señor ofrecerle el fruto de sus entrañas si se dignaba concederle descendencia. El nacimiento de la Santísima Virgen fue el resultado de esta oración y esta promesa. Joaquín y Ana, fieles a su voto, presentaron a la Niña en el templo a la edad de tres años, y allí permaneció en compañía de otras doncellas y piadosas mujeres, hasta sus desposorios con San José, dedicada a la oración y al servicio del templo.
Varias referencias bíblicas parecen aludir a la existencia de una comunidad femenina dentro del recinto sagrado. El Antiguo Testamento habla de “las mujeres que velaban en la entrada del tabernáculo de la reunión”, aunque no se sabe cuál era su misión ni si vivían ciertamente dentro de la casa de Dios. Por otra parte, San Lucas dice en su evangelio que la profetisa Ana “no se apartaba del templo, sirviendo con ayunos y oraciones de noche y día”.
“Que había habitaciones en el templo para los sacerdotes, las personas consagradas y los servidores del mismo, dice el padre Muñana, lo sabemos por la historia del niño Samuel y del sacerdote Helí.” Además, allí estuvo escondido Joás durante seis años cuando Atalía quería acabar con los descendientes de Ococías. La Biblia relata así el suceso: “Josaba, hija del rey, cogió a Joás, hijo de Ococías, y le arrebató de en medio de los hijos del rey cuando los mataba, escondiéndole a él y a su nodriza en el dormitorio. Así Josaba, hija del rey Joram, mujer del sacerdote Joyada y hermana de Ococías, le escondió de Atalía, que no pudo matarle. Seis años estuvo escondido con ellos en la casa de Dios.”
Sin embargo, no tenemos ninguna referencia bíblica de que hubiera nunca niñas en el templo de Jerusalén. Francisco William escribe en su Vida de María, la Madre de Jesús: “La leyenda popular dice que María se educó en el templo. Si así fue, influiría para ello su parentesco con Zacarías, el cual podía hacer valer sus derechos. El voto de los padres de la Virgen y la ofrenda de Nuestra Señora en el templo encaja perfectamente dentro del ambiente religioso y psicológico del pueblo de Israel. La esterilidad era un oprobio para los hebreos, y frecuentemente los israelitas ofrecían votos al Señor pidiéndole hijos a cambio de ofrecérselos a Él. La ley autorizaba a rescatar a las personas así consagradas, y la forma de hacerlo se establece minuciosamente en los libros sagrados; pero sabemos que a veces no se ejercía ese derecho, como en el caso del pequeño Samuel, que quedó en el templo desde su infancia”.
María, se consagró a Dios, escribe F. William porque su vida en Dios despertaba en su alma un anhelo que se apoderaba de ella por completo: el de pertenecer a Dios de tal manera, que no quedase libre ni un átomo de su ser. Este anhelo, que ya se prendió en su alma cuando empezó a ser consciente, se fue desarrollando con más rapidez que ella misma. Como el murmurar de una fuente es siempre el mismo, y el mismo el silbido del viento, como el fuego lanza su llama sin cesar a las alturas, así los sentimientos y aspiraciones de María eran siempre los mismos y estaban dirigidos a Dios únicamente.”

ORIGEN DE LA FIESTA   

Entre las numerosas fiestas establecidas por la Iglesia cristiana en honor a la Virgen María, la de su Presentación en el templo es una de las pocas con que la ensalza la Iglesia universal. Celebrada el 21 de noviembre, esta fiesta (de jerarquía menor, aunque con rito doble mayor) constituye una de las cuatro festividades marianas que la cristiandad occidental tomó de la oriental, junto a las de la Anunciación, la Natividad y la Asunción.
Pese a la rápida y ferviente acogida popular de esas leyendas apócrifas sobre la Presentación de la Virgen, la correspondiente celebración litúrgica tardaría bastante en introducirse. La tradición más antigua que se recuerda sobre la fiesta de la Presentación de María data del 21 de noviembre de 543, fecha en que se consagró la basílica de Santa María la Nueva en Jerusalén, construida por el emperador Justiniano I (r. 527-565) en el centro de la ciudad. El festejo por la dedicación de dicha basílica se convirtió de inmediato en Jerusalén en remembranza local de la presentación de María en el templo, bajo la forma de una nueva festividad religiosa. Conmemorada, al parecer, como devoción particular en algunos enclaves del Imperio Bizantino desde el siglo VI, esa fiesta mariana no tardaría en instituirse entre los siglos VII y VIII en la propia Iglesia de Constantinopla, cuyos calendarios litúrgicos a partir de esas centurias la incluyeron siempre en la referida fecha. Finalmente, en 1143 el emperador Manuel I Comneno el Grande (r. 1143-1180) la convirtió en celebración oficial en todo el territorio del Imperio Bizantino.
Desde Oriente la festividad fue introducida en Occidente en fecha muy tardía (siglos X-XII) y de modo paulatino, lo cual revela cierto desinterés ante ella por parte de los europeos. De hecho, al inicio apareció en esporádicas incidencias en dos evangeliarios en griego, manuscritos en Cesena en los siglos X y XII, respectivamente, en un calendario inglés de Winchester del siglo XII, y en un par de calendarios litúrgicos húngaros, uno de ellos de 1200. Por lo demás, ya en el siglo XII esta festividad se celebraba en el sur de Italia y en algunas partes de Inglaterra.
La Presentación de María en el templo comenzó a generalizarse en Europa como celebración litúrgica en 1372, cuando el papa Gregorio XI (r. 1370-1378) la introdujo en el calendario de la Curia Pontificia(instalada entonces en Aviñón), luego de que el rey Carlos V de Francia le instase a aceptarla como festividad religiosa, como lo había hecho él mismo al autorizar -inducido por su embajador en Chipre y con el consentimiento del propio papa- que se celebrase en la iglesia de los Frailes Menores en Aviñón.
Tras esa iniciativa de Gregorio XI, la fiesta no tardó en ser adoptada por toda la cristiandad occidental, luego de que la aceptasen los carmelitas en 1391 y los cartujos en 1474. Los papas Pio II (r. 1458-1464) y Sixto IV (r. 1471-1484) fomentaron su difusión; sin embargo, si bien Pío IV (r. 1559-1565) la introdujo en el Breviario romano, la Presentación de María fue suprimida luego, junto con otras muchas fiestas, por el Papa San Pío V (r. 1566-1572), al reformar el breviario y el calendario litúrgico, por ser de origen apócrifo. Escasos lustros más tarde (en 1585) el papa Sixto V (r. 1585-1590) restableció en dicho calendario para toda la Iglesia universal la Presentación de María como fiesta menor con rito doble, aprovechando para ello el mismo formulario de la liturgia de la Natividad de María. Y, pese a otros varios intentos de suprimirla por sus orígenes apócrifos, la festividad litúrgica de la Presentación de María fue, a la postre, conservada, si bien re-simbolizada bajo el concepto de la personal y autónoma “oblación” o “consagración” de María a Dios, más bien que bajo el originario concepto de su presentación heterónoma (hecha por sus padres) en el templo, cuando ella apenas tenía tres años de edad.
En todo caso, los pormenores con que, desde tiempo inmemorial, se quiso revestir el acto del ofrecimiento de María al templo se incorporaron desde temprana data a la tradición cristiana a través de los tres relatos apócrifos, siguiendo el ejemplo del primigenioProtoevangelio de Santiago (c. siglo II). Por si fuera poco, a partir del siglo V los Santos Padres -en especial, los de la Iglesia oriental- se refieren a este presunto episodio mariano como algo no sólo verosímil, sino del todo verídico, episodio que después glosarían e interpretarían en sentido doctrinario o dogmático no pocos teólogos, santos y oradores eclesiásticos. Según precisa Gaetano Passarelli, a la consolidación de esa fiesta mariana contribuyeron ciertos homiletas, como San Andrés de Creta (c. 660-740), San Germán (715-733) y Tarasio (784-806), ambos patriarcas de Constantinopla, como también algunos melodas, como Sergio de Jerusalén (ss. VIII-IX) y Jorge de Nicomedia (s. IX), autor del Canon de Maitines de dicha celebración litúrgica.

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