Fundación de la Orden Franciscana Seglar por san Francisco de Asís. |
La perspectiva de la Orden Seglar
Francisco comienza su carta dirigida a las hermanas y los hermanos de la Orden Seglar con esta visión mística, como si quisiera decir: es ésto lo que vosotros, hermanas y hermanos deben propagar en todo el mundo: Dios se ha unido efectiva y profundamente con la carne de nuestra frágil condición humana. Por eso ya no existe ninguna miseria, ninguna impotencia o debilidad que no tenga que ver con Dios. Los pobres son los primeros y directos destinatarios del amor de Dios. Su amor es un amor ilimitado e incondicional; cada eucaristía y cada crucifijo es signo y testimonio de este amor. Esta conciencia debe ser la característica fundamental, tanto de la Orden Seglar, como de las Ordenes Primera y Segunda. A pesar de todas las diferencias que puedan presentarse entre las distintas Ordenes, la Encarnación de Dios tiene que ser el vínculo distintivo, su perspectiva más fascinante. Para comprobar la fuerza de esta afirmación miremos atentamente sus palabras:
"Este Verbo del Padre, tan digno, tan santo y glorioso, anunciándolo el altísimo Padre del cielo fue enviado por medio del santo ángel Gabriel, desde el cielo al seno de la santa y gloriosa Virgen María, y en él recibió la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad. Y, siendo El sobremanera rico (2 Co 8,9) quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza.Y poco antes de la pasión celebró la Pascua con sus discípulos, y, tomando el pan, dio las gracias, pronunció la bendición y lo partió, diciendo: ‘Tomad y comed, esto es mi cuerpo (Mt 26,26). Y, tomando el cáliz, dijo: ‘Esta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por vosotros y por todos para el perdón de los pecados’ (Mt 26, 27).A continuación oró al Padre, diciendo: ‘Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz’. Y sudó como gruesas gotas de sangre que corrían hasta la tierra (Lc 22,44). Puso, sin embargo, su voluntad en la voluntad del Padre, diciendo: ‘Padre, hágase tu voluntad’ (Mt 26,42) no se haga como yo quiero, sino como quieres tú’ (Mt 26,39). Y la voluntad de su Padre fue que su bendito y glorioso Hijo, a quien nos dio para nosotros y que nació por nuestro bien, se ofreciese a sí mismo como sacrificio y hostia, por medio de su propia sangre, en el altar de la cruz; no para sí mismo, por quien todo fue hecho (cf. Jn 1,3), sino por nuestros pecados, dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas (cf. 1 Pe 2,21). Y quiere que todos seamos salvos por El y que lo recibamos con un corazón puro y con nuestro cuerpo casto. Pero son pocos los que quieren recibirlo y ser salvos por El, aunque su yugo es suave, y su carga ligera (cf. Mt 11,30)" (2 CtaF 4-15).
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