Entrada la época moderna hasta nuestros días se han proferido frases como: «Dios no existe», «Dios ha muerto», «La religión es el opio del pueblo» entre tantas y diversas expresiones que algunos, han fundamentado en su subjetivismo y que seguramente en momentos de tu vida te han cuestionado pues en la escuela o grupos sociales has escuchado estas expresiones que en cierta medida merman tu interés por conocer a Dios.
Además, pareciera que hablar de Dios causa un cierto conflicto e incomoda a muchos, pues sólo basta con salir a calle con algún crucifijo o signo de la fe en Jesús para que algunos se alcen en contra diciendo: “Eres un retrograda” o “ya viene el mocho y santurrón”, asimismo si por algún motivo quieres defender tu fe, no te bajan de subversivo pues estás en contra de la laicidad del pueblo. En este último punto debes saber que el Estado laico no es una realidad que la iglesia ignore, al contrario la promueve pues sabe que ambos, Iglesia y Estado, como sociedades perfectas, deben velar por el Bien Común de la sociedad, el problema radica cuando se quiere opacar la acción de Dios a través de la Iglesia y se impone, jactándose de mucha autoridad, un sistema que en lugar de defender la integridad del ser humano la denigran haciéndola objeto de leyes absurdas. No importa que muchos se incomoden cuando hablamos de Dios si radica en nosotros la búsqueda de un bien verdadero.
Es Imprescindible hablar de Dios
« ¡No tengáis miedo! ¡Abrid más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! ¡Cristo conoce lo que hay dentro del hombre! ¡Solo Él lo sabe! (…) Hoy con frecuencia el hombre está incierto sobre el sentido de su vida en la tierra. Permitid, pues –os lo pido, os lo imploro con humildad y confianza-, permitid que Cristo hable al hombre. Sólo Él tiene palabras de vida, sí, de vida eterna.» Estas palabras del Papa Juan Pablo II no dejan de ser actuales, son el compromiso que debemos adquirir como jóvenes pues nos impulsan a decir que en nuestro tiempo es imprescindible hablar de Dios. El hombre necesita reconocer su necesidad espiritual, pues solo allí, en su experiencia individual con Dios, puede saciar su sed de eternidad. “Antes de hablar de Dios, hay que hablar con Dios.”
Para tal fin es necesario que los jóvenes sepamos interpretar nuestro tiempo, que reaccionemos con un amplio criterio ante los problemas vigentes en nuestro mundo y no nos dejemos envolver por la inferencia que es como un cáncer que mata las voluntades y frena las aspiraciones más profundas de nuestro ser. Es necesario además descubrir que está en nuestras manos el compromiso de ir erradicando, con nuestro testimonio, tantos males que subyugan la libertad y oprimen la razón.
Es preciso que existan jóvenes que con su vida muestren a otros que es posible vivir sin vicios, sin violencia, sin depresión y que demuestren que la juventud es la edad de heroísmo, la edad de la generosidad, la edad del compromiso, la edad que capacita para darlo todo y sin reservas, donde las grandes decisiones se toman y donde las proyecciones son amplias cuando se tiene Dios por aliado. San Pablo nos da una clara exhortación cuando dice: «Que nadie te critique por ser joven; más bien debes ser un ejemplo para los creyentes en tu modo de hablar y de portarte, y en amor, fe y pureza de vida.» (1 Tm 4,12). Nuestra misión entonces radica en dar testimonio del Amor de Dios para con el hombre, construyendo, desde nosotros, una sociedad nueva y un mundo mejor.
¡Qué no te avergüence hablar de Dios, antes bien, lleva a Dios en tu vida!
Además, pareciera que hablar de Dios causa un cierto conflicto e incomoda a muchos, pues sólo basta con salir a calle con algún crucifijo o signo de la fe en Jesús para que algunos se alcen en contra diciendo: “Eres un retrograda” o “ya viene el mocho y santurrón”, asimismo si por algún motivo quieres defender tu fe, no te bajan de subversivo pues estás en contra de la laicidad del pueblo. En este último punto debes saber que el Estado laico no es una realidad que la iglesia ignore, al contrario la promueve pues sabe que ambos, Iglesia y Estado, como sociedades perfectas, deben velar por el Bien Común de la sociedad, el problema radica cuando se quiere opacar la acción de Dios a través de la Iglesia y se impone, jactándose de mucha autoridad, un sistema que en lugar de defender la integridad del ser humano la denigran haciéndola objeto de leyes absurdas. No importa que muchos se incomoden cuando hablamos de Dios si radica en nosotros la búsqueda de un bien verdadero.
Es Imprescindible hablar de Dios
« ¡No tengáis miedo! ¡Abrid más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! ¡Cristo conoce lo que hay dentro del hombre! ¡Solo Él lo sabe! (…) Hoy con frecuencia el hombre está incierto sobre el sentido de su vida en la tierra. Permitid, pues –os lo pido, os lo imploro con humildad y confianza-, permitid que Cristo hable al hombre. Sólo Él tiene palabras de vida, sí, de vida eterna.» Estas palabras del Papa Juan Pablo II no dejan de ser actuales, son el compromiso que debemos adquirir como jóvenes pues nos impulsan a decir que en nuestro tiempo es imprescindible hablar de Dios. El hombre necesita reconocer su necesidad espiritual, pues solo allí, en su experiencia individual con Dios, puede saciar su sed de eternidad. “Antes de hablar de Dios, hay que hablar con Dios.”
Para tal fin es necesario que los jóvenes sepamos interpretar nuestro tiempo, que reaccionemos con un amplio criterio ante los problemas vigentes en nuestro mundo y no nos dejemos envolver por la inferencia que es como un cáncer que mata las voluntades y frena las aspiraciones más profundas de nuestro ser. Es necesario además descubrir que está en nuestras manos el compromiso de ir erradicando, con nuestro testimonio, tantos males que subyugan la libertad y oprimen la razón.
Es preciso que existan jóvenes que con su vida muestren a otros que es posible vivir sin vicios, sin violencia, sin depresión y que demuestren que la juventud es la edad de heroísmo, la edad de la generosidad, la edad del compromiso, la edad que capacita para darlo todo y sin reservas, donde las grandes decisiones se toman y donde las proyecciones son amplias cuando se tiene Dios por aliado. San Pablo nos da una clara exhortación cuando dice: «Que nadie te critique por ser joven; más bien debes ser un ejemplo para los creyentes en tu modo de hablar y de portarte, y en amor, fe y pureza de vida.» (1 Tm 4,12). Nuestra misión entonces radica en dar testimonio del Amor de Dios para con el hombre, construyendo, desde nosotros, una sociedad nueva y un mundo mejor.
¡Qué no te avergüence hablar de Dios, antes bien, lleva a Dios en tu vida!
Autor: Hno. Carlos Agustín Cázares Martínez, msp
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