A la luz del Evangelio de este domingo, de Pascua, recordamos las palabras que San Francisco dirigió a un hermano Ministro sobre la misericordia:
«[...] En esto
quiero conocer si tú amas al Señor y a mí, siervo suyo y tuyo, si
hicieras esto, a saber, que no haya hermano alguno en el mundo que haya
pecado todo cuanto haya podido pecar, que, después que haya visto tus
ojos, no se marche jamás sin tu misericordia, si pide misericordia. Y si
él no pidiera misericordia, pregúntale tú si quiere misericordia. Y si
mil veces pecara después delante de tus ojos, ámalo más que a mí por
esto, para que lo atraigas al Señor; y ten siempre misericordia de tales
hermanos».
En esta carta resuena con fuerza el corazón de Francisco, un corazón alcanzado por el Evangelio, alcanzado por la Gracia.
Y también alcanzado por esa intuición creyente por la cual el amor
crece, muchas veces, precisamente cuando se encuentra con aquello que
resulta obstáculo para nosotros. El amor del Evangelio no es un amor fácil, ni un amor de correspondencia.
“Amar a los enemigos” no puede ser sólo fruto de un corazón muy
generoso, capaz de ello. Se trata más bien de un amor que nace de Dios
o, como alguno ha definido, de un “amor prestado”.
La clave nos la da el mismo Francisco: que en nuestros ojos se halle la misericordia. Que entendamos por dentro que hay muchas personas heridas que actúan desde su herida; que hay personas que en un momento dado de su vida decidieron ya no sufrir más, y se les cerró la sensibilidad; que hay personas llenas de complejos que reaccionan con agresividad y dureza; que hay mucha comparación en la que uno se humilla o humilla; etc. Pero que detrás de cada persona, de cada hermano, hay una historia que solo el Señor conoce, un misterio que pertenece solo a Él. Ojalá intuyamos al menos que la mirada más verdadera es la del Señor y no la nuestra. Y que es ahí, precisamente, en la escuela del Evangelio de Cristo, que aprendemos la misericordia que cura y salva.
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Carta a un superior de la orden franciscana
“No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” -Mt 9,12- San Francisco de Asís
Y
en esto quiero saber si tú amas al Señor y a mí, siervo suyo y tuyo, si
haces esto, o sea que no haya ningún hermano en el mundo que, habiendo
pecado todo lo que se puede pecar, y después de haber visto tus ojos, no
se vaya nunca sin tu misericordia, si pidió misericordia. Y si no la
pide, pregúntale tú a él si la quiere. Y si luego pecara mil veces ante
tus ojos, ámalo más que a mí, para que lo atraigas al Señor; y
compadécete siempre de esos tales...
Si alguno de
los frailes peca mortalmente por instigación del enemigo, tendrá que
recurrir, por obediencia, a su guardián. Y todos los frailes que sepan
que ha pecado, no lo avergüencen ni hablan mal de él, mas tengan gran
misericordia con él y tengan muy secreto el pecado de su hermano, porque
no necesitan de médico los sanos, sino los enfermos. (Mt 9,12)...
Igualmente estén obligados, por obediencia, a mandarlo a su custodio con
un compañero. Y el custodio se comporte misericordiosamente con él,
como quería que se comportaran con él, si se viese en un caso semejante.
Y
si cayera en otro pecado venial, se confiese con un hermano suyo
sacerdote. Y si no hubiese un sacerdote, se confiese con otro hermano
suyo, hasta que haya un sacerdote que lo absuelva canónicamente, como se
ha dicho. Y éste no tenga potestad de imponer más penitencia que esta:
"Vete y no peques más".(Jn 8,11)
San Francisco de Asís (1182-1226), fundador de los Hermanos Menores.
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