Dos años antes de su muerte, es
decir, en otoño de 1224, estando ya el bienaventurado Francisco muy
enfermo y padeciendo, sobre todo, de los ojos, habitaba en San Damián,
en una celdilla hecha de esteras. Yacía en este mismo lugar y llevaba
más de cincuenta días sin poder soportar de día la luz del
sol, ni de noche el resplandor del fuego. Permanecía constantemente a
oscuras tanto en la casa como en aquella celdilla. Tenía, además,
grandes dolores en los ojos día y noche, de modo que casi no
podía descansar ni dormir durante la noche; lo que dañaba mucho y
perjudicaba a la enfermedad de sus ojos y sus demás enfermedades. Y lo
que era peor: si alguna vez quería descansar o dormir, había
tantos ratones en la casa y en la celdilla donde yacía -que estaba hecha
de esteras y situada a un lado de la casa-, que con sus correrías encima
de él y a su derredor no le dejaban dormir, y hasta en el tiempo de la
oración le estorbaban sobremanera.
En esto, cierta noche, considerando el
bienaventurado Francisco cuántas tribulaciones padecía,
sintió compasión de sí mismo y se dijo:
-- Señor, ven en mi ayuda en mis
enfermedades para que pueda soportarlas con paciencia.
De pronto le fue dicho en
espíritu:
-- Dime, hermano: si por estas enfermedades
y tribulaciones alguien te diera un tesoro tan grande que, en su
comparación, consideraras como nada el que toda la tierra se convirtiera
en oro; todas las piedras, en piedras preciosas, y toda el agua, en
bálsamo; y estas cosas las tuvieras en tan poco como si en realidad
fueran sólo pura tierra y piedras y agua materiales, ¿no te
alegrarías por tan gran tesoro?
Respondió el bienaventurado
Francisco:
-- En verdad, Señor, ése
sería un gran tesoro, inefable, muy precioso, muy amable y
deseable.
-- Pues bien, hermano -dijo la voz-,
regocíjate y alégrate en medio de tus enfermedades y
tribulaciones, pues por lo demás has de sentirte tan en paz como si
estuvieras ya en mi reino.
Por la mañana al levantarse dijo a
sus compañeros:
-- Si el emperador diera un reino entero a
uno de sus siervos, ¿no debería alegrarse sobremanera? Y si le
diera todo el imperio, ¿no sería todavía mayor el
contento?
Y añadió:
-- Pues yo debo rebosar de alegría
en mis enfermedades y tribulaciones, encontrar mi consuelo en el Señor y
dar rendidas gracias al Padre, a su Hijo único nuestro Señor
Jesucristo y al Espíritu Santo, porque Él me ha dado esta gracia
y bendición; se ha dignado en su misericordia asegurarme a mí, su
pobre e indigno siervo, cuando todavía vivo en carne, la
participación de su reino. Por eso, quiero componer para su gloria, para
consuelo nuestro y edificación del prójimo una nueva alabanza del
Señor por sus criaturas.
Se sentó, se concentró un
momento y empezó a decir:
-- Altísimo, omnipotente, buen
Señor... Loado seas, mi Señor...
Y compuso para esta alabanza una
melodía que enseñó a sus compañeros para que la
cantaran. Su corazón se llenó de tanta dulzura y consuelo, que
quería mandar a alguien en busca del hermano Pacífico, en el
siglo rey de los versos y muy cortesano maestro de cantores, para que, en
compañía de algunos hermanos buenos y espirituales, fuera por el
mundo predicando y alabando a Dios.
Quería, y es lo que les aconsejaba,
que primero alguno de ellos que supiera predicar lo hiciera y que
después de la predicación cantaran las Alabanzas del
Señor, como verdaderos juglares del Señor. Quería
que, concluidas las alabanzas, el predicador dijera al pueblo:
-- Somos juglares del Señor, y la
única paga que deseamos de vosotros es que permanezcáis en
verdadera penitencia.
Y añadía:
-- ¿Qué son, en efecto, los
siervos de Dios sino unos juglares que deben mover los corazones para
encaminarlos a las alegrías del espíritu?
Y lo decía en particular de los
hermanos menores, que han sido dados al pueblo para su salvación.
A estas alabanzas del Señor, que
empiezan por «Altísimo, omnipotente, buen Señor...»,
les puso el título de Cántico del hermano sol, porque
él es la más bella de todas las criaturas y la que más
puede asemejarse a Dios.
http://www.franciscanos.org/florecillas/apendiceflorecillas.htm
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