De nada servía que los carmelitas les recordaran sus orígenes en el Monte Carmelo y que su Regla había sido promulgada por el Patriarca de Jerusalén. A pesar de que los sucesivos Papas escribieron varias cartas de recomendación para los carmelitas, las persecuciones se sucedían, llegando en algunos casos a la prohibición de celebrar el culto público en sus iglesias y al desmantelamiento de sus pobres conventos.
Muchos amigos de la Orden les
sugerían que buscaran el patrocinio de algún señor feudal poderoso, al
que ofrecieran su obediencia a cambio de protección, según las
costumbres de la época; pero ellos se negaron, afirmando siempre que la
única Señora a la que servían y que había de defenderlos era la Virgen
María. Ella era la Señora del Carmelo y sus hermanos e hijos confiaban
en su auxilio.
Por entonces la gente normal disponía de poca ropa. Normalmente solo tenía una túnica, que se protegía con una especie de bata o gran delantal durante los trabajos. A esta prenda protectora se llamaba «escapulario», porque caía desde las «escápulas» (los hombros) cubriendo el pecho y las espaldas.
Por entonces la gente normal disponía de poca ropa. Normalmente solo tenía una túnica, que se protegía con una especie de bata o gran delantal durante los trabajos. A esta prenda protectora se llamaba «escapulario», porque caía desde las «escápulas» (los hombros) cubriendo el pecho y las espaldas.
Los siervos de
cada señor feudal llevaban estos escapularios de un determinado color y
tamaño, con lo que se podían distinguir en las guerras, a la hora de
pagar peajes por atravesar las tierras del señor o participar en el
mercado, etc.
Como los carmelitas se
negaron a tener ningún señor que les protegiera en la tierra, adoptaron
el hábito y el escapulario de color pardo, de la lana de oveja sin
teñir, que es el que llevaban los pobres y desheredados. Mientras tanto,
seguían confiando en el auxilio de María.
Cuenta la tradición que un general de la Orden, de origen inglés y de nombre Simón Stock, especialmente devoto de la Virgen, rezaba cada día para que acabaran las persecuciones con la siguiente oración: Flos Carmeli, Vitis Florigera, Splendor coeli, Virgo puerpera, Singularis, Mater mitis, Sed viri nescia, Carmelitis sto Propitia, Stella maris. Que traducido al español dice: «Flor del Carmelo, Viña florida, Esplendor del cielo, Virgen singular. ¡Oh, Madre amable! Mujer sin mancilla, muéstrate propicia con los carmelitas, Estrella del mar».
Entonces sucedió el prodigio. Corría el año de 1251 y la Virgen María vino a su encuentro con el escapulario marrón en sus manos, el mismo que los religiosos habían escogido, porque no querían señores feudales que les protegieran, ya que sabían que la Virgen era su Señora. Y la Virgen le dijo: «Este escapulario es el signo de mi protección». A partir de entonces fueron cesando las persecuciones y el escapulario se convirtió en signo de consagración a María y de su protección continua.
En torno al escapulario se multiplicaron las tradiciones. La más importante es la de «la bula sabatina», que parte de un sueño del Papa Juan XXII, al que la Virgen del Carmen dijo que ella personalmente sacaría del purgatorio el sábado siguiente a su muerte a quienes fallezcan con el escapulario.
Cuenta la tradición que un general de la Orden, de origen inglés y de nombre Simón Stock, especialmente devoto de la Virgen, rezaba cada día para que acabaran las persecuciones con la siguiente oración: Flos Carmeli, Vitis Florigera, Splendor coeli, Virgo puerpera, Singularis, Mater mitis, Sed viri nescia, Carmelitis sto Propitia, Stella maris. Que traducido al español dice: «Flor del Carmelo, Viña florida, Esplendor del cielo, Virgen singular. ¡Oh, Madre amable! Mujer sin mancilla, muéstrate propicia con los carmelitas, Estrella del mar».
Entonces sucedió el prodigio. Corría el año de 1251 y la Virgen María vino a su encuentro con el escapulario marrón en sus manos, el mismo que los religiosos habían escogido, porque no querían señores feudales que les protegieran, ya que sabían que la Virgen era su Señora. Y la Virgen le dijo: «Este escapulario es el signo de mi protección». A partir de entonces fueron cesando las persecuciones y el escapulario se convirtió en signo de consagración a María y de su protección continua.
En torno al escapulario se multiplicaron las tradiciones. La más importante es la de «la bula sabatina», que parte de un sueño del Papa Juan XXII, al que la Virgen del Carmen dijo que ella personalmente sacaría del purgatorio el sábado siguiente a su muerte a quienes fallezcan con el escapulario.
Con este motivo se
fundaron numerosas «cofradías de ánimas», que ofrecían misas por las
almas del purgatorio en altares de la Virgen del Carmen. Muchos cuadros y
relieves la representan con las almas del purgatorio a sus pies y con
ángeles que sacan de las llamas a quienes están revestidos del
escapulario.
La archicofradía del Carmen llegó
a ser la más extendida de toda la cristiandad, con sede en iglesias de
todo el mundo. Hasta no hace mucho se necesitaba un permiso escrito del
General de la Orden para que un sacerdote pudiera imponer el escapulario
agregando, así, a los fieles a dicha archicofradía, que los Papas
enriquecieron con numerosas indulgencias.
A lo largo de los siglos son innumerables los fieles que han llevado el escapulario como signo de su amor a María. También son numerosos los prodigios y conversiones que la Virgen ha realizado entre los que llevan con fe y devoción esta prenda tan humilde.
A lo largo de los siglos son innumerables los fieles que han llevado el escapulario como signo de su amor a María. También son numerosos los prodigios y conversiones que la Virgen ha realizado entre los que llevan con fe y devoción esta prenda tan humilde.
Pío XII escribió: «La devoción al Escapulario ha hecho correr sobre el mundo un río inmenso de gracias espirituales y temporales».
Pablo VI:
«Entre las devociones y prácticas de amor a la Virgen María
recomendadas por el Magisterio de la Iglesia a lo largo de los siglos,
sobresalen el rosario mariano y el uso del escapulario del Carmen».
Juan Pablo II lo
llevaba siempre consigo y lo recomendó en muchas ocasiones, afirmando:
«En el signo del escapulario se pone de relieve una síntesis eficaz de
espiritualidad mariana que alimenta la vida de los creyentes,
sensibilizándolos a la presencia amorosa de la Virgen Madre en su vida.
El escapulario es esencialmente un “hábito”. Quien lo recibe queda
agregado a la Orden del Carmen, dedicado al servicio de la Virgen por el
bien de la Iglesia y experimenta la presencia dulce y materna de María.
¡Yo también llevo sobre el corazón, desde hace mucho tiempo, el
escapulario del Carmen!».
Benedicto XVI afirmó:
«El escapulario es un signo particular de la unión con Jesús y María.
Para aquellos que lo llevan constituye un signo del abandono filial y de
confianza en la protección de la Virgen Inmaculada. En nuestra batalla
contra el mal, María, nuestra Madre, nos envuelve con su manto».
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