viernes, 30 de noviembre de 2018

La metáfora de los tres monos y el buen vivir

La metáfora de los tres monos tiene que ver con una máxima de Confucio que nos invita a negarnos a ver, escuchar o hablar de la maldad. Esta sería una de las condiciones para alcanzar un verdadero buen vivir.
Casi todo el mundo ha visto la representación de los tres monos sabios. Contiene las figuras de un mono que se tapa la boca, otro que se tapa los oídos y uno más que se cubre los ojos. Se trata de una escultura de madera que data del siglo XVIII y que básicamente alude al buen vivir, en el sentido amplio del término.
La escultura está emplazada en un establo del santuario de Toshogu, en Japón. Más exactamente en una población que queda en una colina, al norte de Tokio. Cada uno de los monos tiene un nombre: Mizaru, Kikazaru e Iwazaru. En su orden, estos nombres significan: no ver, no oír, no decir. Pero, ¿qué tiene que ver eso con el buen vivir?
Todo parece indicar que la escultura se inspiró en una máxima de Confucio. Dicha máxima señala: No veas lo malvado, no escuches lo malvado, no digas con maldad”. Así que el sentido básico no es cerrarse completamente al mundo, sino negarse a entrar en contacto con la maldad. Esto hace parte del arte del buen vivir.
La máxima de Confucio invita a negarse a entrar en contacto con la maldad. Pero, ¿tiene esto sentido? Lo primero que viene a la mente es que podemos negarnos a ver, oír o hablar de la maldad, pero no por ello esta va a desaparecer del mundo. Sin embargo, podríamos plantearnos otra pregunta: ¿Qué nos aporta a la vida el saber o hablar de la maldad?
Hay una zona paranoica de nosotros mismos que se complace en ese contacto con la maldad. Es posible que nos digamos que estar al tanto de lo perverso del mundo nos protege de esa amenaza que es la maldad misma. Por ejemplo, si sabes que en determinada calle hay muchos asaltos, esto te permitiría evitarla, disminuyendo así el riesgo de caída.
Parece lógico, pero en el fondo no lo es tanto. En primer lugar, porque la maldad es la excepción y no la norma en el mundo. Es cierto que todos tenemos una faceta destructiva, pero lo usual es que esto no alcance a catalogarse como maldad. Son muchos más los que viven de manera honesta y constructiva.
En segundo lugar, está comprobado que estar nerviosos y tensos es uno de los factores que los asaltantes evalúan antes de atacar a alguien. Lo mismo podría afirmarse para otros ejemplos similares. En otras palabras, victimarios y víctimas comparten unos códigos comunes.
Si podemos vivir sin estar al tanto de cuáles son los últimos avances de la física cuántica, ¿por qué no podemos vivir sin saber acerca de los actos perversos en el mundo? Aquí también cabría anotar que hay razones para pensar que presenciar actos crueles, personalmente o por televisión, incrementa o bien nuestra destructividad o bien nuestra potencial victimización.
Tiene que ver con las neuronas espejo. El cerebro no siempre es capaz de distinguir la realidad de la fantasía. Por eso nos asustamos con las películas de terror. Sabemos perfectamente que son una ficción y, aún así, desatan emociones concretas en nosotros.
Por lo tanto, el ver, escuchar o hablar de la maldad podría tener un efecto muy tóxico en nosotros mismos. Es posible que esto alimente el monstruo del miedo o el monstruo de lo perverso en nuestro interior. Ambos están ahí y pueden crecer si los nutrimos. Así que Confucio quizás tenía mucha razón.
La escultura de los tres monos es una guía para el buen vivir y un principio básico de higiene mental. Mirar, escuchar o hablar de la maldad  es algo que podría ir conduciéndonos a un estado de angustia. De pronto olvidamos que estadística y matemáticamente hay más personas buenas que malas en el mundo. En lugar de esto, creemos lo contrario: sentimos que estamos en una realidad en la que podría pasarnos algo muy malo, en cualquier momento.
Muchos se preguntarán: ¿y qué si de verdad somos víctimas de una maldad real? En ese caso sigue siendo válido el planteamiento de Confucio. Lo conducente ahí es trabajar sobre esa experiencia para lograr diluirla y apartarla de nosotros. Impedir que se convierta en un eje sobre el cual gravite nuestra vida.
Lo escandaloso, lo perverso y lo cruel son temas que venden. Todo ello forma parte de una especie de pornografía del dolor, que aterra y fascina al mismo tiempo al ser humano. Ese terror y esa fascinación son neuróticos. El arte del buen vivir tiene que ver con trabajar sobre la perspectiva desde la cual abordamos el mundo. Y en ese sentido, tiene enorme validez la decisión de negarnos a ser testigos o difusores de los actos de maldad.

Anónimo.




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