jueves, 10 de octubre de 2019

Los Angeles de Dios, guardianes del género humano.

  Los Ángeles de Dios


El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que la existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe.

Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Como criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales e inmortales. Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello. Cristo "con todos sus ángeles"
Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen y más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de salvación.

Desde la creación y a lo largo de toda la historia de la salvación, los encontramos, anunciando de lejos o de cerca, esa salvación y sirviendo al designio divino de su realización. 

Es el ángel Gabriel quien anuncia el nacimiento del Precursor y el de Jesús.

¿Quiénes son los Ángeles?
      
La etimología de la palabra "ángel" procede del latín angelus, y este a su vez del griego ágguelos o mal'akj en hebreo, que quiere decir "mensajero" o "servidor" de Dios (Hebreos 1,7). El Papa San Pío X decía que "los ángeles son las criaturas más nobles creadas por

Dios"; son inmortales, tienen voluntad propia, poseen conocimientos más amplios y su poder es muy superior a los hombres (Salmo 103,20; 2Pedro 2,11). Su apariencia puede ser como un relámpago, y sus vestiduras blancas como la nieve (Mateo 28,3); además están siempre en la presencia del Padre Eterno(Mateo 18,10), y constituyen su ejército celestial (Salmo 148,2). Sobre su número las Escrituras aclaran que son "millones de millones" (Daniel 7,10; Apocalipsis 5,11). Santo Tomás de Aquino enseñaba que los ángeles fueron creados antes que el hombre, porque un ángel rebelde a Dios, fue el culpable de la caída de nuestros primeros padres. Se admite entonces que el Padre del cielo los creó en un principio, cuando sacó de la nada el universo (Concilio de Letrán, 1215). Hay en estos seres espirituales tres instantes: su creación, la prueba de obediencia a que fueron sometidos por Dios,  y el premio en el cielo para los ángeles buenos, y el castigo en el infierno para los ángeles malos.



San Gregorio Magno afirmaba que "casi todas las páginas de la revelación escrita, dan testimonio de los ángeles". En la Biblia se registran cerca de 400 veces; tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En la vida del Hijo de Dios, se encuentran desde su nacimiento en el portal de Belén, hasta su triunfante resurrección en Jerusalén, y regreso al cielo. Por eso, Cristo Jesús es superior a todos ellos (Hebreos 1,4), creados por él ( Colosenses 1,16); y sometidos bajo su autoridad y poder (1Pedro 3,22).


Los Ángeles Guardianes
El Papa Juan XXIII dice que nuestra fe nos enseña que ninguno de nosotros está solo, porque desde el mismo instante en que un alma es creada por Dios para un nuevo ser humano - especialmente desde que la gracia de los sacramentos lo envuelve con su luz inefable - un Ángel perteneciente a las santas falanges de los espíritus celestes, es llamado para permanecer a su lado durante todo su peregrinaje terrestre.

No debemos olvidar nunca la presencia de nuestro Ángel Guardián, de ese príncipe celeste, que jamás debe enrojecer por causa nuestra. El respeto por su presencia supone una continencia siempre respetuosa y deferente, un homenaje conforme a la dignidad del cristiano, Templo del Espíritu Santo, amigo de Jesucristo, admitido a la comunión del Cuerpo y Sangre divinos, después de haber sido regenerados por el agua del bautismo.

El Ángel Guardián no esta solamente presente, sino que su compañía desborda de ternura y de amor, lo que requiere de parte nuestra, frente a ellos, un amor pleno de ternura; es decir, de devoción. La devoción agrega un elemento más a la piedad filial, incluso en aquella que practicamos y mostramos para con Dios. Una piedad devota quiere decir,  una piedad delicada que conlleva la donación de toda el alma, de todo el corazón.


El Ángel de Dios está siempre con nosotros, con su solicitud y su afecto excepcional. Es necesario, por tanto serle devoto. La devoción se actualiza en la práctica de la oración cotidiana, en la invocación al iniciar y al terminar la jornada, pero también a todo lo largo del día; especialmente cuando las cosas son un poco complicadas y difíciles.

Oración al Santo Ángel de nuestra guarda
 Oh Ángel Santo de mi guarda, a cuya custodia y protección con admirable providencia me encomendó el Altísimo desde el primer instante de mi vida: yo te doy gracias, Santo Ángel mío, por el cuidado que has tenido de mí, por la compañía que me has hecho y por haberme librado de los peligros de alma y cuerpo; por tanto, a ti me encomiendo de nuevo, oh glorioso protector mío: defiéndeme de mis enemigos visibles e invisibles, y ayúdame con tus santas inspiraciones, para que siendo fiel a ellas, logre gozar de tu compañía en la patria celestial. Amén.

(Padrenuestro)

Conjuración a los Santos Ángeles
¡Dios Todopoderoso y Eterno, Uno en Tres Personas! Antes de conjurar a los Santos Ángeles, tus servidores y de llamarlos en nuestro socorro, nos postramos delante de Ti y Te adoramos, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Bendito y alabado seas por toda la eternidad. Que todos los Ángeles y los hombres que has creado te adoren, te amen y te Sirvan, Dios Santo, Dios Fuerte, Dios Inmortal!

¡Y Tú, María, Reina de los ángeles, medianera de todas las gracias, todopoderosa en tu oración, recibe bondadosamente la oración que les dirigimos a tus servidores, y hazla llegar hasta el Trono del Altísimo para que obtengamos gracia, salvación y auxilio! AMEN.

¡Ángeles grandes y Santos, Dios los envía para protegernos y ayudarnos!

Los conjuramos, en el nombre de Dios Uno en Tres Personas,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Los conjuramos en nombre de la Preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Los conjuramos, en el nombre todopoderoso de Jesús,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Los conjuramos por todas las heridas de Nuestro Señor Jesucristo,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Los conjuramos por todas las torturas de Nuestro Señor Jesucristo,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Los conjuramos por la Santa Palabra de Dios,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Los conjuramos por el Corazón de Nuestro Señor Jesucristo,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Los conjuramos en nombre del amor de Dios por nosotros tan pobres,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Los conjuramos en nombre de la fidelidad de Dios para con nosotros tan pobres,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Los conjuramos en nombre de la misericordia de Dios para con nosotros tan pobres,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Los conjuramos en nombre de María Reina del Cielo y de la tierra,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Los conjuramos en nombre de María vuestra Reina y Soberana,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Los conjuramos en nombre de María, Madre de Dios y Madre nuestra,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Los conjuramos por su propia felicidad,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Los conjuramos por su propia fidelidad,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Los conjuramos por su fuerza combativa por el Reino de Dios,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Los conjuramos, ¡cúbrannos con sus escudos!
Los conjuramos, ¡protéjannos con sus espadas!
Los conjuramos, ¡ilumínennos con su luz!
Los conjuramos, ¡abríguennos bajo el manto de María!
Los conjuramos, ¡enciérrennos en el Corazón de María!
Los conjuramos, ¡deposítennos en las manos de María!
Los conjuramos, ¡muéstrennos el camino hacia la puerta de la vida: el Corazón abierto de Nuestro Señor!
Los conjuramos, ¡condúzcannos seguros hacia la casa del Padre Celestial!

Todos los Coros de los Espíritus bienaventurados,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Ángeles de la vida,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Ángeles de la fuerza de la palabra de Dios,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Ángeles de la caridad,
¡Vuelen en nuestro socorro!

Ángeles que Dios nos atribuye especialmente, como compañeros,
¡Vuelen en nuestro socorro!

¡Vuelen en nuestro socorro, los conjuramos!
Porque hemos recibido en herencia la Sangre de Nuestro Señor y Rey.

¡Vuelen en nuestro socorro, los conjuramos!
Porque hemos recibido en herencia el Corazón de Nuestro Señor y Rey.

¡Vuelen en nuestro socorro, los conjuramos!
Porque hemos recibido en herencia el Corazón Inmaculado de María la Virgen Purísima y vuestra Reina.

¡Vuelen en nuestro socorro, los conjuramos!



San Miguel Arcángel: Tú eres el Príncipe de las milicias celestiales, el vencedor del dragón infernal, has recibido de Dios la fuerza y el poder para aniquilar por medio de la humildad el orgullo de los poderes de las tinieblas. Te conjuramos, suscita en nosotros la auténtica humildad del corazón, la fidelidad inquebrantable, para cumplir siempre la voluntad de Dios, la fortaleza en el sufrimiento y las necesidades, ¡ayúdanos a subsistir delante del tribunal de Dios!

San Gabriel Arcángel: Tu eres el Ángel de la Encarnación, el mensajero fiel de Dios, abre nuestros oídos para captar los más pequeños signos y llamamientos del Corazón amante de Nuestro Señor; Permanece siempre delante de nuestros ojos, te conjuramos, para que comprendamos correctamente la palabra de Dios y la sigamos y obedezcamos y para cumplir aquello que Dios quiere de nosotros. ¡Haznos vigilantes en la espera del Señor para que no nos encuentre dormidos cuando llegue!

San Rafael Arcángel: Tú eres el mensajero del amor de Dios! Te conjuramos, hiere nuestro corazón con un amor ardiente por Dios y no dejes que esta herida se cierre jamás, para que permanezcamos sobre el camino del amor en la vida diaria y venzamos todos los obstáculos por la fuerza de este amor.


¡Ayudadnos hermanos grandes y santos, servidores como nosotros delante de Dios!.
¡Protegednos contra nosotros mismos, contra nuestra cobardía y tibieza, contra nuestro egoísmo y nuestra avaricia, contra nuestra envidia y desconfianza, contra nuestra suficiencia y comodidad, contra nuestro deseo de ser apreciados! ¡Desligadnos de los lazos del pecado y de toda atadura al mundo!
¡Desatad la venda que nosotros mismos hemos anudado sobre nuestros ojos, para dispensarnos de ver la miseria que nos rodea, y poder mirar nuestro propio yo sin incomodarnos y con conmiseración!
¡Clavad en nuestro corazón el aguijón de la santa inquietud de Dios, para que no cesemos jamás de buscarlo con pasión, contrición y amor!
¡Buscad en nosotros la Sangre de Nuestro Señor que se derramó por nosotros! ¡Buscad en nosotros las lágrimas de vuestra Reina vertidas por nuestra causa! ¡Buscad en nosotros la imagen de Dios destrozada, desteñida, deteriorada, imagen a la cual Dios quiso crearnos por amor!

¡Ayudadnos a reconocer a Dios, a adorarlo, amarlo y servirlo! Ayudadnos en la lucha contra los poderes de las tinieblas que nos rodean y nos oprimen solapadamente!
¡Ayudadnos para que ninguno de nosotros se pierda, y para que un día, gozosos, podamos reunirnos en la felicidad eterna!

AMEN

Durante la novena que es un asalto que dura nueve días, conjuramos a los Santos Ángeles por la mañana y durante el día los invocamos con frecuencia de esta manera:

San Miguel, lucha a nuestro lado con tus ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros!

San Rafael, lucha a nuestro lado con tus ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros!

San Gabriel, lucha a nuestro lado con tus ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros!



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