Esperaban, pues, un guerrero, un rey fuerte y poderoso que pueda guiar un gran ejército y llevarlos a la liberación.
El ángel se lo anuncia así a José: “José, Hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,20-21).
Mateo añade: “Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa ‘Dios con nosotros” (Mt 1,22-23).
José y María fueron a censarse a Belén. “Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento. (Lc 2,6-14).
Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor.
El ángel les dijo: No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”
Como siempre Jesús es desconcertante, nos desconcierta porque nos saca de toda lógica humana, porque su actuar se basa en el amor y siendo de condición divina se despojó de su rango para compartir nuestra condición humana; lo esperaban como rico y nació en la pobreza; esperaban un guerrero y sus armas fueron el perdón y la paz; su revolución se hizo por medio del amor y el signo de su triunfo está en el madero de la cruz.
Dios se hizo hombre, para que aquel que vive en tinieblas y sombras de muerte pueda vivir en la luz; para que aquel que vive en pecado se levante y experimentando la misericordia del Señor viva en la gracia; para que aquel que se siente solo y abatido, sepa que tiene a alguien a su lado; para que aquel que sufre y llora, tenga consuelo; para que aquel que pasa por la injusticia y la violencia, experimente la paz; “Dios se hizo hombre, para que el hombre se haga Dios” (S. Agustín).
Si para esto ha venido el Señor, podemos decir que todos los días nace el Señor, en aquellos corazones que se abren para recibirlo como si fueran unos pesebres, en aquellos corazones que llenos de gozo no solo cantan sino que dan gloria a Dios con sus obras y se esfuerzan por mantener la paz entre los hombres.
Todos los días nace el Señor, en aquellos hogares que son comunidades de vida y amor, donde los esposos y padres e hijos se esfuerzan por comprenderse y amarse.
Todos los días nace el Señor, en aquellas personas que en los campos, en las fabricas, en las oficinas, van cumpliendo con su labor cotidiana, si egoísmos ni envidias, solo pensando que con su trabajo contribuyen al bienestar de la sociedad.
Todos los días nace el Señor, en aquellos hospitales donde el personal tiene que luchar contra la enfermedad y la muerte, y ponen todo su conocimiento y esfuerzo al servicio de la vida.
Todos los días nace el Señor, en los medios de comunicación que nos transmiten la verdad sin manipulaciones y sus programas nos culturizan.
Todos los días nace el Señor, en las escuelas donde los maestros educan y van formando no solo con la palabra sino también con el ejemplo.
Todos los días nace el Señor, en aquellas autoridades que con honestidad buscan la justicia, el desarrollo y las paz para sus pueblos.
Todos los días nace el Señor, en aquellas personas que consagran su vida a Dios y a la Iglesia y viven con fidelidad su compromiso, sirviendo a Cristo en sus hermanos.
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