Primera vida de San Antonio
Autor contemporáneo
Traducción del latín de Miguel Requena Marco
PRESENTACION
Año 1232: Fray Antonio de Padua había fallecido tan solo el año anterior. En el marco de las celebraciones programadas con ocasión de la inscripción de Antonio en el catálogo de los santos, aparece la Assidua.
Es esta la opinión del crítico de arte francés Charles de Mandach seguida luego por la mayoría de los historiadores.
No resulta posible conocer a su autor. Una oscuridad impenetrable impide llegar hasta sus datos anagráficos. Tan sólo algunos elementos nos facilitan la reconstrucción de una especie de identikit que sin embargo no ofrece seguridad sobre la identidad.
Es cierto que se trata de un fraile menor, cohermano entonces de San Antonio. El se dispone a reconstruir la vida y los milagros del santo “bajo la asidua petición” de los cohermanos y el encargo de los superiores.
Su cultura, la piedad, el sincero apego a la familia franciscana, el respeto hacia el clero, y la deferencia para con el obispo de Padua, nos llevan a la conclusión de que en un primer momento perteneciera al clero diocesano y luego, sólo en la edad madura, entrara a formar parte de la familia franciscana. De no ser paduano de origen lo fue sin duda por adopción, así como lo fuera San Antonio. Con seguridad es un hombre de libros, un literato, por cierto experto en la prosa de arte y muy compenetrado de la cultura sagrada de su tiempo. Manifiesta además un dominio no común de la Biblia y un conocimiento asombroso del Celano, biógrafo de San Francisco de Asís.
Su sincera piedad lo lleva a una devoción espontánea y cálida. En efecto toda la obra deja la impresión de ser una ferviente invitación a la devoción hacia San Antonio y el nuevo santuario. Tal vez sea este el motivo de su resistencia a transmitirnos anécdotas y dichos memorables eligiendo más bien lo que él juzgaba estrictamente indispensable. No habla de sí mismo y rodea también al Santo de un velo de reservas, de garbosa e impenetrable interioridad, de un halo de inviolable pudor espiritual.
Destinatarios
El compás inicial del prólogo general nos dice claramente que la obra es comisionada por los franciscanos mediante un estímulo fraterno y la obediencia a los superiores. El autor se declara sólo un humilde y habilitado ejecutor.
Por otra parte, la Vida se volvía necesaria para el uso litúrgico en el ámbito del clero diocesano y regular y también para quienes, fuera de los claustros y de las iglesias, deseaban conocer la vida del nuevo santo.
La finalidad que el autor se propone está expresada con mucha simplicidad: escuchando las cosas admirables que Dios ha obrarlo en sus santos, el creyente encontrará un estímulo para alabar siempre y en todo lugar al Altísimo y, al mismo tiempo, un impulso a la devoción hacia el nuevo santo y una invitación a una vicia cristiana más comprometida. Se encuentran claramente resumidas las perspectivas de la hagiografía tradicional: alabanza a Dios, devoción al santo, compromiso en la imitación de las virtudes evangélicas.
El escritor no se preocupa de la óptica histórico‑cultural‑moral con el fin de edificar al lector. Esto explica la diligente selección de algunos hechos de particular significación. El punto central lo constituye el pasaje de este mundo al Padre, la muerte. Es aquí donde el hombre de Dios muestra su definitiva identidad de creyente. Los milagros que siguen se presentan como el sigilo divino de garantía. En esta forma una obra de hagiografía es un libro de fe y de oración, un apremiante estímulo para una confrontación con el modelo de vida evangélica, una ayuda para el examen de conciencia, una invitación a la devoción.
Fuentes
El autor de la Assidua, en algunos pasajes, afirma de no haber sido testigo ocular de algunos hechos (sin ninguna otra especificación). Para subvenir a esta deficiencia empleó noticias recibidas (directamente o por escrito) del obispo de Lisboa, Sugerio II, y de otras personas “dignas de fe”.
De alguna forma se repite aquí lo que sucedió con los evangelistas Marcos y Lucas respecto a los hechos de la vida del Cristo, y con el papa Gregorio Magno respecto a los santos monjes de Italia: evocación de los hechos mediante testimonios, no teniendo los autores experiencia personal directa.
Otros informes sin duda los obtuvo de Fray Juan Parenti, ministro general de los menores desde el 1227 hasta el 1232. El ya ministro de los franciscanos en la península Ibérica, en cuanto tal, pudo haber acogido a la orden de los menores al joven Fernando, canónigo agustino.
Estructura literaria y contenido
La obra se divide en dos grandes partes, cada una subdividida en capítulos con apropiada rúbrica o título.
La primera parte evoca los aspectos más notables, a juicio del autor, de la existencia de Antonio, a comenzar con su ingreso en la canonjía lisboeta de San Vicente.
En la segunda se narran los hechos del sepelio y de la canonización y luego los milagros acontecidos después de la muerte del santo. Por lo tanto el esquema de la narración de la Assidua tiene la siguiente forma:
1. Prólogo general (1).
2. Primera parte: vida y hechos (2‑ I 5 ).
3. Segunda parte: prólogo (16); muerte, sepelio, canonización (17‑29); prólogo a los milagros (30); los 53 milagros presentados para el proceso de canonización (31‑46); epílogo (47,1‑3).
4. Epílogo general (47,4‑6).
El gran silencio
Luego de una ágil narración biográfica, fiel a la sucesión cronológica, el autor nos informa que Antonio, por obediencia a su ministro provincial Fray Graciano, inicia la evangelización itinerante de la Romaña, recogiendo frutos de renovación cristiana entre los fieles y de conversión de herejes, especialmente en Rímini. Es el año 1223.
Desde este momento cae sobre la vida del Santo una densa cortina de silencio. El hagiógrafo vuelve a presentarlo al encontrarse el Santo en la curia romana durante el verano del 1230. ¿Dónde pudo haber ido durante este tiempo? ¿Qué habrá hecho estos seis-siete años? Siete años sobre once de silencio, en efecto la mayor parte de su existencia activa en la orden franciscana, dejan al lector preocupado.
Resulta difícil encontrar una respuesta a esta pregunta. Los historiadores de nuestro tiempo lo han intentado con más o menos suerte, puesto que se trata de exigencias distintas condicionadas por culturas distintas.
Parece en efecto que para los destinatarios de ese tiempo no existiera problema en este campo. Para ellos tanto del medio ambiente franciscano como paduano, era suficiente esa intensa y rápida imagen de San Antonio.
Nota del autor de la versión castellana
La prosa del original latino es fuertemente rítmica en su estructura.
Una grandísima parte de los períodos se componen de dos unidades rítmicas que a su vez son bimembres tanto oracionalmente como rítmicamente.
Eso es una parte fundamental de la entidad literaria de la obrita. En la traducción procuré de conservar una especie de sabor arcaico guardando una andadura que la asemeje a la prosa de los clásicos. Esto hace que la traducción vaya cargada de oraciones subordinadas que permiten, por otra parte, la máxima fidelidad al original latino.
PRÓLOGO A LA VIDA DEL BIENVENTURADO ANTONIO
1. Asidua demanda de mis hermanos en religión me ha llevado, y el fruto de la saludable obediencia me ha inducido, para alabanza y gloria de Dios Todopoderoso, a tener por bien escribir la vida y obras del beatísimo padre y hermano nuestro Antonio, en pro de la caridad y devoción de los fieles...
2. Para esto precisamente se encomiendan por escrito las vidas de los santos a los fieles venideros, para que, al oír las maravillosas señales que Dios opera por sus santos, siempre y en todo sea loado el Señor, y a ellos sirvan de espejo santo de vida y de acicate de la devoción.
3. Y aunque para tan gran empresa me reconozco de todo punto insuficiente, no por eso retraigo mi lengua, confiando en que Aquel que ve la intención del corazón llevará a buen término mi empeño. 4. Me dirigiré a los seguidores de Cristo con discurso breve, atendiendo más a la verdad que al adorno de las palabras, no sea que, halagando los oídos con la abundancia y sonoridad de las palabras, se paguen más de las hojas que del fruto.
5. Cosas escribo que no vi con mis propios ojos, sino que Sugerio[1], obispo de Lisboa, y otros católicos varones me las refirieron. 6. Así hicieron Marcos y Lucas en sus respectivos Evangelios, y así hizo San Gregorio en su Diálogo (cuyo interlocutor es San Pedro), pues, según él mismo afirma, sólo supo lo que narra por habérselo referido personas dignas de fe.
7. Para que los fieles que devotamente esta vida leyeren puedan encontrar más fácilmente lo que buscan, dividí la obra en dos partes y puse epígrafes a los capítulos. 8. En la primera parte refiero algunos hechos notables de su vida a partir de su prima vestición de hábito, la del regular de San Agustín[2], escogiéndolos, por amor de la brevedad, de entre muchos. 9. En la parte segunda reúno los hechos maravillosos que Dios obró por él, apoyándome en el testimonio de nuestros Hermanos y de otros fieles dignos de todo crédito.
10. Yo, el que esto ha escrito, ruego al lector que si, al leer esto, notare que en algún punto hablé menos de lo conveniente, o bien alguna vez, llevado de una imprudente locuacidad, traspasé los límites de la verdad, no me arguya de mendaz o falso, antes bien con benevolencia lo achaque a mi ignorancia u olvido.
Fin del prólogo
AQUI COMIENZA LA VIDA DEL BIENAVENTURADO ANTONIO
2. ‑ DE LA CIUDAD DEL BIENVENTURADO ANTONIO
1. Como refieren las historias, hay en la parte occidental del reino de Portugal una ciudad, situada en el extremo confín del mundo, que sus naturales llaman Lisboa porque, como vulgarmente se dice, fue por Ulises bien fundada[3]. 2. Dentro del recinto de sus muros se levanta una iglesia de extraña grandeza edificada en honor de la gloriosa Virgen María[4], donde, custodiado con grande honor, reposa el precioso cuerpo, digno de toda veneración, de San Vicente mártir[5].
3. A la parte occidental de este templo poseían los afortunados padres del bienaventurado Antonio una morada digna de su estado, cuyo ingreso limitaba con el del templo. 4. Estaban sus padres en la flor de la juventud cuando tuvieron este feliz hijo, al que en la pila bautismal impusieron el nombre de Fernando.
5. Precisamente a esta iglesia, dedicada a la Santa Madre de Dios, fue a la que lo confiaron para que fuera instruido en las sagradas letras; y, como un presagio, encomiendan a los ministros de Cristo la educación del futuro heraldo de Cristo.
3. ‑ COMO ENTRÓ EN LA ORDEN DE SAN AGUSTÍN
1. Transcurridos serenamente en el hogar los años de la niñez, llegó felizmente a la quincena. 2. Con la llegada de la pubertad, comenzaron a crecer los estímulos de la carne, y aunque se sentía sobremanera acuciado por estos movimientos de lascivia, no por eso aflojó el freno a la adolescencia y al placer, sino que, superando la fragilidad de la humana condición, sujetó las riendas de la impetuosa concupiscencia carnal. 3. Ya le hastiaba el mundo y sus cotidianas exigencias, y retiró el píe aun antes de haberlo puesto enteramente en sus umbrales, temiendo no se le pegara de alguna manera el polvo de la felicidad terrena, ocasión de tropiezo a quien en su interior ya corría velozmente por la vía del Señor. 4. No lejos de la antedicha ciudad hay un monasterio de la Orden de San Agustín[6], en el que varones ilustres por su espíritu religioso sirven al Señor vistiendo el hábito de canónigos regulares. 5. Despreciando los atractivos del mundo, a este lugar se retiró el siervo de Dios, y con humilde devoción tomó el hábito de canónigo regular.
6. Unos dos años permaneció aquí, durante los cuales tuvo que soportar las frecuentes visitas de amigos, tan importunas a las almas recogidas. Para evitar de raíz la causa de tales perturbaciones, decidió abandonar el solar natal, capaz de debilitar en no pequeña medida los ánimos viriles, de modo que, defendido por la barrera de la distancia, pudiese servir más libremente al Señor. 7. Obtenida con dificultad, no sin ruegos, la licencia del superior, no cambiando de Orden sino de lugar, se trasladó con fervor de espíritu al monasterio de Santa Cruz, en Coimbra[7].
4. ‑ CÓMO PROGRESÓ EN COIMBRA EN VIRTUD Y CIENCIA
1. Deseoso de una más severa disciplina y por amor de una tranquilidad más fecunda, se había trasladado el siervo de Dios Antonio al monasterio de Santa Cruz, y con un extraordinario fervor demostraba que no tanto había cambiado de asiento como de intento. 2. Asegura una sentencia: “No es de loar el haber vivido en Jerusalén, sino el haber vivido en ella bien”[8] ‑ Y así, tal fue la vida de Antonio, que a todos claramente aparecía que había buscado la comodidad del lugar para poder conseguir la más alta perfección.
3. Siempre cultivaba el ingenio con no poco estudio, y ejercitaba su mente en la meditación. Día o noche, según la oportunidad, siempre se ocupaba en la lectura divina. 4. Bien leía el Texto Sagrado en relación a su historicidad, robusteciendo su fe con interpretaciones alegóricas; bien se aplicaba a sí mismo las palabras de la Escritura, acreciendo con las obras sus afectos.
5. Por una parte, escudriñando con feliz curiosidad los secretos de la divina palabra, con los testimonios de la Escritura previno su entendimiento contra las insidias de los errores; por otra, examinaba diligentemente los escritos de los santos. 6. Tan tenazmente retenía en la memoria lo que leía, que, para admiración de todos, pronto llegó a poseer un amplio conocimiento de la Escritura.
5. ‑ COMO ENTRÓ EL BIENAVENTURADO ANTONIO EN LA ORDEN DE LOS FRAILES MENORES, Y DE SU CAMBIO DE NOMBRE
1. Cuando el infante don Pedro[9] se trajo de Marruecos las reliquias de los santos mártires franciscanos[10], divulgó por los reinos de España cómo había sido librado milagrosamente por sus méritos. Oyendo el siervo de Dios los milagros que por ellos se obraban, se confirmaba en la fortaleza del Espíritu Santo, y ciñéndose los lomos con el cinto de la fe, robustecía su brazo con la armadura del celo divino. 2. Decía en su corazón: “¡Oh, si el Altísimo quisiera hacerme partícipe de la corona de sus santos mártires! ¡Oh, si la espada del verdugo viniera sobre mí, mientras, puesto de rodillas, le ofrezco el cuello en nombre de Jesús! ¿Me será posible ver esto? ¿Me llegará un día de tanta felicidad?” Estas razones y otras semejantes a sí mismo en silencio se decía.
3. Moraban entonces no lejos de la ciudad de Coimbra, en un lugar que se llama San Antonio[11], algunos frailes Menores, que, aunque iletrados, enseñaban con las obras el contenido de las Sagradas Letras. 4. Los cuales, según la regla de su orden, iban frecuentemente a pedir limosna al monasterio donde moraba el siervo de Dios.
5. Allegándose un día encubiertamente a ellos, como tenía por costumbre[12], para saludarlos, díjoles, entre otras cosas, también esto: “Amadísimos hermanos, de buena gana recibiría vuestro hábito, si me prometiereis que, una vez aceptado entre vosotros, me enviaréis a tierra de sarracenos, para poder así yo también merecer ser hecho partícipe de la corona junto con los santos mártires”. 6. Desbordantes de alegría por las palabras de un varón tan insigne, deciden, abreviando el tiempo, realizar la ceremonia al día siguiente, para que no acarree peligro la demora.
7. Volvieron los frailes gozosos al convento, y quedó el siervo de Dios Antonio para pedir licencia al abad sobre lo tratado. 8. A duras penas, y a fuerza de ruegos, pudo arrancársela. No olvidados de la promesa, llegan los frailes de buena mañana, según lo convenido, y visten con premura al siervo de Dios el hábito franciscano en el monasterio.
9. Apenas han acabado, cuando llega uno de sus hermanos los canónigos regulares, que, con amargura de corazón, le dice: “Vete, vete, que serás santo”. 10. El siervo de Dios Antonio, volviéndose a él, le responde humildemente: “Cuando oirás que soy santo, alabarás al Señor”. 11. Y, tras esto, se dirigen los frailes a buen paso al convento, seguidos de cerca por el novicio, al que acogen en su seno con demostraciones de caridad.
12. Pero, temiendo el siervo de Dios la reacción violenta de sus parientes, procuraba desviar con sagacidad sus solícitas pesquisas. 13. Así pues, dejando el antiguo, se impuso el nombre de Antonio, como presagiando cuán tiran heraldo de la palabra de Dios había de ser. 14. Pues, en efecto, Antonio vendría a significar algo así como altitonante[13]. Y, en verdad, cuando hablaba entre los perfectos de la sabiduría de Dios escondida en el misterio, tales y tan profundas cosas de las Escrituras, como altisonante trompeta, topó su voz, que aun el que estaba acostumbrado a la interpretación de las Escrituras, raramente podía comprender lo que su lengua explanaba.
6. ‑ COMO FUE A MARRUECOS, Y DE SU RETORNO
1. El celo de la difusión de la fe lo estimulaba cada vez más, y la sed de martirio que le ardía en el corazón, no le permitía reposo alguno. 2. Por lo que, concedida que le fue la licencia según lo prometido, apresuróse a ir a tierra de sarracenos.
3. Pero el Altísimo, que conoce el corazón de los hombres, se le interpuso en su camino, y lo hirió con el azote de una grave enfermedad durante todo el invierno. 4. Viendo, pues, que no podría llevar su propósito a buen término, se vio obligado a regresar al solar nativo, para recuperar al menos la salud del cuerpo.
5. Cuando la nave se disponía a tomar tierra en las costas españolas, se vio arrojado en Sicilia, por la fuerza de los vientos. 6. Por aquel entonces se decidió celebrar Capítulo General en Asís[14]. Como por los frailes de la ciudad de Mesina llegara esto a conocimiento del siervo de Dios, sacando fuerzas de flaqueza, llegó como pudo al lugar del capítulo.
7. ‑ COMO FUE A LA ROMAÑA Y COMO VIVID ALLÍ
1. Acabado el capítulo según costumbre, los ministros provinciales enviaron a sus lugares respectivos a los frailes a ellos encomendados, y sólo Antonio quedó abandonado en manos del ministro general, ya que, por ser desconocido y creerlo hombre inexperto y de poca utilidad, ningún ministro provincial lo había solicitado. 2. Finalmente, llamando aparte el siervo de Dios a fray Graciano, que era entonces ministro provincial de la Romaña, empezó a suplicarle que, pidiéndolo al ministro general, lo llevase consigo a la Romaña, y lo instruyese en los rudimentos de la formación espiritual.
3. No hizo la mínima alusión a sus estudios, ni de su boca salió palabra de jactancia sobre su ejercicio del ministerio eclesiástico, sino que, escondiendo sus letras y su inteligencia por amor a Cristo, proclamaba querer saber, desear y abrazar a sólo Cristo, y éste crucificado.
4. Admirando fray Graciano la extraordinaria devoción del siervo de Dios, accedió a sus ruegos y lo llevó consigo a la Romaña. 5. Llegado aquí Antonio por divina disposición, devotamente se retiró, tras obtener la licencia, al yermo de Monte Pablo[15], donde, alejado de las gentes del mundo, se introdujo en lugares sabedores de paz y tranquilidad.
6. Morando el siervo de Dios en aquel eremitorio, habíase construido un fraile en una gruta una celda apta para la oración, donde poder entregarse más libremente a Dios. 7. habiéndola visto un día el varón de Dios y considerando la conveniencia del lugar para la oración, le rogó encarecidamente se la cediese. 8. Así que obtuvo aquel refugio de paz, cada día, tras haber cumplido con la obligación de la oración matutina comunitaria, se retiraba a la dicha celda, llevando consigo un mendrugo de pan y una jarra de agua. 9. Así pasaba el día en soledad, obligando la carne a servir al espíritu. Sin embargo, obtemperando a las prescripciones de la regla, volvía siempre a la hora de la reunión.
10. Pero más de una vez cuando, al toque de la campana, se disponía a reunirse con sus hermanos, extenuado por las vigilias y debilitado por la abstinencia, dio, con paso vacilante, con su cuerpo en tierra. 11. Tan duramente había reprimido a veces la carne con el freno de la abstinencia, que si no hubiera sido por el auxilio de sus hermanos (según el testimonio de uno que lo presenció), en modo alguno le hubiera sido posible regresar.
8.‑ COMO SE REVELÓ SU CIENCIA A LOS FRAILES
1. Tras mucho tiempo sucedió que fueron enviados frailes a la ciudad de Forlí para recibir las sagradas órdenes. 2. Entre los franciscanos y dominicos que por esta causa desde diversas partes llegaron, se encontraba también Antonio.
3. Acercándose la hora de la ordenación y estando los frailes reunidos según costumbre, comenzó a rogar el superior del lugar a los frailes de la Orden de Predicadores que estaban presentes, que expusiesen la palabra de salvación para exhortar a los que tanta sed de ella tenían. 4. Como todos declararan categóricamente que predicar improvisadamente ni querían ni debían hacerlo, acudió a fray Antonio, mandándole que predicara a los frailes allí reunidos lo que el Espíritu Santo le sugiriera.
5. No creía, en realidad, que él poseyera algún conocimiento de las Escrituras, ni se imaginaba que hubiera podido leer algo, a no ser, quizás, lo referente al oficio eclesiástico. Sólo en un indicio se apoyaba: haberlo oído hablar, sólo en algún caso de necesidad, en latín. 6. De hecho, aunque Antonio era capaz de servirse de su memoria en lugar de libros y poseía copiosa la gracia del lenguaje místico, habíanlo creído los frailes más experto en lavar la vajilla que en exponer los misterios de la Sagrada Escritura.
7. ¿A qué más? Antonio se resistió con todo empeño hasta que pudo. Finalmente, ante el clamor de todos, empezó a hablar con sencillez. Pero cuando aquella pluma del Espíritu Santo ‑ su lengua, quiero decir ‑ se puso a discurrir ponderadamente sobre muchos temas con clareza de exposición y brevedad de palabras, todos los frailes, estupefactos y atentos, quedaron colgados de las palabras del orador. 8. La inesperada profundidad de sus sentencias hacía, sin duda, aumentar la admiración. Pero no menos los edificaba el espíritu con que hablaba y su ardentísima caridad. 9. Y rebosante de espiritual consolación, todos veneraron en el siervo de Dios Antonio el mérito de la humildad unido al don de la ciencia.
9. ‑ DE SU PREDICACIÓN EN LA ROMAÑA Y DE LA CONVERSIÓN DE LOS HEREJES
1. Como dice el Señor, no puede permanecer escondida una ciudad edificada sobre un monte. Y así, no mucho tiempo después, informado el ministro provincial de cuanto había acaecido, fue obligado Antonio a interrumpir la paz del silencio y a salir al público. 2. El amante del retiro es enviado con la imposición del oficio de la predicación, y su boca, largamente cerrada, se abre para anunciar la gloria de Dios. 3. Apoyado en la autoridad de quien lo enviaba, tanto empeño puso en el desempeño de su misión de evangelizar, que llegó a merecer el nombre de evangelista, por su ingente actividad. Lo mismo visitaba villas que castillos, las aldeas que los campos; a todos esparcía la semilla de la vida con tantísima abundancia como fervor.
4. Discurriendo sin tomarse ningún reposo por el celo de las ánimas, aconteció que por voluntad riel cielo llegó a la ciudad de Rímini[16]. Viendo allí que a muchos tenía engañados la maldad de los herejes, convocada presto toda la población, comenzó a predicar con fervor de espíritu; y el que no había aprendido las sutilezas de los filósofos, confutó con razonamientos más claros que la luz del sol las sofisticadas opiniones de los herejes. 5. Tan hondas raíces echaron en los corazones de los oyentes su vigorosa palabra y la doctrina saludable, que, eliminada la impureza del error, no pequeña masa de creyentes se adhirió fielmente al Señor.
6. Entre estos convirtió el Señor al camino de la verdad, por medio de su siervo Antonio, a un heresiarca llamado Bononilo[17] a quien desde hacía treinta años tenía envuelto en sus redes el error de la infidelidad. El cual, aceptada la penitencia, obedeció sinceramente hasta el fin de sus días a los mandatos de la Santa Iglesia de Roma.
10.‑ DE SU FAMA, Y DE LA EFICACIA DE SU PREDICACIÓN
1. Tiempo después, el ministro de la orden, por una apremiante causa de la familia franciscana[18], envió a Antonio a la curia papal. Tal favor le concedió el Altísimo ante los venerables príncipes de la Iglesia, que sus sermones eran escuchados con ardentísima devoción por el sumo pontífice y por todo el colegio cardenalicio. 2. Y en verdad, tales y tan profundas razones sacarlas de la Sagrada Escritura salían fluidamente de su boca, que el mismo papa llegó a llamarlo, en su conversación privada, “Arca del Testamento”.
3. Su palabra, amena, sazonada con sal, causaba no pequeño deleite en los oyentes. 4. Se admiraban los de más edad de que hombre aún de tan pocos años, indocto[19], supiera sutilmente adaptar a los espirituales las cosas espirituales; se llenaban de estupefacción los sencillos viendo cómo erradicaba las causas y ocasiones de pecarlo, y con qué pericia sembraba el amor a la virtud. 5. Hombres, en fin, de toda condición, clase y edad, se alegraban de recibir las enseñanzas apropiadas a su vida.
6. No se dejaba doblegar por ninguna acepción de personas, ni el favor y opinión de la gente hacían mella en él, sino que, según el dicho del profeta, como un trillo armado de dientes trituró los montes, y convirtió en polvo los collados.
11. ‑ CÓMO FUE A PADUA Y COMO PREDICO ALLÍ
1. Como sería largo de contar los lugares que recorrió sembrando la palabra de Dios, se ceñirá nuestra pluma a lo que es más esencialmente necesario y de modo más evidente expone las pruebas de sus virtudes.
2. Al tiempo del capítulo general, cuando los venerandos restos del bienaventurado padre Francisco[20] fueron trasladados adonde con la debida veneración descansan, exonerado el siervo de Dios Antonio de la tarea del gobierno de los frailes[21], recibió del ministro general completa libertad para dedicarse a la predicación. 3. Como ya antes, cuando componía los Sermones para los domingos del año, había residido en Padua, y como, habiendo experimentado la sincera fe de sus habitantes, les había tomado gran apego, decidió, llevado de la admirable devoción de los paduanos, ir a visitarlos en los inicios de su libertad.
4. Tras su llegada, por voluntad divina, a la ciudad de Padua[22], se dio con empeño durante todo el invierno, quitando algún que otro sermón, a los estudios, y, a ruegos del obispo de Ostia[23] se dedicó a escribir los Sermones para las fiestas de los santos celebradas a lo largo de todo el año litúrgico. 5. Ocupado así el siervo de Dios Antonio en provecho del prójimo, se iba acercando la cuaresma. Viendo, pues, el tiempo oportuno y cercanos los días de la salvación, dejó lo que llevaba entre manos, y se dedicó de lleno a predicar al pueblo sediento.
6. Tanto lo incendió el ardor de la predicación, que decidió predicar, uno tras otro, cuarenta días, lo que ciertamente hizo. 7. Cosa, sin duda, de admirar, porque, no obstante estar agobiado por una cierta corpulencia natural y trabajado por una no menos que continua enfermedad, por el celo infatigable de las almas continuaba predicando, enseñando[24], y confesando hasta la puesta del sol, muy a menudo en ayunas.
12. ‑ DE LA PERSECUCIÓN DEL DIABLO Y DEL MILAGRO DE LA LUZ
1. Pero el antiguo enemigo, como enemigo que es de la virtud, no deja de estorbar las buenas obras. Queriendo desviar al siervo de Dios Antonio de su salutífero propósito, se esforzaba en perseguirlo con engaños nocturnos. 2. Narraré un suceso no fingido, sino revelado a un fraile por el mismo siervo de Dios Antonio, cuando aún vivía.
Una noche, al principio del sobredicho apostolado cuaresmal, mientras reconfortaba sus fatigados miembros con el beneficio del sueño, he aquí que el diablo se atrevió a oprimir violentamente la garganta del siervo de Dios, esforzándose en ahogarlo.
3. Pero él, invocado el nombre de la Virgen gloriosa, hizo sobre su frente la señal de la cruz salvífica, y, ahuyentado el enemigo del género humano, sintióse al momento aliviado. 4. Y cuando abrió los ojos con el deseo de ver al fugitivo, he que brillaba toda la celda donde yacía, iluminada de luz celestial.
13. ‑ DE LA DEVOCIÓN DE LOS PADUANOS, Y DEL FRUTO DE SU PREDICACIÓN
1. Así pues, viendo el siervo de Dios Antonio que se le abría la puerta de la predicación y que el pueblo acudía de todas partes en densa masa a él como un campo sediento de lluvia, fijó encuentros cotidianos en las iglesias de la ciudad. Pero como por la multitud de los hombres y mujeres que acudían, de ningún modo bastasen a acoger a tanta muchedumbre, siempre en aumento, se retiró a espacios abiertos, en los prados.
2. De las ciudades, castillos y pueblos de los alrededores, venían a Padua muchedumbres casi innumerables de ambos sexos, todos sedientos de escuchar con suma devoción la palabra de vida, haciendo descansar con firme esperanza la propia salvación en sus enseñanzas. 3. Porfiaban en adelantarse unos a otros levantándose a media noche, y, con hachas encendidas, se apresuraban diligentemente a ir al lugar donde predicaría. 4. Vieras allí acudir caballeros y nobles matronas en las tinieblas de la noche; y quienes no pequeña parte del día indolentemente pasaban cobijados y relajados en los mullidos lechos, no tenían inconveniente, como dicen, en velar para poder verlo.
5. Acudían los viejos, corrían los jóvenes, hombres y mujeres, de toda edad y condición; y todos, depuesta toda suerte de ornamentos, vestían, me atrevería a decir, hábitos propios de religiosos. 6. Incluso el venerable obispo de Padua, junto con su clero, siguió devotamente la predicación del siervo de Dios Antonio, y, haciéndose modelo de su grey, invitaba a escucharlo con el ejemplo de su humildad.
7. Con tanta avidez atendían todos y cada uno alas cosas que decía, que, a pesar de asistir a menudo a la predicación ‑como cuentan ‑ treinta mil[25], personas 2no se escuchaba ningún grito ni murmullo de entre tanta muchedumbre, sino que en ininterrumpido silencio, todos, como una sola persona, pendían de su palabra con atentísimos oído y mente. 8. Aun los comerciantes, con toda suerte de tiendas para la venta de mercancías, no exponían éstas a los pasantes sino hasta acabada la predicación, por el gran deseo que tenían de escucharlo.
9. Las mujeres, con ardiente devoción, se proveían de tijeras y le cortaban trozos de su túnica, como si fuese una reliquia; y se consideraba afortunado el que podía tocar aunque sólo fuera el borde de su túnica. 10. Y no habría podido defenderse del ímpetu de las turbas, si no lo hubiera rodeado un buen número de recios jóvenes, o mirara solícito por donde huir, o esperara hasta que, finalmente, se hubieran retirado las muchedumbres.
11. Reducía a la concordia fraterna a los enemistados; restituía la libertad a los encarcelados[26]; hacía devolver lo robado con usura o violencia, y esto de tal modo, que, a las casas y fincas hipotecadas se imponía precio ante él, y, por su consejo, se restituía a los expoliados lo que había sido substraído ya I cera por una ya por otra causa.
12. Rescataba a las meretrices de su infamante t rato; y mantenía alejados de poner la mano sobre lo ajeno a ladrones famosos por sus delitos. Y así, transcurridos felizmente los cuarenta días, fue grande la cosecha de mies, agradable a los ojos de Dios, que con su celo recolectó.
13. Creo que no se puede pasar por alto cómo inducía a confesar los pecados a una multitud tan grande de hombres y mujeres, que no daban abasto a confesarlos ni los frailes ni los otros sacerdotes que en no pequeño número lo acompañaban. 14. Algunos penitentes contaban que de una visión divina habían recibido la amonestación de dirigirse a Antonio, con la orden de seguir en todo sus consejos. 15. Y algunos, cuando ya él había muerto, afirmaron, en relación confidencial a los frailes, que el bienaventurado Antonio se les había aparecido en sueños, y que les había indicado los nombres de los frailes a los que los enviaba.
14. ‑ COMO PREDIJO SU MUERTE
1. El glorioso confesor del Señor, Antonio, supo mucho tiempo antes cuándo moriría. Sin embargo, para que el desconsuelo no afligiera duramente a los frailes, disimulaba cautelosamente el fin inminente de su cuerpo. 2. Unos quince días antes de pagar la deuda de la carne, hallándose sobre una colina desde la que podía contemplar la amena llanura de Padua, con ánimo exultante decía maravillas de la situación de la ciudad. 3. Finalmente, volviéndose a su compañero de camino, predijo que pronto la ciudad se vería ornada de un gran honor. No quiso añadir, sin embargo, de qué honor se trataba ni quién se lo había de conferir. 4. Pero creemos que el honor de la ciudad de Padua no era otro que los méritos de su santidad, con los que muy pronto vendría a ser ilustrada, por los que ya la vemos engrandecida con una alabanza tan excelente como extraordinaria.
15. ‑ DE LA CELDA QUE SE HILO CONSTRUIR SOBRE UN NOGAL
1. Y sucedió que, entretanto, el tiempo de la siega se acercaba. 2. Viendo el fiel y prudente siervo del Señor que era imprescindible que el pueblo se ocupara en las faenas de la recolección, determinó dejar la predicación hasta el tiempo oportuno. Despidió a las turbas, y se puso a buscar un lugar apartado; y en razón de su paz y soledad, se dirigió al lugar llamado Camposampiero[27].
3. No poco contento de su llegada, ofreció devotamente al siervo de Dios sus atentos respetos un noble llamado Tiso, a cuyo dominio pertenecía también el eremitorio de los frailes. 4. No lejos de la morada de los frailes, poseía este noble un espeso bosque, donde, entre otros árboles silvestres, había crecido también un enorme nogal, de cuyo tronco se alzaban seis ramas que formaban con su ramaje una especie de corona. 5. Habiendo contemplado el hombre de Dios un día su admirable belleza, decidió al punto, por inspiración del Espíritu Santo, hacerse una celda sobre el nogal, sobre todo porque el lugar era oportuno para la soledad y ofrecía una quietud propicia a la contemplación.
6. Habiendo sabido el noble caballero su deseo por medio de los frailes, tras sujetar estacas en forma de cuadrado y transversales a los ramos, preparó una celda de esteras con sus propias manos. También hizo celdas semejantes a sus dos compañeros. Preparó con mayor cuidado la superior, destinada al santo; las otras dos las dispuso a gusto de los frailes, aunque no con tanto esmero. 7. Llevaba el siervo de Dios Antonio una vida angelical en esta celda, y, como abeja diligente, se entregaba a la santa contemplación. 8. Esta fue, pues, su última morada entre los mortales; con la subida a ella mostraba su acercamiento al cielo.
Fin de la primera parte.
AQUÍ COMIENZA LA SEGUNDA PARTE
16. ‑ PROLOGO
1. En la primera parte de nuestra historia, que con la gracia y poder del Altísimo hemos podido llevar a cabo, hemos narrado con humilde devoción, pero siempre anteponiendo la verdad, la vida y obras del muy bienaventurado padre y hermano nuestro Antonio. 2. En esta segunda parte nos ha parecido bien incluir las cosas maravillosas que en torno a él y por medio de él se dignó obrar el Dios de la majestad, a partir del día de su muerte, según nos las refirieron varones dignos de fe.
3. Pero como no nos fue posible saberlo todo, y también para no fatigar con un río de milagros a los que leyeren, nos proponemos referir solamente lo más importante, de modo que la devoción de los fieles tenga de que alabar a Dios, y puedan siempre añadir cosas nuevas los que, para edificación de los fieles, así lo deseen.
17. ‑ DE SU MUERTE
1. En el año de la Encarnación del Señor 1231, indicción cuarta, el 13 de junio, que era viernes, el muy bienaventurado padre y hermano nuestro Antonio, hispano de nación, emprendió el viaje común a todos los mortales y pasó felizmente a la mansión de los espíritus celestiales en la ciudad de Padua, en el convento de los frailes situado en la Cella[28].
2. Dejó un día las multitudes que de todas partes acudían a verlo y escucharlo, y se retiró de Padua a Camposampiero por amor de la tranquilidad, y empezó a darse a solo Dios, deseando purificarse con las lágrimas de la devoción y con los cabellos de la santa meditación, de las posibles motas de polvo que se le hubieran podido pegar, como suele acontecer, en el trato con los del siglo.
3. Cierto día, habiendo descendido, llamado por la campana a la hora de la comida, de la celda que se había hecho construir sobre la noguera, se sentó a la mesa con los otros frailes, como de costumbre. 4. Se posó allí la mano del Señor sobre él, y repentinamente comenzaron a abandonarlo todas las fuerzas corporales. Aumentando poco a poco su debilidad, le ayudaron los frailes a levantarse de la mesa, y, no pudiendo sustentar su extenuado cuerpo, se dejó caer sobre una pobre yacija.
5. Sintiendo el siervo de Dios Antonio que el fin de su cuerpo se acercaba, llamando a uno de sus hermanos y compañeros llamado Rogelio, le dijo: “Si bien te parece, hermano, me gustaría ir a Padua para evitar molestias a estos hermanos”. 6. Persuadido el compañero, es aprestado un carro y puesto sobre él el venerado padre, mientras los frailes del lugar se oponían con todas sus fuerzas a que fuera llevado a otro lugar. 7. Pero viendo que ésta era la voluntad del bienaventurado Antonio, aunque contrariados, no tuvieron más remedio que ceder.
8. Ya cerca de la ciudad, encontróse el varón de Dios con fray Vinoto, que caminaba a visitarlo. Viendo su extrema gravedad, comenzó a rogarle que se dirigiera a la Cella, donde habitaban algunos frailes en una casa junto al monasterio de las damas pobres, a las que prestaban los auxilios espirituales, según la costumbre de la orden. 9. Añadía el dicho padre que se originaría gran tumulto y no pequeña confusión en el convento de los frailes, especialmente porque, como estaban situados dentro de la ciudad, se verían expuestos a una importuna afluencia de seglares. 10. Tras oír esto, accedió el siervo de Dios Antonio a su petición, y, correspondiendo a su deseo, se apartó a dicho lugar.
11. Ya establecido entre los frailes de la Cella, se agravó la mano de Dios sobre él, y, aumentando la violencia de su mal, daba muestras de no pequeña ansiedad. Tras un corto descanso, hecha la confesión y recibida la absolución, empezó a cantar el himno de la gloriosa Virgen que comienza así: “O gloriosa Dómina”, etc.[29].
12. Apenas terminó, levantó los ojos al cielo, y con extática mirada se quedó mirando al frente un buen rato. Como el fraile que lo sostenía le preguntara qué era lo que veía, respondió: “Veo a mi Señor”.
13. Viendo los frailes presentes que se aproximaba su feliz tránsito, decidieron administrarle el sacramento de la unción. 14. Cuando vino un fraile, como se acostumbra, con los santos óleos, dijo al verlo el bienaventurado Antonio: “Hermano, no es necesario que me unjas, puesto que tengo la unción dentro de mí. No obstante, bien me está, y mucho me place”.
15. Teniendo las manos extendidas y juntas las palmas, cantó completos con los frailes los salmos penitenciales[30]. Aún resistió casi media hora aquella ánima santísima, y, libre de la cárcel de la carne, fue a sumergirse en el abismo de la claridad.
16. El aspecto de su cuerpo era en todo como el de quien duerme; la viva blancura que sus manos adquirieron, aventajaba en belleza al color que antes tenían; y las otras partes de su cuerpo se mostraban flexibles a voluntad de quien las tocaba.
17. ¡Oh verdaderamente santo siervo de Dios, que aún en vida mereció ver al Señor! ¡Oh ánima santísima, que, aunque no arrebatada por la crueldad de un perseguidor, fue, no obstante, traspasada mil veces por el deseo del martirio y por la espada de la compasión! 18. Acoge benigno, oh digno padre, a quienes te honran con la ofrenda de su devoción, y ruega por nosotros, que no podemos presentarnos ante el rostro de Dios.
18. ‑ DEL CLAMOR DE LOS NIÑOS, DE LA CONCURRENCIA DEL PUEBLO, Y DE SU PLANTO
1. Mientras que los frailes trataban de ocultar con todo empeño su feliz tránsito a los extraños, y con extremada cautela a los amigos y conocidos, para no verse invadidos por las multitudes, he aquí que tropeles de niños iban gritando por las calles; “¡Ha muerto el padre santo! ¡Ha muerto el santo Antonio!” 2. Al oír esto, corren las gentes aglomeradamente a la Cella, y, olvidadas las tareas que les permitían ganar el sustento, rodean la morada de los frailes como un enjambre de abejas.
3. Antes que todos acude en un vuelo una gran multitud de habitantes de Capo di Ponte[31] con numerosos y robustos jóvenes, e inmediatamente disponen en torno al convento una defensa armada. 4. Acuden religiosos; se precipita una multitud de ambos sexos, jóvenes y doncellas, ancianos y niños, el grande y el sencillo, el libre y el siervo. 5. Todos a una voz y con idéntica amargura de corazón se ponen a lamentarse, manifestando el sincero afecto de su alma con abundantes lágrimas y gemidos.
6. “¿Adónde te vas, padre”, dicen, “ para nunca más volver? ¿Adónde, padre de Padua, su carro y su auriga? ¿Adónde vas, venerando padre, sin tus hijos? ¿Dónde podremos hallar nosotros, huérfanos, puesto que tú nos engendraste en Cristo Jesús por medio del Evangelio, un heraldo de la palabra de Dios como tú? 7. Así, realmente así, el dolor común y la tristeza de cada uno, con redoblados suspiros y con gritos que llegaban al cielo invitaban al lamento y al luto los ánimos de los espectadores.
19. ‑ DEL LLANTO DE LAS CLARISAS, Y DE SUS ESFUERZOS PARA QUEDARSE CON EL BENDITO CUERPO
1. ¡Cuán grande fue el luto de todos, pero, sobre todo, cuán grande fue el lamento de las damas pobres! Las cuales como mujeres que eran, no podían de ningún modo refrenar sus lloros, y con llanto que les salía de lo profundo del corazón gemían inconsolablemente. 2. “¡Ay de nosotras”, repetían, “benignísimo padre! ¿Para qué nos ha perdonado por ahora la muerte, madre de amargura, una vez que nos has sido irrevocablemente arrebatado? ¿Para más cruelmente atormentarnos? 3. Nos bastaba nuestra pobreza, hasta el punto de tener por riqueza el que pudiéramos, al menos en cierto modo, oír que predicaba a los otros la palabra de vida aquel que con los ojos de la carne no pudimos ver”[32].
4. Mientras estas y otras cosas con voces llorosas exclamaban, hubo algunas que dijeron: “¿Por qué lanzamos al viento tantas lágrimas y suspiros entrecortados por los sollozos? ¿Por qué nos cubrimos de luto como si de un muerto se tratara, si por él, que goza de inmortalidad, se gozan los ángeles en la patria celestial? 5. Sólo queda un remedio a tan triste separación: que permanezca con nosotras, si bien muerto, aquel a quien, vivo, no le fue dado mostrarnos su persona.”
6. Y añadieron: “Pero, ¿cómo será posible realizarlo? Pues no es de creer que los frailes que residen en la zona meridional de la ciudad estén dispuestos a que el santísimo cuerpo del bienaventurado Antonio nos lo quedemos nosotras, a no ser que, llevados de los ruegos de los magnates, quieran renunciar misericordiosamente a su derecho. 7. Enviemos, pues, alguna persona que de parte nuestra interceda ante los grandes de la ciudad, tanto clérigos como seglares, para que, como si detrás no estuviera nuestra mano, actúen todos conjuntamente a fin de obtener en concordia con los frailes lo que aficionadamente pretendemos”.
8. Y así se hizo. ¿A qué alargarse? Todos acceden, con unánime voluntad, a los deseos de las siervas de Cristo, y, sin oponer palabra, prometen prestar su ayuda.
20. ‑ CÓMO LOS VECINOS DE CAPO DI PONTE SE OPUSIERON A LOS FRAILES, VENIDOS A TRASLADAR EL CUERPO A SU IGLESIA
1. Queriendo llevarse a su convento el santísimo cuerpo del bienaventurado Antonio, vinieron a la Cella los frailes de junto a la iglesia de la Santa Madre de Dios. 2. Por gran desdoro y mal insufrible reputaban los frailes el verse privados de tan gran tesoro, máxime porque el santo mismo, mientras vivió, se había ligado a aquel lugar más que a ningún otro de la provincia con más estrechos lazos de afecto. Tanto se había dejado llevar del deseo de aquel lugar, que, cuando sintió aproximarse su salida de este mundo, mandó por obediencia al fraile que lo asistía que por todos los medios procurase que fuera trasladado su cuerpo a la iglesia de la Santa Madre de Dios. 3. Sabidas las intenciones de los frailes, los moradores de Capo di Ponte les hicieron frente como un solo hombre, y, para que en ningún modo pudiera realizarse lo que pretendían, hacen custodiar el lugar con numerosos grupos de gente armada.
4. No sabiendo los frailes qué decisión tomar, acuden presurosos al obispo de la ciudad, y exponen su cuidado al padre de los huérfanos. 5. Este, convocados sus hermanos de canonicato, les expuso cuidadosamente el motivo que había traído a los frailes, y, para aconsejarse, pidió el parecer de cada uno de ellos sobre el asunto. 6. Algunos de ellos, prevenidos por los ruegos de las clarisas, opinaban que de ninguna manera se debía atender la petición de los frailes; antes bien, interponiendo sus propias razones, abogaban aun con más empeño en favor de las monjas.
7. Pero no menos se esforzaron los frailes, con no leves razones a su favor, por persuadir de aquellas cosas que sabían eran convenientes al sostenimiento de su causa, alegando las condiciones de la persona y del hecho. 8. Teniendo el obispo ajustada a razón la demanda de los frailes, accedió en todo a sus deseos, y comunicó al podestá de la ciudad que les prestara su ayuda.
2 1. ‑ DE LA DEVOCIÓN DEL PUEBLO, Y DE UN MILAGRO DEL CIELO
1. Así las cosas, hízose en los de Capo di Ponte más ardiente el deseo de quedarse con el cuerpo del bienaventurado Antonio, y, oponiéndose al podestá, más y más se enconaban sus ánimos contra toda prohibición. 2. Se convoca una reunión de ancianos y de todos aquellos de quienes podía esperarse consejo, y, para recabar su apoyo, hacen llamar a los amigos por toda la ciudad. 3. Toman finalmente la decisión de jurar poner en riesgo sus personas y la totalidad de sus haberes, antes que consentir que el cuerpo del bienaventurado Antonio sea cambiado, ni aun de sitio.
4. Maravilla causa lo que narro. En tal grado había unido el celo y el fervor de la devoción todas las voluntades en este designio, que, estando algunos de ellos desde antiguo desavenidos con odio inveterado y luchas intestinas, olvidados, al parecer, de sus viejas rencillas, cordial y unánimemente se pusieron de acuerdo para retener el cuerpo del bienaventurado Antonio. 5. Pero temiendo que alguien los pudiera defraudaren su esperanza con alguna fraudulenta estratagema, decidieron, tras deliberación, raptar el cuerpo.
6. Como se hallaba ausente el padre provincial, de cuya anuencia dependía la causa de los frailes, éstos, llamando aparte a los ancianos, les rogaban que, en espera de la pronta llegada del provincial, desistieran de su intento, y que todo quedara enteramente invariado hasta su decisión. 7. Agradáronse de estas palabras, pues lo mismo publicaba el sentir común de toda la ciudad.
8. A1 anochecer, tras despedir a las gentes, cerraron los frailes las puertas de la casa, y, para no verse apremiados ante un eventual asalto de las turbas, reforzaron los cierres con trancas y barrotes. 9. Pero a media noche, estando aún de guardia los vigilantes, una impetuosa masa de gente, ardiendo del deseo de ver el cuerpo, irrumpió con ímpetu en la casa donde yacía el santo cuerpo, llevándose por delante, sin ningún miramiento, puertas y refuerzos. 10. Por tres veces repitieron impetuosamente el ataque contra la morada de los frailes, y ‑cosa admirable ‑ no pudieron penetrar en ella ni una sola vez, a pesar de sus esfuerzos, sino que, como después con su propia boca confesaron, se quedaban pasmados ante las puertas abiertas; y aunque toda la casa estaba llena de luz, no veían la entrada, y daban vueltas en torno, deslumbrados por el resplandor.
11. Llegada la mañana, llegan multitudes de fieles de la ciudad, de las aldeas y de los castillos para contemplar el cuerpo del bienaventurado Antonio; y sin ningún género de duda se tenía por afortunado el que, aun una sola vez, de algún modo podía tocarlo. 12. Los que a causa de la muchedumbre no podían acercarse, arrojaban sin concierto de puertas y ventanas cinturones y ceñidores, anillos y collares, llaves y otros diversos adornos. Y otros, suspendiendo estos mismos objetos de pértigas, los alargaban hasta ponerlos sobre él para recibirlos santificados por el contacto de su santísimo cuerpo.
22. ‑ DE LA EXCITACIÓN DE LA GENTE, Y DE LA LLEGADA DEL MINISTRO PROVINCIAL
1. Como el ministro provincial se demoraba y era verano, tiempo desfavorable para los cuerpos que esperan la inhumación, lo metieron los frailes apresuradamente en una caja de madera (como mejor les fue posible en medio de aquella desazón), y la enterraron a poca profundidad, en espera del provincial. 2. Apenas hecho esto, súbitamente se alborota la gente, arremeten con palos y espadas contra la morada de los frailes, y, echadas a tierra violentamente barreras y puertas, corren en masa adonde yacía el sagrado cuerpo. 3. Pero ni aun así desisten del no sé si llamarlo furor o fervor de ánimo, hasta que, cavando en tierra, encuentran la caja en la que se escondía aquel precioso tesoro.
4. Aun hallada aquella margarita preciosa que buscaban, no dan crédito a los frailes, que afirman que el cuerpo se encuentra en el arca; antes bien, es el ronco sonido el que los convence, golpeando con un palo sobre la caja.
5. Llega al atardecer del sábado el ministro provincial, de cuya llegada pendía, expectante, toda la ciudad. 6. Al verlo, se reunieron en consejo los de Capo di Ponte, e inmediatamente comenzaron a pedir insistentemente el cuerpo del bienaventurado Antonio, alegando en favor de su causa rebuscadas razones, y, para que el temor hiciera ceder a los frailes, unían amenazas a sus razones. 7 Por último, dan a conocer el documento en el que habían redactado su pacto, declarando paladinamente a todos que no cejarían en la defensa de su causa ni ante las cadenas, ni ante la espada, ni tan siquiera ante la muerte; y que, mientras les acompañara la vida, de ningún modo se saldrían de lo pactado.
8. A lo que respondió el ministro: “Carísimos, no podéis exigir por derecho nada de lo que con vuestros alegatos os esforzáis en demostrar; pero si de lo que se tratara fuera de obtener una gracia, pondríamos por obra, con el consejo de nuestros frailes, lo que el Señor nos inspirara. 9. Sin embargo, en bien de la paz, y para que no temáis con negra sospecha que os haya hablado con doblez, concedo que hagáis custodiar el lugar donde reposa el cuerpo del bienaventurado Antonio, hasta que, tras deliberar con los frailes sobre lo que exigís, dispongamos otra cosa.”
23. ‑ DE LA SENTENCIA EN FAVOR DE LOS FRAILES, Y DE LA DESTRUCCION DEL PUENTE
1. Llegado el tercer día, y viendo el ministro provincial que, solo, le sería difícil hacer frente al empeño de tantas y tales personas, máxime en cosa que tocaba la sensibilidad de una muchedumbre de personas, se dirigió al podestá de la ciudad, y, cuando estuvieron reunidos los miembros del concejo, les pidió suplicante su consejo así como su apoyo. 2. El podestá, de común acuerdo, mandó presidiar el lugar donde yacía el sagrado cuerpo, y, para que nadie hiciera violencia a los frailes, prohibió, so pena de cien liras, que se pudieran llevar armas ni tan siquiera en las cercanías del lugar, hasta que fuera conocida la sentencia del obispo y clero de la ciudad, de cuya jurisdicción era el asunto.
3. El cuarto día de la muerte del bienaventurado Antonio tuvo consejo el obispo con el clero de la ciudad, y se puso a tratar con ellos leal y sinceramente de cómo conservar la paz de la ciudad, salvaguardando el derecho de los frailes. 4. Requerido el parecer de los ancianos y entendidos por su orden, procedió al examen de la causa; pero halló que los de más peso de entre ellos, como prevenidos que estaban por los ruegos de las clarisas, según ya dijimos antes, se inclinaban a favor de ellas.
5. Se levantó entonces el ministro provincial de entre medio de los frailes, y, tras demandar silencio con la mano, dijo: “Sin pretender ofender a tan excelentes personas, creo que no pesan rectamente en la balanza del juicio a la justicia y misericordia los que sólo ponen pasión y nada de razón en los dos platillos de la discreción. Reconozco que tienen celo ele Dios, pero no ajustado a razón. 6. Antonio fue fraile de nuestra orden, y, si no lo quieren negar ‑pues lo vieron con sus propios ojos‑, permaneció siempre en nuestra orden. Por tanto, exigimos a uno que se nos encomendó, y que, mientras aún estaba en vida, sabemos que prefirió a todos, como lugar de su sepultura, la iglesia de la Santa Madre de Dios. 7. Pero si acaso queréis argüir que él no podía elegirse la sepultura porque tenía su voluntad ligada a los vínculos de la saludable obediencia, ¿a quién, respondemos, pensáis que está reservada esta facultad y libertad de elección sino al superior? 8. Así pues, nos, que, aunque inmerecidamente, ejercemos la función de superior, suplicamos nos sea dado lo que por derecho y por la evidencia de la razón se nos debe.”
9. Tras oír las argumentaciones de ambas partes, sentenció el obispo en firme que en adelante se hiciera a voluntad del ministro, y lo ya apalabrado 0 hecho se sometiera a su arbitrio para su anulación o confirmación. 10. Finalmente, ordenó al clero que al día siguiente, el quinto de la muerte del bienaventurado Antonio, confluyera de buena mañana en la Cella con los indumentos acostumbrados y en orden procesional. 11. Y no dejó de advertir otra vez al podestá de la ciudad que protegiera a los frailes, y que, con bien aprestados grupos de ciudadanos, se personara a dicho tiempo en la Cella para el traslado del cuerpo del bienaventurado Antonio.
12. El cual, recibiendo benévolamente su mandato, accedió, y ordenó que se hiciera cuanto antes un puente con barcas y maderos sobre el río que circuía a la Cella, temiendo no suscitara un alboroto la indignación popular, si atravesaba la procesión Capo di Ponte. 13. Acabado de construir, las devotas gentes de Capo di Ponte, con fervor de espíritu pero también furiosamente irritadas por la construcción del puente, acuden al mismo con hachas y espadas, y con insensata osadía lo destrozan. 14. Vieras allí tajar con hacha naves en el agua como troncos en el bosque, a modo de parturienta que se agita en su dolor y de un viento desatado.
15. ¿A qué decir más? Se indigna ante esto toda la ciudad de Padua, especialmente porque este desafuero redundaba en injuria de todo el común. 16. Mientras aún vociferaban aquellos, se corrió la voz de que ya tenían encima a los habitantes de la parte meridional de la ciudad, que venían armados.
17. Al oír esto, se les plantaron delante los de Capo di Ponte ordenados en cúneos, dispuestos a la lucha en caso de que les tocaran las casas o quisieran llevarse el cuerpo del bienaventurado Antonio.
24. ‑ DE LA LAMENTACIÓN DE LOS FRAILES, Y DEL TRASLADO DEL CUERPO DEL BIENAVENTURADO ANTONIO
1. Viendo los frailes aproximarse la ruina general de la ciudad, llenos de un grande terror y con lágrimas en los ojos, comenzaron a lamentarse lastimosamente: 2. “¡Pobres de nosotros, por quienes se ha desatado esta tempestad y por quienes toda la ciudad será cuasi arrasada, si el Señor no la guarda! 3. ¿Para qué vivir más, si tantos miles de hombres perecieren por defender nuestra causa? 4. Presta oído, Señor; aplácate, Señor; atiende y obra. ¿Por qué apartas tu faz, y, eternamente olvidado, no te compadeces de esta tribulación nuestra? 5. Fomentamos la paz, y ella sin venir; procuramos la bonanza, y he aquí la turbación. 6. Por Ti mismo, Dios nuestro, te pedimos que escuches y oigas a los tuyos, y no permitas la destrucción de esta ciudad”.
7. Asimismo, oído cuanto acontecía, comenzaron a lamentarse las venerables siervas de Cristo, y, achacándose los sucesos, pedían con repetidas preces y lágrimas les fuera tomado el sagrado cuerpo, que con tantos deseos habían pedido le fuese dejado. 8. Todos, en fin, hombres y mujeres, de toda edad y condición, esperaban con suspenso corazón la misericordia de Dios.
9. Pero Dios, que no echa en olvido su misericordia, prestó su ayuda en momento oportuno. Y así El, cuya providencia es infalible ejecutora de sus designios, había permitido por un poco la turbación de las gentes para aumento de su gloria, a fin de concluir de modo más admirable lo que quería hacer. 10. Pues El, que es eternamente bueno, no permitiría el mal en la sociedad, si al mismo tiempo no supiera sacar utilidad en beneficio de los buenos. 11. Así pues, no pudiendo tolerar el podestá de la ciudad aquella sedición popular, hizo pregonar que acudieran al palacio[33] todos los ciudadanos, y, reunido el consejo, hizo confinar en la parte meridional de la ciudad a aquellos ciudadanos que habían destruido el puente, y publicó un edicto, con el que prohibía que retornaran a sus casas durante aquel día, bajo la amenaza juramentada de confiscación de todos sus bienes.
12. Tras esto, reúnense en la Cella el obispo de la ciudad con todo el clero, y el podestá con un elevado número de ciudadanos, y, pasando por Capo di Ponte, transportan en orden procesional el cuerpo del bienaventurado Antonio a la iglesia de la Santa Madre de Dios, María, con extraordinaria exultación de todos, en medio de himnos, alabanzas y cánticos espirituales. 13. Las autoridades y los principales de toda la ciudad ofrecen sus hombros para llevarlo, y se tienen por dichosos los que consiguen tocar apenas su féretro.
14. Tanta fue la afluencia de las gentes que, por la aglomeración, no podían avanzar a la vez por medio de la ciudad, y así, desviándose muchos por calles, callejuelas y barrios, en rápida carrera se adelantaban a la procesión. 15. Todos llevaban encendidos en las manos cuantos cirios habían podido obtener; y tanta era la abundancia de luces, que casi toda la ciudad parecía arder.
16. Cuando llegó la procesión a la iglesia de la Santa Madre de Dios María, el obispo, tras celebrar el sacrificio de la misa, dio sepultura solemnemente al cuerpo del bienaventurado Antonio, y, una vez acabadas las piadosas exequias, retiróse a su morada entre el contento de todos.
25. ‑ DE LOS MILAGROS EN GENERAL MANIFESTADOS EN AQUEL MISMO DIA
1. Aquel mismo día fueron llevadas ante la tumba muchísimas personas aquejadas de diversas enfermedades, que al punto recobraron la salud por los méritos del bienaventurado Antonio. 2. Apenas un enfermo tocaba el arca, súbito depuesto, sentíase gozosamente libre de toda enfermedad. 3. Y los que no podían permanecer ante el arca por la multitud de los enfermos que acudían, acomodados ante la puerta de la iglesia, quedaban curados en la plaza, a vista de todos.
4. Allí realmente se abrieron los ojos de los ciegos, y allí se descercaron los oídos de los sordos; allí saltó el cojo como un ciervo, y allí, desatada, la lengua de los mudos proclamó las alabanzas de Dios de modo claro y expedito. 5. Allí recobraron su vigor y uso los miembros tullidos por la parálisis, y allí la gibosidad, la gota, la fiebre y las plagas de otras varias enfermedades fueron puestas milagrosamente en fuga. 6. Allí, en suma, son otorgados', a los fieles todos los beneficios deseados, y allí obtienen el saludable efecto demandado, hombres y mujeres venidos de distintas partes del mundo.
26. ‑ DE LAS PROCESIONES Y DE LA DEVOCION DEL PUEBLO
1. Con la irradiación de la refulgente luz de los milagros se aviva la devoción de los fieles; y en la edificación divina de la nueva Jerusalén, se representa la congregación del disperso Israel. 2. Pues, en efecto, acuden las gentes en ordenadas procesiones del oriente y del occidente, del mediodía y del septentrión, y, viendo las maravillas que por los méritos del bienaventurado Antonio ante sus ojos se operan, con el debido honor ensalzan las excelencias de su santidad.
3. Entre aquellos que, como hemos dicho, venían a tributarle la ofrenda de sus alabanzas, acudieron en primer lugar los habitantes de Capo di Ponte, los mismos que, porque no les fuera arrebatado el sagrado cuerpo, habían destrozado el puente con saña tan extremada. 4. Precediéndolos el clero con cruces y estandartes, venían éstos, descalzos y entre lágrimas, a visitar el sepulcro del bienaventurado Antonio con una devoción tan extraordinaria, que desgarraban, induciéndolos al arrepentimiento, los corazones de los fieles que los contemplaban, y los invitaban a abrasarse en el amor divino.
5. ¿Qué pecho habría de hierro tan duro para no moverse al llanto, para no armarse de buenos propósitos, viendo a caballeros, gente regalada, caminar por ásperas vías, y a nobles matronas, que apenas podían moverse por su molicie, seguir a pie descalzo las huellas de los que precedían? 6. También los frailes supieron apreciar tan admirable devoción, y especialmente porque habían actuado como tenaces adversarios en la controversia por la posesión del cuerpo del santo, les salieron honrosamente al encuentro, entonando alabanzas en ordenados coros, para moverlos así a una paz más profunda y cordial.
7. No solamente ellos, sino que todos los sectores de la ciudad, cada uno en el día señalado, venían a pie desnudo en el mismo estilo de procesión. También los religiosos, numerosísimos en Padua, tomaban parte, descalzos, en la procesión, precediéndola como conviene, del sector donde habitaban. 8. Y, en fin, acompañado de la clerecía, se allega reverentemente el obispo con pies descalzos. También el podestá, que acude con pelotones de soldados y con incontable masa de gente, se quita el calzado de los pies.
9. Semejantemente, las comunidades de religiosos que residen en gran número en los pueblos y castillos de la región circunstante, revestidos de los sagrados ornamentos y con los pies desnudos recorrían los difíciles caminos con gozosa devoción. 10. Comparece asimismo el escuadrón de los estudiantes universitarios, que en no pequeño número posee la ciudad patavina. Entremezclando cánticos con lágrimas de devoción, hacían recordar los suspiros mezclados de júbilo de los hijos de la trasmigración cuando reedificaban el templo del Señor. Comenzaba entonces a cantar un cántico el que lloraba, y en medio de su llanto prorrumpía en gritos de júbilo.
11. Así, tal como lo digo, a estos ordenados pelotones ‑no sabría decir si de salmodiantes o de plañentes ‑ que caminaban descalzos, precedía un cirio de dimensiones tales, que, si no se le hubiera truncado una gran parte, no se lo hubiera podido erguir bajo el techo de la iglesia de la Santa Madre de Dios. 12. Pero no sólo los estudiantes; también las otras masas de ciudadanos que venían en el día establecido, llevaban unos cirios tan altos, que los más no podían ser introducidos sino desmochados[34].
13. Se llevaban a hombros tales cirios, que para el transporte de uno solo apenas bastaban dieciséis hombres, encorvados bajo su peso; y si la conducción de los cirios se hacía sobre carros, hacían ir con las cabezas gachas a dos yuntas de bueyes. 14. Había cirios de considerable altura, con brazos a ambas partes a manera del Candelabro[35], de los que salían pequeñas esferas con lirios, zarcillos y diversas clases de flores, todo plasmado cuidadosamente por la mano del artista.
15. Otros representaban la figura de una iglesia, o figuraban un terrible orden de batalla. 16. Además de haber contribuido al esplendor de la procesión con el ornamento de cirios tan extraordinarios, todos llevaban en sus manos velas encendidas. 17. Y cuando a causa de la multitud resultaba de todo punto imposible acercarse a las puertas de la iglesia, arrojaban cirios y velas sin orden ni concierto ante la entrada del templo.
18. Otros disponían iluminarías sobre los muros, y pasaban en las plazas las noches en vela. Y es cosa de admirar que ni por los calores estivos desistieron ni un momento, ni por los perezosos fríos del glacial invierno se dieron tregua, sino que, turnándose, con indomables y animosos corazones continuaban día y noche, empleando todo el tiempo en las alabanzas divinas.
19. Gozábase la ciudad viéndose adornada con tantos fulgores, y, esclarecida de tan copiosas luminarias, le parecía haber perdido las tinieblas nocturnas. 20. Acuden los venecianos, se apresuran los de Treviso, se presentan los de Vicenza, los lombardos, los eslavos, los de Aquileya, los teutones, los húngaros; viendo todos estos con sus propios ojos renovarse los milagros y multiplicarse los prodigios, alababan y glorificaban la omnipotencia del Creador.
21. Cuantos venían y veían con sus ojos y tocaban con sus manos los milagros indubitablemente obrados por los méritos del bienaventurado Antonio, cobraban la esperanza de alcanzar gracia, y confesaban sus pecados a los frailes, que apenas bastaban para tan gran número. 22. Pero a los que, habiendo venido en busca de la salud, escondían, según lo que está escrito, sus culpas en el secreto, les estaba vedada la vía de la salud. Pero si hacían confesión y abandonaban saludablemente el pecado, al punto, a la vista de todos, alcanzaban misericordia.
27. ‑ DEL ENVÍO DE DELEGADOS A LA CURIA PARA LA CANONIZACIÓN DE SAN ANTONIO
1. Queda ensalzada, con esto, la fe de la Iglesia; es apreciada la altísima pobreza, y la sencilla humildad es honrada. Queda afrentada la perfidia, ciega madre del error, y de lívida podre se consume la insipiencia de la herética pravedad. La impiedad suspicaz es confundida, y por los resplandores de los milagros, a semejanza del nacimiento de un nuevo día, son disipadas las tinieblas de la infidelidad.
2. Lo proclama la sacra asamblea del clero, lo grita el pueblo devoto; a una voz y en unánime concierto de voluntades, todos instan cuanto pueden para que se envíe a Roma una delegación para tratar la canonización del bienaventurado Antonio. 3. Organízase con tal motivo una solemne reunión de clero y pueblo, y unánimemente se decide que se preste oído al general deseo de la gente. 4. ¿A qué más? Escribe el obispo junto con el clero, y el podestá de la ciudad con los caballeros y el pueblo. Aún no se había cumplido un mes desde la muerte del santo, cuando ya envían a la Sede Apostólica mensajeros de precio por la gravedad de sus costumbres y de respeto por su condición.
5. Al comparecer éstos, pasados algunos días, ante la presencia del pontífice y explicarle el motivo de su llegada, dispensóles el papa Gregorio IX y la curia en pleno una amabilísima acogida. 6. No poco, sin embargo, se admiraron muchos de ellos de lo que oyeron sobre la súbita gloria del varón de Dios y el sobrevenir de prodigios tan extraordinarios. 7. Convócase el sacro colegio de los cardenales, y se celebra una solemne reunión sobre la propuesta de los delegados de Padua. 8. Finalmente, por consejo de todos, confió el sumo pontífice el examen de los milagros al venerable obispo de Padua y a los priores de San Benito y de los frailes Predicadores.
9. De todas partes acude una no pequeña multitud de hombres y mujeres que afirman con verídicas pruebas haber sido librados de distintas desgracias por los gloriosos méritos del bienaventurado Antonio; y por todas partes se ve brillar una grandísima cantidad de milagros. 10. Se da oído a las deposiciones confirmadas con juramento, y se ponen por escrito los milagros probados por numerosos testigos veraces. 11. Y para una mayor confirmación de fe y milagros, se indagan minuciosamente las circunstancias de las personas y del hecho; se anotan cuidadosamente el lugar y tiempo, lo que se vio u oyó, y, si las hay, algunas otras circunstancias que los testigos puedan aportar.
12. Una vez llevado a cabo diligentemente el examen de los milagros, insisten en su propósito con animosa devoción los fieles paduanos, y, repitiendo una segunda y una tercera vez las embajadas, escogen para enviar a la Santa Sede a personas dignas da crédito. 13. Y así, para dar una mejor información al desvelo del pontífice y a la diligencia de los cardenales sobre la verdad de su causa y sobre su devoción, digna de ser atendida, el venerable obispo de Padua envió a la Curia a canónigos de la catedral junto con el prior de Santa María de Montecruz[36]; el podestá, por su parte, envió a nobles y poderosos, a condes y caballeros, además de no pequeño número de magnates y de mucha gente del pueblo. 14. Escribe asimismo favorablemente toda la Universidad, maestros con escolares; y la asamblea de los letrados, no desdeñable a la ligera, envía una carta, en la que da testimonio de lo visto y oído.
15. También escriben sobre todo esto los venerables cardenales que ‑ por divina disposición ‑ se hallaban presentes. Por aquel entonces, en efecto, Don Otón de Monferrato y Don Santiago, obispo electo de Palestrina, desempeñaban la función de delegados papales en Lombardía y en la Marca Trevisana para restablecer la paz entre algunas ciudades. 16. Como por causa de la mencionada legación vinieran éstos a Padua, y como con el testimonio de sus ojos y la certeza de la verdad advirtieran las maravillas del Señor, convertidos también ellos en testigos de la verdad, reforzaron la autenticidad de los milagros con el favor de una carta suya.
17. Así pues, con estas cartas en su poder, se encaminan raudos a la Curia los delegados, y, apoyados por las cartas de tantos y tales patronos, fueron recibidos con suma afabilidad por el papa y por toda la Curia. 18. ¿A qué más palabras? Celébrase una nueva reunión, y, en presencia del papa y de todos los cardenales, se trata favorablemente de la canonización del bienaventurado Antonio, y, convocado finalmente el consistorio, se encomienda a Monseñor Juan, obispo de Sabina, el examen general de los milagros y su aprobación. 19. No se durmió él en esta tarea que se le encomendó, antes promovió la causa con solicitud, y, en un espacio de tiempo que nadie esperaba, llevó a cabo todo el examen y aprobación de los milagros.
28. ‑ DE UNA VISIÓN DE ORIGEN CELESTIAL
1. Pero, entretanto, he aquí surgir una nueva ‑y para los enviados paduanos imprevista ‑ dificultad, y la alegría de los felices éxitos precedentes verse turbada por la aparición de un escollo. 2. Era el caso que había algunos cardenales que por sus virtudes y ciencia no eran ciertamente de los menores entre los príncipes de la Iglesia, los cuales, por apego a las costumbres eclesiásticas y a causa de la brevedad del tiempo transcurrido, reputaban que no se debía obrar con tanta precipitación en un asunto de tanta importancia, máxime teniendo en cuenta que todavía no había pasado un año desde la muerte del bienaventurado Antonio. Consecuentemente, afirmaban cautelosos que no podían ni querían consentir en su canonización hasta que no hubiera transcurrido un obligado intervalo prudencial.
3. Pero Aquel que, por boca del profeta, afirma que no concederá a otro su propia gloria, permitió que fuera brevemente impedida, a fin de que sea atribuida a su gracia .la completa realización de toda empresa. 4. Así pues, quiso El intervenir misericordiosamente en el tiempo oportuno, y por medio de una visión indujo milagrosamente a uno de aquellos cardenales a la canonización de San Antonio.
5. Esta fue su visión. Veía en sueños al papa, que, vestido de pontifical, se disponía a consagrar una iglesia con su relativo altar, rodeado de los venerables cardenales, que lo asistían como de costumbre en el sagrado rito. También aquel cardenal, que por dignidad y oficio no era el último, se encontraba entre ellos, en calidad de asistente, vestido con los sagrados ornamentos. 6. Llegado el momento de la consagración, requirió el sumo Pontífice las reliquias que, como es ritual, debían introducirse en el altar. Pero ellos respondieron uno tras otro que no tenían reliquia alguna para poner. 7. Entonces él, dirigiendo la vista a varias partes, como quien busca, echó de ver casualmente que no lejos yacía el cadáver, envuelto en vendas, de alguien que había muerto recientemente. Apenas lo vio, dijo: “Traedme enseguida estas reliquias para meterlas en el altar”.
8. Como éstos afirmaran con vehemencia que aquellos despojos que había advertido no eran reliquias, les replicó: “Quitad el velo con que está cubierto, y ved, al menos, qué es lo que encierra”. 9. Con tardos pasos y a disgusto se acercan ellos al cadáver, y, según el mandato, quitan rápidamente el lienzo con que estaba cubierto. 10. Como, una vez descubierto, no percibiesen en él la más mínima mácula de corrupción, volviéronse hacia el cadáver, y tanto se agradaron en la visión de estas reliquias, que, tratando de anticiparse unos a otros, contendían por ver qué es lo que cada uno podía tomar para sí.
11. Despertado el cardenal al punto de esta disputa y confusión que en sueños veía, levantóse al poco, y, llamando a los clérigos que estaban a su servicio, explicóles al instante el sueño con unción, interpretándolo en relación con la canonización del bienaventurado Antonio, y afirmó que ésta tendría lugar sin más hesitación. 12. Cuando bajó de su mansión para ponerse en camino de la Curia, he aquí que los paduanos, como conducidos por la divina voluntad, se presentaron ante su puerta.
13. Al verlos, dijo el cardenal con alegre semblante, volviéndose a los clérigos de su séquito: “¡He aquí nuestro sueño y su interpretación! “:
14. Confortado, pues, con esta visión divina, se convirtió en un promotor tan entusiasta de la causa de los paduanos, que sostenía tenazmente que no se puede sujetar con plazos la omnipotencia de Dios, ni por respeto a ninguna costumbre se debía impedir la glorificación del santo.
29. ‑ DE LA CANONIZACIÓN DEL BIENAVENTURADO ANTONIO
1. Así pues, relatados los milagros, como ya se dijo, ante Monseñor Juan, obispo de Sabina, autentificados por las testimonianzas juradas, y una vez aprobados y finalmente aceptados, reúnense todos los cardenales y prelados que se hallaban entonces presentes en la Curia. 2. Se propone la canonización del bienaventurado Antonio, y, como todos fuesen de un mismo acuerdo, en este punto, desarróllase la reunión en un ambiente de inusitada alegría.
3. “Indignísima cosa sería”, dicen, “que en la tierra entorpeciéramos ‑ ¡lejos de nosotros! ‑ la debida veneración a los méritos del beatísimo padre Antonio, cuando el Señor de la majestad ya se ha dignado coronarlo de honor y gloria en los cielos. 4. Así como, ciertamente, sería innoble no prestar fe a la reconocida autenticidad de los milagros, del mismo modo sería linaje de envidia negar la alabanza a los méritos de los santos”. 5. Viendo, en fin, el Sumo Pontífice el unánime consenso sobre la canonización de San Antonio, y atendiendo no menos a la infatigable devoción de los paduanos, accedió, de común acuerdo con todos, a su humilde súplica, y, sin más retardación, fijó el día en que tendría lugar.
6. Era ya llegado el día tercero, el que había sido fijado para tan grande solemnidad. Asiste el Sacro Colegio Cardenalicio; se convoca a los obispos, acuden los abades, y, por hallarse entonces presentes, concurren prelados de iglesias de distintas partes del mundo. Allí está la sagrada asamblea del clero, allí una multitud casi incontable de gentes. 7. Y allí está, aureolado dé gloria y majestad, el Sumo Pontífice, con sus insignias pontificales; y el grupo de cardenales y demás príncipes de la Iglesia, vestidos con sus sacros ornamentos, se apiñaba en torno al ungido del Señor. 8. Hácese la lectura de los milagros ante todo el pueblo, como de costumbre, y con suma devoción y reverencia se exaltan los méritos gloriosos del bienaventurado padre Antonio.
9. De pie, inundado de santa consolación, alzó las manos al cielo el Pastor de la Iglesia, e, invocando el nombre de la deifica Trinidad, inscribió en el catálogo de los santos al beatísimo padre Antonio, y estableció que su fiesta se celebrara el día de su muerte, para alabanza y gloria de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a quien es el honor y la potestad por todos los siglos de los siglos. Amén.
10. Tuvo lugar la ceremonia en la ciudad de Espoleto el día de Pentecostés del año del Señor 1232, quinta indicción, correspondiente al sexto año del pontificado del papa Gregorio IX.
11. Apresuran el paso a su ciudad los representantes de Padua, y antes de cumplirse el año de la muerte del bienaventurado Antonio, hacían su entrada con radiante fastuosidad. Y se celebró su fiesta con indescriptible solemnidad el mismo día en que se cumplía el año de su tránsito, es decir, el 13 de junio de 1232, primer aniversario de la muerte del Santo. Fue canonizado el 30 de mayo de ese mismo año.
COMIENZAN LOS MILAGROS DEL BIENAVENTURADO ANTONIO
30. ‑ PROLOGO
1. Para alabanza y gloria de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, de la gloriosa Virgen María y de San Antonio, hemos creído conveniente, para estimular la devoción de los fieles, referir sucintamente, pero sin mengua de la verdad, los milagros que fueron leídos ante el papa Gregorio IX, mientras todo el pueblo los escuchaba[37].
31. ‑ DE LOS CONTRAHECHOS
1. (I) El día en que en la iglesia de la Santa Madre de Dios María fue honrosamente sepultado el cuerpo del beatísimo Antonio, cierta mujer por nombre Cuniza, que desde hacía un año estaba gravemente enferma, se llegó hasta la iglesia valiéndose de esos instrumentos de madera llamados muletas. 2. Se había formado sobre sus espaldas una giba descomunal; de tal manera la tenía ésta encorvada, que en manera alguna le era posible caminar sin el apoyo de bastones. 3. Postrada en oración durante breve tiempo ante la tumba del bienaventurado Antonio, se le aplanó repentinamente la espalda sin quedar rastro de la giba, y, dejadas las muletas, retornó desencorvada a su casa.
4. (II) Una mujer, llamada Guilla, estaba desde más de ocho años de tal modo tullida por habérsele secado la pierna izquierda y contraídos los nervios, que en manera alguna podía apoyar el pie en tierra; y cuando, por necesidad, quería dirigirse a alguna parte, se trasladaba penosamente con el apoyo de muletas. 5. Su marido, que se llamaba Marcoardo, poniéndola sobre un caballo, la llevó solícito a la iglesia de Santa María Madre de Dios, y, con el fin de que recobrará la salud, la colocó devotamente ante el arca del bienaventurado Antonio. 6. Estando postrada en oración, fue presa súbitamente de un dolor tan fuerte, que, sudando por el ansia, no podía soportar el acaloramiento; y así, sacáronla unos hombres fuera de la iglesia, donde pudiera tomar aliento respirando aire fresco. 7. Llevada a poco de nuevo ante la tumba y estando orando con los ojos cerrados, sintió como si una mano le tocara el vientre tratando de levantarla. 8. Queriendo saber quién era el que la tocaba, alzó los ojos, pero no vio a nadie cerca de sí. 9. Comprendiendo entonces la mujer que lo que había sentido era una ayuda divina, se levantó al punto, y, abandonadas las muletas, regresó a su casa toda feliz en compañía de su marido.
10. (III) Otra mujer, por nombre Ricarda, que hacía veinte años que se le habían secado las piernas, se había contrahecho tan monstruosamente, que, mediante una cierta conjunción callosa, se le habían adherido las rodillas al pecho y los pies a las nalgas. Un día, junto con otros pobres mendigantes, acudió, sirviéndose de escabelillos en lugar de pies, ante la iglesia en que se hallaba la tumba del bienaventurado Antonio, para recibir limosna de los pasantes. 11. Mientras, vencida del sueño, dormitaba con la cabeza levemente inclinada a tierra, oyó una voz que decía: “Sean dadas gracias a Dios, porque has sido librada”. 12. Abrió entonces los ojos y vio a una niña que había sido gibosa, pero que, restituida a la salud por los méritos del santísimo padre, se alejaba acompañada de mucha gente. 13. Enderezóse entonces la mujer para también ella entrar y llegarse hasta el sepulcro en busca de la curación. Y mientras iba, he aquí aparecérsele un niño de siete años que, precediéndola con las manos juntas, la invitó a entrar, diciendo: “Ven en el nombre del Señor, que El te librará”. 14. Siguiendo los pasos del niño, se trasladó con los escabelillos, como acostumbraba, hasta la puerta de la iglesia; pero una vez alcanzada ésta, el niño desapareció. 15. Entró hasta el lugar del sepulcro, y recogióse en oración. Mientras oraba, he aquí que le salieron, entre fémur e hijada, dos bultos a modo de huevos, y, discurriéndole por dentro una especie de humor subcutáneo, descendieron hasta los pies, produciendo un sonido semejante al estrépito del batir de palmas, que muchos oyeron. 16. Y sus piernas, rígidas como un tronco por espacio de veinte años, se desentumecieron súbitamente, y desencogiéndose la piel, comenzaron a crecer las carnes hasta su tamaño natural. 17. Viendo los guardianes[38] de la tumba lo que sucedía, se apresuraron a sacar a la mujer a la puerta de la iglesia, y la despidieron no completamente curada. 18. Diecinueve días perseveró en sus oraciones, trasladándose cada día al dicho lugar. El día vigésimo volvió a su casa, dejados los escabelillos, y, no sin grande admiración de todos, atravesó con seguros pasos la ciudad.
19. (IV) Un niño llamado Alberto, de doce años de edad, tenía deforme desde su nacimiento el pie izquierdo; vuelto el empeine a tierra, quedábanle los dedos atrás, contra el calcañar del pie derecho. 20. Con el fin de enderezarle el píe, solía su padre atarle tablillas; pero si por cualquier causa se desataba, retornaba al instante a su habitual torcedura. 21. Acudió suplicante un día la madre con el niño al arca del bienaventurado Antonio, y, como pudo, allegó el pie del niño al sepulcro. Así permaneció el niño por breve tiempo, sudando mientras copiosamente, hasta que fue devuelto por los guardianes del arca a la madre, y volvió a su casa ya con las plantas vueltas al suelo.
22. (V) Una niña, por nombre Inés, hacía aproximadamente tres años que se hallaba desprovista de fuerzas; en tal grado era trabajada de una enfermedad que llaman anátrope[39], que languidecía desecándose como un árido leño. 23. Apenas tomaba un alimento, al punto lo devolvía por la boca intacto y completamente indigesto. Tanto había avanzando ya la enfermedad, que ocluida la garganta por la excesiva sequedad, apenas podía tragar saliva o alguna cosa ligera. 24. Los médicos que la visitaban para atajar con el beneficio de su arte el constante vómito y restablecerle el humor natural, viendo que no podían hacer nada y perdida la esperanza de su curación, desistían del empeño. 25. Así las cosas, fue un día llevada al arca del bienaventurado Antonio y, en oración, colocada sobre ella[40]; inmediatamente fue atacado todo su cuerpo de un dolor tan cruel, que parecía estar a la muerte. 26. Al ceder un poco el dolor que la había invadido, llamó a su madre, que estaba allí mismo, diciéndole que podría tragarse un pan entero. La tomó la madre, y regresó con ella a casa; y el reseco cuerpo de la niña, reteniendo regularmente los alimentos, recobró el humor de otro tiempo.
27. (VI) En la ciudad de Venecia, una mujer llamada Cesaría tenía una mano contrahecha y, desde más de dos años, llevaba el pie izquierdo al través. 28. Al tiempo de la siega vino a la diócesis de Padua para espigar, como acostumbran los necesitados, lo que escapaba a las manos de los segadores; como llegase a sus oídos lo que sucedía por los méritos del bienaventurado Antonio, se llegó a Padua, no sin gran fatiga, a fin de alcanzar la salud. 29. Como a causa de los muchísimos enfermos no pudiera acercarse al arca, metió el pie entre los listones que la rodeaban, y trataba de tocar el sepulcro. 30. Y, con la pierna estirada, apenas lo alcanzó su pie, la sobrecogió un dolor tan fuerte, que, removiéndosele profundamente las entrañas como si se le quisieran salir, sudaba copiosamente de angustia. 31. Viendo los presentes la angustia de la mujer, que de tan desfallecida ya no podía hablar, arrimáronla, para su reposo, al muro de la iglesia. 32. Como al cabo de un rato de permanecer así le desapareciese el sudor, levantóse inmediatamente, y, alcanzada la salud de pie y mano, se retiró dando gracias a Dios.
33. (VII) Prosdócima, viuda de Mainerio y natural de Noventa[41], que tenía contrahechos la mano izquierda y ambos pies, fue llevada en una tina al sepulcro del bienaventurado Antonio. 34. Apenas fue puesta sobre el arca, cuando se le enderezaron los pies por los méritos del bienaventurado Antonio, recobrando el uso primero; su mano, en cambio, se abrió un poco, tremulenta, y finalmente se extendió, de modo que, a la vista de todos, la cerró y abrió. 35. Bajada que fue del arca, al punto se alzó de un salto, y, recuperada la ansiada salud, se retiró alborozada.
36. (VIII) Tenía un vecino de Padua, por nombre Pedro, una hija llamada Paduana, que, aunque ya de cuatro años, estaba completamente privada del ejercicio de sus pies, y sirviéndose de las manos se arrastraba al modo de los reptiles. También decían que, trabajada de la epilepsia, le acaecía a menudo caer y revolcarse. 37. Un día que la llevaba su padre en brazos, aún en vida de San Antonio, lo topó en una calle de la ciudad, y empezó a rogarle que hiciera el signo de la cruz sobre su hija. 38. Viendo el padre santo su fe, la bendijo y la despidió. Vuelto el padre a casa, puso derecha a la niña sobre sus pies, la que, apoyada en una banqueta, comenzó a ir de aquí para allá. 39 Retirádole después la banqueta, diole su padre un bastón; y siempre mejorando, recorría la casa yendo y viniendo. 40. Finalmente, se restableció tan de lleno por los méritos del felicísimo Antonio, que ya no le fue necesario sostén alguno; ni del momento en que fue bendecida sufrió lo más mínimo de epilepsia.
41. (IX) Una mujer llamada María, estaba una vez, mientras guardaba las yeguas de su padre, sentada bajo un nogal junto al río llamado Brenta[42] cuando he aquí que salió del río un negro, y, yendo derecho a ella, la tomó en sus brazos y la llevó a otro nogal cercano. 42. Con el deseo de violentarla, arrojó a tierra a la estupefacta mujer, y tan lastimosamente maltrecha la dejó, que su padre la condujo a casa con el pecho corcovado, con una rodilla contrecha, y el hueso del muslo dislocado. 43. Durante cinco años y pico sufrió la mujer esta horrible deformación. 44. Pero una noche, tras la muerte del bienaventurado Antonio, se levantó sin ningún apoyo, con pie y pierna enderezados; con todo la quedaba aún la corcova en el pecho, y la dislocación del fémur. 45. Llevada un día al sepulcro del muy bienaventurado Antonio, recobró por completo la salud. Le parecía como si, mientras sanaba, se deslizara suavemente entre la carne y los huesos una mano de hombre, y como si también sus miembros, antes atacados de un angustioso dolor, fueran suavemente acariciados.
46. (X) Nacinguerra, de Sache[43], llevaba un pie colgando, ya que desde hacía dos años tenía tullida la pierna derecha. 47. Como cierto día se llegara éste, valiéndose de las muletas, al arca del bienaventurado Antonio, comenzó a sudar abundantemente; y, no pudiendo soportar el angustioso dolor que de él se había apoderado, retrájose algún tanto del arca. 48. Queriendo alzarse, acudieron los presentes a levantarlo, y al punto, a la vista de todos, se le desencogieron los nervios del pie. 49. Y a continuación, dejadas las muletas, se tornó ágilmente a casa. Salióle al encuentro toda la vecindad, que, con efusión de lágrimas y repique de campanas, daba gracias a Dios y al bienaventurado Antonio.
50. (XI) Una mujer de Saonara[44] llamada María, que desde hacía doce años había quedado privada completamente del uso de los miembros del lado derecho, de la cintura abajo, de modo que, sólo trasladándose con sustentáculos, trabajosamente podía con su baldadura, fue llevada un día en un carro al sepulcro del santo padre Antonio. 51. Permaneció en oración sobre el arca desde que entró hasta que, a eso de mediodía, los guardianes, molestos, comenzaron a gritarle que se levantara. Levantóse a sus voces la mujer sin apoyo alguno, y, dejados los sustentáculos, se volvió a su casa perfectísimamente librada.
52. (XII) Un hombre de Porcilia[45], Escoto por nombre, que tenía los pies empodrecidos y tumefactos a causa de una podagra nudosa, acudió, llevado a sus espaldas por un hombre, al convento de los frailes. 53. Tras confesarse y recibir la penitencia de un fraile, sin pérdida de tiempo se hizo llevar, devoto, ante el arca de San Antonio. Habiendo permanecido allí brevemente, al momento retornó ya sano, tan velozmente al fraile, que éste, en extremo admirado por la brevedad del tiempo transcurrido, hizo que el que había curado se paseara por el claustro. 54. Finalmente, ante los ojos de todos, el que llegó transportado a las espaldas, se fue por su propio pie, dando gracias a Dios y al bienaventurado Antonio.
55. (XIII) Había en Codigoro[46] una niña llamada Samaritana, a la que, habiendo un día ido junto con otras niñas al campo de su padre a coger legumbres, súbitamente se le contrajeron las rodillas; ya no fue capaz de regresar, sino que fueron sus acompañantes las que la llevaron a la casa paterna. Y así, arreciando la enfermedad, desde hacía tres años caminaba arrastrándose con las manos y, cosa triste de ver, con las nalgas por el suelo. 56. Tras hacer la confesión, acudió cierto día la niña junto con su madre al sepulcro del bienaventurado Antonio para orar, y, recuperada tras brevísimo espacio de tiempo su antigua salud, se apresuró a volver a su casa por su propio pie. 57. Llegando esto a oídos de la gente de Codigoro, salieron al punto a su encuentro, mientras repicaban las campanas, y veneraron en ella la grandeza del Señor.
58. (XIV) Vivía en el castillo de Montañana[47] una mujer, cuyo nombre era Guina, que tenía ya dos años imposibilitados el hombro y la mano derecha, de manera que no podía echarse absolutamente nada a la espalda, ni tampoco llevarse la mano a la boca. 59. Acercóse cierto día una primera y una segunda vez al sepulcro del bienaventurado Antonio, y, como no sintiera el más mínimo alivio en el hombro ni en el brazo, se llegó al fraile que estaba ocupado en confesar. 60. Hecha la confesión, acercóse una tercera vez al arca, y se postró en oración. Mientras oraba, viose asaltada improvisamente de un agudo dolor en el hombro, y el hueso de la espalda retornó a su lugar, crujiendo como cuando se casca nueces. 61. Se alzó entonces la mujer, y al punto agitó el brazo, y, a la vista de todos, volvió libre a su casa.
62. (XV) Margarita, una mujer de la ciudad de Padua, estando una noche entregada al sueño, sintió como si desde lo alto se hubiera precipitado contra el suelo. Despertó sobresaltada, y se halló con que tenía el cuello torcido y la mano izquierda encorvada, con los nervios contraídos, como asimismo el pie del mismo lado, que lo estaba tanto, que le colgaba el talón y apenas podía tocar tierra con las falanges de los dedos. 63. Subida cierto día sobre la tumba de San Antonio, permaneció así por breve espacio, cuando de repente, enderezándosele el cuello, retornó la cabeza a su apropiada posición, y también con mano y pie restituidos a la salud, descendió librada la mujer.
64. (XVI) Cierto jacobino, hijo de Alberto, que tenía un pie y una mano contrahechos, habiéndose detenido un poco a orar sobre el arca del santo padre Antonio, le sobrevino un fuerte sudor, y extendió mano y pie; y, a vista de los custodios del arca, se retiró sano, loando a Dios.
65. (XVII) Había en la ciudad de Padua un niño llamado Juan, el cual hacía cuatro años que llevaba el mentón hundido en el pecho en tal grado, que no podía levantar la cabeza, por lo que caminaba inclinado, con la cabeza gacha. 66. Lo condujo su madre un día al sepulcro del bienaventurado Antonio, y al momento levantó el niño la cabeza y regresó sano con su madre. En su pecho, sin embargo, podía verse el hoyo en el lugar contra el que el mentón había estado inserto.
67. (XVIII) Federico, un habitante del condado de Concordia, habiendo una vez caído de la iglesia de Polcenigo[48], se rompió los riñones, y no podía caminar sin el apoyo de las muletas. 68. Acudió devotamente al sepulcro del santo padre Antonio, como había prometido; y, recobrada súbitamente la salud, se volvió sin las muletas.
69. (XIX) Una mujer, por nombre Gertrudis, tenía el pie derecho baldado desde hacía cuatro años, y no podía ni siquiera dar un paso sin muletas. 70. Una vez que, sumida en profundo sueño, pernoctaba bajo un nogal, presentósele en sueños un hombre cano, pequeño de estatura, pero de buen ver, vestido de un hábito verde y cubierto con un manto escarlata, que le dijo: “Muchacha, ¿es éste lugar para dormir?” Y añadió: “Extiende el pie”. 71. Extendió ella el pie, y con su bienquista mano le enderezó él los nervios, y al punto desapareció. 72 Despertóse ella entonces, y exclamó: “¡Gracias, Antonio santo, porque me has librado!” Y, aferrando las muletas, volvió sana a casa; y, a mayor gloria de Dios, contó esta visión a muchos.
Termina la parte de los contrahechos.
32. ‑ DE LOS PARALÍTICOS
1. (XX) Había una mujer en el condado de Ferrara, llamada María, a la que, ya cuatro años con la parálisis extendida por todo el cuerpo, le temblaban la cabeza y todos sus miembros. Cuando, por alguna necesidad, quería dirigirse a algún lugar, veíase obligada muy frecuentemente a caminar hacia atrás o de través. 2. Rezando un día ante el sepulcro de San Antonio, sobrecogidos sus nervios de un angustioso dolor, comenzaron a distenderse. Levantóse la mujer, permaneció inmóvil sobre sus pies, y, ya completamente curada, emprendió la vuelta a casa.
3. (XXI) Cierta Armerina, de Vicenza, paralítica por espacio de cinco años, no podía, por más que lo intentaba, dar ni un paso, pues si por cualquier motivo se erguía, se agitaba hacia adelante y atrás con terribles convulsiones. 4. Acudió al sepulcro del bienaventurado Antonio, se postró en oración, y enseguida mereció recuperar la antigua salud.
5. (XXII) Mainardo, de Ronqui[49], estando ya veinte días paraliticado, tanto que no podía servirse de los pies, ni tan siquiera abrir la boca para comer, fue transportado sobre un carro cargado de heno hasta el Prado del Valle[50]. 6. Llegado que hubo aquí el carro que lo transportaba, llevólo un hombre sobre sus espaldas hasta el sepulcro del bienaventurado Antonio, al que se acercó suplicante. 7. Acabada su oración, al instante se levantó, y, abriendo su boca, alababa a Dios y al bienaventurado Antonio, y regresaba a casa por su propio pie.
8. (XXIII) Una mujer, cuyo nombre era Bilia, a la que hacía ya tres años que todo el cuerpo le temblaba, acudió acongojada y con pasos vacilantes al arca del santo padre Antonio. Persistiendo en su oración ante el sepulcro, creciéronle los temblores, e invadióla un ardor desmesurado. 9. Conmiserados de sus tremores y sudor, hombres y mujeres la lloraban. Pero, sacada a la puerta de la iglesia para que pudiese respirar un poco, desapareció el acaloramiento, y partióse de allí restablecida.
10. (XXIV) Había en el castillo de Montañara una mujer llamada Solaña, que, estando combatida de parálisis un año y un mes, prometió ir al sepulcro del santo padre Antonio, con el fin de recobrar la salud. 11. Mientras yacía una noche durmiendo en su lecho, se despertó al oír un estruendo, tal como si hubiese sido golpeado el pie del camastro; y, llamando a uno que yacía cerca, le preguntó si había percibido algo.
12. Como éste le respondiera que no se había producido ningún ruido, entonces la mujer, amedrentada, se sentó sobre el lecho, y, cubriéndose con un vestido, quedóse velando alerta.
13. Al poco de estar así, fue sacudido de nuevo el lecho, y, aun más atemorizada, hízose la señal de la cruz sobre la frente, y preguntó: “¿Quién toca el lecho?” 14. Y oyó una voz que le decía: “Ánimo, y santíguate”. Repuso ella: “¿Quién eres, señor?” Le fue respondido: “Soy Antonio”. Exclamó entonces la mujer: “Líbrame, santo Antonio”. Dijo él: “Hete aquí ya salva”. 15. Amanecido que hubo, levantóse robustecida la mujer, y ya no volvió a sufrir desde entonces ninguna molestia.
33. ‑ DE LOS CIEGOS
1. (XXV) Una niña, por nombre Auriema, que hacía año y medio que había quedado privada de la vista, fue llevada al arca del bienaventurado Antonio para obtener la curación. 2. Aplicóse a los ojos el paño que cubría el arca, y al punto, al abrir los párpados, fuete dado ver la luz del cielo.
3. (XXVI) Un fraile de la Orden de los Frailes Menores llamado Teodorico, ciego ya dos años del ojo izquierdo, acudió devoto, desde la Apulia, al arca del santo padre Antonio. 4. Quedóse a morar algún tiempo con los frailes de Padua, mientras pedía insistentemente la gracia de la curación; hasta que, finalmente obtenida la tan deseada vista, se partió dando gracias a Dios.
5. (XXVII) Vivía en la ciudad de Treviso un hombre llamado Zambono, que ya eran seis años y pico que no podía ver absolutamente nada con su ojo izquierdo. 6. Acudió un día al sepulcro de San Antonio, y, habiendo permanecido brevemente sobre él, súbitamente recuperó la vista, y volvió a su casa jubiloso.
7. (XXVIII) Leonardo, un habitante de Conellano[51], que desde hacía tres años no veía nada con un ojo, y era del otro tan cegato que sólo podía distinguir por la voz las personas conocidas de las desconocidas, fue con devoción al sepulcro del venerando padre Antonio. Hecha su oración, permaneció breve espacio postrado ante el arca, y, agraciado con la visión de ambos ojos, hizo regreso a su casa.
8. (XXIX) Cierta Alexia, estando ya cinco años ciega de ambos ojos, de manera que no era capaz de percibir la luz, acudió al arca del Santo, y enseguida recuperó la perdida vista.
9. (XXX) Flor de Gema, de Loreo[52], que desde hacía siete años estaba completamente ciega del ojo izquierdo, fue llevada al sepulcro del bienaventurado Antonio, y regresó a casa completamente sanada.
10. (XXXI) Una mujer alemana, llamada Carolina, que desde hacía siete años estaba privada de la visión de ambos ojos, fue conducida al sepulcro del santísimo padre Antonio, donde, perseverando en oración durante un espacio no excesivo de tiempo, recuperó milagrosamente la vista, y emprendió el camino de regreso rebosante de alegría y de alabanzas.
34. ‑ DE LOS SORDOS
1. (XXXII) Había un hombre en la ciudad de Venecia, por nombre Leonardo, que, por habérsele obturado los oídos, estaba desde hacía cuatro años completamente sordo. Llegóse un día suplicante al sepulcro del bienaventurado Antonio, y al momento recuperó el ansiado oído.
3. (XXXIII) Otro, llamado Mingo[53], enteramente sordo desde hacía dos años, acudió al arca del santo, y se fue con una súbita curación.
4. (XXXIV) Un tal Rolando, apodado el Búlgaro, que, por el agravarse de una enfermedad en la cabeza, hacía veinte años que padecía sordera, habiendo orado ante el sepulcro del santo, pudo volver a casa restituido a su antigua salud por los méritos del bienaventurado padre.
35. ‑ DE LOS MUDOS
1. (XXXV) Bartolomeo, de Piove di Sacco[54], mudo desde siempre y desde hacía catorce años atacado de parálisis en todo su cuerpo, su vida era un continuo retorcerse en el lecho de su dolor, hasta que, llevado finalmente al sepulcro del bienaventurado padre Antonio, comenzó a alabar al Señor con expedita lengua, y aquel que había llegado cargado a las espaldas, tornaba a casa por su pie.
2. (XXXVI) Una mujer, llamada Miguelota, estaba once años muda, incapaz de pronunciar ni una sola palabra, y languidecía, además, desprovisto como estaba su cuerpo de fuerzas. 3. Habiendo oído los milagros que se operaban por medio del siervo de Dios Antonio, se hizo llevar a su sepulcro, donde, tras haber orado de corazón durante un breve espacio de tiempo, partióse con el habla y la salud.
4. (XXXVII) Un hombre del Friul que se dolía de haberse visto privado del uso de la lengua, acudió, bajo la guía de su madre, al arca del bienaventurado Antonio. Mientras persistía devoto en su oración ante la tumba, recuperó el habla tanto tiempo antes perdida.
36. ‑ DE LOS EPILÉPTICOS
1. (XXXVIII) Había en la ciudad de Padua una mujer, por nombre Miguelota, que, trabajada ocho días por una enfermedad, hizo finalmente presa en ella el pestífero mal caduco de un modo tan atroz, que ya había perdido completamente la visión y parecía hallarse a las puertas de la muerte. 2. Hízola llevar su madre a la tumba del santo padre Antonio, y la depositó sobre el arca para que orara, y enseguida, abiertos los ojos, recibió la vista, y a partir de aquel momento ya no la afligió más el azote de la epilepsia.
3. (XXXIX) Un niño, llamado Simeón, que desde hacía tres años era atormentado de ataques del mal caduco, se caía muy a menudo de bruces; temblaba lastimosamente cuando sufría una caída, y, por más que lo intentaba, ya no era capaz de trasladarse a otro lugar. 4. Hizo una promesa su madre, y condujo solícita al niño ante la tumba de San Antonio. Volvió a casa tras haber orado, y ya no le quedó que soportar ni rastro de la dicha enfermedad.
37. ‑ DE LOS JOROBADOS
1. (XL) Un joven llamado Trentino, hacía cinco años que caminaba encorvado a causa de una excrecencia ósea en la espina dorsal; apoyábase, por esto, en una muleta, y llevaba las manos colgando hasta las rodillas. 2. Condújolo con devoción su madre un día al sepulcro de San Antonio, y, puesto sobre él, comenzó a decrecerle la joroba; bajó, y, abandonada la muleta, retornó erguido con su madre a casa.
3. (XLI) Había en la ciudad de Treviso una mujer, Veneciana por nombre, que desde hacía más de dos años tenía sobre el pecho una gibosidad a modo de un pan; y cuando por cualquier motivo tenía que dirigirse a alguna parte, debía doblar la cabeza hasta las rodillas. 4. Fue a la tumba del bienaventurado padre Antonio, e insistió en su oración durante dos días, al cabo de los cuales pudo volver a casa con la giba aplanada y la cabeza erguida.
5. (XLII) Un hombre llamado Guidoto, en brega una vez con una grave enfermedad, quedó con los riñones rotos, y contrajo una chepa. Sólo con el apoyo de las muletas podía andar, y lo hacía casi rozando el suelo con la cabeza. 6. Con el fin de que recobrara la salud, hízolo llevar su madre al sepulcro del bienaventurado Antonio; al punto comenzó allí a ser apremiado de tan fuertes dolores, que sudaba copiosamente de la angustia. Fue cediendo el dolor, y pudo Guidoto desdoblar los riñones, y por los méritos del santo desaparecióle la chepa.
38. ‑ DE LOS ENFERMOS DE CALENTURAS
1. (XLIII) Bonizo, un morador de Roncalla[55], había sufrido por espacio de ocho días terribles dolores por hinchazón de garganta; y finalmente, habiéndosele agudizado la dolencia, comenzó a ser apremiado de fiebres sofocantes. 2. Pasaban un día dos frailes cerca de donde moraba, y desviáronse a visitarlo. Como, tras largas palabras de consolación, lograran inducirlo a penitencia, extrajo uno de los frailes una partecilla del manto que el bienaventurado Antonio solía usar, y se la aplicó al enfermo para que recobrara su salud. 3. Enseguida, presentes aún los frailes, se repuso, y, tomándose el pulso, constató que lo había dejado la fiebre. Se incorporó el enfermo luego de idos los frailes, y, hecha la señal de la cruz sobre su cabeza con aquella partecilla del manto, desaparecióle la hinchazón.
4. (XLIV) Un niño, llamado Zono, que sufría de cuartanas y que era atormentado hasta los tuétanos por una especie de gota, fue llevado ante la tumba del santísimo padre Antonio. Puesto sobre el arca, permaneció así breve espacio de tiempo, y bajó libre de gota y fiebres juntamente.
39. ‑ DE LOS MUERTOS RESUCITADOS
1. (XLV) En el condado de Padua, una niñita llamada Eurilia, que había seguido a su madre, como acostumbraba, cuando ésta se dirigía a casa de una vecina a por lumbre, fue hallada por su madre, al regresar a casa, flotando boca arriba en una charca llena de agua fangosa. 2. Apresuróse la llorosa madre a sacar a su infortunada hijuela de la poza, y, ante los muchos que acudían al vuelo a contemplar tan luctuoso espectáculo, colocó a la anegada criatura al borde de la charca. 3. Palpóla un hombre de entre la gente que allí se había congregado, y, ya rígida por el frío de la muerte, púsola cabeza abajo, con los pies en alto sobre un tajón. Pero ni siquiera así emitió voz la chicuela ni dio señales de vida; porque, teniendo encajadas las mandíbulas y cerrados los labios, como los muertos, habíase esfumado toda esperanza de salvación. 4. Pero en último extremo, desvivida, hizo la madre voto al Señor y a su siervo, el bienaventurado Antonio, de llevar al sepulcro de éste una imagen de cera, si se dignaba de devolverle viva a su hijita. 5. No bien hubo hecho el voto, cuando, a vista de todos, movió la chiquita los labios, e, introduciéndole uno el dedo en su boquita, devolvió las aguas que había tragado, y por los méritos del santo padre, fomentada con el calor vital, volvió a la vida.
6. (XLVI) Algo semejante aconteció en la ciudad de Comaquio[56]. Vivía en ella un hombre, llamado Domingo, que, saliendo de su casa un día para un menester, llevó en su compañía a un hijito, que iba caminando tras él. 7. Habiéndose alejado algún tanto de su casa, volvió la vista atrás y no vio aparecer a nadie. Sobrecogido, púsose a dar vueltas, buscándolo en torno suyo con ojos asombrados, hasta que finalmente encontró al pequeño ahogado en una laguna. 8. Sacó el desdichado padre al muchachuelo, y lo entregó exánime a la madre; pero ésta, haciendo al punto un voto, recibiólo vivo por los méritos del muy bienaventurado Antonio.
40. ‑ DEL VASO QUE PERMANECIO INTACTO
1. (XLVII) Un caballero de Salvaterra[57], Aleardino por nombre, que desde los primeros años de su mocedad había sido seducido por la proterva herejía, fue un día a Padua, y, mientras estaba sentado a la mesa, razonaba con los otros comensales sobre los milagros otorgados a los fieles devotos por los méritos del bienaventurado Antonio. 2. Como todos sostenían que el bienaventurado Antonio era verdaderamente un santo de Dios, vació el vaso que tenía entre las manos, y prorrumpió, más o menos, así: “Si aquel a quien vosotros llamáis santo preservare intacto este vaso, tendré por verdadero aquello de que acerca de él tratáis de persuadirme”. 3. Desde los altos donde estaban comiendo, arrojó el vaso contra el suelo, y ‑ cosa admirable de decir ‑ resistió el vidrio el choque contra la piedra y quedó incólume, ante los ojos de los muchos presentes que en la calle estaban.
4. Arrastrado a penitencia a la vista del milagro, precipitóse solícito el hidalgo a recoger el vaso intacto, y, llevándolo consigo[58], contó ordenadamente a los frailes cómo había sucedido todo. 5. Y hecha la confesión, aceptó con unción la penitencia que por sus pecados se le impuso, adhirióse a Cristo con fidelidad, y convirtióse en incansable predicador de sus maravillas.
4 1. ‑ DE LA MUJER HERIDA Y SANADA POR LA MANO DEL SEÑOR
1. (XLVIII) Una monja de las franciscanas de Santa Clara, que se llamaba Oliva, cuando aún estaba insepulto el cuerpo del santo padre, se llegó a besarle las manos con suplicante devoción. 2. Entre otras preces que hizo a Dios mientras permanecía postrada ante el santísimo cuerpo, humildemente pidió que por los méritos del muy bienaventurado padre Antonio le infligiera Dios en la presente vida toda la pena que por sus pecados hubiera merecido, sin que nada reservase para ser castigado después.
3. Acabada su oración, volvió a entrar al monasterio, siendo enseguida atacado todo su cuerpo de un dolor tan violentísimo, que no sólo le fue de todo punto imposible dominarse a sí misma, sino que, por la angustiosa vehemencia del dolor, sobresaltó a las otras monjas con sus gritos. 4. Cuando, al día siguiente, entraban las otras en el refectorio, entróse también ella a hurtadillas; pero recreciéndole poco a poco el mal, no pudo probar bocado, sino que, mientras sus hermanas comían, se revolvía a uno y otro lado.
5. Fue llevada a la enfermería por orden de la abadesa, y la que con toda su alma había rogado le fuera inflicto el castigo en la presente vida, imploraba con redobladas súplicas remedio.
6. Acordándose, finalmente, la mujer de tener guardada una partecilla de la túnica del bienaventurado Antonio, tras hacérsela traer aplicósela en el acto, e inmediatamente cesó todo dolor.
42. ‑ DE UNA MUJER QUE SE ARROJO AL AGUA Y NO SE MOJO
1. (XLIX) Una mujer de Monsélice[59], profundamente religiosa desde su infancia, unióse en matrimonio con un hombre que caminaba de acuerdo con los gustos del mundo. 2. Pero, según aquello que está escrito, que el marido no creyente es santificado por la mujer creyente, así él, un día fue a ruegos de su mujer a un sacerdote, y, hecha la confesión de sus pecados, hizo, mientras volvía a su casa, la promesa de ir a visitar, acompañado de su mujer, la tumba del Apóstol Santiago. 3. No poco alegre por ello, apresuró la mujer el viaje cuanto pudo, y, a fin de comprar el equipaje para la peregrinación, persuadió con sus preces al marido a ir a Padua.
4. Ambos de marcha ya por la vía que lleva a Padua en compañía de otros viajeros que se les habían agregado, no pudiendo ocultar la mujer la alegría que en su alma había concebido, desatada en risa y jocosidad, manifestaba la alegría de su corazón con desacostumbrada vivacidad. 5. Viendo esto el marido, impacientado del desmesurado alborozo de su compañera, dijo a la mujer: “Para qué te entregas alegremente a tan exagerada locuacidad, y, engañada por una vana esperanza de peregrinar, te deshaces en risas y gestos descomedidos? Sábete que me vuelvo atrás de mi propósito, y que en ningún modo irás adonde te aprontas”.
6. Palideció la mujer al oír estas palabras, y bien mostraba la tristeza de su alma en su rostro demudado. Como él seguía exasperándola con palabras de tal jaez, finalmente respondió, tras un prolongado silencio, al marido que la zahería: “Si a la oferta de peregrinar que me hiciste no respondes con que la cumples, has de saber, por el nombre de Jesucristo y del bienaventurado Antonio, que me he de ahogar en estas aguas”. 7. Pero no prestó él ningún crédito a sus palabras; sino que, tachándola de insensata con semblante endurecido, negaba insistentemente el cumplimiento de la promesa. 8. Toda desesperanzada, y completamente defraudada en su confianza, perdió la infeliz mujer la cabeza, e, invocando el nombre del bienaventurado Antonio, se precipitó al río[60] que junto al camino discurría.
9. Casi sin aliento por el estupor, viendo las mujeres allí presentes cómo era arrollada por las aguas, corren volando, y, olvidando su recato femenil, con las nalgas y todos sus vestidos mojados, logran sacarla de las aguas que la arrastraban. 10. Cuando, una vez sacada, la depositaron en la orilla, se halló ‑ realmente es prodigioso lo que cuento ‑ que mientras todas las otras retorcían sus vestidos para sacarles abundantísima agua, sólo la mujer no tenía humedecido ni siquiera un hilo de sus ropas.
11. Y aunque, ciertamente, como dice la Escritura, el Señor proteja a los que obran con sencillez, no proponemos, sin embargo, un hecho de tal naturaleza para poder ser tomado como ejemplo, ya que este suceso, más que a virtud, lo atribuimos a insensatez. Pero creemos sin duda que este prodigio lo obtuvieron de Dios los méritos del padre santísimo, al ser invocado, de quien sabemos que siempre fue un verdadero amante de la sencillez.
43. ‑ DE LOS NÁUFRAGOS
1. (L) Un grupo de unos veintiséis hombres y mujeres subieron un día acaso en una barca junto a San Hilario[61] para trasladarse a Venecia. A fuerza de remos, ya estaban a hora de completas en un punto de la laguna que no dista mucho de la iglesia de San Jorge de Alga[62] y, como se había desatado una violentísima tempestad, aquí trataron de refugiarse; pero, arreciando el vendaval, fueron arrastrados a parajes completamente desconocidos.
2. Apenas podían verse ya, y, con las arremetidas de viento y lluvia sobre ellos, ya desesperaban de toda salvación; sólo deseaban que la muerte que los amenazaba se adelantara, y que juntamente con su vida terminara así su dolor. Todos daban rienda suelta a sus lamentaciones, y con sus gritos y alaridos aumentaban los rugidos de la tormenta. 3. Hecha la confesión de sus pecados y recibida la absolución de un sacerdote que iba con ellos, comenzaron a invocar suplicantes el amparo del bienaventurado Antonio, obligándose con votos. 4. Prometían unos ofrendar una barca de cera; otros se obligaban a cercar el arca del padre santo con velas.
5. Apenas hechos los votos, aquietóse en torno a ellos la tormenta; pero como aún pesaba sobre ellos una densa oscuridad, nadie sabía dónde estaban ni hacia dónde se dirigían. 6. Mas he aquí salir de la barca en que iban una luz y preceder a los navegantes, que lloraban de alegría, y, sirviéndoles de guía, los condujo salvos hasta San Marcos el Pequeño[63], a una milla de distancia de Venecia. 7. Cuando, escapados de las garras de la muerte por los méritos del bienaventurado Antonio, llegaron aquí, al momento desapareció la luz que les había indicado el camino, y que, una vez puestos al seguro, ya no lució sus rayos. 8. Decían que, mientras, precediéndoles la luz, surcaban el aplacado mar, intentaron frenar con los remos el impetuoso curso de la nave, pero que les fue de todo punto imposible, hasta tanto que, bajo la guía de la luz precursora, no la atracaron en el ansiado desembarcadero.
44. ‑ DEL CASTIGO Y CURACIÓN DE UN INCRÉDULO
1. (LI) Un clérigo de Anguilara[64], llamado Guidoto, como, cierto día que estaba en la cámara del señor obispo de Padua, a escondidas se mofara de los testigos que deponían acerca de los milagros del bienaventurado Antonio, fue a la noche siguiente acometido de violentísimos dolores por todo el cuerpo, de manera que sin duda alguna creía le aguardaba la sentencia de muerte.
2. Estimándose, con razón, indigno de conmiseración, pedía a su madre que, apoyada en su confianza, hiciera un voto al santo de Dios, para poder alcanzar así misericordia. 3. Apenas hecho el voto desaparecieron los dolores, y antes de que llegara el día ya estaba sano; y el que antes había hecho escarnio de los testigos con la risilla de la incredulidad, vióse obligado ahora a rendir testimonio ante la verdad.
45. ‑ DEL PANIZO GUARDADO DE LOS GORRIONES
1. (LII) Una mujer de Tremiñón[65], por nombre Vida, ferventísima devota del bienaventurado Antonio, anhelaba con toda su alma visitar su sepulcro. 2. Pero como se acercaba el tiempo de la cosecha, y bandadas de gorriones causaban gran estrago en el panizo, que ya blanqueaba próximo a su sazón, puesta ella de guardiana para espantar a tan importuno género de pájaros, no tenía ninguna posibilidad de ponerse en camino.
3. Llegando un día a la cerca que rodeaba el panizal, prometió que si el bienaventurado Antonio lo guardaba de los gorriones, visitaría nueve veces su sepulcro. 4. Apenas hecha la promesa, cuando una nube de los dichos pájaros abandonó el lugar en una sola banda, y vio que no quedó ni un solo gorrión sobre los sauces que circundaban el panizal.
46. ‑ DE LA PROMESA OMITIDA
1. (LIII) Un hiño de la ciudad de Padua, llamado Enrique, padecía cruelmente desde quince días por una hinchazón de cuello. Prometió su madre llevar un cuello y cabeza de cera al sepulcro de San Antonio, y cuando volvía del convento de los frailes, obtuvo el niño la salud del cuello. 2. Como la madre se desentendía del cumplimiento de la promesa, comenzó nuevamente a hincharse el cuello del niño.
3. Afligióse ella entonces con razón, consciente su culpa, y, renovando el voto, envió al sepulcro del Santo una cabeza y cuello de cera. 4. Hecho que fue esto, inmediatamente comenzó a ceder la tumefacción del cuello, y, pasados pocos días, ya estaba el niño plenamente restablecido, con el favor de Nuestro Señor Jesucristo, a quien es el honor y la gloría por los eternos siglos de los siglos. Amén.
47. ‑ EPÍLOGO DEL LIBRO DE LOS MILAGROS
1. Otros muchos milagros se dignó obrar el Señor de la majestad por medio de su siervo Antonio, los cuales no están escritos en este libro. 2. Solamente éstos hemos consignado, escogiendo pocos de entre muchos, y de entre los más conocidos los certísimos, no sólo para de este modo dar ocasión, a los que así lo desearen, de añadir otros en su alabanza, sino también para evitar, con el rechazo de lo inseguro, que, mientras queremos ensalzar su santidad, hagamos caer a nuestra lengua en el vicio del engaño. 3. Si, por lo demás, se hubieren de relatar uno a uno sus grandes prodigios y sus potentes maravillas, temo que, así como la superabundancia de ellos podría causar tedio al lector, no fuera también ocasión de incredulidad en las mentes de los flacos la desacostumbrada grandeza de los mismos.
Oración conclusiva al Santo
4. He aquí, benignísimo padre, que, aunque con palabras indoctas y como quiera escrita, he dado cabo a la narración de tus hechos. Hela aquí publicada tu verdadera grandeza, que, aunque no en su plenitud, según se me alcanzó saber he referido.
5. A ti, piadoso padre, que afortunadamente te hallas junto al trono de Dios en la mansión de la inmortalidad, te pido te acuerdes de mí y, conjuntamente, de todos los frailes de tu orden, y sácanos por tus méritos de los hediondos lodos de este pozo miserable, donde por ti estamos suspirando.
6. Acuérdate, me atrevo a suplicarte, de las entrañas de misericordia con que, viviendo aún en la carne pero no según la carne, acorrías a los menesterosos; y ahora que, junto a la Fuente de la misericordia, te refrescas en la corriente de la felicidad, envía ubérrimo caudal de gracia a los que aquí con sed yacemos. Amén.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario