lunes, 7 de marzo de 2016

El Naufrago


El único sobreviviente de un naufragio llegó a la playa de una diminuta y deshabitada isla. El oró fervientemente a Dios pidiéndole ser rescatado, y cada día escudriñaba el horizonte buscando ayuda, pero no parecía llegar.
Cansado, finalmente optó por construirse una cabaña de madera para protegerse de los elementos y almacenar sus pocas pertenencias.
Un día, tras merodear por la isla en busca de alimento, regresó a casa para encontrar su cabañita envuelta en llamas, con el humo ascendiendo hasta el cielo. Lo peor había ocurrido... lo había perdido todo. Quedó anonadado con tristeza y rabia.
"Dios: cómo me pudiste hacer esto a mi!" se lamentó.
Temprano al día siguiente, sin embargo, fue despertado por el sonido de un barco que se acercaba a la isla. Había venido a rescatarlo.
¿Cómo supieron que estaba aquí?, preguntó el cansado hombre a sus salvadores.
"Vimos su señal de humo", contestaron ellos.
Es fácil descorazonarse cuando las cosas marchan mal. Pero no debemos desanimarnos, porque Dios trabaja en nuestras vidas, aún en medio del dolor, la incertidumbre y el sufrimiento.
¡Ten fe! Dios está contigo y te ayudará a salir adelante. 

Anónimo.

Reconciliemonos con Papadios. Guia para regesar a Casa.

Guia para regresar a casa de Papa-Dios, para reconciliarnos con nosotros mismos, con nuestros prójimos, con la creación.
1.- Pide a Dios que te ayude a sentirte pecador:
El arrepentimiento es una visita de Dios, una señal de su amor. Por eso, antes de acercarnos, es importante que oremos con un corazón arrepentido.
2.- Examina tu conciencia
A menudo, el pecado se esconde en lo más recóndito de nuestro corazón, y muchas veces, ni nosotros mismos somos capaces de verlo, o no lo llamamos pecado, sino costumbre, o cosa hecha por todos. Examina con atención tu conciencia, para ello te pueden servir los mandamientos, o las bienaventuranzas.
Las preguntas que tienes a continuación también te pueden ayudar.



Amaras al señor tu Dios con todo tu corazón
• ¿Es firme mi fe en Dios? ¿Qué me impide que Dios sea lo más importante para mí? ¿Qué hago para robustecer mi fe?
• ¿Rezo asiduamente por la mañana y por la noche? ¿Participo en la Eucaristía sobre todo los domingos? ¿Ofrezco a Dios mis trabajos y mis preocupaciones? ¿Me preocupo por estudiar y profundizar en la Palabra de Dios?
• ¿Hay otros dioses que habitan mi corazón? ¿Qué ídolos me construyo?
Amaos mutuamente, como yo os he amado
• ¿Tengo un auténtico amor al prójimo? ¿Abuso de mis hermanos usándolos para mis fines? ¿Me porto como no quisiera que se portaran conmigo?
• En el seno de mi familia ¿colaboro para que exista la paz, el amor, las buenas relaciones?.
• ¿Comparto lo mío con los demás? ¿Qué tiempo, cualidades, dinero pongo, de hecho, a disposición de los demás? ¿Cómo me intereso por las cosas de las personas que viven conmigo, en mi casa, trabajo, ciudad ... ? ¿Cumplo con mis obligaciones ciudadanas?.
• ¿Soy servicial, laborioso, cuidadoso, cumplidor en el trabajo que realizo?
• ¿Cumplo la palabra que doy? ¿Digo de los demás calumnias, mentiras, verdades a medias o por el contrario digo siempre lo justo?
• ¿Me siento separado de alguien por riñas, disputas, peleas? ¿He hecho daño a otro con burlas o de manera física? ¿Me siento dispuesto a la paz o engendro violencia y venganza?
• Si hay personas a tu cargo ¿Te has preocupado por darles siempre lo mejor de ti mismo? ¿Las has utilizado para tus propios fines?
• ¿He robado algo a alguien? ¿He restituido o reparado ese daño?
Sed perfectos como vuestro padre es perfecto    


• ¿Me esfuerzo por avanzar en la vida espiritual? ¿Me esfuerzo en dominar mis vicios y mis malas inclinaciones? ¿He sido soberbio? ¿He impuesto mi voluntad a todo trance pasando por encima de los demás?
• ¿Qué uso hago de mi tiempo, de mis fuerzas, de los dones que Dios me ha dado? ¿Vivo en la ociosidad o la pereza?.
• ¿He procurado poner siempre mi sexualidad al servicio de un auténtico amor o por el contrario he usado de ella solo por diversión?.
• ¿Trato siempre de actuar con la libertad de conciencia de los hijos de Dios, o me siento atado por algo o por alguien?
3.- Pide perdón
Después de haber examinado tu conciencia, quédate en silencio pidiendo a Dios y a su Iglesia perdón. Puedes hacerlo con tus propias palabras o con una oración:
Misericordia Señor, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado, contra Ti, contra Ti pequé, cometí la maldad que aborreces.
Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me llenas de sabiduría, rocíame con el hisopo, quedaré limpio, lávame, quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría que se alegren los huesos quebrantados, aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, afiánzame con espíritu generoso, no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo Espíritu.
4.- Confesión de los pecados
Acércate con confianza. Puedes comenzar con un saludo normal, o diciendo "Ave María Purísima", como prefieras,
Después manifiesta con sencillez las raíces de tus pecados y tu estado de separación de Dios. El sacerdote te puede dar algunas palabras de aliento. Después se señala una obra de penitencia. Y lo invita a que se reconozca pecador. Puedes rezar una breve oración como esta: "Señor Jesús, ten piedad de mí, que soy un pecador".
Finalmente, el sacerdote, en nombre de Dios declara que has sido absuelto de tu culpa.

LOS EFECTOS DE LA RECONCILIACION
   

1. El principal, como su nombre lo indica, es que nos reconcilia con Dios, es decir, nos restituye, si la hemos perdido, a la Gracia de Dios, que no es otra cosa que la participación de la Vida Divina, comunicada al hombre por el Sacramento del Bautismo.

2. El perdón de los pecados, sean veniales o mortales, tiene como resultado, además, la paz y la tranquilidad de conciencia, a las que acompaña un profundo consuelo espiritual. El saberse y sentirse perdonado por Nuestro Padre amoroso es una verdadera resurrección espiritual. Es un nacer de nuevo, libres por fin del peso de nuestros pecados.

3. Hay faltas, como el aborto, que dejan en el alma una huella muy difícil de borrar. Mujeres hay que recurren a un psicólogo para liberarse del complejo de culpa que no las deja vivir en paz. Aquel penitente que realmente contrito y con disposición religiosa confiesa su pecado, puede estar seguro de que Dios le ha perdonado. Es más grande el amor de Dios que cualquiera de los pecados del hombre. Una vez reconciliados con nuestro Padre Dios, no hay por qué sentirse atados a un pasado, por pecaminoso que pueda ser. Cristo devolvió a María Magdalena, mujer de vida disoluta, su dignidad total y la convirtió en Santa María Magdalena, testigo privilegiado y primera anunciadora, a los Apóstoles, de la Resurrección del Señor.

4. El pecado menoscaba o rompe totalmente la comunión fraterna. No hace falta mencionar todos los pecados con los que el hombre ofende al prójimo: mentiras, odios, rencores, injurias, traiciones, calumnias, golpes, asesinatos... Pero no solamente estos pecados que hieren directamente al prójimo, rompen la comunión fraterna: aún los que ofenden directamente a Dios o los muy personales, repercuten en la comunión de los santos, al mermar la santidad de la Iglesia.

El Sacramento de la Penitencia restaura la comunión con la Iglesia. No solamente cura al pecador arrepentido, sino que tiene también un efecto vivificante sobre la vida misma de la iglesia que había sufrido por el pecado de uno de sus miembros

(1 Cor.12,26). Una vez restablecida plenamente su participación en la Comunión de los Santos, goza de los bienes espirituales de aquellos que se hallan ya en la Patria Celestial y de los que aún peregrinan en la tierra.
    

- Importantísima es también la reconciliación consigo mismo: el penitente perdonado recupera su verdad interior y es liberado del peso que grava su conciencia. Por eso el salmista dice: "Dichoso el que es perdonado de su culpa ... cuando yo me callaba se consumían mis huesos...mi pecado reconocí y no ocultó mi culpa...y tú absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado" (Sal.32, 1 -5)
                   
-A toda buena obra, hecha en Gracia de Dios, corresponde un mérito de Vida Eterna, pero al caer en pecado mortal, todos los méritos se pierden totalmente. Cuando somos absueltos y reconciliados, dichos méritos reviven así como los dones del Espíritu Santo y las virtudes infusas.
    


Oh Dios nuestro y Dios de nuestros padres:
que nuestra oración llegue a tí.
Ya lo ves, Señor.
No somos ni audaces ni endurecidos, ni te vamos a decir
"somos inocentes, no tenemos pecados",
sino que lo confesamos: ¡hemos pecado!
Somos de verdad culpables:
hemos sido rebeldes a tu voluntad,
hemos abusado de tu confianza,
hemos blasfemado, hemos incitado al mal,
hemos calumniado al inocente,
hemos sido orgullosos,
hemos actuado con ira y violencia,
hemos afirmado cosas falsas,
hemos dado malos consejos y ejemplos,
hemos despreciado cosas respetables,
hemos desobedecido, hemos engañado,
hemos despreciado tu palabra,
hemos sido duros de corazón,
hemos cometido injusticias,
hemos oprimido al prójimo,
nos hemos entregado a la corrupción,
hemos cometido acciones vergonzosas,
hemos seguido malos caminos,
hemos rechazado a nuestro prójimo
y, para nuestra desdicha, hemos abandonado tus mandamientos.
Tú, tan justo en todo lo que nos sucede,
has seguido actuando siempre con fidelidad y amor para con nosotros,
y nosotros te hemos olvidado, y hemos pecado
Dios y Padre nuestro, que tu perdón descienda sobre nosotros,
porque tú eres un Dios de misericordia
y ante ti nos presentamos hoy con corazón arrepentido y doliente.
¡Perdón, Señor, hemos pecado contra ti!


 http://webcatolicodejavier.org/reconcilia.html

¿Tiene sentido ayunar?

¿TIENE SENTIDO AYUNAR?Mensaje de SS Benedicto XVI sobre de la Cuaresma

Queridos hermanos y hermanas! 

    Al comenzar la Cuaresma, un tiempo que constituye un camino de preparación espiritual más intenso, la Liturgia nos vuelve a proponer tres prácticas penitenciales a las que la tradición bíblica cristiana confiere un gran valor —la oración, el ayuno y la limosna— para disponernos a celebrar mejor la Pascua y, de este modo, hacer experiencia del poder de Dios que, como escucharemos en la Vigilia pascual, “ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos” (Pregón pascual). En mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, este año deseo detenerme a reflexionar especialmente sobre el valor y el sentido del ayuno. En efecto, la Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno que el Señor vivió en el desierto antes de emprender su misión pública. Leemos en el Evangelio: “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre” (Mt 4,1-2). Al igual que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley (cfr. Ex 34, 8), o que Elías antes de encontrar al Señor en el monte Horeb (cfr. 1R 19,8), Jesús orando y ayunando se preparó a su misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento con el tentador.

Podemos preguntarnos qué valor y qué sentido tiene para nosotros, los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil para nuestro sustento. Las Sagradas Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él. Por esto, en la historia de la salvación encontramos en más de una ocasión la invitación a ayunar. Ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura el Señor impone al hombre que se abstenga de consumir el fruto prohibido: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio” (Gn 2, 16-17). Comentando la orden divina, San Basilio observa que “el ayuno ya existía en el paraíso”, y “la primera orden en este sentido fue dada a Adán”. Por lo tanto, concluye: “El ‘no debes comer’ es, pues, la ley del ayuno y de la abstinencia” (cfr. Sermo de jejunio: PG 31, 163, 98). Puesto que el pecado y sus consecuencias nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece como un medio para recuperar la amistad con el Señor. Es lo que hizo Esdras antes de su viaje de vuelta desde el exilio a la Tierra Prometida, invitando al pueblo reunido a ayunar “para humillarnos —dijo— delante de nuestro Dios” (8,21). El Todopoderoso escuchó su oración y aseguró su favor y su protección. Lo mismo hicieron los habitantes de Nínive que, sensibles al llamamiento de Jonás a que se arrepintieran, proclamaron, como testimonio de su sinceridad, un ayuno diciendo: “A ver si Dios se arrepiente y se compadece, se aplaca el ardor de su ira y no perecemos” (3,9). También en esa ocasión Dios vio sus obras y les perdonó.

En el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del ayuno, estigmatizando la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones que imponía la ley, pero su corazón estaba lejos de Dios. El verdadero ayuno, repite en otra ocasión el divino Maestro, consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que “ve en lo secreto y te recompensará” (Mt 6,18). Él mismo nos da ejemplo al responder a Satanás, al término de los 40 días pasados en el desierto, que “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34). Si, por lo tanto, Adán desobedeció la orden del Señor de “no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal”, con el ayuno el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia.

La práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad cristiana (cfr. Hch 13,3; 14,22; 27,21; 2Co 6,5). También los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del “viejo Adán” y abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios. El ayuno es, además, una práctica recurrente y recomendada por los santos de todas las épocas. Escribe San Pedro Crisólogo: “El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica” (Sermo 43: PL 52, 320, 332).

En nuestros días, parece que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una “terapia” para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios. En la Constitución apostólica Pænitemini de 1966, el Siervo de Dios Pablo VI identificaba la necesidad de colocar el ayuno en el contexto de la llamada a todo cristiano a no “vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él y a vivir también para los hermanos” (cfr. Cap. I). La Cuaresma podría ser una buena ocasión para retomar las normas contenidas en la citada Constitución apostólica, valorizando el significado auténtico y perenne de esta antigua práctica penitencial, que puede ayudarnos a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio (cfr. Mt 22,34-40).
       

La práctica fiel del ayuno contribuye, además, a dar unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y a acrecer la intimidad con el Señor. San Agustín, que conocía bien sus propias inclinaciones negativas y las definía “retorcidísima y enredadísima complicación de nudos” (Confesiones, II, 10.18), en su tratado La utilidad del ayuno, escribía: “Yo sufro, es verdad, para que Él me perdone; yo me castigo para que Él me socorra, para que yo sea agradable a sus ojos, para gustar su dulzura” (Sermo 400, 3, 3: PL 40, 708). Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.

Al mismo tiempo, el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos. En su Primera carta San Juan nos pone en guardia: “Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (3,17). Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre (cfr. Enc. Deus caritas est, 15). Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño. Precisamente para mantener viva esta actitud de acogida y atención hacia los hermanos, animo a las parroquias y demás comunidades a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la limosna. Este fue, desde el principio, el estilo de la comunidad cristiana, en la que se hacían colectas especiales (cfr. 2Co 8-9; Rm 15, 25-27), y se invitaba a los fieles a dar a los pobres lo que, gracias al ayuno, se había recogido (cfr. Didascalia Ap., V, 20,18). También hoy hay que redescubrir esta práctica y promoverla, especialmente durante el tiempo litúrgico cuaresmal.

Lo que he dicho muestra con gran claridad que el ayuno representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana. Oportunamente, un antiguo himno litúrgico cuaresmal exhorta: “Utamur ergo parcius, / verbis, cibis et potibus, / somno, iocis et arctius / perstemus in custodia – Usemos de manera más sobria las palabras, los alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con mayor atención”.

Queridos hermanos y hermanas, bien mirado el ayuno tiene como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía el Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II, a hacer don total de uno mismo a Dios (cfr. Enc. Veritatis Splendor, 21). Por lo tanto, que en cada familia y comunidad cristiana se valore la Cuaresma para alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. Pienso, especialmente, en un mayor empeño en la oración, en la lectio divina, en el Sacramento de la Reconciliación y en la activa participación en la Eucaristía, sobre todo en la Santa Misa dominical. Con esta disposición interior entremos en el clima penitencial de la Cuaresma. Que nos acompañe la Beata Virgen María, Causa nostræ laetitiæ, y nos sostenga en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud del pecado para que se convierta cada vez más en “tabernáculo viviente de Dios”. Con este deseo, asegurando mis oraciones para que cada creyente y cada comunidad eclesial recorra un provechoso itinerario cuaresmal, os imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.

Por: SS. Benedicto XVI | Fuente: Libreria Editrice Vaticana
Vaticano, 11 de diciembre de 2008

Nuevo santo Mexicano, UN NIÑO...!!! José Sánchez del Río, Martir de Cristo Rey.

NUEVO SANTO MEXICANO ¡¡¡UN NIÑO!!!
Beato Jose Sanchez del Rio, Martir de Cristo Rey
Beato José Sanchez del Río el dia de su primera comunión
 El combate había sido sangriento y más duro que en otras ocasiones. Esta vez también José Luis y sus compañeros cristeros se encontraban en una notable desventaja numérica, ya que los soldados federales eran diez veces más que los defensores de la fe.
¡Mi general, aquí está mi caballo: sálvese usted, aunque a mí me maten! Yo no hago falta, y usted sí.
Le había dicho José Luis, en una rápida y valiente determinación, a su jefe Luis Guízar Morfín, cuando los federales mataron a su caballo de un balazo. Entonces José Luis se acercó sin vacilar, saltó ágilmente de su montura y la entregó a su jefe, quien le dirigió una última mirada de aprecio y, dándole las gracias, se alejó para reunirse con otros cristeros que también se replegaban.
Aquel lunes 6 de febrero de 1928 por la mañana, el grupo de soldados cristeros que comandaba el general Luis Guízar Morfín había sido sorprendido cerca de Cotija, Michoacán, por fuerzas muy superiores en número del general callista Anacleto Guerrero. Los cristeros se vieron obligados a combatir, pero por la escasez de municiones para sus rifles y por ser menos, se iban replegando hacia una loma para organizar su retirada, mientras disparaban las balas de que disponían. La cosa se volvió desesperada en esta ocasión para los cristeros, quienes raramente volvían la espalda al enemigo. Entonces, los que no habían caído muertos huyeron o cayeron prisioneros, y entre estos últimos estaba también José Sánchez del Río.
    

José Luis (así le llamaban sus compañeros cristeros), con apenas 13 años de edad, se había enrolado en las filas del glorioso ejército de los cristeros, que defendían su fe y proclamaban que Cristo era Rey de su patria, por encima de la opresión que el gobierno de Plutarco Elías Calles ejercía sobre todos los católicos mexicanos. Eran los tiempos de la persecución religiosa y de los mártires de Cristo Rey.
Me han hecho prisionero porque se me acabó el parque, ¡pero no me he rendido!
Dijo el valiente niño cristero al general Anacleto Guerrero, cuando esa tarde lo llevaron ante su presencia, en el cuartel de Cotija. Normalmente, los soldados del gobierno fusilaban o colgaban de los árboles de la plaza o de los postes de telégrafo a todos los cristeros que capturaban vivos. Actuaban así para asustar y escarmentar a los pacíficos ciudadanos y a todos lo que apoyaran la causa cristera.
Tú lo que eres es un mocoso que no sabe en lo que lo están metiendo. ¿Quién te manda combatir al gobierno? ¿No sabes que eso es un delito que se paga con la muerte?”
Lo reprendió el general callista, en tono amenazador. A continuación, en vez de fusilarlo como a los otros cristeros aprehendidos en el combate, mandó meter a José Luis en la cárcel de Cotija para hacerlo reflexionar y asustarlo, pensando que así dejaría la causa cristera. Ya había pensado que al día siguiente se lo llevaría prisionero a Sahuayo, su lugar natal, para presionar a sus familiares y darle un escarmiento al pueblo católico. Pero Dios tenía también otro plan para valerse de su futuro mártir y recibir la gloria que solamente a Él le es debida.
    

Época de héroes y mártires
A más de 70 años de aquellos hechos, en el corazón católico de México todavía se guarda con orgullo y admiración el recuerdo de los valientes héroes y mártires que en los años de la persecución religiosa morían confesando su fe católica: “¡Viva Cristo Rey!” “¡Viva la Virgen de Guadalupe!” De muchos de ellos se conservan algunos objetos humildes pero venerados como preciadas reliquias por la gente: quizás un viejo sombrero, unos huaraches ensangrentados, el rosario encontrado en la bolsa del pantalón del mártir, el pañuelo que llevaran atado al cuello o la cuerda con que ahorcaron a los mártires, en los pueblos y lugares donde murieron.

Jóvenes católicos de la ACJM en los años veinte
(Asociación Católica de la Juventud Mexicana)

Un lugar digno de visitar para edificarse con las historias y documentos fotográficos de nuestros héroes cristeros y mártires es el Museo Cristero, que cuenta con dos sedes: una se encuentra en la ciudad de Aguascalientes y la otra en la población de Encarnación de Díaz, en Jalisco. Cristo Rey bendice a la nación desde su pedestal de piedra en el corazón geográfico de México, en un monumento que mide más de veinte metros de altura y que se yergue majestuoso a más de 2 600 metros en la cumbre del cerro El Cubilete, en el estado de Guanajuato. En la memoria de muchos de los católicos que peregrinan a la santa montaña cada año en la fiesta de Cristo Rey, aún persiste el recuerdo de aquellos mártires que ofrecieron su sangre con tal de que Cristo Rey fuera el centro de las miradas, de los deseos, de los pensamientos y de las obras de la gente.

Sigue vivo el recuerdo agradecido hacia aquellos hombres, mujeres y niños que murieron gritando el santo nombre “¡Viva Cristo Rey!, ¡viva santa María de Guadalupe!”, con el último aliento que les quedaba en sus pulmones para testimoniar que Jesucristo vive eternamente. Los relatos de sus hazañas se han transmitido de abuelos a padres y de éstos a sus hijos, entre los peregrinos de Cristo Rey.
¿Cuál es el testimonio y mensaje que nos dan los mártires? Con el ejemplo de su muerte heroica, los mártires nos están enseñando que ellos obedecían al Rey del cielo y no al tirano de aquí abajo que los maltrataba, mientras pisoteaba sus más sagrados derechos, porque no era posible que ningún poder humano o sobrehumano borrara la presencia de Cristo en el corazón de las personas. Allí estaban ellos para confesarlo.
Católicos ahorcados por los soldados federales junto a la vía del tren, estado de Jalisco
Los humildes mártires de Cristo Rey en México eran gente sencilla del pueblo; profundos creyentes. Murieron no por desprecio a la vida, sino movidos por la certeza de que recobrarían su vida en la gloria eterna por el amor de Cristo Rey, en quien tenían depositada toda su confianza.

Hace dos mil años, cuando el apóstol san Pedro dijo a los judíos: “Juzgad si es justo delante de Dios, obedeceros a vosotros más que a Dios(Hechos de los apóstoles 4,19), dejó muy claro lo que todos los buenos católicos, en cualquier época, debemos hacer para defender nuestra fe y los derechos de Dios por encima de los cálculos humanos. Estas palabras se han repetido miles de veces a lo largo de la historia, cada vez que los mártires confesaron públicamente su fe delante de los tiranos perseguidores que han querido borrar el nombre bendito de Cristo del corazón de la gente.
También los mártires mexicanos supieron responder al gobierno perseguidor del presidente Plutarco Elías Calles y sus secuaces, quienes fueron los causantes de la violenta persecución religiosa, de 1926 al 1929, contra la Iglesia católica en México.
Una de las características que mejor resalta en los mártires es ésta: cuando todas las circunstancias se pusieron difíciles en extremo, ellos ya habían optado por obedecer a Dios antes que a los hombres, sabiendo que la consecuencia podría ser la muerte. No se creían superhéroes, eran muy conscientes de su propia debilidad humana, pero la conciencia de tener que estar a la altura de su misión, y la fe y el amor de Jesucristo los hizo mantenerse fuertes en el instante supremo.

Durante aquella persecución religiosa en México, se dieron casos conmovedores de martirios heroicos, como el del niño José Sánchez del Río, natural de Sahuayo, Michoacán .
José tenía apenas 14 años en 1928 cuando los soldados del gobierno lo tomaron prisionero cerca de Cotija, después de un combate. Lo condujeron a su pueblo natal, Sahuayo, donde los soldados del gobierno intentaron hacerle renegar de su causa cristera e incluso que se pasara a su bando para luchar contra los cristeros. José siempre rechazó indignado todas esas propuestas. Después de los vanos intentos, decidieron acabar con él.
Primero lo torturaron cortándole las plantas de los pies, para después obligarlo a caminar con sus pies sangrantes por las calles empedradas del pueblo hasta el cementerio, donde finalmente lo remataron. Mientras lo conducían los soldados hacia el camposanto, el niño cristero no cesaba de aclamar a Cristo Rey ante el asombro y rabia de los soldados, y la admiración del pueblo que presenció su martirio. Al llegar al lugar, lo colocaron al lado de una zanja, mientras él seguía gritando vivas a Cristo Rey. Entonces se abalanzaron unos esbirros contra él y lo cosieron a puñaladas y a tiros. Cayó en el hoyo y lo taparon, retirándose después satisfechos de su hazaña.


No faltaron corazones valientes
No pensemos que se trata de un hecho aislado, porque casos como el de José Sánchez del Río son conocidos por centenares en los lugares donde se desarrolló la epopeya de La Cristiada. Se guardan en la memoria fiel de los viejos, quienes entonces eran niños o jóvenes cuando ocurrieron los hechos, y también fueron transmitidos de boca en boca a las siguientes generaciones para que no olvidaran el testimonio de sus mayores. Muchos valientes mártires cristeros de toda edad y condición social, niños, jóvenes y adultos, ofrecieron generosamente su sangre por confesar a Cristo y defender la libertad religiosa, y esto ocurrió principalmente en los estados de Jalisco, Guanajuato, Michoacán, Colima, Zacatecas, Coahuila, México, Durango, Tabasco y Guerrero, que son los lugares donde la persecución fue más violenta. En aquellos años difíciles, la idea de ser mártir por Cristo Rey era común y no era extraña a la gente:
En aquel entonces la gente tenía bien clara la idea del martirio, y a lo que se exponían los cristeros. Tanto es verdad que mi pobre madre, q.e.p.d., doña Petra Rivas, que era muy cristera y llevaba ropa y alimentos a los sublevados, me decía a mí: “Yo quiero un hijo mártir. ¿Por qué no te vas con ellos?” Yo le respondía: -Mamá, yo no sirvo para eso ni sé montar a caballo; basta con que yo sea confesor.

Vamos, pues, a conocer el caso de un valiente muchacho michoacano, sencillo y normal como sus coetáneos, pero que fue mártir de Cristo Rey. Su gesto heroico lo ha convertido en un ejemplo luminoso de fe para todos los adolescentes y jóvenes de hoy, pero también para los adultos, en este mundo difícil donde también es necesario defender la fe católica con el propio testimonio de vida.
Es probable que Dios no nos pida a nosotros derramar la sangre como a ellos, pero sí nos pide ser valientes y tener el mismo corazón heroico para no callar delante del mal; para defender nuestros valores cristianos ante otras personas cuando son atacados y, sobre todo, para saber decir siempre un NO rotundo y firme al pecado en nuestras vidas.

 

José Sánchez del Río, valiente cristero martirizado a los 14 años de edad.
Se trata de un caso conmovedor, verdaderamente singular entre los mártires que regaló La Cristiada a México y a la Iglesia. José había nacido el 28 de marzo de 1913 en la población de Sahuayo, Michoacán, siendo hijo de Macario Sánchez y María del Río. En la iglesia parroquial de su pueblo, recibió el bautismo el 3 de abril del mismo año, y allí mismo recibió los sacramentos de confirmación y comunión años después.
José fue un niño travieso y alegre como todos los niños. Jugaba a las canicas, corría con sus amigos por las calles empedradas y se iba al campo a cazar palomas güilotas con la resortera. Su afición por los caballos y a la vida campestre le fue normal desde pequeño, como a los demás chicos de Sahuayo.

En su casa conoció la pobreza y el trabajo desde pequeño, pero sobre todo, creció rodeado de unidad familiar y de los valores cristianos que dan sentido a la vida: la fe, la caridad hacia propios y extraños, concretados en una piedad sólida que le transmitieron sus padres. Desde que hiciera su Primera Comunión, José había tomado la decisión de cultivar una amistad sincera y fiel con Jesús.

La casa donde nació José ya no pertenece a la familia Sánchez del Río. La vendieron y no hay ni siquiera una placa que indique su natalicio. La casa se sitúa en el número 136 de la que fuera Calle Tepeyac, en Sahuayo, y a la que después le fue cambiado el nombre por calle Rafael Picazo, el diputado federal por el Distrito de Jiquilpan, quien precisamente mandó asesinarlo. Es en verdad extraño que la calle lleve el nombre del verdugo y no el de la víctima; precisamente al revés, como ocurre en muchas otras situaciones de nuestro mundo.
José había nacido en el amplio período conocido como la Revolución mexicana: aquélla fue una época muy difícil para las familias, los pueblos y ciudades de todo el país, por los episodios de violencia constante que se desarrollaban entre las diversas bandas de revolucionarios que se disputaban el poder.

Entonces la muerte se veía con más naturalidad que ahora: no era raro que cuando llegaba la noche, los vecinos escuchaban las balaceras y los gritos de los revolucionarios, junto con el ir y venir de sus caballos. Se oían relinchos mientras el jinete disparaba o caía muerto. Por la mañana, las mujeres que iban a misa y los hombres que salían a sus labores en el campo podían fácilmente encontrarse con cadáveres de revolucionarios o de gente pacífica, en el arroyo de la calle empedrada o detrás de alguno de los portales de la plaza. Por eso la gente era más religiosa y se preocupaba por estar preparada para dar el paso a la vida eterna, que en asegurarse un porvenir entre las cosas inestables del mundo.

Cuando José tenía 12 años estalló la guerra de los cristeros, o sea, el alzamiento de aquellos campesinos creyentes y jóvenes de la Acción Católica que lucharon en defensa de sus más sagrados derechos contra las leyes injustas del gobierno federal. La región donde él vivía era cien por cien cristera y, desde el inicio del alzamiento, los hombres y mujeres del occidente de Michoacán se distinguieron por su defensa valiente de la fe y de los derechos sagrados de Cristo. Gente de diversos pueblos como Cotija, Sahuayo, Jiquilpan, Santa Inés, Los Reyes y de otros lugares de la región, combatían por la causa de Cristo Rey y la defensa de sus derechos humanos más elementales, como es la libertad religiosa.

José se daba cuenta perfectamente de la situación y también la sufría en carne propia, puesto que su pueblo natal, Sahuayo, se encontraba en una de las zonas más cristeras, donde el apoyo de la gente era masivo a favor de la religión y de sus valientes defensores. No fueron pocos los atropellos que sufrió la gente pacífica de Sahuayo por parte de soldados del gobierno, por el hecho de proclamarse cristeros.

¡Quiero ser cristero!
José veía a los valientes cristeros que pasaban veloces en sus caballos por las calles de su pueblo, les oía gritar con gallardía: ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva la Santísima Virgen de Guadalupe!, escuchaba los relatos que contaban los mayores sobre sus hazañas en el campo contra los perseguidores de Cristo. ¡Él también soñaba en irse con ellos para defender los derechos de Cristo Rey en su patria!
Pero había un problema: sus papás no se lo permitían debido a su corta edad. José no se desanimó, y tanto insistió que, después de escribir varias veces, con apenas 13 años logró que le permitieran enrolarse en las fuerzas cristeras que luchaban al mando del general Prudencio Mendoza, jefe de los cristeros de la zona de Cotija y sus alrededores.
El general Mendoza, viendo la resolución y ánimos de José por ser cristero, lo admitió finalmente en la tropa. Durante los primeros siete meses no le fue permitido usar aromas, pero sirvió como ayudante de los soldados cristeros. José era bastante apreciado en la tropa cristera porque desde el inicio se distinguió por su servicialidad. Se le veía por todos lados del campamento, engrasando las armas, friendo los frijoles de la comida, cuidando que a los caballos no les faltara agua y pastura.

A su mamá, que con razón se oponía a sus deseos de ir a la lucha, debido a su corta edad, José le respondía:
“Mamá, nunca ha sido tan fácil ganarse el cielo como ahora” .
El general Prudencio Mendoza se movía con sus soldados cristeros por diversos puntos de Michoacán para emprender acciones de guerra, y viendo que era muy peligroso para la corta edad de José, lo dejó a las órdenes y cuidado del jefe cristero Luis Guízar Morfín, y José le sirvió como ayudante de campo. Desde el primer momento que entró como cristero, José se mostró valiente y leal con sus jefes, participando en la vida de privaciones que llevaba la tropa, durmiendo a veces en cuevas o en medio de tupidos bosques y comiendo la escasa comida compuesta de frijoles y tortillas, muchas veces endurecidas y frías, pues no siempre era posible preparar fogatas para calentar con calma los alimentos.

Con los demás cristeros, José rezaba todas las noches el santo rosario a María Santísima, antes de acostarse y descansar de la dura jornada. Era una vida de sacrificios y privaciones por amor a Cristo Rey y su Madre Santísima, la Virgen de Guadalupe.

¡Pero No me he rendido!
Así iban las cosas, cuando el 5 de febrero de 1928, durante el transcurso de un combate entre los cristeros y fuerzas federales en las inmediaciones de Cotija, el caballo del jefe Guízar Morfín resultó muerto de un balazo. Entonces, el valiente niño cristero saltó de su montura y se la ofreció a su jefe dirigiéndole estas palabras:
Mi general, aquí está mi caballo. Sálvese usted aunque a mí me maten. Yo no hago falta y usted sí.
El jefe Guízar Morfín pudo ponerse a salvo, pero quedó muy conmovido por su gesto de valentía y generosidad. Como era de prever, José quedó hecho prisionero, quien al igual que a otros cristeros, condujeron maniatados a Cotija. Allí se encontraba el general callista Guerrero, quien lo reprendió por combatir contra el Gobierno. José le replicó:
Me han aprehendido porque se me acabó el parque, pero no me he rendido”. Con él también cayó prisionero otro joven algo mayor de nombre Lázaro, originario tal vez de Jiquilpan.
Desde Cotija, José escribió a su mamá esta hermosa carta:

Cotija, Mich., lunes 6 de febrero de 1928.
Mi querida mamá:
Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios; yo muero muy contento, porque muero en la raya al lado de nuestro Dios. No te apures por mi muerte, que es lo que me mortifica:
Antes diles a mis otros dos hermanos que sigan el ejemplo de su hermano el más chico, y tú haz la voluntad de Dios. Ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por última vez y tú recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba.
José Sánchez del Río.

     

  
Problemas con los gallos
Ambos quedaron apresados en Cotija, pero después fueron trasladados a Sahuayo el 7 de febrero. Con los brazos bien atados, José y Lázaro fueron metidos en la iglesia parroquial, que el diputado Rafael Picazo había manchado convirtiéndola de Casa de Dios en un gallinero; allí, el tal Picazo guardaba sus gallos de pelea. José se indignó a la vista de aquel ultraje contra la casa de Dios. No lo pensó dos veces y una vez que logró desatar sus manos de las ligaduras, se dedicó esa noche a retorcer el pescuezo de los gallos de Picazo. Acabada su tarea, se recostó en un rincón y se durmió.

El día siguiente, 8 de febrero, al enterarse el diputado Picazo de la suerte que habían corrido sus gallos, se presentó iracundo en la iglesia parroquial y con palabras gruesas e insultos recriminó a José su acción. Éste le contestó:
“La casa de Dios es para venir a orar, no para refugio de animales.”
Picazo lo amenazó diciéndole que si estaba dispuesto a todo. La respuesta del valiente cristero no se hizo esperar:
A todo. Desde que tomé las armas estoy dispuesto a todo. ¡Fusílame!, para que yo esté luego delante de nuestro Señor y pedirle que te confunda.”
Esto fue la gota que volcó el vaso de la ira en Picazo, aquel enemigo acérrimo de los cristeros. Ahora sí, sin remedio, la muerte de José Luis y la de Lázaro su compañero de prisión, eran seguras. En el transcurso de esa mañana, miércoles 8 de febrero, los familiares de José les llevaron el almuerzo, pero el angustiado Lázaro no tenía apetito ni ánimos. José, que era unos años menor pero poseía mayores ánimos, le dijo entonces:
“Ánimo, Lázaro. Vamos comiendo bien. Nos van a dar tiempo para todo y luego nos fusilarán. No te hagas para atrás. Duran nuestras penas mientras cerramos los ojos.”

A las cinco y media de esa tarde sacaron a Lázaro para ahorcarlo y José fue obligado a ponerse junto al árbol de la ejecución. Y colgaron a Lázaro. Al cabo de unos minutos de colgado lo creyeron muerto, bajaron su cuerpo y lo arrastraron al cercano cementerio, donde lo abandonaron. Pero Lázaro no estaba muerto, se reanimó y huyó trabajosamente.
A José lo llevaron allí para asustarlo y ver si renegaba de su fe en Cristo, pero él se dirigió a los verdugos y con gesto enfático les dijo que también a él lo mataran. Sin embargo, al ver que no habían logrado asustarlo ni que renegara, volvieron a meterlo en el templo y allí quedó encerrado solo.

Mi vida por cristo. ¡viva cristo rey!
Entre tanto, el papá de José ya estaba haciendo gestiones desesperadas para intentar rescatarlo con dinero. Pero el callista general Guerrero exigía cinco mil pesos a cambio de la libertad de José, una cantidad que en aquel entonces era una fortuna. El afligido padre no podía reunir tan enorme suma, y ofreció en cambio su casa, muebles y cuanto poseía. El diputado Picazo vociferó que de todos modos, con dinero o sin él, “en las barbas de su padre lo mandaría matar”.
Entonces, José se enteró de los esfuerzos que hacía su familia para liberarlo y pidió que no se pagara por su rescate ni un solo centavo. José ya había hecho su resolución de morir antes que traicionar en lo más mínimo a Cristo Rey. Todo el pueblo de Sahuayo sabía lo que pasaba y reza-ba por José y su familia. La tensión por lo que se veía que iba a suceder con el niño cristero crecía a medida que pasaban las horas.
Enterado ya de que se había dado la sentencia de muerte contra él, José escribió su última carta y la dirigió a una de sus tías:

Sahuayo, 10 de febrero de 1928.
Querida tía:
Estoy sentenciado a muerte. A las ocho y media de la noche llegará el momento que tanto he deseado. Te doy las gracias por todos los favores que me hiciste tú y Magdalena. No me encuentro capaz de escribir a mi mamá: tú me haces el favor de escribirle. Dile a Magdalena que conseguí que me permitieran verla por última vez y creo que no se negará a venir (para que le llevase la Sagrada Comunión), antes del martirio. Salúdame a todos y tú recibe como siempre y por último el corazón de tu sobrino que mucho te quiere… Cristo vive, Cristo reina, Cristo impera y Santa María de Guadalupe.
Firmado: José Sánchez del Río,
que murió en defensa de la fe.


El viernes 10 de febrero de 1928, cerca de las 6 de la tarde, sacaron al valiente niño cristero del templo convertido en prisión y lo trasladaron al cuartel. Al acercarse la hora de su sacrificio, los soldados del gobierno comenzaron por desollarle los pies con un cuchillo, pensando que José se ablandaría con el tormento y terminaría pidiendo clemencia a gritos, pero se equivocaron. Al sentir los tremendos dolores en su propio cuerpo, José pensaba en Cristo en la cruz y se lo ofrecía todo mientras gritaba ¡Viva Cristo Rey!

A continuación, los soldados lo sacaron a golpes e insultos del cuartel y le obligaron a caminar descalzo con sus pies heridos por las calles empedradas rumbo al cementerio. Su martirio llevaba ya algunas horas, pues pasaban las 11 de la noche cuando llegaron al camposanto. Los verdugos aún querían hacerlo apostatar de su fe aplicándole esos bárbaros tormentos, pero no lo lograron.

Dios le dio la fortaleza para caminar hacia el sitio de su martirio gritando vivas a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe, en medio del asombro y edificación de todos los presentes. Llegados al cementerio, se paró al borde de su propia fosa mientras seguía vitoreando a Cristo Rey. Los verdugos acribillaron su cuerpo maltratado a puñaladas, hasta que el capitán de la escolta decidió acabar con todo y disparó con su fusil a la cabeza del mártir, que ya se encontraba derrumbado en la fosa. Sus últimas palabras fueron “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe!”

La conmoción y silencio respetuoso de los espectadores eran indescriptibles. Se oían suaves los sollozos de la madre
de José, que lo acompañó hasta el último momento mientras rezaba por su hijo. Los habitantes del pueblo nunca habían presenciado algo semejante; los mismos soldados federales, que actuaron de mala gana obedeciendo las órdenes, estaban admirados de tanta valentía.
El cuerpo del niño mártir cayó en la fosa y quedó ahí sepultado como el de un animal, sin ataúd ni mortaja. Así recibió directamente las paladas de tierra. Eran las 11:30 de la noche del viernes 10 de febrero de 1928. El mártir de Cristo Rey entraba en la gloria, pero dejaba a todos sus paisanos y a los demás compañeros cristeros un ejemplo de valentía y de fidelidad a la santa causa, que sólo se podía explicar sabiendo que el mismo Jesucristo le había dado la fortaleza para comportarse como un auténtico mártir.

Años más tarde, sus gloriosos restos fueron exhumados y descansan hoy en la cripta de los mártires del templo del Sagrado Corazón de su pueblo natal. El día de su beatificación sería el 20 de noviembre de 2005.

Conclusión
José Luis es un mártir de Cristo Rey que supo estar a la altura de la misión durante las difíciles circunstancias que le tocó vivir, en un ambiente de guerra y odio contra la fe y de persecución sangrienta. Él, al igual que numerosos mártires de Cristo Rey, dio su vida generosamente por defender sus valores más preciados, y ofreció a México y a todo el mundo un ejemplo de heroísmo como el de los primeros mártires de las persecuciones romanas. Los mártires cristeros forman un grupo de los mejores hijos que México ha dado a la Iglesia.

Vocaciónde mártires
Podemos preguntarnos qué fue lo que movió a José Luis a dar su vida, a sus 14 años de edad, con toda la fuerza de la juventud en sus venas y el ímpetu de los grandes ideales en su corazón. Él ofreció su vida por mantenerse fiel a Jesucristo, su Amigo, y porque le había jurado seguirle hasta la muerte si era preciso.
Ciertamente, Dios lo escogió a él para ejemplificar la vocación al martirio de sangre, porque las circunstancias en que le tocó vivir, en el México de aquellos años, eran de persecución abierta contra la Iglesia. Pero José Luis se mantuvo fiel a Cristo Rey. En lugar de llevar una vida cómoda y sin riesgos, en vez de ocultarse por miedo o de mentir para salvar la vida, prefirió afrontar las torturas cuando los soldados lo hicieron prisionero.
José Luis fue fiel a su conciencia y a su palabra para no traicionar a sus compañeros cristeros, porque la fortaleza de Cristo lo sostuvo durante las duras horas de la prueba. Fue fiel a Cristo hasta el fin y mereció la corona del martirio, porque amaba a Cristo Rey como a su mejor Amigo.

Temple de mártires
Hoy, lo más probable es que Dios no nos pida derramar la sangre ni sufrir torturas alucinantes por mantenernos fieles a nuestra condición cristiana, en medio de un mundo agresivo y contrario a los valores en que creemos. Es verdad que no vivimos en las mismas circunstancias del martirio sangriento, como tocó a nuestros abuelos en la época de los cristeros. Pero también hoy se ataca a Cristo, a la Iglesia y al Papa, y se hace burla o desprecio de los valores más preciosos con que cuenta la juventud, como el derecho a la vida de los inocentes, la pureza o la honradez. ¡Hay que tener un corazón y un temple de mártires, como José Luis y los demás mártires de Cristo Rey, para saber defender nuestra fe y nuestros valores!

No se trata sólo de ideas bonitas; es lo mismo que el Papa Juan Pablo II pidió a los jóvenes creyentes de todo el mundo, durante la memorable Jornada Mundial de la Juventud del año 2000 en Roma. Éstas son sus palabras:
Queridos amigos, también hoy creer en Jesús, seguir a Jesús siguiendo las huellas de Pedro, de Tomás, de los primeros apóstoles y testigos, conlleva una opción por Él y, no pocas veces, es como un nuevo martirio: el martirio de quien, hoy como ayer, es llamado a ir contra corriente para seguir al divino Maestro, para seguir “al Cordero a dondequiera que vaya” (Apocalipsis 14,4).

No por casualidad, queridos jóvenes, he querido que durante el Año Santo fueran recordados en el Coliseo los testigos de la fe del siglo XX. Quizás a vosotros no se os pedirá la sangre, pero sí ciertamente la fidelidad a Cristo. Una fidelidad que se ha de vivir en las situaciones de cada día. Estoy pensando en los novios y su dificultad de vivir, en el mundo de hoy, la pureza antes del matrimonio.

Pienso también en los matrimonios jóvenes y en las pruebas a las que se expone su compromiso de mutua fidelidad. Pienso, asimismo, en las relaciones entre amigos y en la tentación de deslealtad que puede darse entre ellos.
Estoy pensando también en el que ha empezado un camino de especial consagración y en las dificultades que a veces tiene que afrontar para perseverar en su entrega a Dios y a los hermanos. Me refiero igualmente al que quiere vivir unas relaciones de solidaridad y de amor en un mundo donde únicamente parece valer la lógica del provecho y del interés personal o de grupo.

Asimismo, pienso en el que trabaja por la paz y ve nacer y estallar nuevos focos de guerra en diversas partes del mundo; también en quien actúa en favor de la libertad del hombre y lo ve aún esclavo de sí mismo y de los demás; pienso en el que lucha por el amor y el respeto a la vida humana y ha de asistir frecuentemente a atentados contra la misma y contra el respeto que se le debe. Queridos jóvenes, ¿es difícil creer en un mundo así? En el año 2000, ¿es difícil creer? Sí, es difícil. No hay que ocultarlo. Es difícil, pero con la ayuda de la gracia es posible, como Jesús dijo a Pedro: “No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”
(san Mateo 16,17).



Por: Luis Alfonso Orozco | Fuente: Catholic.net  
http://es.catholic.net/op/articulos/22681/jos-snchez-del-ro-mrtir-de-cristo-rey.html

Nuevos santos este proximo 15 de Marzo


OFICINA DE CELEBRACIONES LITURGICAS DEL SUMO PONTIFICE
NOTIFICACION
CONSITORIO PUBLICO Y ORDINARIO PARA LAS CAUSAS DE CANONIZACION
 
El proximo dia martes 15 de de marzo de, 2016, a las 10 horas, en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico del Vaticano, el Santo Padre Francisco presidirá la celebración de la tercera hora y el Consistorio Ordinario Público para la canonización de los Beatos: 
- José Sánchez del Río
- Estanislao de Jesus y Maria (en el siglo John Papczyński)
- José Gabriel del Rosario Brochero 
- Mary Elizabeth Hesselblad 
- Teresa de Calcuta  (Agnes Gonxha Bojaxhiu) 
Se solicita a los señores Cardenales resientes en la ciudad de Roma  acudir al consistorio a las 9:30 am en la sala del Consistorio del palacio apostolico llevar habito coral.

Ciudad del Vaticano 7 de marzo 2016

Por mandato del santo Padre

Mons. Guido Marini
Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias

domingo, 31 de enero de 2016

Por favor el dia de hoy y no mañana


*Prefiero que compartas conmigo unos pocos minutos ahora que estoy vivo y no una noche entera cuando yo muera.
*Prefiero que estreches suavemente mi mano ahora que estoy vivo, y no apoyes tu cuerpo sobre mí cuando yo muera.
*Prefiero que hagas una sola llamada ahora que estoy vivo y no emprendas un inesperado viaje cuando yo muera.
*Prefiero que me regales una sola flor ahora que estoy viva y no me envíes un hermoso ramo cuando yo muera.
*Prefiero que elevemos al cielo una oración ahora que estoy vivo y no una misa cantada y celebrada cuando yo muera.
*Prefiero que me digas unas palabras de aliento ahora que estoy vivo y no un desgarrador poema cuando yo muera.
*Prefiero escuchar un solo acorde de guitarra ahora que estoy vivo, y no una conmovedora serenata cuando yo muera.
*Prefiero me dediques una leve plegaria ahora que estoy vivo y no un político epitafio sobre mi tumba cuando yo muera.
*Prefiero disfrutar de los mas mínimos detalles ahora que estoy vivo y no de grandes manifestaciones cuando yo muera.
*Prefiero escucharte con un poco de nerviosismo diciendo lo que sientes por mí, ahora que estoy vivo, y no un gran lamento porque no lo dijiste a tiempo, y ahora estoy muerto.

 http://webcatolicodejavier.org/hoyynomanana.html

«Pecadores sí, corruptos jamás» S.S. El Papa Francisco.


Oremos a Dios para que la debilidad que nos induce a pecar jamás se transforme en corrupción. A este tema, tantas veces afrontado, el Papa Francisco dedicó su homilía de la misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.
Refiriéndose a la historia bíblica de David y Betsabé, el Santo Padre Francisco subrayó que el demonio induce a los corruptos a no sentir, a diferencia de otros pecadores, la necesidad del perdón de Dios.
Se puede pecar de tantas maneras y por todo se puede pedir sinceramente perdón a Dios, sabiendo sin dudar que aquel perdón será obtenido. El problema nace con los corruptos. La cosa pésima de un corrupto – volvió a repetir el Papa Francisco – es que“un corrupto no tiene necesidad de pedir perdón”, porque le basta el poder sobre el que se basa su corrupción.
Dios no me sirve
Es el comportamiento que el rey David adopta cuando se enamora de Betsabé, esposa de un oficial suyo, Urías, que está combatiendo lejos. El Papa recorrió – citando incluso los pasos omitidos de la lectura para mantener su brevedad –la vicisitud narrada por la Biblia.Después de haber seducido a la mujer y de haber sabido que está embarazada, David arquitecta un plan para cubrir el adulterio. Llama del frente a Urías y le ofrece que vaya a su casa a descansar. Urías, hombre leal, no quiere ir a estar con su mujer mientras su hombres mueren en la batalla. Entonces, David lo intenta nuevamente, esta vez haciéndolo embriagar, pero ni siquiera esto funciona:
“Esto puso un poco en dificultad a David, quien se dijo: ‘Pero no, yo puedo lograrlo…’. Y escribió una carta, como hemos oído: ‘Pongan a Urías como capitán, en el frente de la batalla más dura, después déjenlo solo, para que sea herido y muera’. La condena a muerte. Este hombre, fiel – fiel a la ley, fiel a su pueblo, fiel a su rey – lleva consigo la condena a muerte”.
La “seguridad” de la corrupción
“David es santo, pero también pecador”. Cae en la lujuria y sin embargo – consideró Francisco – Dios lo “quería tanto”. Además, el Papa observó que“el grande, el noble David” así se siente seguro – “porque el reino era fuerte” – y después de haber cometido adulterio hace todo lo posible con tal de organizar la cuestión, incluso de manera mentirosa, hasta urdir y ordenar el asesinato de un hombre leal, haciéndolo pasar por una desgracia de guerra:
“Este es un momento en la vida de David que nos hace ver un momento por el cual todos nosotros podemos pasar en nuestra vida: es el paso del pecado a la corrupción. Aquí David inicia, da el primer paso hacia la corrupción. Tiene el poder, tiene la fuerza. Y por esto la corrupción es un pecado más fácil para todos nosotros que tenemos algún poder, ya sea poder eclesiástico, religioso, económico, político… Porque el diablo nos hace sentir seguros: ‘Yo lo logro’”.
“Pecadores sí, corruptos jamás”
La corrupción – de la que después por gracia de Dios David se rescatará – tiene el corazón mellado por aquel“muchacho valeroso” que había afrontado al filisteo con la honda y cinco piedras. El Santo Padre concluyó afirmando que deseaba subrayar sólo esto:“Hay un momento en que el hábito del pecado o un momento en que nuestra situación es tan segura y somos bien vistos y tenemos tanto poder” que el pecado deja“de ser pecado” y se convierte en“corrupción”. Y dijo que una de las peores cosas de la corrupción es que el corrupto no tiene necesidad de pedir perdón:
“Hagamos hoy una oración por la Iglesia, comenzando por nosotros, por el Papa, por los obispos, por los sacerdotes, por los consagrados, por los fieles laicos: ‘Pero, Señor, sálvanos, sálvanos de la corrupción. Pecadores sí, Señor, lo somos todos, ¡pero corruptos jamás!’. Pidamos esta gracia”.

Laudate Dominum / Radio VaticanoCamino Católico
http://caminocatolico.org/home/papa-francisco/17737-papa-francisco-en-homilia-en-santa-marta-pecadores-si-corruptos-jamas

APOSTOLES Y SANTOS DE NUESTRO TIEMPO

Joël Sprung, autor del blog Pneumatis, era de familia atea anticlerical y exploraba el ocultismo: un día probó a rezar a Dios y cambió
“Una noche, en lugar de meditar, decidí rezar. Para ver qué pasaba. Me dirigí a Dios Padre. Sucedió de manera tan rápida que ya no recuerdo que le dije. Exploté, literalmente. Fue como una eclosión, como nacer. Recuerdo haber llorado durante horas, con grandes sollozos. Dentro de mí se mezclaba el pesar de haber estado tan ciego con el alivio inmenso de haber salido por fin de la oscuridad, de nacer de nuevo al cabo de 20 años”
Joël Sprung se convirtió al catolicismo hace diez años. Bloguero bajo el seudónimo de Pneumatis (su blog es (www.pneumatis.net), ha publicado con Natalia Trouiller "Confessions des nouveaux enfants du siècle", acerca de su viaje espiritual. En la revista francesa "Il Est Vivant" cuenta de forma abreviada su itinerario en la fe en primera persona:
Crecí en una familia atea y más bien anticlerical. Mi padre procede de una familia judía y mi madre de una familia católica. Siguieron sus convicciones al pie de la letra y no me bautizaron. Fui educado en el espíritu de la Ilustración, con la idea de que la religión era una invención para suplir deficiencias afectivas o intelectuales.
Cuando tenía más o menos 18 años empecé a plantearme cuestiones sobre el sentido de la vida. Sentía curiosidad por entender al hombre y sus misterios y empecé a estudiar psicología, lo que me llevó también a iniciarme en la filosofía. Entonces empecé a darme cuenta, de manera casual, de que la existencia de Dios era una idea de la que se habían ocupado sólo los espíritus más competentes.
El amor de una mujer con fe
En esta época conocí a la mujer que se convertiría en mi esposa, católica practicante. Se dice que el amor es ciego, pero a mí me abrió los ojos. Esta joven se entristecía de no poder responder a todas las críticas que hacía a la religión, pero la fe se mantenía firme dentro de ella. Esa fe daba sentido a lo que ella era, a la manera con la que me amaba y con la que quería ser amada. No podía respetarla sin respetar de verdad lo que había en ella de más íntimo.
Intelectualmente, la psicología me decepcionó enseguida. Quería ir más lejos, entender la dimensión espiritual del hombre. 
Explorando el ocultismo
Empecé a interesarme por las ciencias ocultas. Con la fe de mi esposa y mi interés por el mundo invisible, tenía la impresión de haber encontrado una forma de equilibrio, con una especie de complementariedad entre el exotismo (elemento de una doctrina oculta que puede ser dispensada a los no iniciados, enseñada públicamente) y el esoterismo. 
Pero en mi plan muchas cosas no concordaban. Y la relación con un Dios transcendente seguía siendo un misterio para mí.
El gran experimento: rezar
Una noche, en lugar de meditar, decidí rezar. Para ver qué pasaba. Me dirigí a Dios Padre. Sucedió de manera tan rápida que ya no recuerdo que le dije. Exploté, literalmente. Fue como una eclosión, como nacer. 
Recuerdo haber llorado durante horas, con grandes sollozos. Dentro de mí se mezclaba el pesar de haber estado tan ciego con el alivio inmenso de haber salido por fin de la oscuridad, de nacer de nuevo al cabo de 20 años.
Acompañado en cada paso
Es inútil decir la importancia que tuvo a partir de ese momento el acompañamiento de mi prometida y de sus padres. Tenía todo por aclarar, todo por cribar entre lo que sabía, lo que creía saber y lo que ignoraba. Seguí rezando. Acompañaba a mi prometida a misa; me conmocionaba. 
Naturalmente, pedí ser bautizado. La gente cercana a mí no entendía este nuevo "antojo". Mis padres, con los que había hablado de mi proyecto de casarme al principio de mi catecumenado, me dijeron que no querían ir a la ceremonia religiosa por convicción y también para no hacernos la afrenta de actuar como hipócritas.
Lentamente la fe me fue transformando, contribuyendo a cambiar mi manera de vivir, de relacionarme con los otros, de amarles. Para decirlo con palabras llanas, me convertí en alguien más respetuoso y respetable. 
Al cabo de tres años de catecumenado, mis padres entraron en una iglesia por segunda vez en un año para nuestro matrimonio; la primera vez fue para asistir, emocionados, a mi bautismo.
Joël Sprung
  
(Publicado en Il Est Vivant, traducción del francés por Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares)
http://caminocatolico.org/home/testimonios/17732-joel-sprung-autor-del-blog-pneumatis-era-de-familia-atea-anticlerical-y-exploraba-el-ocultismo-un-dia-probo-a-rezar-a-dios-y-cambio 

APOSTOLES Y SANTOS DE NUESTRO TIEMPO

Elisabeth Anne, la monja que mendiga desde hace 35 años para mantener a flote una residencia de ancianos 

«Soy la última en la escala; soy el escalón más bajo. No soy directora de nada, salvo mi vida. Mendiga. Ese es mi título…. Cuando empecé en 1979, no fue fácil. Salir y mendigar era la peor cosa que me podían pedir. Lloré durante dos semanas»


 Para los trabajadores del Hunts Point Produce Market en Bronx (un barrio de Nueva York) ya es costumbre ver cada miércoles a la hermana Elisabeth Anne cerca de los cargamentos de comida. Esta religiosa de 76 años visita el mercado industrial cada semana desde hace 35 años para conseguir alimentos para los ancianos de la residencia Reina de la Paz (Queen of Peace) donde trabaja y vive.
Esta religiosa pertenece a la congregación las Hermanitas de los Pobres, cuyo carisma es ayudar a las personas mayores. Tiene 197 casas en el mundo. El mendigar es una tradición establecida desde 1839 por la fundadora Santa Juana Jugan.
La hermana Elisabeth Anne es actualmente la “mendiga”. "Soy la última en la escala; soy el escalón más bajo. No soy directora de nada, salvo mi vida. Mendiga. Ese es mi título”, expresó a The New York Times.
Ella siempre revisa que las frutas estén en buen estado y recorre los puestos mientras revisa su lista de productos. Saluda a los trabajadores de las cerca de doce empresas que conoce y que la esperan para entregarle sus donaciones. Después coloca todo en su camioneta y regresa a Queens Village, donde está ubicado el asilo.
Sin embargo, recordó que la primera vez que salió a pedir donaciones al mercado fue en 1979 y “no fue fácil”.
“Salir y mendigar era la peor cosa que me podían pedir. Lloré durante dos semanas”,recordó. En su primer día, ella caminó entre los botes de basura que tenían fuego encendido, entre trabajadores ebrios y llevando su miedo a la violencia. “Fue terrible. No había protección ni seguridad”.
Con el paso de los años, la hermana Elisabeth Anne hizo suya la tradición de mendigar. Su labor es la que mantiene a flote la residencia Reina de la Paz. Este lugar brinda alojamiento, comida y cuidados a personas mayores de 85 años de bajos recursos económicos. Gracias a las donaciones, los residentes tienen las tres comidas diarias. Actualmente 19 religiosas viven en el quinto piso del edificio.
Por su parte, las compañeras de Sor Elisabeth dijeron que en raras ocasiones la monja deja de ir a los mercados, donde es la favorita entre los trabajadores.
Gabriela D'Arrigo, directora de marketing de D'Arrigo, indicó que la zona de Bronx tiene una mala reputación, pero que la religiosa “hace repensar a la gente sobre qué tipo de comunidad es. A todo el mundo le encanta tratar con ella”.
Además de los mercados, la monja también pide donaciones a parroquias y fundaciones. Con estas, y junto con las subvenciones, cubre el alquiler de algunos residentes y la atención médica.
Asimismo, la hermana Sheila McLoughlin, directora de enfermería de la residencia, expresó a The New York Times al respecto de su compañera que ella “está muy dispuesta a pedir donaciones a la gente”.
31 de octubre de 2015.-  (ACI  /Camino Católico)
http://caminocatolico.org/home/testimonios/17744-elisabeth-anne-la-monja-que-mendiga-desde-hace-35-anos-para-mantener-a-flote-una-residencia-de-ancianos