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lunes, 28 de julio de 2008
LA MORTIFICACIÓN EN LA VIDA DE SAN FRANCISCO
San Francisco, en la realización de su maravilloso ideal, se encontró con la resistencia de su cuerpo, de la parte material de sí mismo. Tuvo, pues, necesidad de mortificar su carne para obligarla a mantenerse sometida al espíritu.
Al leer las biografías de San Francisco uno se queda impresionado al verlo tan constante en la mortificación, especialmente si se recuerda el tierno amor que tuvo siempre a todas las criaturas, lo que le llevaba a considerar al cuerpo como hermano. Consideró necesaria la mortificación, la amó, y precisamente por esto se privó a veces hasta de lo que parecía necesario.
Consideraba necesaria la mortificación
En la primera regla subrayó: "El espíritu del Señor quiere que la carne sea mortificada y despreciada tenida por vil y abyecta. Y se afana por la humildad y la paciencia, y la pura, y simple, y verdadera paz de espíritu. Y siempre desea, más que nada, el temor divino y la divina sabiduría, y el divino amor del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo"; odiemos nuestro cuerpo con sus vicios y pecados, porque, viviendo nosotros carnalmente, quiere el diablo arrebatarnos el amor de nuestro Señor Jesucristo y la vida eterna, y perderse con todos en el infierno; pues nosotros, por nuestra culpa, somos hediondos, míseros y opuestos al bien y, en cambio, prestos e inclinados al mal".
Y en las "Admoniciones" recordó: "Hay muchos mente la culpa al enemigo o al prójimo. Pero no es que al pecar o al recibir una injuria, echan frecuente así; porque cada uno tiene en su dominio al enemigo, o sea, al cuerpo, mediante el cual peca, Por eso, dichoso aquel siervo que a tal enemigo, entregado a su dominio, lo mantiene siempre cautivo y se defiende sabiamente de él; porque, mientras hiciese esto, ningún otro enemigo visible o invisible le podrá dañar",
También escribiendo a todos los fieles decía: "Debemos odiar nuestro cuerpo con sus vicios y pecados, pues dice el Señor en el Evangelio: todos los vicios y pecados nacen del corazón.., Debemos negarnos a nosotros mismos y someter nuestro cuerpo al yugo de la esclavitud y de la santa obediencia, como cada uno ha prometido al Señor".'
Y decía a sus hermanos: "La carne es el mayor enemiga del hombre: no sabe recapacitar nada para doler. se; no sabe prever para temer; su afán es abusar de lo presente, Y lo que es peor, usurpa de su dominio, atribuye a gloria suya los dones otorgados al alma, que no a ella; los elogios que las gentes tributan a las virtudes, la admiración que dedican a las vigilias y oraciones, los acapara para sí; y ya, para no dejar nada al alma, reclama el óbolo por las lágrimas".
Por eso recordaba que "cuando el espíritu se entibia y llega poco a poco a enfriarse en la gracia, por fuerza la carne y la sangre buscan sus intereses. Porque si el alma no encuentra gusto, ¿qué queda sino que la carne se vuelve a lo suyo? Y entonces el instinto animal inventa necesidad, la inteligencia carnal forma conciencia, .. Cuando un hermano se encuentra en ocasión de verdadera necesidad, si se apresura a satisfacerla y alejarla de sí, ¿qué premio recibirá? Hubo ocasión de merecer; pero él ha dado bien a entender que le había disgustado".
Buscaba la mortificación
"Recordaba las palabras del Apóstol: Los que son de Cristo han crucificado su carne con los vicios y concupiscencias, Y con objeto de llevar en su cuerpo la armadura de la cruz, era tan rigurosa la disciplina con que reprimía los apetitos sensuales, que apenas tomaba lo estrictamente necesario para el sustento de la naturaleza, pues decía que es difícil satisfacer las necesidades corporales sin condescender con las inclinaciones de los sentidos. De ahí que cuando estaba bien
de salud, rara vez tomaba alimentos cocidos".7 San Buenaventura afirma que Francisco "no tenía más que dos moneditas: su cuerpo y su alma. Y ambas las tenía ofrecidas tan de continuo a Cristo, que se diría que en todo momento inmolaba su cuerpo con el rigor del ayuno, y su espíritu con ardorosos deseos, sacrificando en el atrio exterior el holocausto y quemando en el interior de su cuerpo el incienso". Efectivamente, "desde el primer instante de su conversión hasta el último suspiro, supo gobernar ásperamente a su cuerpo, por más que fuera de naturaleza frágil y cuando estaba en el siglo viviera delicadamente" .
Su primera penitencia comenzó con el amor a los leprosos. Escribió en el Testamento: "El Señor me dio de esta manera, a mí el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia; en efecto, como estaba en pecado, me parecía muy amargo el ver leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura del alma y del cuerpo; y, después de esto, permanecía un poco de tiempo y salí del siglo".
Celano nos asegura que "le resultaba tan molesta la visión de los leprosos al principio que, cuando vivía en el siglo, al ver a dos millas sus casas, se tapaba las narices con sus manos".]! Pero un día "pasando a caballo por las cercanías de Asís le salió al paso uno. y por más que le causara enorme repugnancia y horror, para no faltar, como transgresor del mandato, a la palabra dada, saltando del caballo, corrió a besarlo. Y, al extenderle la mano el leproso en ademán de recibir algo, Francisco, besándole, le dio dinero. Volvió a montar el caballo, miró a uno y otro lado, y aunque era aquel un campo abierto sin estorbos a la vista, ya no vio al leproso. Lleno de admiración y de gozo por lo acaecido, pocos días después trata de repetir la misma acción. Se va al lugar donde moran los leprosos, y, según va dando dinero a cada uno, le besa la mano y la boca. Así toma lo amargo por dulce y se prepara varonilmente a realizar lo que le espera.
Más adelante, también "se dirigió hacia los leprosos y estuvo con ellos, sirviéndoles en todas sus necesidades por amor de Dios, lavando sus cuerpos medio deshechos y quitando la materia de las llagas".
Se privaba también de lo necesario
Francisco "fue riguroso con su cuerpo aún antes de tener hermanos, desde el principio de su conversión y durante toda su vida a pesar que desde su juventud tuviera una frágil y débil constitución natural y no pudiera vivir en el mundo más que con atenciones".
"Quiso soportar tantas privaciones mientras le respondió el físico y cuando cayó enfermo, hasta el día de su muerte, que todos sus hermanos lo saben, lo mismo que nosotros, que estuvimos con él algún tiempo hasta la muerte. Y todos, si quieren recordarlo, no podrían contener las lágrimas, y soportarían con mayor paciencia alguna tribulación y privación que tuvieran que soportar".
"En el año del Señor de 1207, Francisco, comerciante de profesión, arrepentido de corazón e inspirado por el espíritu Santo, comenzó una vida de penitencia con hábito de eremita",16 y "delicadamente alimentado en la casa paterna, llevaba las piedra!' en sus espaldas para restaurar la iglesia de San Damián, y se afligía en el servicio de Dios de múltiples maneras".
Cuando se desnudó ante el obispo "se vio que llevaba el cilicio debajo del hábito".18 El autor de las Florecillas nos dice que "estando San Francisco todavía con ropas seglares, aunque ya hubiera despreciado el mundo, andaba macilento y mortificado con la penitencia, hasta el punto que muchos lo consideraban loco y tonto, y era despreciado y desechado con piedras y con barro por los parientes y los extraños", "Los Tres Compañeros" cuentan que "se afligió con tanta maceración de la carne que no sólo cuando estaba sano, aunque fuera de frágil constitución, sino aun cuando estaba enfermo ,era muy severo consigo mismo y con su cuerpo y raras veces o nunca le perdonaba; por eso en los días de su muerte confesó que había pecado mucho con el hermano cuerpo".
Efectivamente, "siempre encontraba nuevos métodos de mortificación y cada día avanzaba en ese ejercicio. Y por más que hubiera alcanzado la cima de la perfección, no obstante, como perpetuo Rovicio, encontraba siempre algo nuevo para dominar la pasión afligiendo su carne". "Mantenía sometido su cuerpo, aunque inocente, con flagelación y ayuno, multiplicando los castigos sin motivo, porque el calor del espíritu había plasmado así su cuerpo, de suerte que, con el alma, tenía sed de Dios"; cubría heroicamente el cuerpo de injurias, ,con el fin de no dejarse llevar por amor a él a desear algo temporal".
"El valiente soldado de Cristo no tenía miramiento alguno con su cuerpo, al cual, Como a extraño, le exponía a toda clase de injurias de palabra y obra, Quien intentara enumerar sus sufrimientos sobrepasaría el relato del Apóstol, que cuenta los que padecieron los santos","No aflojó su actividad con la edad, no endulzó el rigor en la enfermedad",
Un día le dijo un hermano: "'Dime, padre, si tienes a bien,. con cuánta diligencia te obedeció el cuerpo mientras pudo', 'Hijo, respondió él, soy testigo de que me ha sido obediente en todo, de que no ha tenido miramiento alguno consigo, sino que iba, como precipitándose, a cumplir cuanto se le ordenaba, No ha recusado trabajo ninguno, no se ha hurtado molestia alguna, todo para poder cumplir perfectamente lo mandado, Hemos estado en esto de acuerdo yo y él: en seguir sin resistencia alguna a Cristo el Señor. 'Padre, replicó el hermano, y ¿dónde está entonces tu generosidad, tu piedad, tu mucha discreción? ¿Es acaso ,esta correspondencia digna de amigos fieles: recibir con gusto el favor y desatender en tiempo de necesidad al que lo hace? ¿En qué has podido servir hasta ahora a Cristo tu Señor sin la ayuda del cuerpo? Y ¿no se ha expuesto para eso a todo peligro, como confiesas tú mismo?' 'Hijo, concede el padre, confieso que lo que dices es mucha verdad'. '¿Y es razonable que desasistas, en necesidad tan manifiesta, a un amigo tan fiel que se ha expuesto a sí mismo con todo lo suyo por ti a la muerte? Lejos de ti, padre, que eres amparo y báculo de los afligidos; lejos de ti tamaño pecado contra el Señor'. 'Bendito seas tú, hijo, que has procurado tan sabios y saludables remedios a mis dificultades' . Comenzó luego a hablar con alegría al cuerpo: 'Alégrate, hermano cuerpo, y perdóname, que ya desde ahora condesciendo de buena gana al detalle a tus" deseos y me apresuro a atender placentero tus quejas' ".
Celano comenta: "Pero, ¿qué podía deleitar a aquel cuerpecillo ya extenuado? ¿Qué podía darle consistencia, si iba desmoronándose por todas partes? Francisco estaba ya muerto al mundo y Cristo veía en él. Los placeres del mundo le eran cruz, porque llevaba arraigada en el corazón la cruz de Cristo. Y por eso le brillaban las llagas al exterior, porque la cruz había echado muy hondas raíces dentro, en el alma".
Juan Bautista Montorsi
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