Dentro de todos nosotros está el deseo de ser libres, es uno de los sentimientos más arraigados. Pero como todo lo humano, está en peligro de ser contaminado con la tendencia al pecado, y entonces el deseo de libertad, se convierte en un libertinaje, en un querer hacer sólo lo que a nosotros nos da la gana. Un deseo de libertad sin más sentido que satisfacer el propio egoísmo nos llevaría a un caos, a una anarquía, en el que el más fuerte impondría sus caprichos. Para evitar eso, Dios nos ha dado la protección de la Ley, como expresión de su voluntad salvífica.
¿Qué entendemos por Ley?
“Precepto dictado por la autoridad competente, en que se manda o prohíbe algo en consonancia con la justicia y para el bien de los gobernados”. A través de la Ley se busca el bien común. La ley no va en contra de la libertad, al contrario, pone le marco para que la verdadera libertad se exprese. Por libertad debemos entender: “ Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.” Esto es importante recalcarlo… la libertad está unida a la responsabilidad.
En la primera lectura, de este domingo 13 de febrero, Dios le hace ver al hombre que ante él tiene el agua y el fuego, podemos decir, la bendición y la maldición, y uno lleva la mano a donde uno quiere… claro, ateniéndonos a las consecuencias.
Y siguiendo el camino de la Ley podemos llegar a la sabiduría, como nos recuerda San Pablo en la segunda lectura, la cual nos hace entender el plan de Dios: lo que Dios tiene preparado para los que lo aman, algo tan grande que no hemos visto ni oído, y ni siquiera lo hemos podido imaginar.
Podemos someternos a cumplir la Ley de Dios, expresada de manera muy sintética en los Diez Mandamientos, pero contenida de muchas maneras en toda la Biblia, y de esa manera alcanzaremos la vida que Dios nos ofrece.
Jesús en el Evangelio nos anuncia que no vino a abolir la Ley, sino a darle cabal cumplimiento. Y hace algunas aclaraciones a la ley antigua, y poniendo las bases de lo que sería la Nueva Alianza, el Nuevo Testamento.
“Han oído que se dijo… pero ahora Yo os digo”… Y toca temas sobre la relación con los demás, el adulterio, el divorcio, el respeto al nombre sagrado de Dios. En lo relativo a la relación con los demás, nos dice que el enojarnos, el insultar y el llegar a despreciar a un hermano, nos hará recibir fuertes sentencias, llegando incluso al fuego del lugar de castigo. Y denuncia la falsedad de un culto que pretenda estar bien con El, sin estar bien con nuestros hermanos. La ofrenda ofrecida a Dios con un corazón lleno de rencor a su hermano, es inútil. El adulterio se comete desde el corazón… y pues para poder tener limpio el corazón es necesario cuidar que nuestros sentidos no sean medios para que el pecado nos domine. En esto llega a la radicalidad: Si tu ojo te hace pecar…. Arrójalo lejos…Que más que invitarnos a mutilarnos nos habla de saber renunciar a lo que es para nosotros ocasión de pecado. Sobre el divorcio dice que sólo abre la puerta al pecado del adulterio. Y finalmente nos invita a guardarle respeto al santo nombre de Dios.
Cumplamos los mandamientos, busquemos en todo estar bien con la voluntad de Dios. No nos aferremos a los caprichos de nuestro corazón, “haciendo lo que nos nace”, sino cumpliendo cabalmente lo que El nos pide.
Fr Fernando Rodríguez, ofm
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