jueves, 29 de diciembre de 2011

REENCUENTRO CON LA PALABRA DE DIOS.

EN ESTA INMINENTE TERMINO DE FIN DE AÑO , DE CICLO, DE TEMPORADA... ES UNA BUENA MANERA DE REENCONTRARNOS  CON NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO ATRAVEZ DE SU PALABRA  VEAMOS COMO CAN FRANCISCO SE ENCONTRÓ CON EL SEÑOR... Ó...MEJOR DICHO COMO EL SEÑOR ENCONTRÓ A FRANCISCO DE ASÍS.



 Encuentro de San Francisco con la Palabra de Dios.
En la vida de San Francisco se habla de un verdadero “ENCUENTRO” con la palabra de Dios. Sucedió en el año tercero de su conversión. En la fiesta de San Matías de 1208 oyó San Francisco en la Porciúncula el pasaje evangélico en que Jesús envía a sus apóstoles a predicar el Evangelio sin dinero, sin alforja, sin calzado, sin vestiduras de repuesto (Mateo 10, 1-42) Al momento, fuera de sí por el gozo y movido del espíritu de Dios, exclamó: ¡Esto es lo que yo quería, estoe s lo que yo buscaba, esto es lo que me propongo poner en práctica con todo mi corazón!
 Una “experiencia” más que un conocimiento de la palabra de Dios.
San Francisco, ciertamente, no fue un perito o un doctor en Sagrada Escritura, en el sentido de que la haya estudiado en alguna universidad o tuviera un grado académico. Nada de eso. El Espíritu Santo lo había concedido un sentido agudísimo sobrenatural, una especie de intuición para descubrir y explicar aspectos y relaciones de la Palabra de Dios que ni un especialista alcanza a ver.
Después de aquel primer “encuentro”, el Evangelio o Palabra de Dios se convirtió para san Francisco en una verdadera obsesión.
La Regla no bulada, de 1221 no es otra cosa que una selección y trascripción de pasajes evangélicos, caros a San Francisco. La Regla Bulada, de 1223 se abre con esta declaración: “La regla y vida de los hermanos menores (y de todos los franciscanos) es ésta: observar el santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo”; y se cierra con esta otra; “… para que podamos observar el santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo”.
San Francisco creía sinceramente que el Señor está presente en su palabra. Por esa razón llamaba a la palabra divina “espíritu y vida”, alimento del alma, que es el Dios mismo.
Pedía que dondequiera que aparecieran palabras escritas del Señor fueran recogidas y colocadas en un lugar decoroso.,
Hizo escribir a propósito, un evangeliario para hacer leer el Evangelio del día cuando no podía asistir a la Misa por enfermedad u otros motivos, y esto lo hizo hasta la muerte.
Fray León recuerda, en una nota manuscrita en el Breviario de San Francisco que hoy se encuentra en el Monasterio de santa Clara de Asís: “Después de haber oído o escuchado el Evangelio, san Francisco siempre besaba el libro del Evangelio, porque veneraba sobre todo al Señor verdaderamente presente en su Palabra”.
La palabra de Dios era su refugio y su fuerza en sus problemas y en los días de enfermedad. Lleno de respeto abría el Evangelio para recibir consejo de Dios mismo. Así sucede, por ejemplo, en la conversión de Bernardo de Quintaval: Francisco no le dice nada de parte suya; lo conduce al Evangelio: “Si quieres confirmar con los hechos tus palabras, vayamos mañana a primera hora a la Iglesia, tomemos el libro del santo Evangelio y esperemos de Cristo el consejo”.
Una vez que en la comunidad sólo había un Nuevo Testamento, Francisco desprendió las hojas y las dividió entre los hermanos para que todos lo pudieran leer sin molestarse uno al otro.
Cuando estaba para morir amonestó a sus hermanos y les recomendó el Santo Evangelio por sobre toda otra regla o constitución.

 Modo peculiar de oír la Palabra de Dios
San Francisco no se acercó a las Sagradas Escrituras con descuido o indiferencia como lo hacemos muchos de nosotros, que la mayoría de las veces la escuchamos sólo con los sentidos corporales. Ni siquiera con el afán o interés meramente científicos como lo podrían hacer los exegetas o especialistas en la materia, con sutilezas de sabias interpretaciones. Para usar una sola palabra tenemos que decir que San Francisco se acercó a la Biblia con fe, para escuchar la voz de Dios oculta misteriosamente ahí. El escuchó la Palabra de Dios con gran fe y obedeció con una docilidad absoluta.
Pocos santos habrá en la Iglesia que hayan escuchado la palabra de Dios como san Francisco: con una verdadera pobreza de espíritu, con un hambre y una sed insaciables. San Francisco sí fue el buen terreno del que habla la parábola evangélica del Sembrador, donde cayó la semilla de la palabra de Dios y fructificó al ciento por uno.
Al exponer aquí, en forma tan simple, el modo como Francisco se acercaba a la lectura de la Biblia, no queremos en modo alguno, menospreciar los estudios actuales y conquistas que se han hecho al respecto. En tiempo de San Francisco no existía un estudio científico como hoy y no hay por qué afirmar que san Francisco conocía proféticamente las respuestas que más tarde habrían de darse.
San Francisco era un hombre de su tiempo; por tanto, necesariamente limitado en sus conocimientos y acomodado a su época. Lo que queremos decir es que en él hay características que son ejemplo para nosotros hoy en día, como son esa fe profunda-, esa disponibilidad para entender el Evangelio como vida. Todo esto, lejos de constituir un obstáculo, será un verdadero acicate para nuestro estudio de la escritura, y un medio para entenderla como vida.
El Evangelio “forma de vida” de los Franciscanos.
En los Escritos de san Francisco hay una expresión –El santo Evangelio, forma de vida- que merece ser estudiada detenidamente por la importancia que tiene. La expresión se encuentra en los Escritos Legislativos.
Lo primero que debemos decir es que en el vocabulario de San Francisco la palabra “regla” aparece sólo tardíamente. En la regla no bulada, de 1221, siempre se encuentra “vida” y no “Regla”, aún para designar la regla escrita. Fue paulatinamente como la palabra “regla” entró en su vocabulario.
Sustituyendo la palabra “Regla” por la palabra mucho más densa “vida” se pone en claro que la “Regla” de los Franciscanos como una “ley” que debe reglamentar todo hasta el último detalle, como acontecía en las Reglas de las Órdenes monásticas, entonces existentes. En este sentido tenemos que decir que la Regla franciscana no es un Reglamento de carácter jurídico sino más bien una “forma” que trata de animar con el espíritu evangélico una vida ya constituida según cierto estilo propio. La Regla franciscana aunque conste de advertencias, preceptos y prohibiciones, exhortaciones y admoniciones, es algo más.
De lo antes dicho podemos concluir que la regla es un documento espiritual y una exhortación paternal. Al redactar la regla san Francisco quiere señalar a sus seguidores la dirección espiritual que le parece más apropiada.
Lo que quería nuestro Padre, en última instancia era difundir un “alma” en la vida concreta de sus hermanos; comunicarles un “espíritu”. Esta alma o espíritu de vida franciscana es el santo Evangelio.

Las cuatro narraciones evangélicas –según san Mateo, san Marcos, san Lucas y san Juan- y la Biblia entera, son sólo el prisma para ver y la puerta para entrar. La “Buena Nueva” es Jesucristo mismo. Su vida y sus enseñanzas. Su persona toda.
La verdadera “novedad” de la vida de San Francisco, como de la de cualquier cristiano, la tenemos que encontrar en su encuentro personal, vital y místico con Jesucristo el Señor.
En el Cristo de san Damián, san Francisco encontró la persona que buscaba. El hecho de sentirse y experimentarse amado por Jesucristo crucificado transformó toda su vida y le marcó el camino a seguir de ahí en adelante.


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