lunes, 30 de abril de 2012

EL SACRAMENTO DE LA UNCION DE LOS ENFERMOS


Considerando el sacramento de la Unción de enfermos, a la luz de la Pascua, vemos que la acción del Señor resucitado se prolonga hoy para los enfermos graves, aquellos que se ven en peligro, mermadas sus fuerzas, con sufrimientos morales y espirituales desencadenados por la precariedad de su situación.
Al enfermo grave y al anciano muy debilitado se destina el sacramento de la Unción de enfermos (no es sacramento de la tercera edad, no es simplemente para quienes hayan cumplido 65 años): Cristo va a obrar en ellos, para ayuda, alivio, consuelo y fortaleza.

Desterremos la imagen tenebrosa de la Unción de enfermos, imaginándola triste y extrema, en plena agonía, y recuperemos la alegría del Espíritu Santo que por medio del óleo bendecido va a actuar, santificar, pacificar. Para los enfermos, una vez preparados para el sacramento, con deseos de recibirlo y oración previa, vivirlo supondrá una gracia inmensa como un momento importante, un Paso del Señor, en esa situación de enfermedad grave (pierde su fuerza y su impacto cuando, saltándonos la disciplina sacramental, lo repetimos todos los años al enfermo, porque sí, sin mayor gravedad ni recaída):
"¡Cuánta fortaleza encontraréis en él! Esa unción os ayudará a sobrellevar el dolor; os animará para no caer en la angustia que acompaña muchas veces a la enfermedad; si es conforme a los designios de Dios, os dará la salud corporal, pero sobre todo, os dará la salud del alma, haciéndoos sentir la presencia del Señor y disponiéndoos -cuando Él lo quiera- para ir a la casa del Padre, con la serenidad y la alegría que caracterizan a los buenos hijos" (Juan Pablo II, Disc. a los enfermos, Córdoba (Argentina), 8-abril-1987).
De suma importancia es el carácter espiritual, interior, del sacramento, porque permite que el enfermo se una a su Señor en la cruz convirtiendo un mal, como es la enfermedad, el sufrimiento, en un bien de redención para todos. 

El enfermo es transformado interiormente: saltan las resistencias interiores, la inquietud se convierte en paz, la oscuridad del sin-sentido comienza a iluminarse.


"Esta economía divina de la salvación -como la ha revelado Cristo- se manifiesta indudablemente en la liberación del hombre de ese mal que es el sufrimiento "físico". Pero se manifiesta aún más en la transformación interior de ese mal que es el sufrimiento espiritual, en el bien "salvífico", en el bien que santifica al que sufre y también, por medio de él, a los otros...

Cristo que dice al hombre que sufre "ven y sígueme", es el mismo Cristo que sufre, Cristo de Getsemaní, Cristo flagelado, Cristo coronado de espinas, Cristo caminando con la cruz, Cristo en la cruz... 

Es el mismo Cristo que bebió hasta el fondo el cáliz del sufrimiento humano "que le dio el Padre" (cf. Jn 18, 11). El mismo Cristo que asumió todo el mal de la condición humana sobre la tierra, excepto el pecado, para sacar de él el bien salvífico: el bien de la redención, el bien de la purificación, y de la reconciliación con Dios, el bien de la gracia" (Juan Pablo II, Hom. en la festividad de la Virgen de Lourdes, 11-febrero-1979).

¡Es la belleza de la Gracia, la belleza del Espíritu Santo que todo lo transforma, hasta el dolor!

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