El Crucifijo en el centro del altar
El Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, en el n. 218, se plantea esta pregunta:
“¿Qué es la Liturgia?”;
y responde:
«La liturgia es la celebración del Misterio de Cristo y en particular de su Misterio Pascual. Mediante el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo, se manifiesta y realiza en ella, a través de signos, la santificación de los hombres; y el Cuerpo Místico de Cristo, esto es, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público que se debe a Dios».
Partiendo de esta definición se comprende que en el centro de la acción litúrgica de la Iglesia está Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y su Misterio pascual de Pasión, Muerte y Resurrección. La celebración litúrgica debe ser transparencia celebrativa de esta verdad teológica. Desde hace muchos siglos, el signo elegido por la Iglesia para la orientación del corazón y del cuerpo durante la liturgia es la representación de Jesús crucificado.
La centralidad del Crucifijo en la celebración del culto divino resaltaba con mayor fuerza en el pasado, cuando existía la costumbre de que tanto el sacerdote como los demás fieles se orientaran durante la celebración eucarística hacia el Crucifijo, situado en el centro, por encima del altar, que normal-mente estaba adosado a la pared. Con la actual costumbre de celebrar “de cara al pueblo”, el Crucifijo es hoy frecuentemente colocado al lado del altar, perdiendo así la posición central.

El Crucifijo en el centro del altar evoca muchos espléndidos significados de la sagrada liturgia, que se pueden resumir en el contenido del n. 618 del Catecismo de la Iglesia Católica, un pasaje que se concluye con una bella cita de santa Rosa de Lima:
«La Cruz es el único sacrificio de Cristo, “único mediador entre Dios y los hombres” (1 Tm 2,5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, “se ha unido en cierto modo a todo hombre” (Gaudium et spes, 22), El “ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma por Dios solo conocida, se asocien a este misterio pascual” (ibid.). El llama a sus discípulos a “tomar su cruz y a seguirle” (cf. Mt 16,24), porque El “sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas” (cf. 1 P 2,21). El quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios (cf. Mc 10,39; Jn 21,18-19; Col 1,24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2,35): “Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo” (Santa Rosa da Lima)».
«La Cruz es el único sacrificio de Cristo, “único mediador entre Dios y los hombres” (1 Tm 2,5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, “se ha unido en cierto modo a todo hombre” (Gaudium et spes, 22), El “ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma por Dios solo conocida, se asocien a este misterio pascual” (ibid.). El llama a sus discípulos a “tomar su cruz y a seguirle” (cf. Mt 16,24), porque El “sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas” (cf. 1 P 2,21). El quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios (cf. Mc 10,39; Jn 21,18-19; Col 1,24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2,35): “Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo” (Santa Rosa da Lima)».
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