De camino vi a una viejita que pide dinero en la calle que es precisamente la que debo recorrer desde que bajo del metro hasta llegar al Vaticano. La viejecita no medirá más de 1,50 m., habla sola, come lo que le dan (curioso que suele pedir comida, no dinero), atraviesa la calle como si los coches no existieran, viste siempre igual…
Cuando salí de la oficina del ministerio la encontré «desayunándose» un vaso de Coca Cola, de esos que dejan los turistas cuando ya no quieren seguir bebiendo… o cargando. Me le quedé viendo y me di cuenta que en aquella escena se materializaba eso que pedimos en el «Padrenuestro» («Danos hoy el pan de cada día») pero que no siempre experimentamos vivamente.
Por la mañana, de camino, me había encontrado 3 euros. Hice voto de pobreza así que nunca traigo dinero conmigo. Como esos euros no eran míos, los había hallado, supuse que Dios estaría conforme si se los daba a la viejecita, así que tras recoger mi permiso de residencia me le acerqué y se los di.
Apenas me vio acercarme me saludó, me dijo «¡Buen día, padre!» y, todavía sin haberle dado el dinero, me habló de la Virgen que se venera en su pueblo natal, de la parroquia de santa Ana (que es la que está dentro de la Ciudad de Vaticano y es a la que ella asiste) y me dijo su nombre que yo por despistado ya olvidé.

Me quedé platicando unos minutos más con la viejecita. Y de regreso a casa me di cuenta que Dios también me había acariciado a mí por medio del ejemplo de fe, sencillez y humildad de esa mujer que da limosnas de ejemplo a personas como yo.
Jorge Enrique Mujica LC
No hay comentarios.:
Publicar un comentario