1.
La oración es el desahogo de nuestro corazón en el de Dios... Cuando se
hace bien, conmueve el corazón de Dios y le invita, siempre más, a
acoger nuestras súplicas. Cuando nos ponemos a orar a Dios, busquemos
desahogar todo nuestro espíritu. Nuestras súplicas le cautivan de tal
modo que no puede menos de venir en nuestra ayuda.
2. Quiero ser solamente un pobre fraile que ora... Dios ve manchas hasta en los ángeles, ¡cuánto más en mí!
3. Ora y espera; no te inquietes. La inquietud no conduce a nada. Dios es misericordioso y escuchará tu oración.
4. La oración es la mejor arma que tenemos; es una llave que abre el corazón de Dios.Debes
hablar a Jesús también con el corazón además de hacerlo con los labios;
o, mejor, en algunas ocasiones debes hablarle únicamente con el
corazón.
5. Con el estudio de los libros se busca a Dios; con la meditación se le encuentra.
6.
Sed asiduos a la oración y a la meditación. Ya me habéis dicho que
habéis comenzado a hacerlo. Oh Dios, ¡qué gran consuelo para un padre
que os ama igual que a su propia alma! Continuad progresando siempre en
el santo ejercicio del amor a Dios. Hilad cada día un poco: si es de
noche, a la tenue luz de la lámpara y entre la impotencia y la
esterilidad del espíritu; y si es de día, en el gozo y en la luz
deslumbrante del alma.
7.
Si puedes hablar al Señor en la oración, háblale, ofrécele tu alabanza;
si no puedes hablar por ser inculta, no te disgustes; deténte en la
habitación como los servidores en la corte, y hazle reverencia. El te
verá, le gustará tu presencia, favorecerá tu silencio y en otro momento
encontrarás consuelo cuando él te tome de la mano.
8.
Este modo de estar en la presencia de Dios, únicamente para expresarle
con nuestra voluntad que nos reconocemos siervos suyos, es muy santo,
excelente, puro y de una grandísima perfección.
9.
Cuando te encuentres cerca de Dios en la oración, háblale si puedes, y
si no puedes, párate, hazte ver y no te busques otras preocupaciones.
10. Las oraciones, que tú me pides, no te faltan nunca, porque no puedo olvidarme de ti que me cuestas tantos sacrificios.
Te
he dado a luz a la vida de Dios con el dolor más intenso del corazón.
Estoy seguro de que en tus plegarias no te olvidarás del que lleva la
cruz por todos.
11. El mejor consuelo es el que viene de la oración.
12. Salvar las almas orando siempre.
13. La oración debe ser insistente, ya que la insistencia pone de manifiesto la fe.
14. Las oraciones de los santos en el cielo y las de los justos en la tierra son perfume que no se perderá jamás.
15.
Yo no me cansaré de orar a Jesús. Es verdad que mis oraciones son más
dignas de castigo que de premio, porque he disgustado demasiado a Jesús
con mis incontables pecados; pero, al final, Jesús se apiadará de mí.
16. Todas las oraciones son buenas, siempre que vayan acompañadas por la recta intención y la buena voluntad.
17. Reflexionad y tened siempre ante los ojos de la mente la gran humildad de la Madre de Dios y Madre nuestra.
En la medida en que crecían en ella los dones del cielo, ahondaba cada vez más en la humildad.
18.
Como las abejas que sin titubear atraviesan una y otra vez las amplias
extensiones de los campos, para alcanzar el bancal preferido; y después,
fatigadas pero satisfechas y cargadas de polen, vuelven al panal para
llevar a cabo allí en una acción fecunda y silenciosa la sabia
transformación del néctar de las flores en néctar de vida: así vosotros,
después de haberla acogido, guardad bien cerrada en vuestro corazón la
palabra de Dios.
Volved a la colmena, es decir, meditadla con atención, deteneos en cada uno de los elementos, buscad su sentido profundo.
Ella
se os manifestará entonces con todo su esplendor luminoso, adquirirá el
poder de destruir vuestras naturales inclinaciones hacia lo material,
tendrá el poder de transformarlas en ascensiones puras y sublimes del
espíritu, y de unir vuestro corazón cada vez más estrechamente al
Corazón divino de vuestro Señor.
19. El alma cristiana no deja pasar un solo día sin meditar la pasión de Jesucristo.
20.
Para que se dé la imitación, es necesaria la meditación diaria y la
reflexión frecuente sobre la vida de Jesús; de la meditación y de la
reflexión brota la estima de sus obras; y de la estima, el deseo y el
consuelo de la imitación.
21.
Ten paciencia al perseverar en este santo ejercicio de la meditación y
confórmate con comenzar dando pequeños pasos, hasta que tengas dos
piernas para correr, y mejor, alas para volar; conténtate con obedecer,
que nunca es algo sin importancia para un alma que ha elegido a Dios por
su heredad; y resígnate a ser por el momento una pequeña abeja de la
colmena que muy pronto se convertirá en una abeja grande, capaz de
fabricar la miel.
Humíllate
siempre y amorosamente ante Dios y ante los hombres, porque Dios habla
verdaderamente al que se presenta ante él con un corazón humilde.
22.
No puedo, pues, admitir y, como consecuencia, dispensarte de la
meditación sólo porque te parezca que no sacas ningún provecho. El don
sagrado de la oración, mi querida hija, lo tiene el Salvador en su mano
derecha; y a medida que te vayas vaciando de ti misma, es decir, del
amor al cuerpo y de tu propia voluntad, y te vayas enraizando en la
santa humildad, el Señor lo irá comunicando a tu corazón.
23.
La verdadera causa por la que no siempre consigues hacer bien tus
meditaciones yo la descubro, y no me equivoco, está en esto: Te pones a
meditar con cierto nerviosismo y con una gran ansiedad por encontrar
algo que pueda hacer que tu espíritu permanezca contento y consolado; y
esto es suficiente para que no encuentres nunca lo que buscas y no fijes
tu mente en la verdad que meditas. Hija mía, has de saber que cuando
uno busca con prisas y avidez un objeto perdido, lo tocará con las
manos, lo verá cien veces con sus ojos, y nunca lo advertirá.
De
esta vana e inútil ansiedad no te puede venir otra cosa que no sea un
gran cansancio de espíritu y la incapacidad de la mente para detenerse
en el objeto que tiene presente; y la consecuencia de esta situación es
cierta frialdad y sin sentido del alma, sobre todo en la parte afectiva.
Para
esta situación no conozco otro remedio fuera de éste: salir de esta
ansiedad, porque ella es uno de los mayores engaños con los que la
virtud auténtica y la sólida devoción pueden jamás tropezar; aparenta
enfervorizarse en el bien obrar, pero no hace otra cosa que entibiarse, y
nos hace correr para que tropecemos.
24.
El que no medita puede hacer como el que no se mira nunca al espejo,
que no se preocupa de salir arreglado. Puede estar sucio sin saberlo.
El
que medita y piensa en Dios, que es el espejo de su alma, busca conocer
sus defectos, intenta corregirlos, se reprime en sus impulsos y pone su
conciencia a punto.
25.
No sé ni compadecerte ni perdonarte el que con tanta facilidad dejes la
comunión y también la santa meditación. Recuerda, hija mía, que no se
llega a la salvación si no es por medio de la oración; y que no se vence
en la batalla si no es por la oración. A ti te corresponde, pues, la
elección.
26.
En cuanto a lo que me dices que sientes cuando haces la meditación, has
de saber que es un engaño del diablo. Estáte, pues, atenta y vigilante.
No dejes jamás la meditación por este motivo; de otro modo, convéncete
de que muy pronto serás vencida por completo.
27.
Tú, mientras tanto, no te aflijas hasta el extremo de perder la paz
interior. Ora con perseverancia, con confianza y con la mente tranquila y
serena.
28.
Rogad por los malos, rogad por los fervorosos, rogad por el Sumo
Pontífice y por todas las necesidades espirituales y temporales de la
santa Iglesia, nuestra tiernísima madre; y elevad una súplica especial
por todos los que trabajan por la salvación de las almas y por la gloria
del Padre celestial.
29.
Después del amor a nuestro Señor, te recomiendo, hija, el amor a la
Iglesia, su Esposa, a esta querida y dulce paloma, que es la única que
puede poner los huevos y procrear los palominos y palominas del Esposo.
Da gracias continuas a Dios por ser hija de la Iglesia, a ejemplo de
tantas almas que nos han precedido en el feliz tránsito.
Ten
gran compasión de todos los pastores, predicadores y guías de almas y
contempla cómo están esparcidos por toda la faz de la tierra, porque no
hay en el mundo provincia alguna donde no haya muchos. Ruega a Dios por
ellos para que, salvándose a sí mismos, procuren fructíferamente la
salvación de las almas.
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