De nada sirve correr de un lado para otro, el secreto de la auténtica
felicidad no está lejos. En su Sermón de la montaña, que documentaron
Mateo (Mt 5,1-16) y Lucas (6, 20-38),
Jesús señala las ocho puertas para llegar a la felicidad, prometiéndola
a todos los que las franqueen. Son las famosas bienaventuranzas que
proclaman la felicidad a la manera de Jesús. Una felicidad plena, sin
fin, que no excluye situaciones de sufrimiento y de privación. El papa
Francisco nos anima a leer para ir contra la corriente de los ídolos de
este mundo que dan una “falsa impresión” de felicidad.
En la Biblia encontramos cientos de versículos que hablan de
felicidad, de alegría y de gozo. Depende de cada uno encontrar la
inspiración para lograr pensar un poco menos en lo que materialmente nos
priva de la felicidad y un poco más en lo que Dios ofrece,
espiritualmente, para tenerlo en abundancia. Hay también muchas pistas
para la reflexión sobre nuestro estilo de vida, pero también
indicaciones para el discernimiento. Entender que nuestra felicidad no
depende de las circunstancias sino de Dios se va convirtiendo así,
progresivamente, en una evidencia:
El camino de los sabios
Fundados en la humildad, la bondad, la compasión, la lealtad y la
justicia, estos versículos son la prueba de que Dios solo quiere nuestra
felicidad. Pero una felicidad sólida y no un capricho o una fantasía:
“El que está atento a la palabra encontrará la dicha, y ¡feliz el que confía en el Señor!” (Prov 16,20)
“Felices los que van por un camino intachable, los que siguen la ley
del Señor. Felices los que cumplen sus prescripciones y lo buscan de
todo corazón” (Sal 119,1-2)
“¡Feliz el hombre que encontró la sabiduría y el que obtiene la inteligencia!” (Prov 3,13)
“Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se
detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los
impíos” (Sal 1,1)
“Acude a los sabios, y te harás sabio, pero el que frecuenta a los
necios se echa a perder. El mal persigue a los pecadores, y el bien
recompensa a los justos” (Prov 13,20-21)
“Sí al amor y no al egoísmo”
En su Carta a los gálatas,
el apóstol Pablo anuncia las cualidades que el cristiano debe tener
para desarrollar esta felicidad —“amor, alegría y paz, magnanimidad,
afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia”—. Juan, en su
Evangelio, habla de los medios para conservarla, diciendo “sí al amor y
no al egoísmo, digamos sí a la vida y no a la muerte, digamos sí a la
libertad y no a la esclavitud de tantos ídolos”, como exhorta a menudo el papa Francisco, recordando la regla de oro que Dios ha inscrito en la naturaleza humana.
“Que cada uno examine su propia conducta, y así podrá encontrar en sí mismo y no en los demás, un motivo de satisfacción” (Gal 6,4)
“Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor. Como yo cumplí
los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto
para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto” (Jn 15,10-11)
“Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense”, exhorta también san Pablo en su Carta a los filipenses.
Recolectar pequeñas alegrías
Por un lado, tenemos un mal que combatir, por otro, un bien que
conquistar y engrandecer recolectando las “pequeñas alegrías” de cada
día, que están ahí pero que no siempre vemos y que hacen decir a Jesús
en el Evangelio de Lucas: “¡Felices los ojos que ven lo que ustedes
ven!” (Lc 10,23).
Son dones de Dios para vivir con Él: ver la belleza en lo que nos
rodea y en el corazón de las personas, empezando por el propio, para
compartir, para ser felices, para ayudar, para dar lo mejor de nosotros:
“De todas las maneras posibles, les he mostrado que así, trabajando
duramente, se debe ayudar a los débiles, y que es preciso recordar las
palabras del Señor Jesús: ‘La felicidad está más en dar que en recibir’”
(Hch 20,35).
Sin embargo, “el que ama la vida y desea gozar de días felices, guarde
su lengua del mal y sus labios de palabras mentirosas”, advierte la Primera carta de san Pedro (3,10).
El rey David da testimonio de esta felicidad vivida como algo muy
sencillo que le acompaña en los días buenos y malos. Una alegría más
fuerte que las lágrimas, que el odio y el desprecio sufridos, que le
hace decir, en el más famoso de los salmos: “Tu bondad y tu gracia me
acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por
muy largo tiempo” (Sal 23).
Meditar con una sonrisa
Y como en la vida personal de todo cristiano el humor tiene un hueco,
Joseph Folliet (1903-1972) –sacerdote, sociólogo, escritor francés y
cofundador de los Compañeros de San Francisco– pensó en utilizar el humor para construir las “Pequeñas Bienaventuranzas”
siguiendo el modelo de las del Evangelio, que se acercan más a nuestro
tiempo. La primera es probablemente la más conocida, pero las otras
también son dignas de reconocimiento:
Bienaventurados los que saben distinguir una montaña de una topera: se ahorrarán muchos quebraderos de cabeza.
Bienaventurados los que son capaces de descansar y dormir sin justificarse: serán sabios.
Bienaventurados los que miran dónde ponen el pie: evitarán muchos disgustos.
Bienaventurados los que saben callar y escuchar: ¡Aprenderán cosas nuevas!
Bienaventurados los que son lo bastante inteligentes como para no tomarse en serio: su entorno los apreciará.
Bienaventurados los que están atentos a la llamada de los demás sin creerse indispensables: serán sembradores de alegría.
Bienaventurados vosotros si sabéis mirar con seriedad las cosas
pequeñas y con tranquilidad las cosas serias: llegaréis lejos en la
vida.
Bienaventurados si sabéis admirar una sonrisa y olvidar una mueca: vuestra vida será luminosa.
Bienaventurados si podéis interpretar siempre con benevolencia las
actitudes de los demás, aunque las apariencias sean contrarias: os
tomarán por ingenuos, pero ese es el precio de la caridad.
Bienaventurados los que piensan antes de actuar y oran antes de pensar: evitarán hacer muchas tonterías.
Bienaventurados si sabéis callar y sonreír aunque os quiten la
palabra, cuando os contradigan u os pisoteen: el Evangelio empieza a
penetrar en vuestro corazón.
Bienaventurados sobre todo vosotros que sabéis reconocer al Señor en
todos los que encontráis: habéis encontrado la verdadera luz, habéis
encontrado la verdadera sabiduría.
Preparar el corazón
¿Listos para recibir la felicidad? Los versículos bíblicos son una
herramienta hermosa para expresar la confianza en Dios. Aquí hay un
último fragmento de la Biblia para rezar en la mañana como promesa y
alabanza del día:
“Mi corazón está firme. Dios mío, mi corazón está firme. Voy a cantar
al son de instrumentos: ¡despierta, alma mía! ¡Despierten, arpa y
cítara, para que yo despierte a la aurora! Te alabaré en medio de los
pueblos, Señor, te cantaré entre las naciones, porque tu misericordia se
eleva hasta el cielo, y tu fidelidad hasta las nubes. ¡Levántate, Dios,
por encima del cielo, y que tu gloria cubra toda la tierra!” (Sal 57,8-12).
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