domingo, 22 de abril de 2018

El bochornoso espectáculo de las primeras comuniones.

En muchas familias es tiempo de “la Comunión”. No la primera de muchas, sino la primera… y última, por eso ha pasado a ser simplemente “la Comunión”.
Es triste ver como este momento, que debería ser para una familia cristiana un momento de inmenso gozo por ver a su vástago convertirse en un templo vivo del Cuerpo de Cristo, está siendo utilizado sacrílegamente por UNA INMENSA mayoría, pues no hay en ellos más que una mera utilización de la Iglesia y sus medios para organizar una “puesta de largo” sin sentido, ni la más mínima intención religiosa, una fiestecita familiar donde lo que menos importa es Jesús y lo que más importa es el convite, hacer sentir al niño un principito o princesita, y los fastuosos regalos, tal cual si al niño le hubiera tocado una gigantesca tómbola.
Es lastimoso ver a madres enfrascadas durante meses con una preocupación extrema por los detalles del convite y los invitados, pero totalmente desinteresadas por la formación espiritual de sus hijos al punto de que les da siquiera igual que recen o no al levantarse o acostarse. Como diría el Santo Cura de Ars: ¡Oh Dios mío, que horror más grande! Que lejos quedan aquellos tiempos en que los padres reforzaban incluso las catequesis en sus casas para que fueran mejor preparados, ahora a lo sumo se les enseña que Dios es un “brujito”, que está para que cuando todo te vaya muy mal entonces rezarle a ver si hacer alguna “magia”, por supuesto el pecado personal, infierno.. es puro tabú de mentes fanatizadas poco acordes a los tiempos.
Es todo tan aberrante que incluso si en una de estas comuniones osas llevar un regalo religioso te miran con cara de bicho raro. Las incoherencias que todos podemos ver en familiares y amigos llegan al absurdo y serían dignas de un libro de humor sino fuera porque juegan con lo más sagrado: llevan al niño a la primera comunión para no volver a llevarlo a la Iglesia nunca más, e incluso si les preguntas a los padres antes de la comunión si creen en la presencia real de Jesús en la Eucaristía te dicen que no.
Y por si pudiera por la gracia de Dios servir al niño para iluminarlo, a pesar del denigrante ejemplo de los padres, gran parte del clero los instruye en la irreverencia,  con una catequesis en donde al niño se le martillea con la paz y la alegría hueca, pero se le llenan de eufemismos ininteligibles al punto que si el niño tiene una noción clara de que va a recibir a Jesucristo en Cuerpo y Sangre es por pura misericordia e inspiración divina.  No es pura casualidad que primero nos quitaran de las iglesias los reclinatorios y las bandejas, y ahora se adoctrine a nuestros hijos a comulgar en la mano desde su primera comunión. Lex orandi, lex credendi. Hay una fuerte ideologización en ello y se pretende evidentemente imponer una nueva forma de reverencia acorde con nuevas doctrinas ante la impasibilidad de nuestros prelados.
Si con el bautizo la sociedad pagana utiliza a la Iglesia para la “presentación en sociedad”, la comunión se ha convertido para una gran mayoría en la nueva “puesta de largo”, donde sacrílegamente los padres utilizan lo más sagrado como un vulgar juguete de usar y tirar. Es un espectáculo dolorosísimo que tenemos que presenciar todos los años.

Dios los perdone.

Juan Gómez Sauceda

viernes, 20 de abril de 2018

El miedo que se disfraza de pereza, el ataque de estos demonios

Quizás, alguna vez, has sentido una tremenda pereza para quedar con tus amigos o asistir a ese curso de oratoria en el que con tantas ganas te habías apuntado. Una parte de ti desea ir, pero llegado el momento o unos días antes parece que la pereza hace acto de presencia. Pero, ¿y si no es pereza? Hoy vamos a descubrir cómo es el miedo que se disfraza de pereza.
Muchas de nuestras emociones se esconden bajo otras y nos confunden. Es como si se pusieran un disfraz para evitar que las descubramos y nos perdamos así en un laberinto emocional. Si lo hacemos, si entramos en su juego y nos perdemos en su realidad, es porque de algún modo no nos conocemos y todavía nos queda por caminar para madurar a nivel emocional.

¿Por qué sentimos pereza?

La pereza no es más que una manera de protegernos y de evitar aquello que no queremos hacer. Cuando se acerca el día en el que vamos a quedar con nuestros amigos o se inicia el curso de oratoria al que nos apuntamos, un gran sopor nos invade. Es entonces cuando empezamos a dar vueltas a muchos pensamientos hasta llegar a la conclusión de que hemos aceptado algo que no queríamos hacer de verdad.
Ahora bien, hay que tener mucho cuidado con este tipo de situaciones. Si la primera reacción que hemos tenido ha sido positiva, pero la pereza asoma cuando se acerca el momento de la verdad, no es que no queramos hacerlo, es que estamos huyendo de algo. ¿Nos sentimos cómodos con nuestros amigos? ¿Ha pasado algo con ellos? ¿Tenemos miedo a hablar en público o a conocer personas nuevas?
El miedo que se disfraza de pereza nos advierte de un posible peligro, de eso que no queremos enfrentar y en lo que no hemos pensado mucho hasta que la situación está a punto de hacerse realidad. Por ese motivo, cuando se acerca el momento, en nuestra mente se dispara una alarma. ¿Qué es lo mejor que nos puede pasar para no enfrentarnos a algo que nos da miedo y no salir de nuestra zona de confort? Está claro, la pereza.
La pereza puede convertirse en una gran trampa cuando está intentando camuflar un gran miedo. Porque expresiones como “en realidad no me apetece”, “tengo que aprender a decir no” o “debo ser más asertivo” quizás estén escondiendo un intento de evitar algo que nos produce un gran temor.
La pereza se convierte en un salvavidas. Es una reacción para huir del miedo. Pero no podemos caer en la trampa de creer que en realidad deberíamos ser más asertivos con nuestros amigos y decirles “no” si realmente lo sentimos. Hay algo que no estamos queriendo mirar. Un miedo profundo que está usando a la pereza para que nos quedemos en casa y no podamos enfrentarnos a él.

Quitándole el disfraz al miedo

El miedo puede disfrazarse de múltiples formas para que no sepamos detectarlo y no tengamos que enfrentarnos a él. De ahí que trabajar con nuestras emociones nos ayude a destapar y quitar sus disfraces. Veamos qué podemos hacer al respecto.
Imaginemos que hemos tenido relaciones fallidas que han terminado de manera traumática. Nos encontramos solos, disfrutando de nuestra soledad, no obstante cada vez que nuestros amigos quieren quedar (ellos traen a sus parejas), cuando llega el momento nos invade la pereza. La pereza nos insta a quedarnos en casa.
En esta situación podemos pensar que no queremos quedar con esas personas o que no nos apetece. Pero puede que no sea sí. Por ejemplo, puede dolernos ver a nuestros amigos felices con sus parejas, mientras nosotros solo hemos tenido experiencias de fracaso. O quizás, que nos moleste que siempre tengan que traer a sus parejas.
Aunque disfrutemos mucho de la compañía de nuestro amigos, somos víctimas de un miedo atroz que no está superado. Fruto de las experiencias, de aquello sobre lo que no hemos aprendido aún, lo que este miedo nos está diciendo es que volveremos a caer en viejos errores o bien, nos aislaremos para no tener que enfrentar esa desagradable sensación.
El miedo que se disfraza de pereza intenta esconderse para que no podamos quitarle el disfraz y enfrentarnos a él. Creer en su mentira durante mucho tiempo impedirá que vivamos libremente.
 
Raquel Lemos Rodríguez 

jueves, 19 de abril de 2018

6 frases del libro El caballero de la armadura oxidada para reflexionar


Las frases del libro El caballero de la armadura oxidada nos ofrecen grandes lecciones de autoconocimiento. En esta aventura narrativa somos testigos de esa alquimia interior por la que todos, de algún modo, deberíamos pasar alguna vez. Pocas obras resultan tan sencillas a la vez que evocadoras sobre la transformación humana y ese intento donde aprender a ser mejores.
Algo que sin duda resulta curioso, a la vez que fascinante sobre esta obra, es su autor. Robert Fisher, era uno de los mejores guionistas de comedia del mundo del cine, teatro y televisión. Trabajó para Groucho Marx, Lucille Ball o Bob Hope. Este autor tenía una trayectoria excepcional en el mundo de la escritura, a la vez que un maravilloso arte para traernos una visión más optimista y constructiva de la vida.
Su capacidad para hacer reír al espectador iba de la mano de la reflexión. De esa reflexión capaz de hacernos ver nuestras propias limitaciones y potencialidades. Su amplia experiencia como humorista y dramaturgo lo dotó de esa capacidad innata para despertar conciencias y para hacer de sus obras de autoayuda, un camino accesible, original y evocador de facilitar nuestro desarrollo personal.

Frases del libro El caballero de la armadura oxidada

La historia central de esta obra nos trae a un caballero muy singular. Estamos ante un hombre a simple vista admirable: valiente, hace (en apariencia) nobles acciones y es generoso… Ahora bien, no tardamos en darnos cuenta de algo. Vive tan hechizado por el brillo de su propia armadura que no sabe apreciar lo que tiene.
Su ceguera llega hasta tal punto de descuidar lo que le rodea. Incapaz de valorar nada más que sus propias virtudes, un día percibe algo bien singular: su armadura deja de brillar; se está oxidando. Cautivo de sí mismo, se lanza a un viaje de iniciación espiritual y transformación donde liberarse de múltiples barreras. Es entonces cuando a través de originales personajes y experiencias, nos va deja grandes aprendizajes.
Las frases del libro El caballero de la armadura oxidada son sin duda muestras de ese conocimiento, de ese despertar que todos deberíamos propiciar.

1. Lo que hay bajo nuestras armaduras

“Ponemos barreras para protegernos de quienes creemos que somos. Luego un día quedamos atrapados tras las barreras y ya no podemos salir”.
El caballero tenía el pleno convencimiento de que él era bueno y generoso. Sin embargo, sus actos no evidenciaban tales noblezas, tales cualidades. Bajo su reluciente armadura había alguien que necesitaba sacarse brillo para compensar sus grandes carencias.
Este personaje era capaz de librar feroces batallas para hacer frente a todo lo que él consideraba malvado. Sin embargo, en ningún momento tomaba conciencia de ese enemigo que tenía en su interior, de ese dragón enfurecido que tenía atrapado a su auténtico “yo”.
Pensemos que todos, de algún modo, amanecemos cada día con nuestras propias armaduras oxidadas. Esas en las que camuflamos realidades internas no resueltas, resistencias que nos limitan, que apagan nuestro auténtico ser.

2. El desahogo emocional

“Solo las lágrimas de auténticos sentimientos te liberaran de tu armadura”.
El reconocimiento de las propias necesidades y la toma de contacto con esas emociones atascadas en nuestro interior, son el primer paso para librarnos del peso de nuestras armaduras. Para retirar ese óxido y brillar de nuevo, nada mejor que oxigenar espacios, que desahogar tensiones, llorar…

3. Tomar conciencia de lo que es importante

“A los seres humanos se les dio dos pies para que no tuvieran que permanecer en un mismo lugar, pero si se quedaran quietos más a menudo para poder aceptar y apreciar, en lugar de ir de aquí para allá intentando apoderarse de todo lo que pueden, entenderían verdaderamente lo que es la ambición del corazón”.
Esta es una de las frases del libro El caballero de la armadura oxidada que más deben invitarnos a la reflexión. Nuestro caballero surca territorios, países y reinados para hacer el bien. Salva, defiende, protege y lucha contra (lo que él considera) que es la maldad. Ahora bien, este personaje ha llegado a alimentar un amor más grande por su propia armadura que por su familia.
Su esposa Julieta y su hijo, apenas ocupan lugar en su memoria. Ha descuidado lo que es verdaderamente importante. Por tanto, no olvidemos que todos somos libres para movernos, para crecer y avanzar, pero a su vez, es necesario que tomemos conciencia de nuestras raíces: de lo que es importante.

4. El aquí y ahora

 “Nunca había disfrutado de lo que pasaba en el momento. Durante la mayor parte de su vida, no había escuchado realmente a nadie ni a nada. El sonido del viento, de la lluvia, el sonido del agua que corre por los arroyos, había estado siempre ahí, pero en realidad nunca los había oído…”
Apreciar el momento presente, ser receptivos a lo que nos envuelve es un modo de tomar conciencia de lo que tiene auténtico valor. Situar la mirada en el propio ego, en lo que hicimos ayer o haremos mañana, oxida aún más nuestras armaduras. La auténtica luz se encuentra en el momento presente, ahí donde están nuestras oportunidades, ahí donde puede acontecer nuestra felicidad.

5. El amor por uno mismo

“El caballero lloro más al darse cuenta de que si no se amaba, no podía amar realmente a otros. Su necesidad de ellos se interpondría. En eso apareció el mago y le dijo: solo podrás amar a otros en la medida en que te ames a ti mismo”.
Hay un momento en el libro donde el caballero no lo resiste más. Ha avanzado tanto en el bosque de su inconsciente que solo piensa en huir, en volver con su familia. Ahora bien, más tarde se da cuenta de algo: aún no puede volver porque no sabe cuidar de sí mismo. Alguien que no sabe atenderse y que no se ama, difícilmente podrá amar a los demás como se merecen.
Ese es por tanto nuestro primer paso en toda transformación personal: cultivar un amor propio saludable, aprender a valorarnos, a sanarnos, a cuidarnos.

6. El silencio como canal de escucha

“Permanecer en silencio es algo más que no hablar”.
Esta es otra de las frases del libro El caballero de la armadura oxidada más interesante. En la obra el propio caballero debe confrontarse con el dragón de sus pensamientos en medio de la soledad y el más riguroso silencio. Tal situación no es cómoda, porque hay demasiados ruidos mentales, y además, están sus corazas inconscientes, esas que le impiden acceder a su auténtico ser para vencer al falso yo…
Romperlas para esclarecer sus necesidades, y abrazar a su auténtico ser es algo que logrará en ese escenario de silencio. Ahí donde no hay más opción que escuchar.
Para concluir. Hay un hecho que vale la pena comentar sobre Robert Fisher, el autor del libro. En más de una ocasión explicó que la idea de este libro surgió a partir de varias experiencias cercanas a la muerte. La vida le enfrentó a este límite en diferentes ocasiones, y en todas ellas su propia voz le decía:  
“No debes morir. Aún no has cumplido lo que has venido a hacer”.
Este libro era su misión, y dicha experiencia con él, también transformó su vida. Fueron 6 años y medio dedicados a esta obra, ahí donde estas frases del libro El caballero de la armadura oxidada nos recuerdan que también nosotros tenemos la misión de hallar nuestro propósito, pero antes tenemos que liberarnos de nuestras armaduras.

Valeria Sabater     

miércoles, 18 de abril de 2018

¿Cuando empezó la Confesion de los pecados?


"El mismo día en que resucitó entre los muertos, Jesús nos dejó el sacramento de la Confesión.
- En la tarde del domingo de resurrección, Jesús se apareció a sus apóstoles y les dijo:
¨ Como me envió mi Padre, así les envío yo. Reciban el Espíritu Santo, a quien les perdonen los pecados, les serán perdonados; y a los que nos se los perdonen, no les seràn perdonados ¨

- Como ves, Jesús mismo dió a los sacerdotes el poder para perdonar los pecados.

- Algunas personas de sectas dicen que no se necesita confesarse con el sacerdote, que sólo hay que pedir perdón a Dios directamente. 

No te dejes confundir, esto no es cierto. En este evangelio ( Jn 20,19-23) vemos muy claro que Cristo da a sus apóstoles ( los primeros sacerdotes ) el poder de perdonar los pecados y no dice que cada persona pida perdón a Dios directamente para que se le perdonen."

El día de la Resurrección, Jesús se presenta entre los apóstoles estando las puertas cerradas y sopló sobre ellos el Espíritu Santo diciéndoles: «Recibid el Espíritu Santo.  A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» (Jn 20, 21-23)
 
http://laconfesioncatolica.blogspot.mx/

martes, 17 de abril de 2018

Con el ejemplo...con la actitud ante la vida


Seguir adelante con la fe puesta en Dios


CALLAR PECADOS MORTALES EN LA CONFESIÓN, (UN HORRIBLE EJEMPLO) –– Por el P. Fr. Andrés Ma. Solla García.


En la provincia de Güeldres en los Países Bajos, hubo una mujer que por espacio de once años calló en la confesión un pecado de deshonestidad que había cometido. Pasando por el pueblo en que vivía esta mujer, dos religiosos de la Orden de nuestro Padre Santo Domingo, uno Sacerdote y otro lego, se acercó al primero, creyendo ocasión oportuna de confesar a aquel desconocido el pecado que tantas veces había callado, y le pidió que la oyese de confesión. Accedió gustoso el religioso y mientras la confesaba, el compañero permaneció en oración en la misma iglesia, y luego observó que mientras aquella mujer se confesaba salían de ella muchas y asquerosas culebras, y que una más disforme y asquerosa que las demás, asomaba de cuando en cuando la cabeza para salir, más  luego volvía a recogerse, y que cuando se hubo recogido del todo al terminar la confesión, todas las demás que habían salido volvieron a entrar en aquella mujer. Acabada la confesión, los dos religiosos siguieron su camino, y andadas algunas millas, el religioso lego refirió al otro la visión que había tenido en la iglesia. Este sospechó al momento lo que aquella visión significaba, y determinó volver atrás con el objeto de decir a aquella mujer que volviese al confesonario, más al llegar al pueblo luego les dieron la infausta noticia de que aquella mujer muriera de repente al entrar en su habitación.
Consternados los religiosos al oírlo, determinaron pasar tres días en ayuno y oración, pidiendo a Dios que se dignase manifestarles el estado de aquella alma en el otro mundo. En la noche del tercer día se les apareció aquella infeliz mujer rodeada de abrasadoras llamas, y arrastrada por un demonio en figura de horrible dragón; al rededor del cuello tenía enroscadas dos serpientes que la oprimían la garganta y le mordían cruelmente los pechos; en la cabeza una víbora horrible que la punzaba sin cesar; en los ojos dos sabandijas asquerosísimas que la roían sin descanso; en los oídos saetas encendidas que la penetraban hasta el cerebro; de su boca salían llamas de fuego, y dos monstruosos perros la atenazaban y mordían continuamente las manos y los pies, atados con cadenas de fierro candente; y dando un espantoso grito, dijo: ¡Ay de mí! ¡Yo soy la misma desventurada mujer que habéis confesado hace tres días! Aquellas asquerosas culebras que salían de mí, eran los pecados que iba confesando, y aquella otra más disforme era figura de un pecado deshonesto que siempre he callado por vergüenza en las confesiones. Al ver en vos un confesor desconocido intenté confesarlo, pero él demonio me sugirió tal vergüenza que volví a callarlo como siempre. Por eso ha visto vuestro compañero que al terminar la confesión se recogió definitivamente, y con el volvieron a mi todos los demás que había confesado. ¡Ay¡ ¡Y ¡cuánto me atormentan ahora y cuan fácilmente pude confesarlos todos y salvarme! Pero cansado Dios de sufrirme tantos pecados y sacrilegios, me mandó una muerte repentina, y me arrojó a los infiernos, en donde soy atormentada horrorosamente por los demonios en figura de horribles animales.


   Esta víbora que traigo en la cabeza es un demonio que me atormenta espantosamente por mi orgullo y soberbia, y por la vanidad y esmerado cuidado en adornarme para servir de lazo a las almas de los jóvenes incautos y lascivos; las sabandijas que me roen los ojos son otros dos demonios que me atormentan sin cesar por mis miradas impuras y libidinosas; estas saetas encendidas me traspasan los oídos, por haber puesto atención y escuchado con gusto murmuraciones, palabras torpes y canciones deshonestas; estas serpientes que traigo enroscadas al cuello son también otros dos demonios que me ahogan la garganta y me muerden los pechos, por haberlos llevado siempre con poco recato, y a veces de un modo provocativo, por los abrazos deshonestos que he admitido, y por las alhajas y preseas con que excesivamente me he adornado; estos perros rabiosos me atenazan las manos y los pies por mis malas acciones y tocamientos impuros, por mis bailes y paseos a los sitios en que se ofendía a Dios; pero lo que más me atormenta sobre todo esto, es este formidable dragón que me arrastra. Esteme roe y despedázalas entrañas, me punza el corazón, me aprieta y atormenta en todos los miembros que han servido a la iniquidad, me recuerda todos mis pecados, y por cada especie de ellos me da un tormento particular insufrible.

   ¡Desgraciada de mí! ¡Ya no tengo remedio! ¡Para mí se acabó ya el tiempo de la misericordia! ¡Ay! ¡Y cuan fácilmente pude salvarme! ¡Oh maldita vergüenza que me has abandonado para pecar, y me has atado para confesarme! Dicho esto dió un grito espantoso, abrióse la tierra, y el horrible dragón la arrastró consigo a los infiernos, en donde sus tormentos jamás tendrán fin.

   ¿Y qué ha de ser de ti oh cristiano, que esto lees, si por tu desgracia has callado algunos pecados en la confesión, y no té resuelves a confesarlos cuanto antes? ¿Qué ha de ser de ti si al momento no reparas por medio de una confesión general, tantos pecados, tantos sacrilegios como has cometido? ¿No temes que te suceda lo que a aquella desventurada mujer? Ella había callado un solo pecado mortal, y por más que confesó los demás, ninguno le fué perdonado, y por todos es y será eternamente atormentada en los infiernos. Otro tanto te sucederá a ti seguramente si la muerte te sorprende en ese mal estado. ¡No lo permita Dios!

lunes, 16 de abril de 2018

Corazón Perfecto... una historia para tu Corazón

Hay quienes tienen un corazón perfecto... Y todavía lo presumen como si fuera una gracia. 
Un día un joven se situó en el centro de un poblado y proclamó que él poseía el corazón más hermoso de toda la comarca. 

Una gran multitud se congregó a su alrededor y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, pues no se observaban en él ni máculas ni rasguños.
Sí, coincidieron todos que era el corazón más hermoso que hubieran visto. 

Al verse admirado, el joven se sintió aún más orgulloso, y con mayor fervor aseguró poseer el corazón más hermoso de todo el vasto lugar.
De pronto, un anciano se acercó y dijo: "Porqué dices eso, si tu corazón no es ni tan aproximadamente hermoso como el mío?" 

Sorprendidos, la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía vigorosamente, estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos, y éstos habían sido reemplazados por otros que no encajaban perfectamente en el lugar, pues se veían bordes irregulares en su alrededor. 

Es más; había lugares con huecos, donde faltaban trozos profundos. La mirada de la gente se sobrecogió - ¿Cómo puede él decir que su corazón es más hermoso?, pensaron.
El joven contempló el corazón del anciano y, al ver su estado desgarbado, se echó a reír.
"Debes estar bromeando," dijo. "Compara tu corazón con el mío... El mío es perfecto. En cambio el tuyo es un conjunto de cicatrices y dolor." 


"Es cierto," dijo el anciano, "tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me involucraría contigo... Mira, cada cicatriz representa una persona a la cual entregué todo mi amor.
 Arranqué trozos de mi corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado. Muchos, a su vez, me han obsequiado un trozo del suyo, que he colocado en el lugar que quedó abierto.

 Como las piezas no eran iguales, quedaron los bordes -por los cuales me alegro- porque al poseerlos me recuerdan el amor que hemos compartido." 

"Hubo oportunidades en las cuales entregué un trozo de mi corazón a alguien, pero esa persona no me ofreció a cambio un poco del suyo.
 De ahí quedaron los huecos -dar amor es arriesgar- pero a pesar del dolor que esas heridas me producen al haber quedado abiertas, me recuerdan que los sigo amando y alimentan la esperanza que, algún día, tal vez regresen y llenen el vacío que han dejado en mi corazón."   

"Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso?"
El joven permaneció en silencio. Las lágrimas corrían por sus mejillas.
 Se acercó al anciano, arrancó un trozo de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció. El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón; luego, a su vez, arrancó un trozo del suyo, ya viejo y maltrecho, y con el tapó la herida abierta del joven. 

La pieza se amoldó, pero no a la perfección. Al no haber sido idénticos los trozos, se notaban los bordes.
El joven miró su corazón, que ya no era perfecto, pero lucía mucho más hermoso que antes, porque el amor del anciano fluía en su interior. 
 
Autor: Anónimo

San Columbano