El día de las grandes controversias
La noche del lunes fue como la del domingo: enseñanzas a los discípulos y
mucha oración. Jesús está en máxima tensión. El ambiente de paz de
Betania ayuda a relajar los espíritus, pero Jesús no cede en su lucha y
necesita rezar.
El martes acude al Templo por el camino tantas veces recorrido. Los
rostros de los que le acompañan están serios; ya no hay vítores de los
acampados alrededor de Jerusalén, ni en la misma ciudad. Pero muchos
quieren oír y ver al Maestro, al Hijo de David, al que resucitó a
Lázaro, al que se ha proclamado Hijo del Padre eterno. Este día todos
los grupos que se oponen a Jesús se van a unir y emplear sus armas
dialécticas para destruirle. "Siguieron observando y le enviaron
espías que simulaban ser justos para cogerle en alguna palabra y
entregarlo al poder y jurisdicción del gobernador"(Lc). Muchas cosas van a quedar claras en este día y mucha va a ser la luz para los de mente y corazón abiertos.
El pago del tributo al César
Los fariseos se habían enfrentado con Jesús tanto el domingo como el
lunes y estaban avergonzados. Ahora van a enviar discípulos camuflados
para cogerle en una palabra comprometida; le preparan una pregunta que
creen sin solución, o mejor, con todas las soluciones posibles negativas
para Jesús: es la cuestión de la relación de la esfera religiosa con la
autoridad política, gran tema de todos los tiempos y que tantos
problemas ha llevado consigo. Acuden con retorcimiento mental, con
adulación y falsedad y acompañados de los herodianos, que eran
partidarios del poder de los romanos y de Herodes.
La cuestión se plantea así:
"Entonces los fariseos se retiraron y
tuvieron consejo para ver cómo podían cazarle en alguna palabra. Y le
enviaron sus discípulos, junto a los herodianos, a preguntarle: Maestro,
sabemos que eres veraz y que enseñas de verdad el camino de Dios, y que
no te dejas llevar de nadie, pues no haces acepción de personas"(Mt).
La suavidad de las palabras esconde la malicia. Ciertamente Jesús es
veraz, pero a ellos no les interesa la verdad, sino atraparle y
entregarlo como prisionero. Por eso plantean la cuestión que les parece
insoluble.
"Dinos, por tanto, qué te parece: ¿es lícito dar tributo al César, o no?".
El tema aparente es sólo el del impuesto, pero detrás lleva mucha más
carga. Si responde que no se pague tributo al Cesar se hace reo de
rebelión y puede ser tomado preso por los herodianos o los romanos. Si
dice que se pague el tributo se hace colaboracionista, y acepta el yugo
gentil sobre el pueblo elegido, algo intolerable para muchos. No parece
haber más salidas. El nivel más profundo del tema es el de la relación
de lo religioso y lo político. ¿Tiene que regirse el pueblo por las
leyes de Dios y ser gobernando por los sacerdotes? ¿O acaso debe tomar
la dirección de lo religioso el poder político? En la historia se han
dado las dos soluciones con malos frutos casi siempre. Ciertamente la
cuestión es compleja.
Jesús no rehuye el problema del momento, ni el más profundo, y va a dar
una solución que recorrerá la historia a partir de entonces.
"Conociendo
Jesús su malicia, respondió: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Enseñadme
la moneda del tributo. Y ellos le mostraron un denario. Jesús les
preguntó: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le respondieron:
Del César. Entonces les dijo: Dad, pues, al César lo que es del César y a
Dios lo que es de Dios"(Mt). La solución sorprende a todos. Toda
autoridad viene de Dios, pues la sociedad necesita de la autoridad para
no caer en el caos y en la anarquía. Se debe obedecer a esa autoridad en
sus mandatos justos y en las leyes que no sean inmorales; pero lo
político es autónomo de lo religioso. Por tanto es lícito pagarle el
tributo al César que lo necesita para su función, pero siempre dando a
Dios todo el corazón que es lo suyo propio.
"Al oírlo se quedaron admirados y dejándole se marcharon"(Mt).
"Y no pudieron acusarle por sus palabras ante el pueblo y, admirados de su respuesta se callaron"(Lc).
Los siglos siguientes contemplan esta respuesta como un giro importante
en una cuestión difícil, y casi nunca bien resuelta.
El primer mandamiento de la ley
En el movimiento de los grupos surge una pregunta de uno que ha quedado cautivado por las palabras del Señor.
"Se
acercó uno de los escribas, que había oído la discusión y, al ver lo
bien que les había respondido, le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos
los mandamientos?"(Mc). Muchos eran los preceptos que se atribuían
a la Ley. Unidos los de la sagrada Escritura y los de las diversas
tradiciones rabínicas eran más de seiscientos. Su cumplimiento parecía
imposible para los hombres de buena voluntad. Por otra parte parecía
difícil, si no imposible, ordenarlos según su importancia. La luz de las
palabras de Jesús ante las cuestiones anteriores ilumina el alma del
escriba de buena voluntad, y sin consultarlo con otros, se lanza a
preguntar con auténtico deseo de saber, no para atacar al Señor con
astucias.
Jesús respondió con palabras conocidas por todos los israelitas, con palabras del
“shemá Israel” que recitaban todos los días tres veces.
Jesús descubre el pecado de los fariseos y los escribas
El ambiente es tenso y expectante. Jesús vive con intensidad el momento.
Quiere dejar algo muy importante a los que le escuchan. No se trata
sólo de sus discusiones con los escribas, los fariseos y los saduceos.
Se trata de denunciar la raíz del pecado en los corazones de los
hombres. Sólo cuando se descubre el rostro de la soberbia, se puede
vencer y vivir la vida de amor tantas veces anunciada, pero siempre
lejana. Por eso Jesús manda que se reúnan los más posibles, también sus
enemigos. Cuando, de pronto, Jesús eleva la voz para ser oído por todos,
y con fuerza expresa de modo fuerte verdades que pueden doler, pero que
pueden curar. Va denunciar el pecado interno de los escribas y de los
fariseos que es actuar "para ser vistos", no guiados por el
amor. La soberbia espiritual lleva al engreimiento ante la propia
perfección y su primer fruto es hacer las cosas para ser alabados por
los hombres. La gloria y el amor de Dios se desdibujan, la humildad se
hace imposible y, en una pendiente difícil de controlar, se deslizan una
serie de abusos cada vez más notorios. No denuncia Jesús la doctrina de
los escribas y fariseos pues dice "haced lo que dicen" sino las
motivaciones de sus corazones. Sus palabras, sus gritos más bien, van a
resonar en el templo como latigazos que intentan convertir a los duros
de corazón. La cólera de Dios se hace manifiesta como en el Sinaí.
El ataque inicial es contra los escribas
"Guardaos de los escribas, que les gusta pasear con vestidos lujosos
y que los saluden en las plazas, y ocupar los primeros asientos en las
sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; que devoran las casas
de las viudas mientras fingen largas oraciones. Estos recibirán un
juicio más severo"(Mc).
Después reúne en su crítica a fariseos y escribas; es decir, a los que
presumen de cumplir la ley, tanto si son doctos como si no lo son.
"En
la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Haced y
cumplid todo cuanto os digan; pero no hagáis según sus obras, pues dicen
pero no hacen. Atan cargas pesadas e insoportables y las ponen sobre
los hombros de los demás, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas.
Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres; ensanchan sus
filacterias y alargan sus franjas. Apetecen los primeros puestos en los
banquetes, los primeros asientos en las sinagogas y los saludos en las
plazas, y que la gente les llame Rabí. Vosotros, al contrario, no os
hagáis llamar Rabí, porque sólo uno es vuestro Maestro y todos vosotros
sois hermanos. A nadie llaméis padre vuestro sobre la tierra, porque
sólo uno es vuestro Padre, el celestial. Tampoco os hagáis llamar
doctores, porque vuestro Doctor es uno sólo: Cristo. El mayor entre
vosotros sea vuestro servidor. El que se ensalce a sí mismo será
humillado, y el que se humille a sí mismo será ensalzado"(Mt)
No niega la autoridad de unos y de otros; desvela el fondo de sus
intenciones que se manifiesta en vanidades que alcanzan el ridículo. El
amor verdadero es humilde, y busca servir más que servirse. La humildad
no tiene fuerzas para decir que es humilde, pues sería orgullo
espiritual, pero se advierte en que sirve a todos; entonces Dios da
gloria en lo más íntimo del alma y cuando conviene en lo exterior, pues
ya nada puede hacer daño al que nada busca en las vanidades humanas.
Invectivas contra los escribas y fariseos
Hasta este momento el Señor se ha dirigido a discípulos suyos para que
corrijan la soberbia que corrompe hasta lo religioso si entra en el
alma. Los escribas y fariseos se agitan molestos. No aceptan la
corrección. Murmuran. Jesús los mira con indignación; sus ojos llamean,
el tono de su voz se eleva, golpea aquellas almas para que se les abran
los ojos. El látigo de su lengua se agita en el aire, golpea las
conciencias, y surgen otros siete ayes parecidos a los que en un pequeño
grupo ya había dicho Jesús. Pero ahora la denuncia va a ser dicha en
público y en el Templo de Dios. La justicia se hace voz que denuncia.
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis el
Reino de los Cielos a los hombres! Porque ni vosotros entráis, ni dejáis
entrar a los que entrarían"(Mt)
La palabra hipócritas llena el ambiente. Hombres de dos caras y de
sentimientos retorcidos. Y ataca la actitud de cerrar el reino de los
cielos a los humildes. Ni entran, ni dejan entrar. Han perdido la llave
de la salvación al perder el sentido del amor que todo lo ilumina. Los
cumplimientos externos no bastan si falta esa actitud del corazón, de la
voluntad y de la mente.
"Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, que vais dando
vueltas por mar y tierra para hacer un solo prosélito y, una vez
convertido, le hacéis hijo del infierno dos veces más que vosotros"(Mt).
El proselitismo para acercar almas a Dios es bueno, y se debe vivir con
celo. Pero una vez dentro ¿que se les da? lo mismo que ellos viven. Su
celo es movido por falta de rectitud de intención y los que entran se
encuentran con desorientación y con pecado. De poco valió el
proselitismo.
"Ay de vosotros, guías de ciegos!, que decís: El jurar por el Templo
no es nada; pero si uno jura por el oro del Templo, queda obligado.
¡Necios y ciegos! ¿Qué es más: el oro o el Templo que santifica al oro? Y
el jurar por el altar no es nada; pero si uno jura por la ofrenda que
está sobre él, queda obligado. ¡Ciegos! ¿Qué es más: la ofrenda o el
altar que santifica la ofrenda? Por tanto, quien ha jurado por el altar,
jura por él y por todo lo que hay sobre él. Y quien ha jurado por el
Templo, jura por él y por Aquel que en él habita. Y quien ha jurado por
el Cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que en él está
sentado"(Mt).
Pervierten el sentido de lo sagrado. Usan a Dios y abusan de su santo
nombre. Por eso son ciegos que no ven que la santidad del juramento la
da Dios mismo con su grandeza y poder.
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, que pagáis el
diezmo de la menta, del eneldo y del comino, pero habéis abandonado lo
más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad.
estas últimas había que hacer, sin omitir aquéllas. ¡Guías de ciegos!,
que coláis un mosquito y os tragáis un camello"(Mt).
Cuidan cosas pequeñas e insignificantes, y descuidan las grandes. Bueno
es cuidar lo mínimo, pero a condición de que lo grande sea tratado con
esmero y delicadeza. Esa es la verdadera piedad.
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, que limpiáis por
fuera la copa y el plato, mientras por dentro quedan llenos de carroña e
inmundicia. Fariseo ciego, limpia primero el interior de la copa, para
que luego llegue a estar limpio también el exterior"(Mt).
Las apariencias pueden llevara pensar en que son santos y perfectos.
Pero a Dios nadie le puede engañar. Los malos deseos y los pensamientos
desbordados es lo que deben cuidar, después vendrá lo exterior como
fruto que nace de buena raíz.
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, que sois
semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera aparecen hermosos,
pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda podredumbre.
Así también vosotros por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero
por dentro estáis llenos de hipocresía e indignidad"(Mt).
La imagen del sepulcro blanqueado ha cristalizado como señal de la
hipocresía, la verdad y la sinceridad ante Dios puede llevar a superar
esa corrupción.
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, que edificáis los
sepulcros de los profetas y adornáis las tumbas de los justos, y decís:
Si hubiéramos vivido en los días de nuestros padres, no habríamos sido
sus cómplices en la sangre de los profetas. Así, pues, atestiguáis
contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas.
Y vosotros, colmad la medida de vuestros padres"(Mt).
Esta es la denuncia fundamental. Jesús revela lo que en aquellos
momentos está en sus corazones: el odio hasta la muerte contra toda
justicia. Quieren matar al inocente, porque no aman a Dios. Son hijos de
Caín que odia al inocente Abel porque sus obras eran malas y la vida
del justo es un reproche inocente. Jesús advierte su irritación, pero no
cede.
"¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo podréis escapar de la
condenación del infierno? Por eso he aquí que voy a enviar a vuestros
profetas, sabios y escribas; a unos mataréis y crucificaréis, y a otros
los flagelaréis en vuestras sinagogas y perseguiréis de ciudad en
ciudad, para que caiga sobre vosotros toda sangre inocente que ha sido
derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la
sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, al que matasteis entre el Templo y
el altar. En verdad os digo: todo esto caerá sobre esta generación"(Mt).
El enfrentamiento cada vez es más total. Jesús quiere enderezar a
aquellos hombres de su conducta desviada con la fuerza del profeta. Pero
lo que consigue es que su odio llegue al máximo y pongan todos los
medios para matarle.
http://es.catholic.net/op/articulos/17753/cat/709/el-martes-santo.html#