jueves, 11 de abril de 2013

¿SABES QUE SON LOS SACRAMENTALES...?


SACRAMENTALES

Los sacramentos y los sacramentales no son lo mismo. Los primeros, que son siete (Bautismo, Confirmación, Confesión, Eucaristía, Unción de los Enfermos, Matrimonio y Orden), fueron instituidos por Jesucristo e          infaliblemente confieren la gracia (la participación en la vida divina). Los sacramentales, en cambio, que fueron instituidos o bien por la Iglesia (velas benditas, campanas benditas, etc.) o bien por Jesucristo (agua bendita, imposición de manos, exorcismos, etc.), son numerosísimos y no tienen en sí la capacidad de conferir la gracia divina, pero sí favorecen su recepción y                                             pueden ser una ayuda para conservarla.

PARA QUE SEAN EFICACES REQUIEREN DISPOSICIÓN

Los sacramentos confieren la gracia de forma ex opere operato, o sea que son siempre eficaces por el hecho de ser actos del mismo Jesucristo. No obtienen su eficacia o valor ni gracias al fervor ni a los merecimientos del ministro o del sujeto que recibe el sacramento; por eso alguien que es bautizado recibe verdaderamente el perdón de todas sus culpas, se convierte en hijo de Dios y se vuelve miembro de la Iglesia, sin importar si es un bebé que no entiende o un adulto perfectamente consciente de lo que hace; y cuando un sacerdote consagra el pan y el vino en la Misa, dude o no dude, crea o no crea, igual se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Los sacramentos producen, pues, santidad de modo inmediato y directo.

En cambio, los sacramentales actúan ex opere operantis Ecclesiae, es decir, que reciben su eficacia de la misión mediadora que posee la Iglesia, por la fuerza de intercesión o de mediación que tiene ella ante Cristo, que es su Cabeza. Pero requieren, además, de disposición por parte de quien los recibe; por ejemplo, si alguien necesita un exorcismo pero no está dispuesto a renunciar a los amuletos y a otras prácticas pecaminosas, sencillamente no le servirá esta bendición liberadora aunque se la imparta todo un ejército de exorcistas.

POR MEDIO DE SIGNOS

Ambos, sacramentos y sacramentales, tienen como finalidad la santidad, y ambos utilizan signos ya que están dirigidos al hombre, y éste no sólo es alma y espíritu sino también carne. Por eso Jesús en su vida terrena usó constantemente signos sensibles: curó usando saliva, empleó pan y vino para convertirlos en su Cuerpo y su Sangre, imponía las manos sobre la gente, sopló para comunicar el Espíritu Santo,  etc.

Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, con los sacramentales «se santifican las diversas circunstancias de la vida» porque, de hecho, «han sido instituidos por la Iglesia en orden a la santificación de ciertos ministerios eclesiales, de ciertos estados de vida, de circunstancias muy variadas de la vida cristiana, así como del uso de cosas útiles al hombre» (nn. 1667-1668).

LOS LAICOS EN ACCIÓN

Por último, «los sacramentales proceden del sacerdocio bautismal» (CIC, n. 1669), es decir, del sacerdocio real (cfr. I Pe 2, 9-10) que recibe todo bautizado y que lo llama a bendecir (cfr. Lc 6,28; Rm 12,14; 1 Pe 3,9). Por eso no sólo los sacerdotes ministeriales (obispos, presbíteros y diáconos) sino en ciertos casos también los laicos pueden presidir ciertas bendiciones. Ésa es la razón por la cual es tan válido que la ceniza bendita la imponga un seglar a los penitentes como que lo haga el párroco o el propio Papa; y por ello mismo los fieles pueden signarse a sí mismos con agua bendita, o bendecir a sus hijos con la señal de la cruz.

Nuestro pueblo tiene los sacramentales en mucho aprecio, especialmente el agua bendita, la ceniza y los ramos bendecidos, la bendición de imágenes, de las casas, etc. Y en realidad, si se usan según la intención de la Iglesia, pueden fomentar mucho la vida cristiana. Pero no siempre los utilizan correctamente, por ejemplo cuando los procuran con afán descuidando la fe o hasta viviendo en pecado. Ningún sacramental puede sustituir la conversión, que siempre es necesaria para que éste pueda producir su efecto.

Otras veces tratan los sacramentales con cierta superstición, esto es, se espera de ellos efectos que realmente no pueden dar; por ejemplo, cuando aguardan milagros de una determinada imagen a la que hasta dan mayor importancia que al mismo santo representado por ella, o cuando se les atribuye poderes mágicos (curanderos que preparan sus «medicamentos» con agua bendita).

Esta situación exige que se aclare constantemente a los fieles el verdadero valor de los sacramentales.



Los crucifijos

Los crucifijos no sólo son un signo visible de profesión cristiana, razón por la que se portan colgados del cuello, sino que en general los demonios no suelen soportar la vista de un crucifijo. Por eso es recomendable poner crucifijos benditos en las puertas de entrada a los hogares.

Los misioneros que llegaron a evangelizar América del Sur en el siglo XVII se toparon con numerosas acciones demoníacas que padecieron tanto ellos como el pueblo indígena. El primer misionero, el jesuita Nicolás Mascardi, que murió martirizado por los aborígenes argentinos, escribió: «Bien se echa de ver lo que temía el demonio esta venida, pues tantas veces procuró darme en la cabeza y quebrarme las piernas o ahogarme o estorbarme la venida o dilatarla». Para combatirlo, lo primero que usó fue el cruifijo: «Luego que llegué... y empecé a divisar las cordilleras y campañas de esta banda, planté y levanté una cruz...». Con este acto Mascardi desafió a los demonios y comenzó  el proceso gradual pero sistemático de la evangelización. «Hasta que yo llegué —continua Mascardi— iba el demonio amedrentándolos y haciendo burlas de ellos en los caminos y en sus casas o toldos, apareciéndoseles en figuras varias y tirándoles de la ropa.

Pero dicen todos que después que han empezado a bautizarse y a poner cruces en varias partes no ven nada de esto». Y más adelante manifiesta nuevamente la importancia de la cruz: «Y a mí me dijeron que desde que... les envié a sus tierras una cruz por señal y aviso de que había de venir sacerdote a estas tierras, desde entonces... se ha librado toda esa tierra de muchas enfermedades y trabajos, con que el demonio los apuraba».

Dice el padre Gabriel Amorth, exorcista de la diócesis de Roma, que el demonio «se quema» al contacto con cosas sagradas como el crucifijo, si bien ese «quemarse» no tiene nada que ver con el fuego terrestre provocado por la combustión de material inflamable.




Medalla de San Benito



Repetidas veces aprobada y alabada por los Papas, la medalla de San Benito es célebre por su eficacia extraordinaria en el combate contra el demonio y sus manifestaciones, pero también se le relaciona con curaciones de enfermedades difíciles y, algo muy importante, casos de conversión.

En el año de 1647 unas mujeres fueron juzgadas por hechicería, y en el proceso declararon que no habían podido dañar el monasterio de los benedictinos porque se encontraba protegido por el signo de la santa Cruz. Se buscó entonces en el monasterio de Metten (Baviera, Alemania) y se encontraron pintadas antiguas representaciones de esta Cruz con unas letras que no pudieron ser interpetadas sino hasta que se encontró en la biblioteca del mismo monasterio un manuscrito del siglo XV con la imagen de san Benito de Nursia y el significado buscado; después se encontraron testimonios mucho más antiguos de ello.

Los hallazgos permitieron acuñar la medalla, que quedó así: por un lado tiene la imagen del monje san Benito rodeada por una oración para pedir una buena muerte: Eius in obitu nostro praesentia muniamur («A la hora de nuestra muerte seamos protegidos por su presencia»). Por el otro está la Cruz de Jesucristo con cuatro letras entre los brazos: C. S. P. B., que significan Cruz Sancti Patris Benedicto («Cruz del Santo Padre Benito»). En el crucero vertical de la Cruz aparece C. S. S. M. L., que quiere decir Cruz sacra sit mihi lux («La Cruz sagrada sea mi luz); y en la línea horizontal del mismo crucifijo se lee: N. D. S. M. D., lo que significa Non draco sit mihi dux («No sea el dragón [demonio] mi guía»).

En la parte superior aparece, además, el santísimo nombre de Jesús, expresado por el monograma bien conocido: I. H. S.

Sin embargo, en el modelo más difundido de la medalla de San Benito el monograma fue reemplazado por el lema benedictino PAX («Paz»).

Por último, alrededor se leen estas letras comenzando desde lo alto del lado derecho: V. R. S. N. S. M. V. S. M. Q. L. I. V. B. Estas iniciales representan lo siguiente: Vade retro Satanas; nuncuam suade mihi vana («Apártate, Satanás; no sugieras cosas vanas»). Sunt mala quae libas; ipse venena bibas («Pues maldad es lo que brindas, bebe tú mismo el veneno»).

Agua bendita y agua exorcizada



En la liturgia el agua es un símbolo exterior de la pureza interior, y es esencial para la celebración del Bautismo, pues significa la limpieza del pecado. Las bendiciones con aspersión de agua bendita que se realizan en ocasiones especiales, como en la Vigilia Pascual, en bodas y en funerales, tienen como finalidad recordar precisamente el Bautismo y los compromisos adquiridos a través de él.

En la Santa Misa se mezclan unas gotas de agua con el vino que se convertirá en la Sangre de Cristo, para indicar tanto la unión del Señor y los fieles como la Sangre y el Agua que brotaron del corazón de Cristo en la Cruz.

Pero el agua bendita se utiliza también para bendecir personas, lugares u objetos. Incluso se puede beber.

Es un hecho que Jesús, al ser bautizado por Juan, santificó el agua y preparó así el Bautismo cristiano; esto lo enseña la Iglesia. La beata Ana Catalina Emmerick, por las visiones sobrenaturales que Dios le concedió de la historia de la Salvación, dice que un poco de esa misma agua era llevada a donde el Señor Jesús predicaba, y que era derramada en otras fuentes o recipientes de agua con la que se iba a bautizar a la gente; es decir, a partir de entonces el bautismo (aunque aún no era el sacramento) ya se hacía con agua bendita.

Pero no era sólo para bautismos que se bendecía el agua. En cierto poblado, atestigua la beata alemana, «Jesús bendijo el agua que tomaban, que no era buena, sino turbia y salobre, recogida en las rocas de la montaña. Había un recipiente que era llenado con mangueras. Jesús lo bendijo en forma de cruz».

En otra ocasión «lo he visto bendecir el agua y rociar con ella a las gentes y hacer rociar las casas con el agua».

En la actualidad Dios sigue valiéndose de este sacramental para comunicar sus favores, por ejemplo, curaciones. El presbítero colombiano monseñor Gilberto Zuloaga ora por sanación  imponiendo un hisopo con agua bendita sobre la frente de los enfermos. Y en ciertas ocasiones, al faltar las medicinas en países pobres, la administración de agua bendita como bebida ha sido el camino para que el Señor devuelva la salud.

La austriaca María Simma, mística contemporánea, dice que «las ánimas [del Purgatorio] piden que sean rociadas sus tumbas» con agua bendita. «Además, el agua bendita es un medio infalible para discernir si hay una actividad demoníaca».

¿Y el agua exorcizada?

El agua no sólo puede ser bendecida sino exorcizada. La beata Ana Catalina Emmerick vio que «Juan [el Bautista] enseñaba que el agua, por el bautismo de Jesús y por el Espíritu Santo que descendió sobre Él, estaba ahora santificada y que del agua habían salido muchas cosas maléficas; que había sido como un exorcismo de las aguas».

El padre Gabriel Amorth explica que en la plegaria para bendecir el agua el sacerdote «ruega al Señor para que, al humedecernos con el agua, obtengamos estos tres beneficios: el perdón de nuestros pecados, la defensa de las insidias del Maligno, y el don de la protección divina». Y que «la plegaria de exorcismo sobre el agua añade otros efectos: hace huir los efectos del demonio y expulsarlo». Además, dice, otros alcances suplementarios son «sanar las enfermedades, aumentar la gracia divina, y proteger las casas y todos los lugares en los que los fieles moran y hay alguna influencia inmunda causada por el pestilente Satanás».

Las bendiciones



Después de que un ministro ordenado bendice un objeto, éste se vuelve sacramental. Se pueden bendecir toda clase de artículos religiosos: rosarios, medallas, escapularios, imágenes, cruces, etc.

Igualmente es una acción sacramental bendecir las casas, los negocios, los automóviles, las siembras, etc. También bendecir directamente a las personas, aunque toda bendición de objetos y lugares tiene como fin último alcanzar a las personas .

Usualmente el rito se hace por medio de una oración acompañada con la señal de la cruz, aunque también se puede acompañar por la aspersión con agua bendita.

Los seglares también están llamados a bendecir. Es aconsejable que los padres bendigan todos los días a sus hijos. Y se puede bendecir también en otras circunstancias. La mística María Simma conoció a una enfermera que, cuando un tratamiento no funcionaba, bendecía las píldoras y las inyecciones, y,  al administrarlas a los pacientes, obtenían con frecuencia significativas mejorías.

Velas benditas



El fuego es símbolo tanto de Dios Hijo, que se presenta a sí mismo como«Luz del mundo» (cfr. Jn 8, 12), como de Dios Espíritu Santo, que descendió en Pentecostés sobre los Apóstoles «como lenguas de fuego»( cfr. Hch 2, 3-4) .

La Vigilia Pascual inicia con el rito de la «bendición del fuego nuevo», con el que se enciende el cirio pascual, y de él se trasmite la llama a las velas de los feligreses.

El 2 de febrero se conoce como «Día de la Candelaria» porque iconográficamente se representaba a la Virgen sosteniendo una vela o candela durante el episodio bíblico de la presentación del Niño en el templo (cr. Lc 2, 22-40); por eso en este día es o era costumbre llevar a bendecir velas que se emplearían con fines religiosos, por ejemplo, en las exequias.

Cuenta Maria Simma, mística austriaca, que conoció a una mujer que le había prometido a las ánimas que encendería una vela bendita para ellas cada sábado. A su marido eso le parecía inútil, y se opuso; por eso ella puso la vela dentro de la estufa de leña, para que el esposo no la viera. Pero ella salió y el marido abrió la puertecilla de la estufa para quemar unos papeles: «Y vio con estupor y palideciendo no sólo la vela encendida, sino también seis pares de manos juntas, colocadas formando un círculo alrededor de la flama. Cerró la puertecilla y esperó a que regresara su esposa. Cuando llegó, le dijo: ‘¿Por qué  pones la vela en la estufa? Podrías ponerla aquí, sobre la cómoda’».

Pan bendito



Desde tiempos muy antiguos comenzó en la Iglesia la usanza de enviar pan bendito a quienes pudieran desear recibir este regalo como una prenda de comunión de fe. También los que no podían comulgar recibían pan ofrecido en el ofertorio de la Misa, pero no consagrado, el cual ya era considerado bendito porque formaba parte de la oblación. Este pan es llamado eulogia, porque es bendito y porque una bendición acompaña su uso; también es llamado antidoron, porque es un sustituto para el doron, la ofrenda real, que es la Sagrada Eucaristía. En la actualidad puede ser distribuido a todos, comulgantes y no comulgantes. Antes, las personas a quienes era negado el eulogia eran consideradas fuera de la comunión de los fieles, y así los obispos algunas veces lo enviaban a una persona excomulgada para indicar que la censura había sido removida.

Más tarde surgió la costumbre de llevar pan a la iglesia con el propósito especial de tenerlo bendito y distribuido entre los presentes como señal de mutuo amor y unión, y esta costumbre todavía existe en la Iglesia Occidental. Este pan bendito era llamado panis benedictus, panis lustratus o panis lustralis. Este pan bendito es un sacramental, el cual animaría a los cristianos a practicar especialmente las virtudes de la caridad y unidad de espíritu, y que trae bendiciones a quienes participan de él con debida devoción. La Iglesia, cuando lo bendice, suplica que aquellos que lo comen puedan recibir salud tanto física como espiritual. En el Ritual Romano actual hay seis bendiciones para el pan.

Las peregrinaciones, las procesiones y el Viacrucis



Las peregrinaciones son viajes (a pie o en vehículo) a un santuario u otro lugar sagrado. Las más famosas y numerosas son a Tierra Santa, al Vaticano, a Santiago de Compostela y, por supuesto, a «la Villa» para visitar a la Santísima Virgen en su advocación de Guadalupe.

Una procesión, en cambio, es un desfile religioso, y su práctica se remonta a la más lejana antigüedad. La Biblia cita frecuentes ejemplos de procesiones, como la que dirigió Josué alrededor de las murallas de Jericó, o en la que el rey David danzó delante del Arca. Desde los primeros siglos de la era cristiana los fieles comenzaron a acudir en peregrinación a los lugares santos.

Se puede alegar que en la Iglesia primitiva no se acostumbraban las procesiones, pero es lógico que no pudieran darse en la calle debido a que eran tiempos de persecución. Sin embargo, los escritos de san Cipriano y las actas de los mártires constatan que sí se hacían, pero fuera de la vista de los paganos; por ejemplo, los cristianos se reunían para llevar en procesión los cuerpos de los mártires hasta el lugar de su sepulcro.

En la liturgia actual, al iniciar la Santa Misa el presbítero y sus colaboradores hacen procesión por el pasillo central desde la puerta del templo hasta el altar. Al acercarse a comulgar, los fieles se forman y hacen procesión hasta encontrarse con Jesús Eucaristía.

Por supuesto, las procesiones son parte importante de la religiosidad popular, que las emplea especialmente en las fiestas patronales. Muy conocida la procesión del silencio, que se practica en las calles el Viernes Santo.

El Viacrucis, la procesión cristiana más antigua

El Viacrucis (significa «Camino de la Cruz») entra dentro de la categoría de las procesiones, sólo que se hace visitando catorce sitios (llamados estaciones) dedicados a rezar y a meditar en la pasión de Cristo.

Aunque el nombre se le dio hasta el siglo XVI, el Viacrucis comenzó a practicarse en Jerusalén en tiempos de la Iglesia primitiva, siendo marcados ciertos lugares de la «Vía Dolorosa». Sin embargo, según la más vieja tradición, fue la Virgen María quien inició esta práctica. Más aún, dice la beata Ana Catalina que empezó antes de que Jesús resucitara, pues el mismísimo Viernes Santo, tras ser sepultado Nuestro Señor, la Virgen fue a recorrer todos los lugares por los que había pasado su divino Hijo hasta llegar al Calvario, y que pronto las santas mujeres y los discípulos fueron sumándose a esta práctica. Cuando María Santísima se fue a Éfeso a vivir con san Juan, habilitó otros puntos a manera de estaciones para seguir honrando la Pasión.

Los escapularios



Un escapulario es una prenda de vestir que se lleva sobre los hombros colgando por delante y por detrás. Es parte del traje de algunos monjes y monjas, en el que se borda el escudo de la comunidad a la que pertenecen. Para seglares que pertenecen a una orden terciaria se creó un «mini hábito», que es un escapulario reducido. Así, hay escapularios de los dominicos, mercedarios, franciscanos, agustinos y otras órdenes.

Hay, sin embargo, dos de ellos asociados a manifestaciones marianas muy precisas: el café y el verde.

El escapulario café

Es el escapulario de la Virgen del Carmen. Se trata de un símbolo de la protección de la Madre de Dios a sus devotos y un signo de su consagración a María. La propia Virgen se lo entregó el 16 de julio de 1251al General de la Orden del Carmen, san Simón Stock, con estas palabras: «El que muera con él no padecerá el fuego eterno». Con el tiempo la Iglesia autorizó que los laicos también pudieran ser sujetos de los beneficios de este sacramental. Pero no se crea que su uso es garantía de salvación eterna sino que requiere el cumplimiento de las exigencias propias de la vida cristiana.

El escapulario café debe ser bendecido por un sacerdote e impuesto por él mientras dice una oración. En 1910 el Papa Pío X declaró que una persona válidamente investida en su escapulario de tela podía llevar en lugar de él la medalla-escapulario, siempre y cuando tuviera razones legítimas, por ejemplo, vivir en una zona tropical donde el de tela se deteriora muy pronto. La medalla-escapulario tiene en una cara la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, y la imagen de la Virgen María en su reverso.

El escapulario verde



Fue entregado por la Virgen el 28 de enero de 1840 a sor Justina Bisqueyburu, hija de la Caridad.  María Santísima se le apareció varias veces con las manos junto al pecho sosteniendo su Inmaculado Corazón, del cual salían llamas. Luego se apareció sosteníendo un escapulario que, a diferencia de otros, era de un sólo cuadro de tela en lugar de dos, y estaba atado con cordones verdes. Tenía dibujada la imagen mariana tal como se apareciera las primeras veces.

Nuestra Señora reveló que era el escapulario del Inmaculado Corazón y que sería un poderoso instrumento para la conversión de almas, particularmente de aquellas que no tienen fe. También es un don particular para los enfermos.

El escapulario verde no requiere ninguna fórmula de investidura sino sólo la bendición de algún sacerdote. Se debe recitar por lo menos una vez al día la jaculatoria inscrita en el reverso. El fin específico de este escapulario es la invitación a orar recurriendo a la intercesión del Inmaculado Corazón de María.

Campanas benditas


Antes no faltaba templo o capilla que no tuviera por lo menos una campana bendita; pero la sociedad actual está expulsando este elemento porque su sonido «molesta». Así, hoy son muchos los edificios sagrados que se construyen ex professo sin un campanario porque hasta los mismos fieles se oponen a ser despertados los domingos antes del mediodía con los tañidos.

Sin embargo, hay efectos espirituales que traen consigo las campanas benditas. Esto narra la beata Ana Catalina Emmerick: «Cuando era niña percibía yo, como si fueran rayos de bendición, los sonidos de las campanas benditas, las cuales tan pronto como eran tañidas quitaban el mal causado por el enemigo del género humano. Creo ciertamente que las campanas benditas ahuyentan a Satanás. Cuando en mi juventud oraba yo en el campo durante la noche, veía a los demonios muchas veces en torno de mí; pero tan pronto como las campanas de Koesfeld tocaban a maitines, advertía que huían. Siempre creí que, mientras la lengua de los sacerdotes resonara tan lejos, como en los primeros tiempos de la Iglesia, no habría necesidad de las campanas; pero ahora es necesario que llamen las lenguas de bronce. Todas las cosas deben servir a Dios nuestro Señor, contribuyendo a la salud y asegurándola contra el enemigo de las almas». Y agrega: «El sonido de las campanas benditas es para mí el más santo, más alegre, más vigoroso y suave que todos los demás sonidos, los cuales me parecen turbios y confusos en comparación con aquél. Ni siquiera el sonido del órgano de la iglesia puede compararse con el de las campanas benditas».

Por su parte, Maria Simma cuenta que las ánimas del Purgatorio aman «en particular el sonido de las campanas benditas de la iglesia que llaman a sus familiares a la oración. Pero aun así no hay que sorprenderse de que alguien en este mundo secularizado reclame, sosteniendo que las campanas son  una fastidosa intromisión en la propia privacidad. Éste es otro punto a favor de Satanás».

La Medalla Milagrosa


En 1830, en París, se estuvo apareciendo la Virgen a santa Catalina Laboure. En una ocasión apareció vestida de blanco con mangas largas y un velo sobre su cabeza; sus pies se posaban sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior, y aplastaban una serpiente verde con pintas amarillas. Sus manos elevadas a la altura del corazón sostenían otro globo pequeño de oro, coronado por una crucecita.  Tenía tres anillos en cada dedo; el mas grueso junto a la mano; uno de tamaño mediano en el medio, y uno mas pequeño en la extremidad. De las piedras preciosas de los anillos salían los rayos.

María Santísima explicó: ««Este globo que has visto [a sus pies] es el mundo entero donde viven mis hijos. Estos rayos luminosos son las gracias y bendiciones que yo expando sobre todos aquellos que me invocan como Madre. Me siento tan contenta al poder ayudar a los hijos que me imploran protección. ¡Pero hay tantos que no me invocan jamás! Y muchos de estos rayos preciosos quedan perdidos, porque pocas veces me rezan».

En ese momento se apareció una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior se vio escrita la siguiente invocación: «María, sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti». La Virgen dijo «Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Las personas que la lleven con confianza recibirán abundantes gracias». La aparición dio media vuelta y quedo formado en el mismo lugar el reverso de la medalla, con una M sobre la cual había una cruz apoyada sobre una barra, y debajo los corazones de Jesús y de María.

Aceite y sal



El padre Gabriel Amorth dice que «entre los medios de los cuales los exorcistas hacen mucho uso» figuran, además del agua exorcizada o al menos bendita, «el aceite (de oliva) exorcizado y la sal exorcizada». Dice que «cualquier sacerdote puede pronunciar las plegarias del Ritual para exorcizar estos tres elementos; no es necesaria autorización especial».

Del aceite exorcizado explica que, «usado con fe, sirve para hacer huir la potencia de los demonios, sus ataques, los fantasmas que suscitan. Además, es útil a la salud del alma y del cuerpo. Esto nos trae a la mente el uso antiguo de ungir con aceite las heridas, y el poder dado por Jesús a los Apóstoles para sanar enfermos imponiéndoles las manos y ungiéndolos con aceite bendito [cfr. Mt 6, 13; Stgo 5, 14-15].Hay también una propiedad específica del aceite exorcizado: el de alejar del cuerpo las adversidades».

De la sal exorcizada dice este exorcista que «sirve también para sacar a los demonios y para la salud del alma y del cuerpo. Pero su principal propiedad específica es la de proteger los lugares de las influencias o presencias maléficas. En estos casos suelo aconsejar que se ponga sal exorcizada en los umbrales de la casa y en los cuatro ángulos de la o de las estancias que se crean infestadas».
Fuente: elobservadorenlinea

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