
Cuando un bebé esta muy pequeño, no sabe hablar. No sabe expresar su dolor, su sufrimiento, su hambre. Solo llora, sonríe, duerme, come. Y poco a poco, al escuchar a su mamá, a su papá y a sus hermanos empieza a hablar poco a poco. Dice algunas palabras primero y luego ya empieza a decir oraciones completas. Y la alegría de la familia es inmensa, porque ya ese pequeño bebe ha crecido y ya se puede comunicar, y así es mucho más fácil poder entender lo que ese pequeñito ser humano quiere decir. Sin embargo, eso no quiere decir que la mamá o el papá no sepan hablar o no sepan comunicarse con el bebé. Simplemente el bebé no les entiende porque todavía no sabe hablar ese lenguaje.
Es lo mismo con la oración. Cuando empezamos a orar, somos como pequeños bebes que no se pueden comunicar. Vamos con Dios llorando y tratando de expresarnos lo mejor posible, y nosotros no escuchamos nada. Y creemos que llorando más y más nos va a poder prestar atención. Dios claramente entiende esas lágrimas, y nos da soluciones para nuestros problemas y nos da palabras de aliento, y nos abraza para consolarnos. Sin embargo, nosotros no lo entendemos porque todavía no sabemos escuchar el lenguaje de Dios. Y por eso muchas veces dejamos de orar. Sin embargo, cuando uno empieza a orar con más frecuencia, con constancia, empieza a entender lo que Dios le quiere decir, y uno mismo empieza a cambiar en su oración. Nuestra oración ya no es solamente pedir, pedir y más pedir. Empezamos a tener una conversación con el mismo Dios. Al principio entenderemos algunas cuantas palabras, y luego empezaremos a formular oraciones completas. Pero esto solo lo logramos si empezamos a rezar constantemente y a convivir con Dios a través de la oración y de los Sacramentos. Por eso, nunca deben de desanimarse en la oración, sino pensar en nosotros mismos como si fuéramos un bebe que comienza a hablar. Y cuando hablemos ya no será a través del llanto, y cuando entendamos a Dios el nos dará la solución a nuestro dolor.
Se que cuando esa pequeña bebé crezca, cuando le duela el oído podrá decirlo claramente, y cuando su mamá le pida que mastique un chicle o que se ponga unas gotas pronto solucionara su problema y ya no tendrá más dolor de oído. Se que cuando aprenda a orar podré tener una conversación igual de clara con mi Dios. Y mi vida ya no será la misma. Será mejor.
Marianela Camelo Mendoza
No hay comentarios.:
Publicar un comentario