VUELTA Al PARAÍSO TERRENAL
"El amor de Francisco por las criaturas, por la reconciliación universal, lo reconducía todo a su estado primitivo", Esto dice San Buenaventura, y el mismo Tomás de Celano no duda en escribir:
"Considero que realmente había vuelto a la inocencia primitiva, si los elementos más duros se suavizaban porque él lo quería".
En realidad podemos reconocer esta vuelta a los orígenes, pues vemos que le obedecen, y hasta los mismos animales feroces se amansaban,
Las criaturas amaban a San Francisco
Las criaturas amaban a San Francisco
El sermon a las aves
"Por su parte, todas las criaturas tratan de devolver el afecto del santo y pagarle con su gratitud; le sonríen cuando las acarician, responden a sus preguntas, obedecen sus órdenes".
Terminado el sermón a los pájaros, éstos, "como contaba él mismo y los hermanos que lo acompañaban, daban muestras de alegría como mejor podían: alargando su cuello, extendiendo las alas, abriendo el pico y mirándole. Y él, paseando por en medio de ellas, iba y venía, rozando con su túnica sus cabezas y su cuerpo. Luego las bendijo y, hecho el signo de la cruz, les dio licencia para volar hacia otro lugar",
"En una ocasión, yendo el hombre de Dios de Siena al valle de Espoleto, llegó a un campo donde paso taba un pequeño rebaño de ovejas. Tras saludarlas dulcemente, como acostumbraba, todas corrieron hacia él, levantando la cabeza y saludándole con fuertes balidos".
Cuando libró a las tórtolas de la muerte, "comenzaron a poner huevos y tener crías delante de los hermanos, Y permanecían domésticas. comportándose con San Francisco y los demás hermanos como si fueran gallinas que ellos alimentaran. y nunca se alejaron hasta cuando San Francisco les dio su permiso para irse". Un médico, testigo en Siena de la actitud domesticada que un faisán tenía con San Francisco, "pidió el faisán a los hermanos, no para comerlo, sino para alimentarlo por reverencia al santo. Y ¿qué? Lo llevó consigo a casa; pero el faisán. igual que si hubiese recibido una injuria, al verse separado del santo, no quiso comer nada todo el tiempo que estuvo separado de él. Se maravilló el médico, y, devolviendo en seguida el faisán al santo, contó al detalle todo lo que había pasado. En cuanto el faisán, dejado en el suelo, vio a su padre, comenzó a comer con gusto".
"Morando una vez en Greccio, un hermano le trajo una liebrecilla cazada a lazo. Al verla el beatísimo varón. " acariciándola con afecto materno, la dejó libre para que volviera al bosque; puesto en tierra repetidas veces, otras tantas se volvía al seno del santo; por fin tuvo que mandar a sus hermanos que la llevaran a la selva, que distaba poco de aquel lugar",
"Algo parecido sucedió con un conejo, animal difícilmente domesticable, en la isla del lago de Perusa",
"En otro lugar, dos avecillas. macho y hembra, que, solícitas por sus criaturas, a satisfacción de su deseo, recogen cada día de la mesa del santo unas migajas. El santo se alegra con las avecillas, las acaricia, como acostumbra y cuida de darles de comer, Un buen día, la pareja presenta los pajarillos a los hermanos, como en señal de gratitud por haberlos alimentado, y, confiándoselos, desaparecen ya del lugar. Los pajarillos se asen a los hermanos, y, posándose en sus manos, están en casa no como huéspedes, sino como quien habita junto a los hermanos".
Cuando se dirigió al Alverna, "una gran multitud de distintos pajarillos cantando y moviendo las alas manifestaban a una su fiesta y algarabía, y de tal modo inundaron a San Francisco que unos se le posaban la cabeza, otros en la espalda, otros en los brazos, otros en el pecho y otros en torno".
Cuando llegó al Alverna, "un halcón que había anidado en el lugar entabló estrecho pacto de amistad con él. Tanto que el halcón siempre avisaba de antemano, cantando y haciendo ruido, la hora en que el santo solía levantarse a la noche para la alabanza divina. Y esto gustaba mucho al santo de Dios, pues con la solicitud tan puntual que mostraba para con él, le hacía sacudir toda negligencia. En cambio, cuando al santo le aquejaba algún malestar más de lo habitual, el halcón le dispensaba y no le llamaba a la hora acostumbrada de las vigilias; y así, cual si Dios lo hubiera amaestrado, hacia la aurora pulsaba levemente la campana de su voz".
Inmediatamente después de la muerte de San Francisco, "las alondras, pájaros que aman la luz meridiana y se horrorizan de las tinieblas del crepúsculo habiendo ya caído el crepúsculo de la noche inminente, se reunieron en el tejado de la casa donde había muerto San Francisco, y moviéndose por largo tiempo con mucho ruido, manifestaron como sabían no sabemos si su alegría o su tristeza. Se desprendía de sus picos un júbilo que tenía sabor de llanto o un jubiloso lamento, tal vez llorando a los hijos que se quedaban huérfanos o tal vez saludando al padre que se acercaba a la gloria eterna. Los guardias de la ciudad, que se turbaban custodiando el lugar, llenos de estupor, invitaban a todos a admirar el prodigio".
"No es de maravillar que las criaturas tuvieran algunas veces consideraciones con él, pues él -lo vimos nosotros mismos que estuvimos con él- las amaba con tan caritativo afecto, era tan cortés con ellas, se alegraba tanto y se comportaba con tal delicadeza y piedad con ellas que se turbaba cuando alguien no las trataba cortésmente. Hablaba con ellas, transfigurado de interna y externa. alegría, como si ellas supieran, comprendieran y hablaran de Dios, tanto que con frecuencia, en aquellos momentos, se extasiaba".
Los animales feroces se vuelven mansos
"Francisco se alegraba tanto con las criaturas por amor del Creador que el Señor, como consolación del espíritu y de la carne, volvía mansas a sus ojos a las que a los demás hombres se presentaban salvajes",
San Buenaventura recuerda que "realmente es de admirar la piedad del santo, que tuvo la admirable dulzura y tanta virtud que amansaba a las fieras, domesticaba a los animales salvajes, amaestraba a los domesticados y, en fin, atraía a su obediencia a la naturaleza de los brutos, rebeldes al hombre caído a causa del pecado".
"En el tiempo en que San Francisco moraba en la ciudad de Gubbio, apareció en la comarca un grandísimo lobo, terrible y feroz, que no sólo devoraba a los animales, sino también a los hombres; hasta el punto de que tenía aterrorizados a todos los habitantes, porque muchas' veces se acercaba a la ciudad. .. San Francisco movido a compasión de la ,gente del pueblo, quiso salir a enfrentarse con el lobo, desatendiendo los consejos de los habitantes, que querían a todo trance disuadirle . " Cuando he aquí que, a la vista de muchos de los habitantes, que habían seguido en gran número para ver este milagro, el lobo avanzó al encuentro de San Francisco con la boca abierta; acercándose a él, San Francisco le hizo la señal de la cruz, lo llamó a sí y le dijo: '¡Ven aquí, hermano lobo! Yo te mando de parte de Cristo, que no hagas daño ni a mí ni a nadie'. i Cosa admirable! Apenas trazó la cruz San Francisco. el terrible lobo cerró la boca, dejó de correr y, obedeciendo la orden, se acercó mansamente, como un cordero, y se echó a los pies de San Francisco... El lobo, con el movimiento del cuerpo de la cola y de las orejas y bajando la cabeza, manifestaba aceptar y querer cumplir lo que decía San Francisco. .. El lobo, obediente, marchó con él como manso cordero en medio del asombro de los habitantes.. . El lobo siguió viviendo dos años en Gubbio; entraba mansamente en las casas, de puerta en puerta, sin causar mal a nadie y sin recibirlo de ninguno. La gente lo alimentaba cortésmente, y, aunque iba así por la ciudad y por las casas, nunca le ladraban los perros. Por fin, al cabo de dos años, el hermano lobo murió de viejo; los habitantes lo sintieron mucho, ya que, al verlo andar tan manso por la ciudad, les traía a la memoria la virtud y la santidad de San Francisco".
Juan Bautista Montorsi
Juan Bautista Montorsi
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