sábado, 18 de septiembre de 2010

El retrato de la Virgen

San Ambrosio es uno de los santos más famosos de la antigüedad, uno de los escritores más originales e influyentes de la Iglesia. Era gobernador de la gran ciudad de Milán, cuando por aclamación del pueblo fue elegido obispo de esa misma ciudad. En el año 377 escribe a su hermana, religiosa en Roma, lo que se ha llamado “El retrato de la Virgen, escrito por San Ambrosio”. Dice así:


“¿Quién más noble que la Madre de Dios? ¿Quién más esplendorosa que aquella a quien ha elegido por madre el que es el esplendor eterno? ¿Quién más casta que la madre que ha traído a su Hijo al mundo permaneciendo Virgen? Ella era virgen pura no sólo en el cuerpo sino también en el espíritu. A ella nunca ningún pecado consiguió manchar su pureza, era humilde de corazón; reflexiva en sus resoluciones; prudente, discreta en palabras; ávida de leer y de oír la Palabra de Dios; no ponía su esperanza en las riquezas sino en la oración y en los favores que Dios concede a quienes ayudan a los pobres; aplicada al trabajo; tomaba por juez de su alma no lo que opinaban los demás sino lo que opina Dios; no trató nunca mal a nadie; era amable con todos; llena de respeto por los ancianos, sin envidia con los de su edad, modesta, razonable, amaba la virtud. Jamás ofendió a sus padres ni siquiera en su actitud. Nadie la veía en desacuerdo con sus parientes; no rechazaba al humilde, ni se burlaba del débil, ni evitaba al miserable. Solamente asistía a aquellas reuniones a las que le aconsejaba asistir la caridad y en las cuales no tuviera ningún peligro su modestia y castidad. Jamás nadie vio una dureza en su mirada, ni una falta en medida en sus palabras, ni una imprudencia en sus actos. No demostraba contrariedad en sus gestos ni insolencia en su voz; su actitud exterior era la imagen de la santidad de su alma. “El rostro descubre lo que se lleva en el alma”. El rostro de la Virgen era el retrato de su alma santísima.

Aunque era Madre del Señor, sin embargo, se dedicaba constantemente a aprender mandatos de Dios en la Sagrada Escritura. Ella, que había traído al mundo al Hijo de Dios, se dedicaba sin desfallecer a conocer cuál era la voluntad de Dios.

María es el modelo de la virginidad. La vida de la Virgen debe ser un ejemplo para todos. Si queremos obtener sus privilegios, procuremos imitarla en sus ejemplos. Cuántas virtudes resplandecen en una sola Virgen. Es la pureza perfecta. Es la fe inquebrantable. Modelo de devoción. En su hogar hija obediente, en la asamblea una ayuda del sacerdote; siempre y en todo lugar una madre con todos.


Ella toma bajo su cuidado a las personas que quieren conservar la virginidad y repite las palabras de su Hijo: “Padre Santo: he aquí que no se ha perdido ninguna persona de las que me has confiado”. “Yo las he preservado en tu nombre”. “No se podían salvar por sí solas, pero ellas me han conocido y yo me he manifestado a ellas”. Cuántos aplausos de alegría de los ángeles al ver que María toma el tamboril y conduce los corazones de las personas que quieren permanecer vírgenes y darán gracias por haber podido atravesar el mar del mundo sin zozobrar en sus remolinos. Y guiados por ella viajaremos por la vida cantando jubilosos. “Llegaré al altar, al altar de Dios, el gozo de mi juventud. Le ofreceré sacrificios de alabanza, porque Él fue mi salvación. Amén”.

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