martes, 8 de marzo de 2011

Es el ayuno anticuado?

Entre gentes de poca formación y de escasas prácticas religiosas  está muy difundida la idea de que, para ser buenos, hay que pasarlo mal y de que una  conducta recta lleva siempre consigo multitud de sinsabores y sufrimientos. A más santidad,  más cruz; a peor conducta, más placer. Estas personas, bautizadas y creyentes a su  manera, se confiesan católicos sin dificultad, conservan también a su modo una fe de la  infancia, mantienen frecuentes contactos con la Iglesia (bautizos, bodas, comuniones,  funerales, fiestas religiosas) y han oído campanas sobre la cruz de Cristo y las penitencias  de los santos; sobre la vía estrecha que conduce al Reino de los cielos. Pero si les  aseguras que son bienaventurados, o sea, felices, los pobres y los que lloran, no terminan  de creérselo.
Ni tampoco nosotros, al menos del todo. En una u otra medida nos ocurre a todos lo que  a los Apóstoles cuando Jesús les hablaba de que el Hijo del Hombre tenía que sufrir en  Jerusalén una muerte de cruz. "No quiera Dios, reaccionó Pedro, que esto te suceda" Por lo  que Jesús le reprendió y le llamó Satanás diciéndole: "Tú no sientes las cosas de Dios, sino  las de los hombres" (Mt. 16, 21-23). En efecto, para los hombres es duro de pelar eso del  sufrimiento y de la muerte. Por eso el Señor, en todos los anuncios de la Pasión, terminaba  diciendo "al tercer día resucitará".

El ayuno en la Biblia

La Cuaresma, bien lo sabemos, es un camino de penitencia y purificación hacia la  Pascua. Siempre con luz en el horizonte. Pero no cabe duda de que, desde los antiguos  profetas hasta el Bautista, y lo mismo Jesús y sus apóstoles, todos practicaron y  recomendaron el ayuno como camino de conversión y purificación, o de ofrenda a Dios sin  más, el caso de Jesús. El daba por descontado que los judíos de su tiempo practicaban el  ayuno, al decirles que, cuando lo hicieran, no se pusieran caritristes como los fariseos, sino  que se acicalaran y perfumaran (Mt. 5,17). Cierto que sus discípulos ayunaban menos que  los de Juan Bautista (Lc. 5,32), porque lo que más le iba a Jesús no era tanto la  materialidad de comer poco, cuanto otras renuncias más profundas y valiosas a las que se  referían también los profetas: " Sabéis qué ayuno quiero yo? Romper las ataduras de la  iniquidad etc..." (Is. 58, 6-14).
Ayunar, para los israelitas, era un modo de prepararse a los acontecimientos santos, o  de propiciarse el favor de Dios, cuando el creyente humilde o el pueblo como tal se sentían,  por sus pecados, indignos de Él. El caso más señalado es el de Nínive, ciudad  prevaricadora, cuyos habitantes, al conjuro del profeta Jonás, desde el rey hasta los  animales, practicaron un ayuno integral arrepintiéndose de sus pecados, logrando así que  Dios también se arrepintiera de su propósito de exterminarlos (Cf. Jon. 3).
Sin meternos en demasiadas honduras, puede decirse que el ayuno bíblico, sobre todo  en el Antiguo Testamento, no revestía el carácter de práctica ordinaria para educar la  voluntad y santificarse diariamente. Sí, en cambio, en la Historia de la Iglesia, donde los  monjes y las órdenes mendicantes lo practicaban como mortificación de los sentidos y  reparación por los pecados propios y ajenos, como imitación y comunión con la pasión  redentora de Jesucristo. En esta clave están pensadas todas las prácticas penitenciales,  incluidos los cilicios y disciplinas establecidos en las Reglas tradicionales de las Órdenes  religiosas.
El recuerdo de algunos excesos y, de las procesiones de disciplinantes, en la Edad  Media, junto con algunas corrientes de la sicología y de la antropología modernas, han  reducido notablemente también en la Iglesia este tipo de penitencias corporales, sin que  eso signifique que han perdido totalmente su sentido, ni un menosprecio hacia los que  todavía las practican. Siguen conmoviéndonos y edificándonos los que peregrinan a  Santiago, a Guadalupe o a otros santuarios, ya sea con los pies descalzos, ya hinchados y  sangrantes bajo las sandalias, tras recorridos extenuantes. Valga lo mismo para los  anónimos penitentes encapuchados que forman filas silenciosas, con una cruz a cuestas,  en las procesiones de Semana Santa, tras de los Cristos y las Dolorosas.

La penitencia cristiana
No es éste un tema sencillo, de los que se despachan de un plumazo. Después de la  Pasión dolorosa de Cristo, de todas sus palabras y ejemplos sobre el misterio de la Cruz;  después de una tradición de veinte siglos de espíritu y práctica penitencial en la Iglesia,  sería frívolo pasarse con armas y bagajes a las huestes de la posmodernidad, dando por  definitivo que el sufrimiento físico o moral carece de sentido y sumándonos alegres a la  cultura, no del bien-ser, sino del bien-estar. No ignoro que la sicología, la antropología, y  mucho más una teología más positiva de lo humano, tengan alguna palabra que decir en  esta materia.
De hecho, el ayuno obligatorio en la Iglesia ha quedado hoy reducido a dos días al año,  el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. La abstinencia de carne no es ni sombra de lo  que era y es sustituible por una obra buena todos los viernes no cuaresmales. Creo, no  obstante, que se mantienen por dos motivos, a mi juicio muy justificados, ambos con  carácter de signo: su sintonía con la gran tradición de la Iglesia y su denuncia simbólica de  que no sólo de pan vive el hombre. Bien; y con esto queda abolida, arrumbada incluso, la  dimensión penitencial de la vida cristiana? Contesto, en sentido contestatario, que  absolutamente no. Pienso más bien, que se nos dispensa de eso porque se nos exige  mucho más.
Ante todo, la Iglesia de hoy, con el profeta Joel y con Jesús, nos exige que rasguemos  nuestros corazones en lugar de nuestros vestidos; que ayunemos de nuestras malas obras,  en lugar de hacerlo de un pan que nos sobra y, para más inri, que nos engorda. El ayuno  no ha desaparecido del mundo. Lo que pasa es que se manifiesta con una de estas tres  fórmulas, tan actuales como inquietantes y extendidas: Una, el atroz ayuno involuntario de  una cuarta parte de la humanidad en la llamada geografía del hambre; dos, el ayuno  dietético de las y los que no quieren ganar peso, incluso hasta la anorexia; y tres, las  llamadas huelgas de hambre, con carácter de contestación y presión, ante acciones u  omisiones públicas que los abstinentes quieren modificar. Cada uno de estos tres ayunos  nos interpela a su manera: el hambre en el mundo para sacudir nuestra conciencia de  estómagos satisfechos; las dietas de adelgazamiento, en lo que tienen de legítimo y en lo  que encubren de obsesivo y egocéntrico; las huelgas de hambre, con sus motivaciones casi  siempre altruistas y sus excesos de autocastigo.

Austeridad solidaria

Saben qué modelos de ayuno pueden considerarse como más indicados para conjugar  la tradición judeocristiana con la sensibilidad de hoy o, mejor, con los signos de los  tiempos? Pues, considero acertados el Día del ayuno voluntario de "Manos Unidas",  comiendo de ayuno y destinando el sobrante a la Campaña; o las cenas contra el hambre,  en las que se ofrece un menú frugal y se paga uno caro. Pero, lo más consistente y  significativo es adoptar la austeridad como estilo de vida, aunque se tengan medios para  más. Ayuno cristiano es la privación voluntaria, evangélica y solidaria, del consumo de  bienes materiales, a imitación del Maestro, en beneficio de los pobres y por vivencia  anticipada del Reino de Dios.
+Antonio MONTERO
Arzobispo de Mérida-Badajoz

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