domingo, 29 de abril de 2012

La gran obra de PapaDios.

EL hombre...

Cuentan que cuando Dios quiso consumar la Creación hizo al ser humano. Pensó en realizar algo que fuera especial, que llevara algo de sí mismo y también fuera obra de la misma naturaleza creada. Así fue como en un gesto genial tomó tierra entre sus manos y comenzó a enamorarse con lo que iba hacer.
                Comenzó a modelar lentamente. Primero comenzó por los pies, quería que las personas siempre tuviéramos los pies firmes en la tierra y supiésemos siempre no sólo dónde pisábamos sino qué pisábamos. Hizo las piernas fuertes para soportar sobre ellas el peso de la genialidad que guardaba para el final. El tronco, los brazos y las manos vinieron a continuación, éstas últimas con capacidad para acoger y acariciar con ternura y delicadeza. Luego el cuello, la cara y todos sus matices. En el rostro guardó algo que sólo pudiera ser reconocido por otra persona, de modo que siempre nos pudiéramos reconocer los unos en los otros. Así la mirada se tornó en un guiño de Dios hacia lo humano.
Para el final dejó el pecho y el corazón. Sobre este último se detuvo largo rato, quería que tuviese algo propio de su ser divino y, sin darse cuenta, le regaló la fragancia de sus manos que quedó guardada en el corazón para siempre. Desde ese instante, el primer ser humano se sintió libre, henchido de la misma libertad con la que Dios había tenido el amor de crearlo.
                Desde entonces todas y todos los que habitamos este hermoso planeta tenemos un aroma que nos identifica, que nos permite ser y decidir lo que somos. Desde aquel primer día anhelamos un amor enraizado en la libertad más absoluta. Tal vez por eso, por ese sueño aún no realizado, sacrificamos nuestra libertad para conquistar algo que llamamos amor y que se aleja inevitablemente de lo que añora nuestro corazón.

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