martes, 15 de mayo de 2012

La Oración puede cambiar el curso de los acontecimientos: casos concretos ( 8 )

EL PADRE PIO,  LA MADRE TERESA DE CALCUTA,  DON BOSCO Y  DON ORIONE nosa enseñan acerca de esta realidad poco valorada  pero de un valor incalculable...




En la vida del SANTO PADRE PÍO DE PIETRELCINA se cuenta que, muchas veces, tenía problemas para pagar los gastos de los obreros y de las obras de gran complejo hospitalario de la Casa Sollievo della Sofferenza, que se estaba construyendo en San Giovanni Rotondo, al sur de Italia. Pero él siempre confiaba en la providencia divina y nunca fue defraudado. Guglielmo Sanguinetti o Carlo Kisvarday, que eran sus íntimos colaboradores, eran testigos de cómo, con frecuencia, en los últimos momentos venía una ayuda por correo o algún bienhechor se hacía presente. Nunca faltó lo esencial para solucionar los problemas más urgentes. Por eso, el confiar en la providencia divina es siempre un buen negocio, pues Dios nunca se va a dejar ganar en generosidad ni permitirá que seamos defraudados. A veces, puede tardar, para hacernos sentir más la necesidad de acudir a Él, pero, al final, siempre cumple su promesa y siempre acude en nuestro socorro en todas nuestras necesidades.
LA BEATA MADRE TERESA DE CALCUTA
Decía muchas veces: En lo que atañe a los bienes materiales, nosotras dependemos por completo de la providencia de Dios. Jamás nos hemos visto obligadas a rechazar a alguien por falta de medios. Siempre ha habido una cama más, un plato más. Porque Dios se ocupa de sus hijos pobres…
En Calcuta damos de comer cada día a 10.000 enfermos. Un día vino la hermana encargada de la comida y me dijo: -Madre, no tenemos nada para dar de comer a tanta gente.
Yo me sentí muy sorprendida, porque era la primera vez que ocurría algo así. Pero, a las nueve de la mañana, llegó un camión abarrotado de pan. Todos los días el gobierno daba a los niños de las escuelas pobres un trozo de pan y un vaso de leche. No sé por qué razón, las escuelas de la ciudad, aquel día, permanecieron cerradas y todo el pan nos lo enviaron. Como ven, Dios había cerrado las escuelas, porque no podía permitir que nuestras gentes se quedasen sin comida. Y fue la primera vez que pudieron comer pan de buena calidad hasta saciarse por completo.
Un día no teníamos absolutamente nada para cenar. Y no nos faltaba apetito. Inesperadamente, se presentó una señora a la que ninguna de nosotras conocíamos. Nos dijo: “No sé por qué, pero me he sentido empujada a traerles estas bolsas de arroz. Espero que les sean útiles”. Al abrirlas, nos dimos cuenta de que contenían, exactamente, lo que necesitábamos para la cena.
Cuando abrimos nuestra primera casa en Nueva York, el cardenal Cooke parecía muy preocupado por el mantenimiento de las hermanas y decidió asignar una cantidad mensual a este fin. Yo no quería ofenderle, pero, al mismo tiempo, tenía que explicarle que nosotras dependemos de la divina providencia, que jamás nos ha faltado. Por eso, al término de la conversación, le dije, medio en broma: Eminencia, ¿acaso piensa que va a ser justamente en Nueva York, donde Dios tenga que declararse en quiebra?
En una oportunidad, buscábamos una casa en Londres para abrir nuestro noviciado europeo. Tropezamos con numerosas dificultades. Tras no pocas gestiones inútiles, se nos informó que una señora inglesa disponía de lo que nosotros necesitábamos. Ella nos dijo: “Ciertamente, tengo una casa a la venta, pero cuesta 6.500 libras esterlinas a pagar al contado”.
Durante varios días, dos hermanas dieron vueltas por la ciudad, haciendo visitas, dando conferencias, hablando por radio… Y empezaron a llegar donaciones. Una noche, las hermanas se decidieron a contar lo que había llegado: Eran exactamente 6.500 libras esterlinas. Y, a la mañana siguiente, compramos la casa .
Nuestra confianza en la providencia se resume en una firme y vigorosa fe en que Dios puede ayudarnos y nos ayudará. Que puede, es evidente, porque es omnipotente; que lo hará es cierto, porque lo prometió en muchos pasajes del Evangelio y Él es infinitamente fiel a sus promesas…
Un señor muy rico quería darnos mucho dinero, pero puso la condición de que la cuenta, que pondría en el banco, no debería ser tocada. Sería como un seguro para nuestro trabajo. Le contesté diciéndole que antes de ofender a Dios, prefería ofenderle a él, aunque estaba agradecida por su generosidad. No podía aceptar su dinero, porque todos estos años Dios ha cuidado de nosotras y el seguro de su dinero restaría vida a nuestro trabajo. Sería como desconfiar de la providencia. Por otra parte, no podría tener dinero en el banco, mientras hubiese gente que estuviera pasando necesidad.
Parece ser que la carta le impresionó, porque antes de morir, nos envió una suma muy importante de dinero. En resumidas cuentas, nos entregó toda su fortuna.
En México, con motivo de la campaña de Navidad, las hermanas preparaban las despensas o bolsas de alimentos para entregárselas a las familias pobres. La fábrica de Pan Bimbo se había comprometido a enviar todo el pan necesario para incluirlo en las bolsas. Apenas pasado el día de Navidad, se presentó el gerente de Pan Bimbo, totalmente avergonzado y confuso por no haber cumplido con su compromiso. Pedía mil disculpas por un olvido tan lamentable. La hermana que le atendió le contestó:
-Señor, trajeron pan y en abundancia.
-Imposible, de la fábrica no sale ni una miga de pan sin mi permiso.
-Bueno, habrá otro gerente, que se cuida de que en la Navidad no les falte el pan a sus hijos más pobres.
Hace unos días, llegó un hombre a nuestra Casa madre y me dijo: “Madre, mi única hija se está muriendo. El doctor le ha recetado una medicina que no puede obtenerse en la India, sino en el extranjero. Madre, suplicaba, haga algo por mi hija antes de que muera”. Estábamos hablando, cuando se presentó otro señor con un cajón de medicinas en sus brazos. Y, justamente, en la parte superior de la caja, estaba la medicina que el papá necesitaba para su hijita. Si la medicina hubiera estado más abajo o el señor hubiera llegado antes o después, no la hubiéramos encontrado. Fue precisamente en ese momento, cuando todo tuvo que suceder. Esto me hizo pensar que entre los millones de niños que hay en el mundo, Dios tenía tiempo para cuidar de aquella pequeñita, perdida en los barrios de Calcuta. He ahí el amor tierno de nuestro Padre Dios, manifestado a una pobre criatura de Calcuta.
El Padre Pedro Arribas dice que un día hablaba con la Madre Teresa sobre un proyecto para niños abandonados en Caracas. Ante mis dudas por la dificultad de encontrar un terreno apropiado en una zona superpoblada, me cortó diciendo: Padre, no se preocupe, que si Dios lo quiere, el terreno lo encontrará. Tenga fe y comience a buscarlo. A la semana siguiente, inesperadamente, teníamos la donación de un terreno de seis hectáreas en el corazón de la zona deseada.
SAN JUAN BOSCO tiene una vida llena de anécdotas sobre la providencia. A principios de 1858, Don Bosco tenía que pagar una gruesa deuda para el 20 de enero y no poseía ni un céntimo. Estaban ya a 12 del mes y no se veía ninguna solución. En tales estrecheces, Don Bosco dijo a algunos jóvenes: “Hoy iré a Turín y vosotros, durante el tiempo que esté fuera, turnaos uno a uno delante del sagrario rezando”.
 Mientras Don Bosco caminaba por Turín, se le acercó un desconocido y tras el saludo le preguntó:
-Don Bosco, ¿necesita Ud. dinero?
-Ya lo creo.
-Si es así, tome; y le ofreció un sobre con varios billetes de mil, alejándose con premura. Era un rasgo de la providencia y Don Bosco mandó inmediatamente que se pagara a su acreedor.
Un día de 1859, Don Bosco bajó al refectorio, no para comer, sino para salir. Les dijo: “Hoy no puedo comer a la hora acostumbrada. Necesito que, cuando salgáis del comedor, haya siempre uno de vosotros hasta las tres con algún chico escogido entre los mejores, rezando ante el Santísimo sacramento. Esta tarde, si obtengo la gracia que nos es necesaria, os explicaré la razón de mis plegarias”.
Don Bosco volvió al atardecer y dijo, respondiendo a las preguntas: “Hoy a las tres, vencía un compromiso serio con el librero Paravia de 10.000 liras. También urgían otras deudas, que alcanzaban también otras 10.000 liras. He salido en busca de la providencia sin saber a dónde iba. Al llegar a la Consolata, entré y rogué a la Virgen que me consolara. Al llegar a la iglesia de santo Tomás, se me acerca un señor muy bien vestido que me dice:
-¿Usted es Don Bosco?
-Sí, para servirle.
-Mi patrón me ha encargado que le entregue este sobre. Hubo suficiente para que pagara todas las deudas urgentísimas”.
Un día de 1860, después de la misa, no había para dar a cada chico el panecillo para el desayuno. Ese día, no había pan en casa y el panadero ya no quería fiar más hasta que no le pagaran lo que le debían. Entonces, Don Bosco dijo a dos chicos:
-Id a la despensa y juntad todo el pan que encontréis y todo lo que podáis hallar en los comedores.
Había muy poquitos panecillos y no alcanzaban para todos. Don Bosco, después de confesar, se dirigió a distribuir los panecillos. El cesto del pan tenía unos quince panecillos. Y Don Bosco se puso a distribuirlos a unos cuatrocientos jóvenes. Al terminar, quedaba la misma cantidad que al principio. Éste es el milagro de la multiplicación de los panes. En otra oportunidad, fue la multiplicación de las castañas o la multiplicación de las hostias consagradas hasta en 4 oportunidades. En todos estos milagros, Dios, con su providencia, premiaba la fe de Don Bosco y lo socorría en sus necesidades.
En julio de 1885, el cardenal Alimonda, que era su amigo, fue a visitarlo a Mathi y le preguntó:
-¿Cómo andan sus finanzas?
-Hoy mismo debo pagar 30.000 liras y no las tengo.
-¿Cómo se las arreglará?
-Espero en la providencia. Acaba de llegarme una carta certificada, veamos lo que hay dentro. Abierto el sobre, apareció un talón bancario de 30.000 liras. Al cardenal se le saltaron las lágrimas.
El 23 de febrero de 1887, el terremoto castigó a la casa de Vallecrosia. Un ingeniero hizo la evaluación de las reparaciones, que hacían falta, y presentó un presupuesto por 6.000 liras. Don Bosco confió en la providencia. Después de comer, entró el conde Maistre, antiguo bienhechor de Don Bosco, y le dijo:
-Mi tía me ha encomendado darle para sus obras 6.000 liras.
Don Bosco, conmovido, presentó al conde el informe del ingeniero diciendo:
-Vea cómo María Auxiliadora ha inspirado a su tía. Transmítale nuestra gratitud por la generosa providencia.
SAN LUIS ORIONE
Es otro gran santo de la divina providencia. Fundó la pequeña obra de la divina providencia para educar a la juventud y atender a los más necesitados. También fundó Congregaciones de religiosos y religiosas, para que continuaran su obra.
Un día, Don Orione estaba especialmente apretado por las deudas, ya no le querían fiar el pan ni otros alimentos para sus niños necesitados. Todos rezaron a san José con fervor. Y, durante la novena, se presenta un señor, que quería hablar con él. Era joven, con barba rubia. Le dijo: ¿Ud. es el superior? Aquí está una ofrenda para Ud.
-Pero ¿hay que celebrar alguna misa o debo hacer algo por Ud.?
-No, solamente continuar rezando.
Hizo una venia con la cabeza y se retiró. Todavía no salía de su asombro Don Orione, cuando algunos presentes dijeron que aquel hombre tenía un algo celestial. Y, entonces, apenas tres minutos después, salieron tras sus pasos, pero ya no lo vieron más. Algunos decían que era el mismo san José, a quien le estaban rezando. Lo cierto es que le dio la cantidad suficiente para pagar las deudas más grandes y más urgentes y le dejó con un alivio enorme en su corazón.
Un día de 1900, le regalaron un par de zapatos nuevos. Tuvo que acompañar a un médico, que no era creyente, en una visita a un enfermo. Mientras el médico visitaba al enfermo, se le acercó un mendigo y le pidió algo. Don Orione no lo pensó dos veces y le dio sus zapatos nuevos y se quedó sin zapatos. Cuando regresó el médico, le reprendió, pero se quedó admirado de aquella acción. Años después, en 1924, este mismo médico fue asaltado por un delincuente que le disparó y lo dejó entre la vida y la muerte. En el hospital, tanto el capellán como las religiosas, le insinuaban la idea de confesarse, pero él no quería. Finalmente, manifestó su deseo de confesarse con Don Orione. Don Orione llegó desde Roma, donde se encontraba, y lo confesó y le dio la comunión. Y decía: En la economía de la providencia, incluso un par de zapatos regalados pueden servir para la conquista de un alma.
El año 1922, quería Don Orione comprar una hermosa propiedad, que costaba 400.000 liras, pero no tenía ni un céntimo. Como siempre, empezó a rezar por esta intención y también buscó ayudas humanas. Fue en busca de una viejecita millonaria, que vivía sola y sin familia, a ver si le podía ayudar en aquella circunstancia; pero la señora, que era muy avara, no le dio más que 30 liras para una misa y lo despidió de mala manera.
Él no se desanimó y siguió orando. Al día siguiente, volvió donde la anciana para decirle que ya había celebrado misa. Pero ella lo despidió de peor manera y le dijo que no la volviera a molestar más. Entonces, empezó a acudir a todos los santos, sobre todo a la Virgen María, de quien era tan devoto. Una tarde se fue al cementerio a rezar rosarios a las almas benditas, para pedirles ayuda. A los tres días, vino la viejecita a su casa, gritándole: Ud quiere matarme, ¿cómo es posible que Ud, un sacerdote, se meta en mi habitación por las noches y me esté mirando con esos ojos como si yo fuera un demonio?
La señora llevaba tres días sin dormir, porque decía que, por las noches, Don Orione entraba en su habitación y, sin decirle nada, la miraba fijamente. Trató de asegurarle que no era él, que, además, no podría entrar, teniendo ella la puerta cerrada. Pero ella le dijo: Si Ud. me deja dormir tranquila y no viene más a mi habitación, le daré 150.000 liras. Aceptó y comprendió que quien se le aparecía era un alma del purgatorio.
El 9 de abril de 1929 le robaron sus documentos, mientras rezaba en una iglesia. Le habían robado el permiso para viajar gratis en tren y tuvo que acudir al Ministerio correspondiente para pedir un nuevo permiso. Después de algunas esperas y trámites, el jefe de la oficina se quedó tan admirado de su comportamiento y de sus palabras que le pidió confesión y, a continuación, lo hizo también otro segundo empleado. Y decía Don Orione: Dios permite el mal para sacar el bien. Dios permitió que me robasen para darme la ocasión de salvar dos almas. ¡Que se vaya el dinero y que vengan las almas!.
Un día en que tenía grandes deudas, fue a visitar a un millonario, que era conocido por su escandalosa vida. Don Orione le habló de sus obras y necesidades. Aquel hombre le dio 200.000 liras y él decía: La providencia también se sirve de pecadores, que quieren convertirse.
Fuente: en base al libro La Providencia de Dios, del Padre Ángel Peña O.A.R.

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