ORIGEN DE LA COSTUMBRE
Ya desde el siglo V algunos Padres apoyaban la tesis de que este ayuno de cuarenta días era una institución apostólica. Por ejemplo, San León (+ 461) exhorta a sus oyentes a abstenerse para que “puedan cumplir con su ayuno la institución apostólica de los cuarenta días”- ut apostolica institutio quadraginta dierum jejuniis impleatur (P.L., LIV, 633)- ,y el historiador Sócrates (+ 433) y San Jerónimo (+ 420) utilizan un lenguaje parecido. (P.G., LXVII, 633; P.L., XXII, 475).
Mas los mejores eruditos modernos rechazan casi unánimemente esta posición. En los documentos existentes de los primeros tres siglos encontramos una diversidad de prácticas en lo tocante al ayuno anterior a la Pascua, e incluso una gradual evolución de su período de duración. El pasaje más importante es uno citado por Eusebio de Cesárea (Historia Ecclesiastica V, 24) de una carta de San Ireneo al Papa Víctor con relación a la Controversia de Pascua. En él, Ireneo dice que no sólo existe una controversia acerca de la fecha de observancia de la Pascua, sino también acerca del ayuno preliminar. “Pues- continúa- algunos piensan que hay que ayunar durante un día, otros que durante dos, y otros que durante varios, e incluso otros aceptan que afirman que deben hacerlo durante cuarenta horas continuas, de día y de noche”. Él mismo afirma que esta variedad de formas tiene un origen muy antiguo, lo que significa que no hay tradición apostólica sobre ese asunto. Rufino, que tradujo a Eusebio al latín a fines del siglo IV, parece haber interpolado signos de puntuación en ese pasaje para hacer decir a Ireneo que algunas personas ayunaban cuarenta días. Originalmente la lectura apropiada del texto fue tema de debate, pero la crítica actual (Cfr. la edición de Schwartz comisionada por la Academia de Berlín) se pronuncia fuertemente a favor del texto cuya traducción fue presentada más arriba. Podemos, así, concluir que en el año 190 Ireneo no sabía de ningún ayuno pascual de cuarenta días.
La misma conclusión se puede obtener respecto al lenguaje de Tertuliano, de unos pocos años después. Éste, en sus escritos como montanista, contrasta el tiempo breve del ayuno católico (i.e. “los días cuando el novio les será arrebatado”, que probablemente se referían al Viernes y Sábado Santos) con el más largo, aunque aún restringido, de una quincena, que era observado por los montanistas. Obviamente se refería a un ayuno muy estricto (xerophagiæ: ayuno seco), pero no hay indicación alguna en sus escritos- aunque escribió todo un tratado “De jejunio” y con frecuencia toca el asunto en otras obras- que estuviese familiarizado con algún período de cuarenta días consagrados a ayunar más o menos continuamente (Véase Tertuliano, “De jejunio”, II y XIV; “De Oratione”, XVIII, etc.).
Sin excepción alguna, los Padres pre-nicenos guardan el mismo silencio en torno a ese tipo de ayuno, a pesar de que muchos de ellos pudieron haberlo mencionado si hubiese sido una institución apostólica. No existe, por resaltar unos ejemplos, mención alguna de la Cuaresma en San Dionisio de Alejandría (Ed. Feltoe, 94 ss.) ni en la “Didascalia”, fechada por Funk en las cercanías del año 250. Empero, ambos hablan abundantemente del ayuno pascual.
Existen datos que sugieren que la Iglesia de la Era Apostólica celebraba la Resurrección de Cristo no con una festividad anual, sino semanal (Véase, “The Month”, abril 1910, 377 ss). De aceptarse esos datos, la liturgia dominical constituía el recuerdo semanal de la Resurrección, y el ayuno del viernes, el de su Pasión.
Esa teoría ofrece una explicación natural a la amplia divergencia que hallamos en la mitad final del siglo II en lo tocante al tiempo adecuado para observar la Pascua y a la manera del ayuno pascual. Había consenso total en cuanto a la observancia semanal del domingo y del viernes, por ser algo primitivo, pero la fiesta anual de la Pascua constituía algo impuesto por el proceso natural de desarrollo, influenciado en gran parte por las condiciones de cada iglesia, tanto en Occidente como en Oriente. No sólo eso, sino que a una con la fiesta de la Pascua parece haberse introducido un ayuno preparatorio, para conmemorar la Pasión o, dicho de otro modo: “los días en los que les sería arrebatado el novio”. Ese ayuno de modo alguno se prolongaba más de una semana, aunque sí era muy estricto.
Como haya sido, encontramos ya en los albores del siglo IV la primera mención del término tessarakoste. Aparece en el quinto canon del Concilio de Nicea (325 d.C.), donde se considera el tiempo apropiado para llevar a cabo un sínodo; se puede pensar que se refiere a una festividad, como la Ascensión o la Purificación, llamada quadragesima de Epiphania por Ætheria, y no a un período determinado de tiempo.
Mas no debemos olvidar que el vocablo antiguo, pentekoste (Pentecostés), que originalmente significó el quincuagésimo día, había llegado a convertirse en el nombre de todo el período (al que deberíamos llamar tiempo pascual) que va del Domingo de Pascua hasta el de Pentecostés (Cfr. Tertuliano, “De idolatria”, XIV: “pentecosten implere non poterunt”). Como quiera que sea, sí hay seguridad de que, de acuerdo a las “Cartas Festales” de San Atanasio, que en el año 331 este santo impuso a su grey un ayuno preliminar de cuarenta días.
Este ayuno era aparte del de la Semana Santa, mucho más estricto. Ese mismo Padre, el año 339, habiendo viajado a Roma y por gran parte de Europa, escribió a la gente de Alejandría en palabras muy fuertes para ordenarle que lo observase, siendo como era ya de observancia universal, “para que cuando todo el mundo está ayunando, no seamos nosotros el hazmerreír por ser quienes vivimos en Egipto los únicos que en vez de ayunar nos dedicamos al placer”. Si bien Funk primeramente sostuvo que la Cuaresma de cuarenta días no se conoció en Occidente antes de la época de San Ambrosio, no podemos desechar esa evidencia.
DURACIÓN DEL AYUNO
El ejemplo de Moisés, Elías y Cristo debe haber constituido una gran influencia al fijar el tiempo de cuarenta días. Aunque también es posible que se reflexionara en el hecho de que Cristo duró cuarenta horas en la tumba (actualmente, siguiendo la tradición, la atención se pone más sobre los 40 años de Israel en el desierto y los cuarenta días de ayuno
de Jesucristo en el desierto al inicio de su vida pública. Cfr. número 540 del Catecismo de la Iglesia Católica, de 1992, N.T.).
Por otra parte, así como Pentecostés (cincuenta días) era el período durante el cual los cristianos se regocijaban y oraban de pie, a pesar de no estar siempre dedicados a esa oración, del mismo modo la Cuadragésima (cuarenta días) era originalmente un tiempo caracterizado por el ayuno, pero no significaba ello que los fieles deberían ayunar a todo lo largo del mismo. (Eusebio de Ceárea, en el año 332, en el texto mencionado más arriba, escribe lo siguiente acerca del significado de la Cuaresma, su ayuno y las festividades post-pascuales: “Después de Pascua, pues, celebramos Pentecostés durante siete semanas íntegras, de la misma manera que mantuvimos virilmente el ejercicio cuaresmal durante seis semanas antes de Pascua.
El número seis indica actividad y energía, razón por la cual se dice que Dios creó el mundo en seis días. A las fatigas soportadas durante la Cuaresma sucede justamente la segunda fiesta de siete semanas, que multiplica para nosotros el descanso, del cual el número siete es símbolo”, N.T.). De todos modos, para muchas comunidades ese principio no era siempre bien entendido y el resultado de ello era una diferencia en la práctica.
En la Roma del siglo V, la Cuaresma duraba seis semanas, pero según el historiador Sócrates, sólo tres de ellas se dedicaban al ayuno y de ellas quedaban excluidos los sábados y domingos y, si confiamos en la opinión de Duchesne, esas semanas no eran continuas, sino la primera, cuarta y quinta de la serie, por su relación con las ordenaciones (Christian Worship, 243). Muy posiblemente, sin embargo, esas semanas tenían que ver con los “escrutinios” preparatorios del bautismo, ya que, según algunas autoridades (e.g., A.J. Maclean en “Recent Discoveries”), la obligación de ayunar junto con los candidatos al bautismo es resaltada como la influencia principal para el desarrollo de los cuarenta días.
Empero, en todo el Oriente, con algunas excepciones, prevaleció el formato explicado en las “Cartas Festales” de San Atanasio y que cundió en Alejandría, a saber: las seis semanas de la Cuaresma eran sólo la preparación para un ayuno sumamente estricto que se observaba durante la Semana Santa. (Acerca del sentido del ayuno cuaresmal, San Atanasio, en una de esas “cartas festales” enseña lo siguiente: “Cuando Israel era encaminado hacia Jerusalén, primero se purificó y fue instruido en el desierto para que olvidára las costumbres de Egipto.
Del mismo modo, es conveniente que durante la santa cuaresma que hemos emprendido procuremos purificarnos y limpiarnos, de forma que, perfeccionados por esta experiencia y recordando el ayuno, podamos subir al cenáculo con el Señor para cenar con él y participar en el gozo del cielo. De lo contrario, si no observamos la cuaresma, no nos será licito ni subir a Jerusalén ni comer la pascua”. N.T.). Esto queda confirmado por la “Constituciones Apostólicas” (V, 13) y presupuesto por San Juan Crisóstomo (Homiliae, XXX sobre Gn 1). Habiendo sentado ya sus reales, el número cuarenta produjo otras modificaciones.
A algunos les pareció necesario que no solamente hubiera ayunos a lo largo de los cuarenta días, sino que fueran cuarenta días de ayuno. De ese modo encontramos que Ætheria, en su “Peregrinatio”, habla de que en Jerusalén se tenía una Cuaresma de ocho semanas, de las que, excluidos sábados y domingos, nos da cinco veces ocho, i.e., cuarenta días de ayuno. En otras localidades, por otro lado, la gente se contentaba con un tiempo no mayor de seis semanas, ayunando únicamente cinco días a la semana, como ocurría en Milán, a la usanza oriental (Ambrosio, “De Elia et Jejunio”, 10).
En tiempos de Gregorio Magno (590-604) en Roma se utilizaban seis semanas de cinco días cada una, haciendo un total de 36 días de ayuno, las que San Gregorio, seguido después por muchos autores medievales, describe como el diezmo espiritual del año, ya que 36 días equivalen aproximadamente a la décima parte de 365.
Más tarde, el deseo de cuadrar perfectamente los cuarenta días llevó a la práctica de comenzar la Cuaresma a partir de nuestro actual Miércoles de Ceniza, aunque la iglesia de Milán, hasta el día de hoy se adhiere al formato primitivo, que aún se nota en el Misal Romano cuando el celebrante, durante la Misa del primer domingo de Cuaresma, habla de “sacrificium quadragesimalis initii”, el sacrificio del inicio de la Cuaresma (La versión actual española de la oración sobre las ofrendas para ese domingo dice: “…el santo tiempo de la Cuaresma, que estamos iniciando.”, N.T.)
NATURALEZA DEL AYUNO
La divergencia respecto a la naturaleza del ayuno tampoco fue menor. Por ejemplo, el historiador Sócrates (Historia Ecclesiatica, V, 22) nos describe la práctica del siglo V: “Algunos se abstienen de cualquier tipo de creatura viviente, mientras que otros, de entre todos los seres vivos solamente comen pescado. Otros comen aves y pescado, pues, según la narración mosaica de la creación, estos últimos también salieron de las aguas. Otros se abstienen de comer fruta cubierta de cáscara dura y huevos. Algunos sólo comen pan seco, otros, ni eso. Y algunos, después de ayunar hasta la hora nona (15:00 horas), toman alimentos variados”.
En medio de tal diversidad no faltó quien se inclinara por los extremos del rigor. Epifanio, Paladio y el autor de “La vida de Santa Melania la Joven” parecen ser testigos de un orden de cosas en el que el cristiano ordinario debía pasar 24 horas o más sin alimento alguno, sobre todo durante la Semana Santa, y los más austeros subsistían a lo largo de la Cuaresma con una o dos comidas semanales exclusivamente (Cfr. Rampolla, “Vita di S. Melania Giuniore”, apéndice XXV, p. 478).
La regla ordinaria del ayuno, sin embargo, consistía en tomar una comida al día, en la tarde, con la total prohibición de tomar, en los primeros siglos, carne y vino. En la Semana Santa, o al menos el Viernes Santo, era común hacer el ayuno llamado xerophagiæ, i,e., una dieta de alimentos secos, pan, sal y vegetales. No parece que hubiesen estado originalmente prohibidos los lacticinia, como parece corroborar el citado pasaje de Sócrates. Más aún, en una época posterior, Beda nos habla del obispo Cedda, quien en Cuaresma sólo hacía una comida al día, consistente en un poco de pan, un huevo de gallina y un poco de leche mezclada con agua” (Historia Ecclesiastica III, 23).
Por el contrario, Teodulfo de Orleans, en el siglo VIII, consideraba la abstinencia de huevos, queso y pescado como señal de una virtud excepcional. San Gregorio, en una carta a San Agustín de Inglaterra, fija la norma: “Nos abstenemos de carne y de todo aquello que viene de la carne, como la leche, el queso y los huevos”. Esta decisión quedó después incorporada al “Corpus Juris”, y se considera ya como ley general en la Iglesia. Pero fueron aceptadas ciertas excepciones, y con frecuencia se concedían dispensas para consumir “lacticinia”, a condición de dar alguna contribución a una obra de caridad.
Tales dispensas eran conocidas en Alemania como Butterbriefe (Cartas de, o acerca de, la mantequilla; Butter significa mantequilla en alemán. N.T.), y se dice que varios templos fueron construidos con las sumas recogidas de esa manera. Una de las torres de la catedral de Rouen era conocida, por esa razón, como la “Torre de la Mantequilla”. Esta prohibición de comer huevos y leche en Cuaresma se ha perpetuado en la costumbre popular de bendecir o regalar huevos de Pascua y en la costumbre inglesa de comer pastelillos el Martes de Carnaval.
RELAJAMIENTO DEL AYUNO CUARESMAL
Por lo dicho antes podemos afirmar que en la temprana Edad Media, a lo largo de la mayor parte de la Iglesia Occidental, la Cuaresma consistía en cuarenta días de ayuno, y seis domingos. Desde el inicio de esa temporada, hasta su final, quedaban prohibidos la carne y los “lacticinia”, incluso los domingos, y durante los días de ayuno sólo se hacía una comida al día, la que no podía realizarse antes de oscurecer.
Pero ya en una época muy temprana (encontramos la primera mención de esto en Sócrates), se comenzó a tolerar la práctica de romper el ayuno a la hora de nona, o sea a las tres de la tarde. Sabemos, en particular, que Carlomagno, alrededor del año 800, tomaba su refacción cuaresmal a las 2 de la tarde. Este gradual adelanto de la hora de cenar se facilitó por el hecho de que las horas canónicas de nona, vísperas, etc., más que representar puntos fijos de tiempo, representaban espacios de tiempo. La hora novena, o nona, estrictamente significaba las tres de la tarde, pero el oficio de nona podía ser recitado a la misma hora de sexta, que, lógicamente, correspondía a la hora sexta, mediodía.
De tal modo, se llegó a pensar que la hora nona empezaba a mediodía, y ese punto de vista se ha conservado en la palabra inglesa noon, que viene a significar el tiempo entre mediodía y las tres de la tarde. La hora de romper el ayuno cuaresmal era después de vísperas (el ritual vespertino), pero gracias a un proceso gradual, el rezo de vísperas se anticipó más y más hasta que se reconoció oficialmente el principio, vigente hasta hoy día, de que las vísperas de Cuaresma podrían ser rezadas a mediodía. De ese modo, si bien el autor del “Micrologus” del siglo XI aún afirmaba que quienes tomaran alimentos antes del anochecer no ayunaban de acuerdo a los cánones (P.L., CLI, 1013), ya para los inicios del siglo XIII algunos teólogos, como el franciscano Richard Middleton, quien basa su decisión en la usanza de su tiempo, afirma que aquel hombre que cene a mediodía no rompe el ayuno cuaresmal.
Todavía más material fue el relajamiento causado por la introducción de la “colación”. Esta perece haber comenzado en el siglo IX, cuando el Concilio de Aix la Chapelle autorizó la concesión, aún para los monasterios, de un trago de agua u otra bebida al atardecer para aquellos que estuviesen fatigados por el trabajo manual del día. De este pequeño inicio se desarrolló una mayor indulgencia. El principio de la parvitas materiae, o sea, que una cantidad pequeña de alimento no rompe el ayuno mientras no sea tomada como parte de una comida, fue adoptado por Santo Tomás de Aquino y otros teólogos. A lo largo de los siglos se reconoció que una cantidad fija de comida sólida, menor de seis onzas, podía ser tomada después de la bebida del mediodía.
Puesto que esa bebida vespertina, cuando se comenzó a tolerar en los monasterios del siglo IX, se tomaba a la hora en que se leían en voz alta las “collationes” (conferencias) del Abad Casiano a los hermanos, esta pequeña indulgencia llegó a ser conocida como “colación”, y así se ha llamado desde entonces.
Otro tipo de mitigaciones, de naturaleza más substancial, se ha introducido en la observancia de la Cuaresma durante el curso de los últimos siglos. Para comenzar, se ha tolerado la costumbre de tomar una taza de líquido (por ejemplo, café, té e incluso chocolate) con un trozo de pan o una tostada temprano en la mañana. Y en lo que toca más de cerca de la Cuaresma, la Santa Sede ha concedido sucesivos indultos para permitir la carne como alimento en la comida principal, primero los domingos y después en dos, tres, cuatro y cinco días a la semana, hasta casi abarcar todo el período.
Más recientemente, el Jueves Santo, en el que siempre se había prohibido la carne, ha venido a ser beneficiario de la misma indulgencia. En los Estados Unidos, por concesión de la Santa Sede, se ha logrado que los trabajadores y sus familias coman carne todos los días, excepto los viernes, el Miércoles de Ceniza, el Sábado Santo y la Vigilia de Navidad. La única compensación para tanta mitigación es la prohibición de tomar carne y pescado simultáneamente en la misma comida. (Véase Abstinencia, Ayuno, Impedimentos, Canónico (III), Domingo Laetare, Septuagésima, Sexagésima, Quincuagésima, Quadragésima, Ornamentos).
(La legislación actual de la Iglesia, según el Código de Derecho Canónico vigente desde el 25 de enero de 1983, señala en sus artículos 1249-1253, la obligación de ayunar y abstenerse de ciertos alimentos. El ayuno sólo obliga el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; la abstinencia de carne, u otro alimento señalado por las conferencias episcopales, todos los viernes y el tiempo de Cuaresma. Cfr. También el Catecismo de la Iglesia Católica, número 1438. Acerca de la percepción actual del sentido de la Cuaresma y el Adviento, el otro “tiempo fuerte”, penitencial, de la Iglesia, cfr. Constitución Sacrosantum Concilium del Concilio Vaticano II, nos. 102-106; 109-110. N.T.)
Fuente: Enciclopedia Católica, por: HERBERT THURSTON
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