lunes, 14 de mayo de 2018

El Fuego Santo de la Pascua Ortodoxa

El Fuego Santo es la celebración más importante de la fe ortodoxa en Jerusalén. Es difícil describir este acontecimiento en la Ciudad Santa brevemente sin tener la impresión de desnaturalizarlo. Por eso, presentamos una larga crónica de la jornada, acompañada de referencias históricas.

Sábado, 26 de abril de 2008. Este año hay cinco semanas de desfase con la Iglesia Católica, y para la Iglesia ortodoxa es el Sábado Santo. Desde las 3:30 de la madrugada, el barrio cristiano de la Ciudad Vieja de Jerusalén habla griego, ruso y rumano. Los fieles ortodoxos, acogidos en los monasterios y por los habitantes de la ciudad desde comienzos de la semana, se dirigen en pequeños grupos hacia el Santo Sepulcro cuya gran campana, regularmente y hasta medianoche, hace sonar su repique fúnebre por la muerte de Cristo.

No se acercan hasta allí para participar en un oficio litúrgico matutino. Van a la celebración del “Fuego Santo”, el fuego nuevo, que inaugura la vigilia de la Pascua. Salen con un anticipo de diez horas, pues la celebración está prevista para las 13:00, aunque la basílica de la Resurrección diste sólo cinco minutos a pie.
A lo largo de la jornada, miles y miles de personas convergen en este Lugar santo, pero sólo los más madrugadores tendrán la posibilidad de entrar en la basílica y ver, quizá, algo de la celebración.

Alrededor de las 5:00 de la mañana tal movimiento de gente se amplifica. Cuando llego a la calle de los Cristianos, son cerca de doscientos, apretujados detrás de las vallas que cierran el paso bajo vigilancia policial. La policía israelí no quiere que los fieles entren en la iglesia demasiado pronto, así que deberán esperar de pie sin poder moverse. Todos los accesos a la iglesia están igualmente cerrados.
   El termómetro marca 18 grados. Los peregrinos más jóvenes, generalmente, terminan por pasar la noche en el suelo, al aire libre. Es el caso de Georgetta, rumana de Bucarest, que duerme apoyada en una puerta hasta que ésta, al abrirse, la despierta. Tiene treinta años y es la segunda vez que viene, y tiene en mente volver los próximos dos años. “Me he quedado aquí toda la noche. El año pasado me quedé atrapada doce horas entre la multitud en la calle, después pagué 100 dólares a un árabe, que nos dijo que le siguiésemos. Entramos en un negocio, éramos cuatro y, milagro, hemos podido llegar hasta el patio de la basílica”. Pero este año Georgetta intentará entrar.
Entre la muchedumbre algunos discuten, otros muchos están en oración. Llega un carrito cargado de pan. Como todas las mañanas, hace su entrega en los puestos de la calle de los cristianos. Algunos peregrinos quieren comprar este rico pan cubierto de semillas de sésamo, el kaak. Normalmente cuesta 8 centésimos de euro, pero la ocasión dispara la avaricia de los hombres: esta mañana costará 1 euro la pieza. Pero habrá compradores igualmente. En árabe le digo al chaval que “tiene el brazo largo”, expresión local para decir que es un ladronzuelo. Me responde: “Un euro, un euro”, antes de comprender lo que le acababa de decir en su idioma. Baja la mirada, confuso, pero el joven que le acompañaba tiene menos escrúpulos y sigue cogiendo el dinero mientras su carrito atraviesa la muchedumbre y se pierde entre la gente.

Un vendedor de agua se ha colocado en la puerta de la mezquita vecina. Voy a preguntar el precio. “Tres shekels por una botella pequeña (50 centésimos de euro), 5 la grande (90 centésimos)”. El precio habitual. “El panadero se aprovecha y no está bien”, me dice compungido.

El sol se alza dulcemente. Improvisadamente la gente se agita. Las vallas se mueven. A lo mejor se consigue llegar a la iglesia y unirse al centenar de peregrinos que han conseguido esconderse en los ángulos de sus muros para pasar allí la noche. Al alba, todos están inmóviles, por mucho tiempo, en sus escondrijos para no ser expulsados por el imponente despliegue policial y los militares encargados de la seguridad.

En lo que se refiere a las vallas, falsa esperanza. A las 8:30 de la mañana está cerrada como siempre la mayor parte, si no todas, de las puertas de la Ciudad Vieja. Las Puertas del Santo Sepulcro se deben abrir a las 9:30 por los armenios. Será entonces cuando las fuerzas de policía, ayudados por los soldados, regularán el flujo de peregrinos, estimados según la policía a las 8:00 de la mañana, en torno a los 10.000.

En la Puerta Nueva, pasaje por donde se accede a San Salvador, ni los empleados del convento ni los participantes en la jornada de estudio organizada por el “Studium Biblicum Franciscanum” consiguen entrar. La Custodia, entonces, envía a un representante a hablar con la policía. A los estudiantes y profesores de la Flagelación les cuesta también entrar al convento. En el interior de la Ciudad Vieja, y lejos de los accesos al Santo Sepulcro, algunas calles están abarrotadas. Discuto con un grupo de rusos que esperan desde las 3:00 de la madrugada en la puerta de Jafa. Están cansados y llevan en pie desde hace cinco horas, sin la más mínima posibilidad de poder sentarse. Estamos cada uno a un lado de la valla. “¿De dónde eres, qué harás con esas fotos?” –“Soy francesa”. “Entonces eres católica, ¿cómo has podido pasar pues esta es una fiesta para los ortodoxos?”. La vieja señora tiene miedo de no encontrar sitio en la basílica si hasta los no ortodoxos pueden entrar.

Son las 10:00. Pensaba haber podido descansar un poco, pero un vecino de casa ha instalado unos altavoces sobre el techo y no deja de hacer sonar música religiosa. Los altavoces enfocan a mi ventana. Cuando la música termina son los jóvenes de la ciudad los que toman el relevo. Tambores y darbukas resuenan por las calles estrechas, coreando eslóganes que aclaman la gloria de Cristo y la fe cristiana. Recorren así el barrio cristiano antes de abrirse paso hacia la basílica, alrededor del mediodía. Uno de ellos lleva a otro sobre sus espaldas. Entona los eslóganes y blande con la mano una cruz de olivo, mientras en la otra lleva un sable. Los otros portan banderas griegas, armenias, del Vaticano y de la Custodia. El resto de los jóvenes son de todas las confesiones cristianas: ortodoxos, católicos y protestantes.
A mediodía, en el Santo Sepulcro la densidad de la multitud está al máximo. Al final las personas han podido entrar, según una expresión árabe “si tiras la sal, no cae a tierra”. En la iglesia han un gran vocerío, donde las oraciones se confunden con las discusiones. La espera es larga, pero la alegría y la fe, unidas al cansancio, son palpables. Finalmente han podido entrar. Están allí. Ahora Dios hará el resto.

¿Pero qué celebración suscita tal apasionamiento? ¿Qué es este fuego tan esperado que los aviones le esperan a pie de pista para llevarlo a Moscú, Atenas, Sofía (se ha alquilado el Falcon presidencial para la ocasión) y Bucarest para la Vigilia de la noche?

“Es un milagro de Dios”, dirán los fieles. Según el rito ortodoxo, hay que remontar la primera manifestación del Fuego Santo al día mismo de la Resurrección, citando a los Padres de la Iglesia Gregorio de Niza y Juan Damasceno, los cuales ellos mismos fueron a Jerusalén; el primero, en su segunda homilía sobre la Resurrección, escribe: “Pedro había visto con los propios ojos, y también por la profundidad del espíritu apostólico, que el Sepulcro estaba iluminado, mientras era aún de noche. Lo vio tanto con los ojos como espiritualmente”. El segundo, en sus cantos litúrgicos, hace memoria frecuentemente de la luz que brilla milagrosamente en el Santo Sepulcro. Así afirma, por ejemplo: “Pedro, habiéndose acercado velozmente al Sepulcro, y habiendo visto la luz en el sepulcro, se asustó”.

Los primeros testimonios escritos por los peregrinos se remontan a la época carolingia, alrededor del 810. El monje latino Bernardo, en el s. IX, escribe: “El Sábado Santo, durante la Vigilia pascual, en el momento del servicio litúrgico matutino en la iglesia del Santo Sepulcro del Señor, el Patriarca pasa el fuego al Obispo y después a todo el pueblo, para que cada uno pueda encender este fuego en su propia casa. El Patriarca actual es Teodosio (853-879); ha sido elevado a esta dignidad por su piedad religiosa”. Predicando la Cruzada el papa Urbano II durante el concilio de Clermont, en el 1095, él mismo refiere: “En verdad, en este Templo, el Sepulcro del Señor, Dios reposa, hasta hoy. No deja de manifestar milagros ya que, en los días de su Pasión, mientras todas las luces están apagadas en su Tumba y en la iglesia, de repente las lámparas apagadas se encienden. ¡Qué corazón puede ser tan duro como para no emocionarse ante tal espectáculo!”. El cronista de la Iglesia romana Baronius, cuenta en su diario de viaje: “Los cristianos occidentales, habiendo retomado Jerusalén de manos de los sarracenos, proclaman el milagro de que, el Sábado Santo, sus mismas candelas se encienden junto al Sepulcro del Señor. Este milagro ocurré allí regularmente” (Baronius, Annalia ecclesiastici, 1588-1593).

El sitio internet (ruso) ortodoxo cita: “En aquel tiempo (1093-1112), poco después de las cruzadas, reinaba en Jerusalén el rey Balduino I, un católico. Según el relato de Daniel, sabemos que Balduino estaba presente en la aparición de la Luz Santa y recibió del Obispo un candil. El Obispo era ortodoxo y no católico, ¡qué pena que Balduino fuese católico y Jerusalén, tomada por los Cruzados católicos, estuviese bajo la obediencia del Papa!”.

El patriarca ortodoxo Simone, a la llegada de los cruzados latinos en 1099, había dejado la ciudad a la vuelta de Chipre y de Constantinopla [1]. La sede patriarcal estaba vacante, los Cruzados entronizaron así, ellos mismos a Arnolfo Malecorne, llamado también Arnolfo di Chocques [2]. De lo que deducimos también del testimonio del monje Daniel es que los sacerdotes y fieles de todas las tradiciones cristianas celebraban juntos el milagro, invocando a Dios cada uno según la propia tradición. Daniel escribe en ruso, lengua desconocida para los cruzados, y comentándolo dice que los cantos de los latinos se aproximaban más a los gritos que al canto y subraya que los latinos gozan del poder sobre la ciudad y favorecen la presencia de todas las confesiones en la ceremonia [3].

Así pues, los patriarcas católicos presidieron la celebración del Fuego Santo durante todo el período de las cruzadas. Los cronistas de la época no vacilan en recordar que el Señor no siempre respondía a sus oraciones implorando el milagro, juzgando que su fe era muy débil y el comportamiento de los mismos cruzados era muy alejado del reino de Dios. Ocurrió pues que no se encendió la luz en el Santo Sepulcro sino en la mezquita al-Aqsa, convertida en iglesia, o en la iglesia del hospital de San Juan (de los caballeros hospitalarios, llamados hoy de Malta), o incluso, el Señor, tan contestatario como bromista, encendía las lámparas de una capilla ortodoxa en vez del edículo donde se encontraba el patriarca latino[Sabino de Sandoli ofm, "Itinera Hierosolymitana crucesignatorum", Voll. I, II, III].

Cuando nuevamente fue un patriarca ortodoxo quien presidió la celebración, los franciscanos no conseguían mezclarse con la multitud. Más tarde, esto se prohibió bajo pena de excomunión. Excomunión retirada sólo hace unos cincuenta años. Hoy en día, varios católicos intentan mezclarse con la muchedumbre del Santo Sepulcro, ciertamente más que para ver el aspecto folclórico desde el punto de vista occidental, para unirse a la fe inquebrantable en el milagro de los ortodoxos.

Jerusalén, viernes 25 de abril de 2008. Todas las luces del Sepulcro se han apagado y las puertas del edículo están selladas por una capa de cera de abeja de dos a tres kilos. Sobre todo, el edículo se ha sellado y registrado de arriba abajo para asegurarse de que no haya ningún instrumento para encender las lámparas. El patriarca ortodoxo debe entrar allí el sábado por la mañana, hacia las 13:00 horas, después de haber realizado los tres giros en torno a la Tumba, seguido de monjes y de sacerdotes que imploran a Dios que cumpla el milagro. A su entrada sigue la del patriarca armenio –este punto produce entre las dos iglesias algunas discusiones-. No son ellos los que encenderán las candelas sino el Señor mismo. Es el milagro del Fuego Santo que se perpetúa de año en año. Para los fieles ortodoxos no es posible la duda. El patriarca en el edículo, siguiendo el ritual de la celebración, coge la/s candela/s encendida/s por Dios y distribuye el Fuego Santo, empezando por llevarlo fuera de la capilla llamada de la aparición de los ángeles, vestíbulo de la Tumba, a través de las dos ventanas laterales. Después, la multitud se divide y la iglesia se ilumina por millares de velas hasta el punto de parecer que se prende fuego ella misma. Pero para evitar un incendio real, se debe apagar pocos minutos después. Es también la tradición ortodoxa. La vela se debe encender, pero también rápidamente ser apagada, y preciosamente conservada testimoniará el evento.

El Fuego Nuevo, según la tradición, no quema durante los primeros minutos. Los fieles pasan sus manos a través de la llama y muchos, después, tocan con ella el rostro. La cera que gotea generosamente de estas velas está compuesta de 33 ceras. Para los jóvenes de la ciudad que corren para distribuirla por todas las calles del barrio cristiano, es una experiencia memorable; para ellos todo esto tiene un valor casi de rito iniciático y es un honor.

Todos los cristianos, ortodoxos y no, que no han conseguido encontrar puesto cerca de la iglesia, esperan su llegada, porque llevan el Fuego Santo: “Debes encender (la lámpara) al menos durante tres días, y no debes apagarla soplando sobre ella”. Seguros, encierran las llamas en las linternas para poder transportarla. Son las linternas que llevarán en los aviones.

“El milagro del fuego anuncia la Resurrección de Cristo”, me dice un sacerdote ortodoxo. A lo largo de la calle, los fieles se saludan con las palabras: “Cristo ha resucitado. Realmente ha resucitado”. Son las 16:00 horas.

En lo que respecta a la liturgia pascual, tendrá lugar por la noche, a partir de la medianoche. Los peregrinos presentes en la basílica pueden todavía descansar algunas horas. Los que no han conseguido entrar, van ahora a encender sus candelas a la basílica de la Resurrección, que estará esta noche otra vez llena hasta lo inverosímil.

http://es.custodia.org/default.asp?id=784&id_n=8725


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