La credibilidad ofrecida por su mensaje de misericordia y los gestos que la corroboraban ha quedado fuera de dudas
A las 19.07 del miércoles 13 de marzo la marea humana congregada en torno a la plaza de San Pedro rompió en aplausos.
Tras unos segundos en los que no se entendía bien si la fumata era
blanca o negra, las campanas de la basílica lanzadas al vuelo dieron la
señal inequívoca: la Iglesia tenía ya a su 266 sucesor en el solio pontificio. El cardenal protodiácono francés Jean-Louis Tauran salió al balcón de la logia delle benedizioni, y pronunció en latín el nombre del nuevo papa. La multitud rompió en vivas y aplausos,
mientras agitaba las banderas y repicaban las campanas. Los flashes de
los teléfonos móviles formaron un moderno chisporroteo continuo.
Buona sera!, fue el saludo del nuevo papa. «Parece que los hermanos cardenales fueron a buscarlo casi al final del mundo,
pero aquí estamos». Y desde su nuevo encargo, quiso ofrecer un
homenaje: «Antes de todo querría hacer una oración por nuestro obispo
emérito Benedicto XVI, recemos todos juntos para que el Señor lo bendiga y la Virgen lo proteja». Un padrenuestro, un avemaría y un gloria. «Y ahora, comenzamos este camino: obispo y pueblo.
Este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside en la caridad a
todas las iglesias. Un camino de fraternidad, de amor, de confianza
entre nosotros. Recemos siempre por nosotros: el uno por el otro.
Recemos por todo el mundo, para que haya una gran fraternidad». Alguno supo apreciar el marcado acento argentino, porteño para más señas.
Las estadísticas eran más que
elocuentes: el número absoluto de católicos bautizados había seguido
aumentando en los últimos años en Francia, Italia y España, pero había
caído en Alemania. La Iglesia católica había dejado de ser eurocéntrica.
Constituía esto una evidencia a todas luces, aunque tal vez no nos lo
acabábamos de creer: «Los católicos han cambiado de hemisferio y de
color, resumía Juan Rubio. Será cada vez menos blancos,
menos europeos y más africanos, brasileños, mexicanos, filipinos,
indios y quién sabe si chinos también». […] El sueño de los viejos misioneros se ha hecho realidad. Hoy la Iglesia es más católica, en su significado de universal». El nuevo papa debía ser «mundocéntrico»:
tener en cuenta el potencial que suponen las raíces cristianas de
Europa, pero sin olvidar que el futuro del cristianismo está en otros
continentes.
El cardenal Timothy Dolan
contó a las pocas horas de la elección del nuevo papa: «Y cuando el
último bus se detiene, ¿adivinan quién desciende? El papa Francisco.
Imagino que le dijo al chófer: “No hay problema, me voy con los
muchachos”». Durante la cena, el papa mostró su lado más simpático: «Que Dios les perdone», dijo con su sorna habitual. Pero −bromas aparte− la historia seguía su curso: un mes después nacía el autodenominado Estado islámico,
que marcó la historia de los próximos años. Mientras tanto en Roma
había sido inaugurada la reforma ya diseñada por parte de Benedicto XVI y
que continuará su sucesor −«el hombre de la reforma práctica»− a ritmo de tango.
Situaciones que clamaban al cielo: los casos de abusos, cuestiones
financieras o la reforma de curia romana de acuerdo con criterios más
pastorales y misioneros eran tan solo tres líneas iniciales.
El papa Francisco ha
continuado la hoja de ruta pergeñada en un primer momento por su
predecesor alemán. Pero le ha imprimido un estilo propio, un ritmo más
latino. No han faltado dificultades. La credibilidad
ofrecida por su mensaje de misericordia y los gestos que la corroboraban
ha quedado fuera de dudas. Las imágenes no mienten y solo hace falta
preguntar o acudir a las estadísticas. Tras el sístole del pontificado
benedictino, era necesario un diástole que llevara la Iglesia a su
situación real: a las periferias. La Iglesia sigue joven y viva, había dicho Juan XXIII.
Y volviendo a aquel 13 de marzo, nos quedamos con las últimas palabras
de aquel enigmático nuevo papa: «Hermanos y hermanas, les dejo. Muchas
gracias por vuestra acogida. Rezad por mí y hasta pronto. Nos veremos
pronto. Mañana quisiera ir a rezar a la Virgen, para que proteja a toda
Roma. Buenas noches y que descansen».
Pablo Blanco Sarto es profesor de Teología en la Universidad de Navarra.
Pablo Blanco Sarto
Fuente: abc.es.
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