Unas manos que se extienden sobre la cabeza de una persona o sobre una
cosa, a ser posible con contacto físico, es el gesto litúrgico más
común en la administración de los sacramentos, el más rico en
significado y, por tanto, más expresivo.
No es de extrañar que este signo haya sido valorado y usado por Jesús
y que su deseo fuera que se mantuviera en el tiempo: “Y estas señales
seguirán a los que creen: (…) impondrán las manos sobre los enfermos y
se pondrán bien” (Marcos 16, 17-18). De manera que esta posibilidad está
al alcance de todo aquel que crea.
Este texto no dice que estas señales acompañen sólo a aquellos
designados como apóstoles, pues en Hch. 9,17 vemos que Ananías, un fiel
corriente con una función eclesial que hoy podríamos comparar con la
función de catequista, fue conducido por el Espíritu Santo para imponer
sus manos sobre Saulo para que pudiera recuperarse de la ceguera y
quedara lleno del mismo Espíritu.
Este rito es muy antiguo y ha tenido tanto un uso profano como un uso sagrado.
En la Biblia podemos ver que la imposición de manos se hizo para
impartir bendición y autoridad, sobre todo en el Antiguo Testamento; e
impartir salud y conferir el Espíritu Santo, sobre todo en el Nuevo
Testamento.
El Nuevo Testamento es riquísimo de momentos en que hay imposición de manos. Jesús empleó la imposición de manos como signo de misericordia, perdón y salvación;
así como también lo empleó para restaurarle la vida a la hija de Jairo
(Mt. 9, 18). También Cristo Jesús imponía las manos sobre los niños,
orando por ellos (Mt 19,13-15) y para dar salud al enfermo (Lc 6, 19)
entre tantos otros ejemplos.
Es por esto que una de las funciones de este gesto hoy es servir de puente para que Jesús transfiera su amor y compasión.
Y los apóstoles lo emplearon sobre todo para comunicar el don
del Espíritu Santo; signo que por tanto la Iglesia usa hoy en la
administración de todos los sacramentos.
Uno de los gestos más repetidos en la celebración de todos los
sacramentos es precisamente la imposición de manos tocando o no al fiel.
Aunque hay un solo Espíritu Santo, el sentido y la finalidad de la epíclesis, su invocación, tiene diferentes connotaciones, según el contexto.
En la misa vemos la imposición de manos en el momento de la
consagración. También es el gesto que expresa mejor la bendición
solemne, al final de la misa. También en el matrimonio se aplica la
imposición de las manos, porque después del Padrenuestro, el sacerdote
extiende sobre los novios sus manos y dice su oración de bendición. La
imposición de manos se usa incluso en las oraciones de liberación.
Desde el punto de vista sacramental, quien tiene el poder de imponer las manos solo es el ministro ordenado que tiene la potestad de Cristo.
De manera pues que la imposición de las manos es un gesto que la Iglesia usa en los sacramentos. Pero
también fuera de los sacramentos, para bendecir, pedir la intercesión
de Dios, pedir la sanación de un enfermo o un avivamiento del Espíritu
Santo en una persona.
Una de las mejores aportaciones del Concilio Vaticano II,
litúrgicamente hablando, es la de llamar la atención sobre el papel del
Espíritu Santo en los actos sacramentales de la Iglesia. Y lo ha hecho
mediante una formulación cuidadosa de textos y con un acentuado énfasis
en el gesto de la imposición de las manos.
La palabra imposición viene del griego Epi (colocar, poner) Thesis (sobre); que significa “poner sobre”; poner
algo sobre algo o alguien con el objetivo de agregar algo: envío,
bendición, sanidad. Es permitirle al Señor usar nuestras manos como un
medio especial de contacto para la bendición.
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