No
es extraño que la voz de Dios tarde en esclarecerse, que no se escuche
al principio con nitidez. De ahí la tentación de no prestarle mucha
atención y de ir posponiendo sin cesar el momento de afrontar una
posible llamada del Señor... Sin embargo, queremos animaros a que, si os
encontráis en esa situación, en vez de escapar o no darle importancia,
pongáis en práctica dos sencillas recomendaciones que nos vienen de la experiencia de san Francisco.
En primer lugar, orar, dialogar con Dios, rogarle que os haga ver con más claridad qué quiere de vosotros.
Normalmente no lo hará por medios excepcionales, como a san Pablo
camino de Damasco, sino que os dejará una cierta penumbra, quizá para no
forzar vuestra libertad, para dejaros más iniciativa personal. En
segundo lugar, pedir consejo a quien realmente os pueda ayudar y os oriente para descubrir la voluntad de Dios, en vez de a quien siempre os dice que no os compliquéis la vida.
San Francisco no tomaba una decisión, grande o pequeña, sin recurrir a la oración.
Aun para elegir si ir a predicar a un país o a otro “oraba e invitaba a
los hermanos a orar, para que Dios inclinase su corazón a ir allí donde
fuese mejor, según la voluntad divina” (Leyenda Perusa 108). La
oración, por tanto, era indispensable para él. Junto a ella, también Francisco
buscaba descubrir la voluntad del Señor en las resonancias interiores
que su espíritu iba gustando: la alegría, la dulzura que le inundan
llegan a ser el signo de que cumple la voluntad de Dios. Así
experimenta que cuando se determina por un gesto de misericordia, aunque
éste repugne a su naturaleza, como el servicio a los leprosos,
experimenta una especial dulzura interior, a diferencia de cuando se
abandonaba a los placeres de otro tiempo, que lo dejaban vacío (2Celano
9).
Otro
medio para descubrir lo que es mejor ante Dios es el diálogo con los
hermanos y su consejo. En la Carta a un Ministro, refiriéndose a un
problema concreto entonces suscitado, Francisco escribe que sería
tratado en el capítulo general de Pentecostés, “con el consejo de los
hermanos” (Leyenda menor 12). Cuando le vuelve la duda de si el Señor le
quiere para la vida eremítica o para el apostolado, ora y hace orar, y
habla largamente con los hermanos: “Hermanos, ¿qué decidís, qué os
parece justo?” Luego manda pedir consejo a fray Silvestre y a Santa
Clara: su respuesta es para él “indicación de la voluntad de Dios”.
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