En el mes de mayo, que la Iglesia dedica tradicionalmente a la Virgen
Santísima, es habitual que se organicen romería a santuarios marianos,
para visitar y honrar a nuestra Madre.
San Josemaría se conmovía con las manifestaciones multitudinarias de
amor a la Virgen, pero siempre decía que tenía predilección por las
romerías hechas individualmente o en grupos reducidos, quizá sólo de dos
o tres personas. "Respeto y amo esas otras manifestaciones públicas de
piedad, pero personalmente prefiero intentar ofrecer a María el mismo
cariño y el mismo entusiasmo, con visitas personales, o en pequeños
grupos, con sabor de intimidad".
En 1935, después de su primera visita al santuario de Sonsoles ,
en tierras de Ávila, el fundador del Opus Dei estableció que, como
muestra de amor a la Virgen, todos los fieles de la Prelatura hicieran
cada año, en el mes de mayo, una romería a un Santuario o lugar donde se
venere una imagen de Santa María. Desde entonces, esa costumbre se ha
difundido entre muchas otras personas que han entrado en contacto con su
mensaje.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg-wLs7_p85J24R824VQuwJSyi9-OJXLoiGY_CBcE2ndBm60B35f3cAyFFdCM7VtpyvxpZphT92d0n7VXi1QE_xrqDPxJ1J_LP3VcZAXFSdq5ZPv1ar4WKBF4Dma6PgZJjnNhEVnCyZiys/s320/rom1.jpg)
Se pueden ofrecer a Santa María pequeños sacrificios por las
necesidades personales y de toda la Iglesia: hacer a pie al menos la
última parte del trayecto; aceptar con alegría las incomodidades del
camino o las inclemencias del tiempo; privarse del pequeño refrigerio
que sería normal en un paseo, etc.
La romería de mayo tiene un marcado espíritu apostólico. San
Josemaría animaba a hacerla en compañía de amigos o parientes y a
aprovechar para sugerirles algún paso adelante en su vida cristiana.
"Muchas conversiones, muchas decisiones de entrega al servicio de Dios
han sido precedidas de un encuentro con María. Nuestra Señora ha
fomentado los deseos de búsqueda, ha activado maternalmente las
inquietudes del alma, ha hecho aspirar a un cambio, a una vida nueva".
"Una manifestación particular de la maternidad de María —decía
Juan Pablo II en Fátima— la constituyen los sitios donde Ella se
encuentra con los hombres, las casas donde habita; lugares donde se nota
una particular presencia de la Madre. En todos estos lugares se cumple
de modo admirable el singular testamento del Señor crucificado. Allí, el
hombre es confiado a María, allí acude con presteza a encontrarse con
Ella como con la propia Madre; le abre su corazón, le habla de todo; la
recibe en su propia casa, es decir, le hace partícipe de todos sus
problemas".
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