domingo, 15 de abril de 2018

Abandonemonos en manos de Papadios


Cardenal Robert Sarah, a los confesores: «Las almas no necesitan ser engañadas, sino guiadas»

En la Pontificia Universidad Lateranense de Roma, el cardenal Sarah ha advertido que convertir el sacramento de la confesión en un mero encuentro personal entre el sacerdote y el que se confiesa es incorrecto. Y ha asegurado que cuando se respetan los elementos de la confesión, la gente ve que este sacramento es real y que los devuelve a la amistad con Dios.
«Debemos ser padres que aman, pero no demasiado llenos de sentimentalismo», ha indicado el Prefecto para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
El purpurdo ha explicado que la ley de gradualidad a la que se refería San Juan Pablo II significa que los sacerdotes necesitan encontrarse con los fieles en su realidad particular en el confesionario. «El confesionario no debe ser una cámara de tortura, pero tampoco un laboratorio para la experimentación doctrinal. Debemos evitar dar indicaciones contrarias a la doctrina», ha exhortado el cardenal.
El cardenal ha mencionado un caso típico con el que a veces se encuentran los sacerdotes: el penitente que acude al confesor y dice: «Le pregunté a tres confesores y me dijeron tres cosas diferentes. Ahora le estoy preguntando a usted». Y ha advertido a los Misioneros de la Misericordia: «Las almas no necesitan ser engañadas, sino guiadas».
Igualmente, ha indicado que los confesores deben estar completamente formados en el dogma y la enseñanza moral de la Iglesia. «Esta es una necesidad si queremos guiar a las personas. Nos necesitan». Y ha añadido que es necesario que los sacerdotes tengan al menos un conocimiento profundo del Catecismo de la Iglesia Católica.
El cardenal ha instado a los sacerdotes a mantener una verdadera actitud de escucha en el confesionario. Nunca dar la imagen de estar aburridos o interrumpir porque hayan escuchado lo mismo incontables veces. Para el penitente, ha dicho, confesar sus pecados es siempre nuevo y supone algo interiormente dramático.
El purpurado ha pedido a los sacerdotes que apaguen su móvil (celular) antes de entrar en el confesionario. «¡Hemos sabido de la existencia de mensajes de texto de los sacerdotes en las redes sociales durante la confesión! Creo que esto es un ateísmo práctico. No hay un pecador más grande en tal situación que el sacerdote».
Por último, el cardenal ha dicho a los sacerdotes que «cuando las personas se confiesan y nos escuchan, están escuchando a Cristo. Debemos preguntarnos si esto es cierto: ¿el consejo que doy es el que Cristo daría? ¿O es un consejo que sigue las enseñanzas de un espíritu diferente al del Evangelio, un espíritu mundano?».

sábado, 14 de abril de 2018

Para los tiempos difíciles...

ORACIÓN PARA OBTENER UNA GRACIA ESPECIAL

¡Oh María, consuelo de cuantos te invocan!. Escucha benigna la confiada oración que en mi necesidad elevo al trono de tu misericordia. ¿A quién podré recurrir mejor que a Tí, Virgen bendita, que sólo respiras dignidad y clemencia, que dueña de todos los bienes de Dios, sólo pensáis en difundirlos en torno vuestro? Sed pues mi amparo, mi esperanza en esta ocasión; y ya que devotamente pende de mi cuello la Medalla Milagrosa, prenda inestimable de tu amor, concedeme, Madre Inmaculada, concédeme la gracia que con tanta insistencia te pido...  (se pide la gracia o favor)

  

OH MARÍA SIN PECADO CONCEBIDA, RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A TÍ... AMÉN!!!

viernes, 13 de abril de 2018

LAS BENDITAS ÁNIMAS DEL PURGATORIO.

EL PODER DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO ANTE DIOS
Ana Catalina Emmerick, sin lugar a dudas, una de las más grandes místicas del mundo, escribió: "Oh, es triste que se ayude tan poco a las pobres almas del purgatorio; cada acción ofrecida por ellas, limosnas o actos de caridad, les aprovecha inmediatamente; las hace tan felices, y es para ellas una gran bendición, como cuando una persona exhausta recibe un vaso de agua fresca".
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Nótese la palabra "INMEDITAMENTE".
¿Por qué Dios hace que nuestras acciones ayuden inmediatamente a las pobres almas? porque también Dios espera con impaciencia que las almas creadas a su imagen y semejanza sean del todo puras para poderlas estrechar en su corazón de Padre, por eso tienen tan enorme poder.
Al ayudarlas a llegar más pronto a la meta no sólo recibimos ayuda por sus ruegos, sino del mismo Dios, pues Él mismo también está interesado en tenerlas pronto consigo.
Si no lo crees, haz una prueba: Si necesitas ayuda en algo que te resulte muy difícil, prométele a las Pobres Almas un sacrificio que te cueste de una manera especial. Ruega con todo tu corazón a Dios que se cumpla su voluntad y verás que las almas del Purgatorio no te dejarán decepcionado.
Ellas son los mejores y más fieles amigos que Dios te habría podido dar en este mundo. 

Arnoldo Guillet, editor del libro: MIS CONVERSACIONES CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO, EUGENIA VON DER LEYEN)

Que hay en nuestros corazones?


Oracion para despues de comulgar.


jueves, 12 de abril de 2018

Demos siempre lo mejor de nosotros

...Porque lo que hayas hecho a uno de estos pequeños, a mi me lo hiciste... Hagmos siempre el bien a todo el mundo...

Tres defectos que hacen inútiles gran parte de las confesiones

Queridos hermanos, deseo hablarles de tres defectos que hacen que la mayor parte de las confesiones sean inútiles, por no decir sacrílegas; una la falta de luz de en el examen de conciencia, es decir la ceguera en cuantos a nuestros pecados; segundo, la falta de sinceridad en manifestarlos, y por último, una verdadera falta de dolor de contrición, de sincero arrepentimiento.

Falta de luz en el examen de conciencia
El principal inconveniente que tiene el hombre es la falta de conocimiento de uno mismo, lo que supone un gran obstáculo para la confesión; y la razón de ello es que no nos examinamos con la suficiente madurez y tiempo debido; que cuando nos examinamos lo hacemos mayormente de nuestras preocupaciones personales, y que rara vez nos examinamos de  nuestras obligaciones.
El examen de nuestros actos debería ser constante. Nuestra vida debería ser un examen y una censura continua y secreta de nuestras acciones, deseos y pensamientos. Pero es la inconstancia lo que predomina en nosotros, los deseos desordenados se nos acumulan en nuestro corazón, así como, envidias, temores, esperanzas, alegrías, pesares, odios y amores, y de esta forma todas estas pasiones convierten en  nuestro corazón en un abismo difícil de sondear y del que nunca vemos más que la superficie.
Es sumamente necesario una continua vigilancia sobre todas muestras acciones para poder disponernos a hacer una verdadera confesión. Esta continua vigilancia es la que nos dispone adecuadamente para una buena confesión. Es necesario acostumbrarse a tomar en cuenta de forma
continuada nuestras acciones, a entrar en juicio con nuestro corazón en esos momentos de tranquilidad y silencio del día, que son los más apropiados para ello. Qué importante es el examen diario, al final de la jornada, presentar en nuestras manos nuestra alma al Señor, pensar en su presencia, el uso que hemos hecho del día que ha pasado. Así, con estos exámenes diarios de nuestra conciencia nos vamos familiarizando, por decirlo así, con nosotros mismos, y nos disponemos para llevar al confesionario un corazón probado y unos pecados mil veces examinados.
No basta el breve examen de conciencia que muchos hacen antes de la confesión. Si somos sinceros aceptaremos la realidad,  que para muchos su vida es una  vida llena de continuos olvidos de uno mismo, de placeres y cuidados personales; un continuo huir de uno mismo, de evitar reflexionar sobre la propia vida y estado. Nunca la luz iluminará su corazón para conocer su verdadera realidad. He aquí el primer gran defecto de las confesiones, no emplear el debido y necesario tiempo para un correcto examen; únicamente el breve tiempo anterior a la confesión. Cada día debería ser un examen que nos dispusiera a ella.
La realidad es que el examen de conciencia suele hacerse más bien según las preocupaciones de nuestro amor propio. Nos examinamos de nuestras propias preocupaciones. ¿Qué es examinarse? Es poner a un lado los mandatos de Dios, y en el otro la parte de  nuestra vida que no los ha seguido; ver en cada una de nuestras acciones lo que el Evangelio manda, permite o prohíbe, y compararlas con nuestras acciones. Pero la realidad es que en el examen de conciencia se sustituyen estas santas reglas por las preocupaciones del amor propio.
Junto con lo anterior, otra causa que hace inútil la confesión, es que muchos  no hacen  examen de conciencia según sus obligaciones. Pocos hacen el examen con las luces de la fe y con las reglas del Evangelio; cada uno presenta en las confesiones sus preocupaciones, en vez de presentar sus pecados. Es necesario confesarse de los defectos en el cumplimiento de las obligaciones personales, de padre de familia, de persona pública, etc. Muchos no conocen en sí mismo más que sus defectos personales.
Cuántos  son los que viven en aquel género de vida  que condena Jesucristo en los Santos Evangelios, y luego no tienen casi nada que decir en la confesión; les cuesta trabajo acusarse de algo pecaminoso, y reducen la confesión de un largo periodo de su vida a unos solos instante, los que se emplean para acusarse de los pecados o faltas cometidos en un día. Más un alma justa confiesa, con la amargura de su corazón, lo que son  algunas leves imperfecciones, y aún en sus virtudes encuentra materia de acusación y penitencia, y parece que nunca acaba de referir sus flaquezas. ¿De dónde proviene esta diferencia entre ambos penitentes? De que uno vela continuamente en la guarda de su corazón, y el otro no se examina hasta el momento  de ir a confesarse. El uno se juzga a la luz de la fe, y el otro con las preocupaciones de su amor propio. El uno conoce todas sus obligaciones y las reflexiona; el otro no se examina más que acerca de algunas obligaciones más palpables y conocidas, de las que ignora su extensión y consecuencias.

Falta de sinceridad en manifestar los pecados
Es una gran verdad el que para muchos su vida con un verdadero disfraz y que nunca son como se manifiestan. Les cuesta mucho confesarse culpables. Para muchos la confesión les hace sentir descubiertos en la farsa de su vida y sienten que su falsa y vana imagen se desfigura. El disimulo lo llevan a la misma confesión. Son los que no caminan a Dios por el camino derecho, y que no llegan a la penitencia con la rectitud y sencillez de corazón que cura y sana la herida descubriéndola, poniéndola de manifiesto.
El primer defecto de sinceridad consiste en no usar de expresiones claras. Mezclan la información del pecado con la propia soberbia, no manifiestan del todo su conciencia; pecan de falta de rectitud y de sinceridad. No usan expresiones claras, callan los motivos y principios por los que pecaron. Habría que recordarles a tales penitentes que vienen al tribunal de Jesucristo que los conoce muy bien, que es el invisible testigo
de todas sus acciones y vida secreta; que lee el corazón como un libro abierto lo más vergonzoso que se oculta en él.
Un segundo defecto de sinceridad consiste en no declarar los motivos y los principios de las acciones realizadas. Se dicen las acciones pero no sus motivos; se refieren los pecados, pero no se manifiesta la consecuencia. Hay que considerar todo lo que hacemos según el motivo por lo que lo hacemos, y pesar nuestras  acciones dentro de nuestro corazón. El corazón es el que decide todo en el hombre; pero este corazón es el que nunca descubren algunos en la confesión.
Ocurre que estos penitentes se confiesan, por ejemplo, de haber hablado mal del prójimo, pero no dicen que la razón ha sido la envidia que sienten hacia él; se confiesan de los enfados con tal persona, pero nada dicen de las propias aficiones frívolas y pecaminosas que son la casusa del enfado. En fin, no cuentan los secretos combates que pasan entre la flaqueza de la carne y el corazón. Suele ocurrir en estos casos, con estos penitentes, que la mayoría de las veces es el confesor quien tiene que adivinar el estado del alma del penitente.
Un último defecto de la falta de sinceridad está en las acciones dudosas, que siempre se exponen a favor del penitente. Lo que ocurre, verdaderamente, es que no  quieren romper definitivamente con las pasiones personales, y a su vez quieren tener la conciencia tranquila: En este estado de infidelidad lo que se busca es una sentencia a su propio favor y para ello se exponen los hecho de tal forma que el confesor no los condene. Se falta a la sinceridad en las expresiones que usan, porque las mitigan; en los motivos, porque no los dicen; en las dudas, porque se exponen a su propio favor. Siempre se manifiestan con una falsa apariencia, ocultando la propia realidad de la persona y manifestando lo que querrían ser; manifiestan una conciencia que en realidad es falsa. De esta forma, es imposible que sientan el alivio que siente el alma compungida de verdad, la paz del alma, la serenidad de  conciencia, que en definitiva son los  frutos de la confesión sincera y perfecta.

Falta de dolor de un verdadero arrepentimiento
El dolor es el alma y la verdad de la confesión. Lo comentado anteriormente, siendo  importante, no son más que disposiciones exteriores de la penitencia. El dolor de contrición es un movimiento de la gracia de Dios y no de la naturaleza. Es necesario que surja en el penitente una verdadera detestación del pecado, un verdadero dolor interior fruto de la acción del Espíritu que ilumina al penitente  con la luz de la fe para que descubra en su pecado la ofensa cometida  a Dios y las desgracias que se derivan del pecado. A su vez, este dolor ha de ser principio de un nuevo y sincero amor que haga aborrecer la culpa.
La mayor parte de los penitentes  van a la confesión con la turbación de su amor propio en el que no tiene parte el Espíritu Santo. Sienten más bien la turbación y preocupación de confesar de sus pecados, más que dolor por la ofensa a Dios. Confunden su soberbia con su arrepentimiento; el malestar que sienten de confesarse con el sincero arrepentimiento que es necesario para ello; confunden la inconveniencia de confesarse con el dolor de sus pecados. Se hallan soberbios y confusos y creen estar motivados y penitentes.
El verdadero dolor de los pecados supone una sincera resolución de acabar con los desórdenes que llevan a pecar, y empezar una vida santa e irreprensible.
La pregunta del Jesucristo a los enfermos: ¿Quieres sanar? nos puede parecer inútil, pues es lo que desea el enfermo. Más no todos quieren sanar de la enfermedad de su alma. Cuando el penitente se dirige a la confesión ha de darse testimonio a sí mismo de que real y verdaderamente desea sanar; esto es, que quiere renunciar a sus pasiones y seguir el camino de piedad. La conciencia no puede engañarse a sí misma, y conoce muy bien si el propósito de una nueva vida es verdadero; los preludios de una conversión y de una sincera renovación de costumbres tienen unas propias manifestaciones que no dejan lugar a dudas.
Queridos hermanos, estas son los principios más comunes que hacen inútil el sacramento de la penitencia. Nos falta luz en el examen de conciencia, sinceridad en manifestar los pecados y dolor en el arrepentimiento. Entremos dentro de nosotros mismos, acordémonos delante de Dios que toda nuestra vida y de la historia secreta de nuestra conciencia. Repasemos  el número de confesiones realizadas, muchas repetidas y muchas inútiles. Las pasiones de hoy en el alma son llagas de la infancia que han envejecido con uno mismo. Hoy muchos son tan sensuales, soberbios y disolutos como en el principio de su vida. Nada han cambiado, ni sus reiteradas confesiones lo han conseguido; eran confesiones inútiles. La vida los ha llevado de un lado para otro, pero su vergonzosa pasión les ha seguido a donde han ido.
¿Terminaremos diciendo?: Mi vida  es un continuo pecado, distinto sólo por los distintos estados y circunstancias. Dios no lo quiera. Sabemos qué hacer para evitarlo. 

Ave María Purísima.

Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa.

martes, 10 de abril de 2018

Nuestros hijos...

Si no enseñamos a nuestros hijos a seguir a Cristo, el mundo le enseñará a no hacerlo.

Ana Isabel (Google+)