jueves, 10 de mayo de 2018

Profesión: Mamá

El trabajo en el hogar es, sin duda alguna, el trabajo con mayor dimensión social que existe.
Aún desarrollándose entre cuatro paredes, tiene una repercusión importantísima en la buena salud de la sociedad.
Cuando una madre funciona bien, funciona bien la familia y, a su vez, funciona bien toda la colectividad.
Mis logros personales no pueden competir con los de un alto ejecutivo, ni salen en televisión, ni cotizan en la bolsa. Sin embargo, yo no lo cambio por nada.
Mis satisfacciones son mucho mayores, y en mis manos está el mejor negocio de mi vida pues me siento como la empresaria más importante del planeta.
Me animo a escribir estas sencillas reflexiones pensando, en especial, en aquellas mujeres, trabajadoras como yo, cuyo sueldo es el apoyo y la ayuda de sus maridos y la sonrisa de sus hijos.
Pertenezco a una empresa familiar ubicada en un edificio ocupado, en su mayoría, por negocios similares al mío.
Como toda buena compañía que se precie, goza de unas instalaciones dignas, sencillas, soleadas y, sobretodo, muy acogedoras.
Así, estamos convencidos, se trabaja más, mejor y se está a gusto. La sala de juntas, por ejemplo, es amplia, luminosa, sin ningún elemento decorativo ostentoso (porque ni nos da para ello ni es nuestro estilo) y hace las veces de biblioteca, sala de reuniones, estudio con audiovisuales, aula de descanso..., lo que haga falta.
Sin embargo, es en el que podríamos llamar laboratorio, donde paso la mayor parte del tiempo.
Es aquí donde intento transformar las materias primas que recibo de mis proveedores en exquisitos productos elaborados; donde se lavan los trapos sucios de la empresa, se alisan las arrugas de la convivencia, y un montón de cosas más.
La mesa de mi despacho está entre la nevera y el microondas. El hilo musical que suena de fondo es el del lavaplatos (por cierto, Dios mío, gracias por poder tenerlo porque ¡el trabajo que ahorra!). El sillón de cuero lo sustituí por una banqueta de cocina, bastante cómoda también.
En ocasiones, me traslado momentáneamente al despacho de otro trabajador para poder usar el ordenador. Es una habitación compartida con un futbolín, un corralito y su habitante eventual (al que tengo que atender a cada frase), libros, enseres de descanso, un armario que antes creía muy amplio, cachibaches por doquier, etc.
Y pues, como si de cualquier otro ministro se tratara, me resulta bastante difícil hacer algo sin interrupción, puesto que, esté donde esté, en mi lugar de trabajo entran cada dos por tres mis secretarios particulares de 1, 3, 6, 8 y 10 años, solicitando mi atención para resolver cualquier tipo de problema socio-laboral o simplemente de subsistencia.
Es muy gratificante pensar que eres necesario para los demás. En lo que respecta a mis secretarios, hablaría de ellos horas y horas, como lo haría una madre de sus pequeñuelos.
Digo bien cuando los llamo secretarios porque están bien enseñados (nuestros esfuerzos nos cuesta) y colaboran en el bien de la empresa, ¡todos!
Por supuesto que cada uno ha de ocuparse de que sus pertenencias y material de trabajo esté recogido. Pero, aparte, cada uno tiene un pequeño encargo pensado un poco en el servicio a los demás.
Por ejemplo, José Ramón limpia los zapatos, los suyos y los de sus hermanos; Fran riega las plantas, a veces, cuando ya están un poco desmayadas y piden el agua a gritos; Covadonga repone el papel higiénico en los baños, importantísimo; Macarena se encarga de sacar la basura a la escalera, y ¡por Dios! que nadie se la saque porque sino tenemos follón; por último, Ignacio, que como todavía no sabe caminar (aunque eso no es excusa pues con el andador llega a todos los sitios, lo tenemos comprobado), de momento sólo recoge sus juguetes en el cesto.
Esto, escrito así, se ve muy bonito, pero dada la corta edad laboral de la mayoría del personal, para su buen funcionamiento, requiere una ardua tarea de inspección y seguimiento.
Y como la voluntad tarda más en desarrollarse que la inteligencia hay que repetir las cosas infinidad de veces. Aquí, la paciencia juega un papel fundamental. La paciencia y la gracia del sacramento del matrimonio que en ocasiones creo haberla visto materialmente. ¡Como para desperdiciarla!
Por otro lado, estos empleadillos, son muy dados a pedir enseguida recompensa. Es, entonces, cuando se reúnen los sindicatos con la patronal para llegar a un acuerdo. Por mi parte, quedan desterradas las pagas por recompensar un servicio o una ayuda que, a fin de cuentas, no tiene precio.
La colaboración entre los trabajadores no se puede expresar con dinero, y además, somos de la opinión de que cuanto menos tengan de eso, mejor. Sí suelo ser generosa en besos y achuchones (no creo que sea acoso sexual en el trabajo) y también muy efusiva en halagos y felicitaciones. Procuro que el premio lo vean ellos mismos con la satisfacción del trabajo bien hecho, ¡y cómo cuesta convencerles a veces!
Y con todo esto, que quizás a algunos le parezcan paparruchas ... ¡no me siento maruja! Es más, me horroriza la expresión. Y protesto enérgicamente contra aquellos que piensan que las amas de casa, madres de familia, nos dedicamos a esto porque no dimos para más y ahí estamos, sufriendo en silencio, como si de almorranas se tratara.
Tengo estudios universitarios y he ejercido mi profesión antes de casarme. Ahora no tengo un sueldo (bien que lo siento) pero mi trabajo, de horario más amplio y de mayores alegrías, es una especie de conglomerado de varios ministerios.
Ejerzo de ministra de educación y ciencia al hacer los deberes con mis hijos, o al asistir a las reuniones del colegio, del brazo de mi marido, en las que tanto aprendemos y tan bien lo pasamos. O cuando, simplemente, les enseño a actuar de tal o tal manera porque honradamente es lo más correcto; al hacer las cosas con orden, cumplir un horario, o una promesa...
Como ministra de sanidad, poco a poco me fui soltando: no llego a recetar pero sí me ahorro alguna que otra visita al pediatra, porque de todo se aprende.
En cuanto al ministerio de agricultura, pesca y alimentación lo voy manejando mejor, aunque me costó lo mío. No es que cultive nada, pero cuando te casas sin saber cocinar ...
Sobre la cartera de asuntos sociales, sólo señalar que el hecho de que se vea pasear por la calle a una familia de más de cuatro miembros, es ya una buena aportación a la sociedad.
Dado el número de empleados que tenemos, es el ministerio de economía el que nos trae más de cabeza. Es por ello que hicimos de una frase que repetía mi padre un lema familiar: "soldado que se guarda, vale para segunda vez" y la herencia ha venido a formar parte de nuestras vidas. Sólo hay que cuidar las cosas un poquito.
Todo esto se lleva a cabo con una estrecha colaboración entre marido y mujer, por supuesto.
He de reconocer que la cartera de deportes se la lleva él. Como también quisiera señalar que hay otro aspecto que ejerzo en solitario, al igual que cantidad de mujeres en mi misma situación. Yo lo llamaría el ministerio de imagen y buen aspecto: hemos de ser verdaderas expertas en combinación de colores y prendas.
Tengo, en ocasiones, la tentación de hacer un esquema y pegarlo por dentro del armario: tal pantalón va con tal jersey: si pones este jersey, con tal y tal camisa o color de calcetín, ... Es posible que algún marido se sienta un tanto ofendido, pero hasta nuestra redacción no nos han llegado noticias de ninguno que tenga esta capacidad.
Para terminar, si se me admite un consejo, animaría a todas mis colegas a defender su profesión con la cabeza bien alta. A prepararse de alguna manera para mejorarla, tanto en la cocina como en la educación de los hijos y en muchas cosas más.
Y a no sentir ningún complejo de inferioridad ante esas "supermujeres" que nos vende la televisión, de maletín, peluquería y alta costura, porque en valía personal, como mínimo, estamos a la misma altura.
Web católico de Javier

¡¡¡FELICIDADES MAMÁ!!! ..::Pensamientos::..


Una madre no es alguien en quien apoyarse, sino alguien que hace innecesaria la inclinación. Dorothy Canfield Fisher
Contemplando el mundo se puede dudar de una mujer; pero no es posible dudar de una madre. Lacordaire
Todo lo que soy y espero ser, se lo debo a la angelical solicitud de mi madre. Abraham Lincoln
El corazón de una madre es el único capital del sentimiento que nunca quiebra, y con el cual se puede contar siempre y en todo tiempo con toda seguridad. Montegazza
Una madre perdona siempre; ha venido al mundo para esto. Alejandro Dumas
Para el hombre que tuvo una buena madre, son sagradas todas las mujeres. J. P. Richter
Madres, en vuestras manos tenéis la salvación del mundo. León Tolstoi

Amor de madre, ni la nieve lo hace enfriar.
La fuerza de una madre es más grande que las leyes de la naturaleza. Barbara Kingsolver.
Cada día soy un poco más parecido a mi madre. Y no podría estar más orgulloso.
La vida no viene con un manual, viene con una madre.
Me di cuenta de que cuando miras a tu madre, estas mirando al amor más puro que conocerás jamás. Mitch Albom
Muchas maravillas hay en el universo; pero la obra maestra de la creación es el corazón de una madre. Bersot
Crecer no significa nada para una madre. Un niño es un niño. Se hacen más grandes, más viejos, pero para ellas siguen siendo sus niños. Toni Morrison
Una madre es alguien a quien pides ayuda cuando te metes en problemas. Emily Dickinson
Las madres valoran nuestra existencia más que nuestros logros.
La naturaleza ha preparado mejor a las mujeres para ser madres y esposas, que a los hombres para ser padres y maridos. Los hombres tienen que improvisar. T. Reik
Eres la evidencia de la fortaleza de tu madre, especialmente si a pesar de ser un rebelde sin remedio tu mamá siempre ha mantenido su cordura. Criss Jami

Mi madre adoraba a los niños. Hubiera dado cualquier cosa porque yo lo fuera. Groucho Marx
Cuando quieras sentir amor, piensa en tu madre y tu corazón se llenará de él.
No es mi deber como madre darte lo que pides, sino mostrarte qué es lo que necesitas y ayudarte a conseguir esas cosas por ti mismo.
De todos los regalos que la vida tiene que dar, una buena madre es el más grande de todos.
Deja de buscar alguien que te quiera para siempre y no te abandone. Ya la tienes; es tu madre.
Los brazos de una madre están hechos de ternura y los niños duermen profundamente en ellos. Víctor Hugo
Me gusta cuando mi madre me hace reír. Y me gusta más cuando yo la hago reír a ella. Adriana Trigiani
El amor incondicional no es un mito: lo puedes observar todos los días en las madres.
El único amor que realmente creo en el amor de una madre por sus hijos. Karl Lagerfeld
Ser una madre a tiempo completo es uno de los trabajos mejor pagados, ya que el salario es puro amor. Mildred B. Vermont
Cuando eres una madre, nunca estas sola en tus pensamientos. Una madre siempre piensa dos veces, una por sí misma y otra por su niño. Sophia Loren
Mi madre me sonrió. Su sonrisa me abrazó. RJ Palacio

Independientemente de que seas famoso o no, nunca tendrás un fan más grande que tu madre. Linda Poindexter
Jamás en la vida encontraréis ternura mejor, más profunda, más desinteresada ni verdadera que la de vuestra madre. Honoré de Balzac
Me di cuenta cuando miraba a su madre, buscaba el amor más puro que nunca existirá. Mitch Albom
El amor de una madre es el combustible que permite a un humano normal hacer lo imposible. Marion C. Garretty
El corazón de una madre es un abismo profundo en cuyo fondo siempre encontrarás perdón. Honoré de Balzac
El momento en que nace un niño, es el momento en que nace una madre. Nunca existió antes. La mujer existió, pero la madre nunca. Rajneesh
Me preguntaba si mi sonrisa era tan grande como la de ella. Tal vez es igual de grande. Pero no tan hermosa. Louisa May Alcott
Mi madre tenía una gran cantidad de problemas conmigo, pero creo que lo disfrutó. Mark Twain
La maternidad tiene un efecto humanista increíble, todo se reduce a lo más esencial.  Meryl Streep
Las madres son las únicas que van a decirte toda la verdad, sin adornos. Margaret Dilloway
La maternidad es la cosa más grande, y también la más difícil.
Una vez que eres una madre, siempre serás madre. Es como ir en bicicleta, nunca se olvida. Taraji P. Henson
Una madre es alguien que puede hacer el trabajo de todos, pero cuyo trabajo nadie puede hacer.
Las madres no sólo nos guían a la práctica, nos guían a la grandeza.  Steve Rushin
Mi madre piensa que soy el mejor. Y me criaron para creer siempre lo que me dice mi madre. Diego Maradona
Un hombre ama a su novia con las mayores de las fuerzas, a su esposa de la mejor manera; pero a su madre es a quien ama por más tiempo.  Proverbio Irlandés
Mi padre tenía limitaciones. Eso es lo que mi madre siempre nos decía. Tenía limitaciones, pero sin mala intención. Fue amable de su parte decirlo, y lo hizo hacer daño. Gillian Flynn
Cuando una mujer se da cuenta que su madre tenía razón, es porque tiene una hija que piensa que está equivocada.


Detrás de todas las historias está siempre la historia de una madre. Debido a que es en su historia donde empieza la tuya. Mitch Albom

Me pregunto, ¿de qué sirve tener una casa tan lujosa, si no hay madre allí?. Spencer W. Kimball
Dios sabe que una madre necesita fortaleza, coraje, tolerancia, flexibilidad, paciencia, firmeza y casi todos los demás aspectos sobresalientes del alma humana para estar siempre allí. Phyllis McGinley
A lo largo de mi vida, mi madre ha sido la persona a quien siempre he admirado. Mike Krzyzewski
No tengo miedo a morir porque ya he estado en el cielo, es ese lugar cálido donde descansar mi cabeza; el hombro de mi madre.
Tu sonrisa me hace sonreír. Tu risa es contagiosa. Tu corazón es puro y verdadero. Por encima de todo me encanta que seas mi madre.
Madre, tu amor es verdaderamente ciego, porque me empezaste a amar antes de ver cómo era.
Cuando te digo que te quiero, no lo digo que por costumbre o por mantener una conversación. Lo digo para recordarte que eres es la mejor cosa que me ha pasado.
Sabes que eres una mamá cuando vas a la tienda para comprarte algo y sales con bolsas llenas de cosas para tus hijos.
No siempre te va a gustar lo que eres, pero yo siempre te amaré. Siempre serás mi hijo. Amor de madre
Yo te sostendré cuando no puedas estar de pie, voy a enjuagar tus lágrimas cuando llores… siempre seré tu madre.
Una madre que irradia el amor propio y la auto-aceptación de la realidad, vacuna a su hija contra la baja autoestima. Naomi Wolf
Mi madre era la mujer más hermosa que jamás haya visto. Todo lo que le debo a mi madre. Atribuyo todo mi éxito en la vida a la educación moral, intelectual y física que recibí de ella. George Washington
Cuando eres madre, nunca estás sola en tus pensamientos. Una madre siempre tiene que pensar dos veces, una vez para ella y una vez para su hijo. Sophia Loren
Describir a mi madre sería escribir sobre un huracán en su poder perfecto. O los colores que suben, que caen de un arco iris. Maya Angelou
El amor de una madre es algo que nadie puede explicar, está hecho de una profunda devoción y de sacrificio y dolor, es infinito y desinteresado y perdurable, pase lo que pase, porque nada puede destruirlo o quitarle ese amor. Helen Steiner Rice
Una madre es la mejor amiga que tenemos… Washington Irving
El amor de una madre por su hijo es como ninguna otra cosa en el mundo. No conoce la ley, no tiene lástima, desafía todas las cosas y aplasta sin piedad todo lo que se interpone en su camino. Agatha Christie
El amor de la madre es paz. No necesita ser adquirido, no necesita ser merecido. Erich Fromm
En general, las madres y las amas de casa son las únicos trabajadoras que no tienen tiempo libre. Ellaos son la gran clase sin vacaciones. Anne Morrow Lindbergh
El amor de una madre es más grande que todos los demás, incluso cuando todo el mundo te rechaza, tu madre te acepta con los brazos abiertos. Amit Ray
Dios no podría estar en todas partes, y por eso hizo a las madres. Rudyard Kipling
En el momento en que nace un niño, la madre también nace. Ella nunca existió antes. La mujer existió, pero la madre, nunca. Una madre es algo absolutamente nuevo. Rajneesh
Si la evolución realmente funciona, ¿cómo es que las madres solo tienen dos manos? Milton Berle
Cada madre es como Moisés. Ella no entra a la tierra prometida. Ella prepara un mundo que nunca verá. Papa Pablo VI
Una madre es la mejor amiga que tenemos, cuando las duras y repentinas pruebas caen sobre nosotros; cuando la adversidad se cierne sobre la prosperidad; cuando los amigos nos abandonan; cuando los problemas se multiplican a nuestro alrededor, ella seguirá a nuestro lado, y se esforzará con sus amables consejos para disipar las nubes de la oscuridad y hacer que la paz regrese a nuestros corazones. Washington Irving
Ningún lenguaje puede expresar el poder, la belleza y el heroísmo del amor de una madre. Edwin Hubbel Chapin

¿Qué es una mamá sino la luz del sol de nuestros días y la estrella del norte de nuestras noches? Robert Breault
Las madres y sus hijos pertenecen a una categoría propia. No hay un vínculo tan fuerte en todo el mundo. No hay amor tan instantáneo e indulgente. Gail Tsukiyama
No hay nada en el mundo del arte como las canciones que mi madre me solía cantar. Billy Sunday
Siempre estuve en paz por la forma en que mi madre me trató. Martina Hingis
Madre es el nombre de Dios en los labios y el corazón de los niños pequeños. William Makepeace Thackeray
A veces, la fuerza de la maternidad es mayor que todas las leyes naturales. Barbara Kingsolver
Si tienes una madre, no hay ningún lugar al que puedas ir donde una oración no haya sido ya. Robert Breault
Donde amamos está el hogar, el hogar, de donde nuestros pies pueden irse, pero no nuestros corazones. Oliver Wendell
Mi madre tuvo muchos problemas conmigo, pero creo que lo disfrutó. Mark Twain
Tengo que crecer con una madre que me enseñó a creer en mí. Antonio Villaraigosa
Cuando era niño, el menú de mi familia consistía en dos opciones: tómalo o déjalo. Buddy Hackett
Mi madre tenía un cuerpo esbelto y pequeño, pero un corazón grande, un corazón tan grande que las alegrías de todos encontraban bienvenido y un alojamiento hospitalario. Mark Twain
Una madre es la que puede tomar el lugar de todos los demás, pero cuyo lugar nadie más puede tomar. Gaspard Mermillod
De todos los derechos de las mujeres, la mejor es ser madre. Lin Yutang
Nuestras madres siempre son las personas más extrañas y más locas que hemos conocido. Marguerite Duras
Solo las madres pueden pensar en el futuro, porque lo dan a luz a través de sus hijos. Maxim Gorky
La felicidad de una madre es como un faro, iluminando el futuro pero reflejado también en el pasado bajo la apariencia de buenos recuerdos. Honore de Balzac
La locura es hereditaria; la obtienes de tus hijos. Sam Levenson
Una onza de madre vale una libra de clérigos. Rudyard Kipling
La biología es lo que menos hace que alguien sea una madre. Oprah Winfrey
La vida comenzó al despertar y amar la cara de mi madre. George Eliot

miércoles, 9 de mayo de 2018

Oh María Madre Mía.



¡Oh Señora mía, oh Madre mía!,
yo me entrego del todo a Ti
y en prueba de mi afecto,
con amor filial te consagro en este día:
todo lo que soy, todo lo que tengo.
Guarda y protege, y también defiende
a este hijo tuyo, que así sea.
Amén


Ana Isabel

3.- María y el plan de la salvación


Siendo María la madre de Jesús, Francisco la honraba especialmente como «madre de toda bondad» (1 Cel 21). Fue lo que le indujo a establecerse junto a la ermita de la Madre de Dios en la Porciúncula. Todo lo esperaba de su bondad. «Después de Cristo, depositaba principalmente en ella su confianza» (LM 9,3).
Según esta profunda frase de san Buenaventura, Francisco concibió y dio a luz el espíritu de la verdad evangélica en esta iglesita, por los méritos de la madre de la misericordia. El santo doctor subraya esta explicación aludiendo a que esto ocurrió al amparo de aquella que «engendró al Verbo lleno de gracia y de verdad» (LM 3,1; cf. Lm 7,3). Con esta alusión se ha tocado con seguridad lo más profundo acerca del amor y veneración marianos en Francisco. Esta devoción no termina en ardientes oraciones ni en cánticos de alabanza; se realiza más bien y llega a su culminación en el esfuerzo de Francisco por asimilar en todo la actitud de María ante el Verbo de Dios (16). Como primera cosa, el «concepit», «concibió»: como María, el hombre debe acoger al Verbo de Dios, aceptarlo en actitud de obediencia creyente y dejarse llenar totalmente de Él. Pero el «concepit» -y este es el segundo momento- debe convertirse en «peperit», «dio a luz»: el hombre, obediente y creyente, de nuevo como María, debe dar a luz al Verbo de Dios, darle vida y forma. San Buenaventura atribuye estos dos momentos a María y Francisco. No podía él expresar y explicar con mayor acierto y profundidad la fundamental actitud mariana que existía en la vida evangélica de san Francisco.
No; san Buenaventura no introdujo en la vida de Francisco pensamientos teológicos extraños. Lo demuestra palmariamente la magnífica carta que Francisco escribió a los fieles de todo el mundo, en la que desarrolló abundantemente los pensamientos de su corazón (2CtaF 4-15, 15-60-, 63-71). En ella (v. 4) el santo describe el nacimiento del Verbo divino de las entrañas de la santa y gloriosa Virgen María. Pero este nacimiento divino no acontece sólo en María; debe realizarse también en los corazones de los fieles. Los Padres de la Iglesia, desde Hipólito y Orígenes, meditaron largamente sobre este íntimo misterio de la vida cristiana y trataron de aclararlo con explicaciones siempre nuevas (H. Rahner). En la misma citada carta (v. 53), Francisco hace un comentario muy condensado en un lenguaje que le es propio: somos «madres, cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo por el amor y por una conciencia pura y sincera; lo alumbramos por las obras santas, que deben ser luz para ejemplo de otros».
En un primer momento podría parecer que estas palabras representan una visión ascética del misterio, que remontaría a san Ambrosio y que fue la que privó en el occidente hasta la edad media (H. Rahner). Pero se ha de tener en cuenta que poco antes (v. 51) Francisco ha dicho algo que no se puede separar de lo que ha afirmado acerca de la maternidad espiritual: «Somos esposos [de Cristo] cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo, a Jesucristo». El misterio de la maternidad espiritual se funda y radica en el misterio del desposorio que se le regala al alma fiel mediante el Espíritu Santo (17) y que no se desarrolla por un esfuerzo voluntarista y ascético. Es un don gratuito del amor de Dios en el Espíritu Santo.
Si Francisco canta a la Madre de Dios como «esposa del Espíritu Santo», también coloca junto a la maternidad del alma fiel su desposorio en el Espíritu Santo (18). Es Él quien por su gracia y por su iluminación infunde todas las virtudes en los corazones de los fieles, para de infieles hacerlos fieles (SalVM 6). Tampoco es de casualidad que esta alusión se encuentre en el Saludo a la bienaventurada Virgen María. Así como por la acción del Espíritu Santo el Verbo del Padre se hizo carne en María, de modo análogo la gracia y la iluminación del mismo Espíritu engendran a Cristo en las almas, y las van conformando a una vida cada vez más cristiana (19), hasta que, como dice la misma carta en su v. 67, por tener en sí al Hijo de Dios, llegan a poseer la sabiduría espiritual, pues el Hijo es la sabiduría del Padre.
Pero el nacimiento de Dios en el corazón de los fieles es sólo un aspecto de esta maternidad. Francisco indica también otro: en fuerza de esta vida cristiana, es decir, «por las obras santas, que deben ser luz para ejemplo de otros», Cristo es engendrado en los otros hombres. De esta forma, la función maternal de la vida cristiana, como testimonio vivo, se extiende a la Iglesia (20). Francisco habló de buen grado y con frecuencia acerca de esta misión maternal de los fieles en la Iglesia; así, por ejemplo, cuando, aplicando a sus hermanos, sencillos e ignorantes, las palabras de la sagrada Escritura: «la estéril tuvo muchos hijos» (1 Sam 2,5), las explica de la forma siguiente: «Estéril es mi hermano pobrecillo, que no tiene el cargo de engendrar hijos en la Iglesia. Ese parirá muchos en el día del juicio, porque a cuantos convierte ahora con sus oraciones privadas, el Juez los inscribirá entonces a gloria de él» (21).
Lo que se realizó en la maternidad de María para la salvación del mundo se prolonga en los corazones de los fieles, por la acción sobrenatural del Espíritu Santo. En última instancia se trata del misterio mismo de la Iglesia, del que participan los fieles. Francisco se sabe agraciado con el mismo don gratuito que admira en María. Y este don, concedido a él y a sus hermanos, lo considera como tarea en la Iglesia. María es para él, ante todo y sobre todo, Madre de Cristo, y por esto la ama amarteladamente. Madre de Cristo son también para él los fieles «que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 8,21), y de esta manera participan de la misión de la Madre Iglesia.
Así vista la devoción mariana de Francisco, la podemos condensar en esta fórmula: vivir en la Iglesia como vivió María.

La realización de la obra de la salvación y su transmisión -de ello se trata en la devoción mariana de Francisco- tiene como fin hacer visible en el misterio de la encarnación del Verbo la divinidad invisible. Pero Francisco conoce otra forma de hacerse visible el Dios invisible: la que él tanto aprecia y venera en la santísima eucaristía. Tal como dice en su primera Admonición, donde late una clara oposición a la herejía cátara contemporánea, en la eucaristía se ha de ver en fe a aquel que, siendo hombre, dijo a sus discípulos: «El que me ve a mí, ve también a mi Padre» (Jn 14,9). Por eso exclama san Francisco: «Por eso, ¡oh hijos de los hombres!, ¿hasta cuándo seréis duros de corazón? ¿Por qué no reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios? Ved que diariamente se humilla (22), como cuando desde el trono real descendió al seno de la Virgen; diariamente viene a nosotros Él mismo en humilde apariencia; diariamente desciende del seno del Padre al altar en manos del sacerdote». Pero también aquí indica Francisco que depende del «Espíritu del Señor», «que habita en sus fieles», el poder participar de ese misterio, el poder creer en él «secundum spiritum», «según el espíritu». Esta advertencia nos muestra que no ha sido por casualidad que Francisco haya hecho mención de la encarnación de Cristo en María. Porque se abrió sin reservas a la acción del Espíritu Santo -podemos recordar de nuevo a la «esposa del Espíritu Santo»-, pudo mediante María convertirse en visible y palpable el Dios invisible. Y el que, como ella, se abre con fe al Espíritu del Señor, contemplará «con ojos espirituales» al mismo Señor en el misterio de la eucaristía, será colmado por Él y se hará un espíritu con Él (cf. 1 Cor 6,17). En este misterio verá unitariamente el comienzo y el fin de la obra de la salvación, pues «de esta manera está siempre el Señor con sus fieles, como Él mismo dice: Ved que estoy con vosotros hasta la consumación del siglo» (Adm 1,22).

http://www.franciscanos.org/virgen/kesser.html

martes, 8 de mayo de 2018

Jóvenes...

"Traten de descubrir su lugar en la Iglesia y su misión como jóvenes"
Cristina Alvarenga


Recuerda hermano...recuerda!!!



2.- María y la santísima Trinidad

El misterio de la maternidad divina eleva a María sobre todas las demás criaturas y la coloca en una relación vital única con la santísima Trinidad.
María lo recibió todo de Dios. Francisco lo comprende muy claramente. Jamás brota de sus labios una alabanza de María que no sea al mismo tiempo alabanza de Dios, uno y trino, que la escogió con preferencia a toda otra criatura y la colmó de gracia. Francisco no ve ni contempla a María en sí misma, sino que la considera siempre en esa relación vital concreta que la vincula con la santísima Trinidad: «¡Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, Virgen hecha iglesia, y elegida por el santísimo Padre del cielo, consagrada por Él con su santísimo Hijo amado, y el Espíritu Santo Paráclito; que tuvo y tiene toda la plenitud de la gracia y todo bien!» (13). También esto nos deja ver que cuanto Francisco dice de la Virgen y las alabanzas que le dirige, todo nace de ese misterio central de la vida de María, de su maternidad divina; pero ésta es la obra de Dios en ella, la Virgen. Incluso la perpetua virginidad de María ha de ser comprendida sólo en relación con su maternidad divina. La virginidad hace de ella el vaso «puro», donde Dios puede derramarse con la plenitud de su gracia, para realizar el gran misterio de la encarnación. La virginidad no es, pues, un valor en sí -muy fácilmente podría significar esterilidad-, sino pura disponibilidad para la acción divina que la hace fecunda de forma incomprensible para el hombre: «consagrada por Él con su santísimo Hijo amado y el Espíritu Santo Paráclito».
Esta fecundidad es mantenida por la acción de Dios-Trinidad: «que tuvo y tiene toda la plenitud de la gracia y todo bien».
Esta relación vital entre María y la Trinidad la expresa Francisco aún más claramente en la antífona compuesta por el santo para su oficio, llamado con poca exactitud Oficio de la pasión del Señor, antífona que quería se rezara en todas las horas canónicas: «Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo entre las mujeres ninguna semejante a ti, hija y esclava del altísimo Rey sumo y Padre celestial, madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo» (OfP Ant). También estas afirmaciones se fundan en lo que la gracia de Dios ha obrado en María. Las alabanzas a la Virgen son al mismo tiempo alabanzas y glorificación de aquel que tuvo a bien realizar tantas maravillas en una criatura humana.

Si los dos primeros atributos son claros e inteligibles sin más, y se usaron con frecuencia en la tradición anterior de la Iglesia, tendremos que detenernos un poco más en el tercero, «esposa del Espíritu Santo», tan común hoy día. Lampen, después de un minucioso estudio de los seiscientos títulos aplicados a María por autores eclesiásticos de Oriente y Occidente, recogidos por C. Passaglia en su obra De Immaculato Deiparae Virginis conceptu (14), hace constar que no aparece entre ellos este título. Esto le hace suponer con un cierto derecho que fue san Francisco el primero en emplearlo (15). Como tantas otras veces, también en este caso pudo Francisco haber penetrado con profundidad en lo que el evangelio dice de María, y haber expresado claramente en su oración lo que veladamente se contenía en el anuncio del ángel según san Lucas (Lc 1,35). María se convierte en madre de Dios por obra del Espíritu Santo. Ya que ella, la Virgen, se abrió sin reservas -o, para decirlo con san Francisco, en «total pureza»- a esta acción del Espíritu, en calidad de «esposa del Espíritu Santo» llegó a ser madre del Hijo de Dios. Esta manera de ver estos misterios nos puede descubrir en Francisco un fruto de su oración contemplativa. Según Tomás de Celano, «tenía tan presente en su memoria la humildad de la encarnación..., que difícilmente quería pensar en otra cosa» (1 Cel 84). Por eso no se cansaba de sumergirse en este misterio por medio de la oración. Podía pasar toda la noche en oración «alabando al Señor y a la gloriosísima Virgen, su madre» (1 Cel 24).
Todo esto lo inundaba de una inmensa veneración y era para él la más íntima y pura realidad de Dios. En todo esto redescubría a Dios en su acción incomparable; y esta consideración lo hacía caer de rodillas para una oración de alabanza y agradecimiento. Esta acción del divino amor, que María había acogido y aceptado con un corazón tan creyente, la elevaba, según Francisco, sobre todas las criaturas a la más íntima proximidad de Dios. Por esto, Francisco ensalzaba tanto a la «Señora, santa Reina», proclamándola «Señora del mundo» (LM 2,8).

http://www.franciscanos.org/virgen/kesser.html

lunes, 7 de mayo de 2018

Vale la Pena...

Vale la pena... cada espina, cada rosa... cada lágrima que riega lo que florecerá en sonrisa... porque la Vida es maravillosa por ella misma... no importan las penas no importa el desamor... porque pasa... todo pasa y el sol vuelve a brillar...
Hay momentos que sentimos que todo está mal, que nuestras vidas se hunden en un abismo tan profundo, que no se alcanza a ver ni un pequeño resquicio por el que pase la luz.
En esos momentos debemos tomar todo nuestro amor, nuestro coraje, nuestros sentimientos, nuestra fuerza y luchar por salir adelante.
Muchas veces nos hemos preguntado si vale la pena entusiasmarnos de nuevo, y solo puedo contestar una cosa: Hagamos que nuestra vida valga la pena.

Vale la pena sufrir, porque he aprendido a amar con todo el corazón.

Vale la pena entregar todo, porque cada sonrisa y lágrima son sinceras.

Vale la pena agachar la cabeza y bajar las manos, porque al levantarlas seré mas fuerte de corazón.

Vale la pena una lágrima, porque es el filtro de mis sentimientos, a través de ella me reconozco frágil y me muestro tal cual soy.

Vale la pena cometer errores, porque me da mayor experiencia y objetividad.

Vale la pena volver a levantar la cabeza, porque una sola mirada puede llenar ese espacio vacío.

Vale la pena volver a sonreír, porque eso demuestra que he aprendido algo más.

Vale la pena acordarme de todas las cosas malas que me han pasado, porque ellas forjaron lo que soy el día de hoy.

Vale la pena mirar hacia atrás, porque así sé que he dejado huella en los demás.

Vale la pena vivir, porque cada minuto que pasa es una oportunidad de volver a empezar.

Todo esto son solo palabras, letras entrelazadas con el único fin de dar una idea. Lo demás, depende de cada uno de nosotros.

Dejemos que nuestras acciones hablen por nosotros.  Hagamos que nuestra vida valga la pena. Seamos felices... ¿Verdad que vale la pena?

Web católico de Javier

1.- San Francisco y la Sma. Virgen María.

 Mucho se ha solido hablar del amor de san Francisco a María; y muchos han sido los que en tono encendido lo han celebrado (1). Las más de las veces los que han tratado el tema se han limitado a reunir con más o menos sentido crítico lo que las diversas tradiciones franciscanas nos han legado acerca de la devoción mariana del santo. Como es natural, en estos trabajos se ha podido atribuir a Francisco lo que generaciones posteriores de buen grado hubieran querido ver en él para poder ensalzarlo (2). A esto se ha de añadir que con frecuencia se ha considerado demasiado aisladamente la devoción mariana del santo. Ni se trataba de situarla en el conjunto de la vida espiritual de san Francisco, ni se buscaban en la vida de la Iglesia las raíces de una devoción que se hundía en tiempos más remotos que los de Bernardo de Claraval (3). Por todo ello, puede parecer conveniente dedicar una particular atención a la piedad mariana del santo de Asís (4).
Este estudio no se propone «a priori» metas muy elevadas, porque se ha de reconocer honradamente que san Francisco no fue teólogo de escuela. No se puede, por consiguiente, esperar de él expresiones claramente formuladas a nivel de escuela teológica acerca de María. Carece de sentido pretenderlo de un santo sin letras. También en éste, como en otros campos, Francisco es hijo de su tiempo, fuertemente condicionado por la vida espiritual y religiosa contemporánea. A través de la predicación y con una fe absoluta va él asimilando las verdades acerca de la Madre de Dios; sobre ellas va creciendo su piedad mariana.
Por testimonios unánimes de sus biógrafos, sabemos que Francisco era amartelado devoto de la Virgen, y que su devoción era superior a la corriente. Su piedad mariana no era producto de la ciencia de los libros, sino de la oración y la meditación cada vez más profunda del misterio de María y del puesto excepcional que ella ocupa en la obra de la salvación (5).
Lo que él dijo e hizo como fruto de esa oración y devoción, lleva un sello tan personal y está acuñado de tal forma con su originalidad espiritual, que aún hoy se merece una atención especial.
I. Estructura teológica de la devoción mariana de San Francisco
«Rodeaba de amor indecible a la madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor de la majestad» (2 Cel 198), «y por habernos alcanzado misericordia» (LM 9,3).
1.-- María y Cristo
 
Estas sencillas palabras de sus biógrafos expresan el motivo más profundo de la devoción de san Francisco a la Virgen.
Puesto que la encarnación del Hijo de Dios constituía el fundamento de toda su vida espiritual, y a lo largo de su vida se esforzó con toda diligencia en seguir en todo las huellas del Verbo encarnado, debía mostrar un amor agradecido a la mujer que no sólo nos trajo a Dios en forma humana, sino que hizo «hermano nuestro al Señor de la majestad» (6). Esto hacía que ella estuviera en íntima relación con la obra de nuestra redención; y le agradecemos el que por su medio hayamos conseguido la misericordia de Dios.
Francisco expresa esta gratitud en su gran Credo, cuando, al proclamar las obras de salvación, dice: «Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, Señor rey del cielo y de la tierra, te damos gracias por ti mismo... Por el santo amor con que nos amaste, quisiste que Él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima santa María» (1 R 23,1-3).
Aquí, «el homenaje que el hombre rinde a la majestad divina desde lo más profundo de su ser», característica de la antigua edad media, se funde en desbordante plenitud con el amor reconocido del hombre atraído a la intimidad de Dios. Otro tanto sucede en el salmo navideño que Francisco, a tono con la piedad sálmica de la primera edad media, compuso valiéndose de los himnos redactados por los cantores del Antiguo Testamento: «Glorificad a Dios, nuestra ayuda; cantad al Señor, Dios vivo y verdadero, con voz de alegría. Porque el Señor es excelso, terrible, rey grande sobre toda la tierra. Porque el santísimo Padre del cielo, nuestro rey antes de los siglos, envió a su amado Hijo de lo alto, y nació de la bienaventurada Virgen santa María. Él me invocó: "Tú eres mi Padre"; y yo lo haré mi primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra» (7).
Con alabanza desbordante de alegría, Francisco da gracias al Padre celestial por el don de la maternidad divina concedido a María. Este es el primero y más importante motivo de su devoción mariana: «Escuchad, hermanos míos; si la bienaventurada Virgen es tan honrada, como es justo, porque lo llevó en su santísimo seno...» (CtaO 21). En aquella época campeaba por sus respetos la herejía cátara, que, aferrada a su principio dualista, explicaba la encarnación del Hijo de Dios en sentido docetista y, por consiguiente, anulaba la participación de María en la obra de la salvación. Para manifestar su oposición a la herejía, Francisco, devoto de María, no se cansaba de proclamar, con extrema claridad, la verdad de la maternidad divina real de María: «Este Verbo del Padre, tan digno, tan santo y glorioso, anunciándolo el santo ángel Gabriel, fue enviado por el mismo altísimo Padre desde el cielo al seno de la santa y gloriosa Virgen María, y en él recibió la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad» (8). Y en el Saludo a la bienaventurada Virgen María celebra esta verdadera y real maternidad con frases siempre nuevas, dirigiéndose a ella de un modo exquisitamente concreto y expresivo, llamándola: «palacio de Dios», «tabernáculo de Dios», «casa de Dios», «vestidura de Dios», «esclava de Dios», «Madre de Dios» (9).
Estos calificativos, tan altamente realistas, nos dan a comprender con qué celo tan grande defiende ortodoxamente Francisco la figura auténtica de María en una cristiandad tan fuertemente amenazada por la herejía.
No estará de más recordar aquí que el santo no trató de combatir la herejía con la lucha o la confrontación, sino con la oración. Tal vez también en esto seguía el mismo principio que estableció respecto al honor de Dios: «Y si vemos u oímos decir o hacer mal o blasfemar contra Dios, nosotros bendigamos, hagamos bien y alabemos a Dios, que es bendito por los siglos» (1 R 17,19).
Cosa sorprendente: la mayor parte de las afirmaciones de Francisco sobre la Madre de Dios se encuentran en sus oraciones y cantos espirituales. A su aire, sigue con sencillez y simplicidad la exhortación del Apóstol: «No os dejéis vencer por el mal, sino venced el mal con el bien» (Rom 12,21).
Tal vez esto explique su exquisita predilección por la fiesta de navidad y su amor al misterio navideño: «Con preferencia a las demás solemnidades, celebraba con inefable alegría la del nacimiento del niño Jesús; la llamaba fiesta de las fiestas, en la que Dios, hecho niño pequeñuelo, se crió a los pechos de madre humana» (10).
Esta «preferencia» parece advertirse también en su ya mencionado salmo de navidad: «En aquel día, el Señor Dios envió su misericordia, y en la noche su canto. Este es el día que hizo el Señor; alegrémonos y gocémonos en él. Porque se nos ha dado un niño santísimo amado y nació por nosotros fuera de casa y fue colocado en un pesebre, porque no había sitio en la posada. Gloria al Señor Dios de las alturas, y en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad. Alégrese el cielo y exulte la tierra, conmuévase el mar y cuanto lo llena; se gozarán los campos y todo lo que hay en ellos. Cantadle un cántico nuevo, cante al Señor toda la tierra» (11).
Pero Francisco da todavía un paso más importante. En la conocida celebración de la navidad en Greccio trata de explicar a los fieles con evidencia tangible este misterio, y habla profundamente emocionado del Niño de Belén (véase el relato completo en 1 Cel 84-86). A este propósito es de una claridad meridiana la conclusión del relato de Tomás de Celano: «Un varón virtuoso tiene una admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recostado en el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como de un sopor de sueño». Y prosigue: «No carece esta visión de sentido, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados» (12). Mediante el amor que él tenía al Hijo de Dios hecho hombre y a su Madre la Virgen, y que lo hizo patente precisamente ese día, encendió en muchos corazones el amor que se había enfriado por completo. Lo que hizo en Greccio y cuanto manifestó en muchos detalles de su pensamiento y comportamiento (cf. 2 Cel 199-200), no era más que la concretización de su principio general: «Tenemos que amar mucho el amor del que nos ha amado mucho» (2 Cel 196).
Si intentamos con todo cuidado explicar la siempre válida significación de este primer rasgo fundamental de la devoción mariana de Francisco, tendremos primero que subrayar que él no ve a María aisladamente, separadamente del misterio de su maternidad divina, que es la que justifica la importancia de María en el cristianismo. Para san Francisco la veneración de la Virgen quiere decir colocar en su lugar preciso el misterio divino-humano de Cristo. Hasta podría tal vez decirse, para salvar ortodoxamente este misterio, que «se ha hecho nuestro hermano el Señor de la majestad». Por otro lado, bien podemos añadir que, al subrayar con vigor la maternidad física de María respecto de Dios, se está sin más afirmando el Jesucristo histórico, que, no pudiendo según la Escritura ser disociado del Jesús resucitado y glorificado, está presente y actúa operante en la vida cristiana, en la oración, y en el seguimiento. Por eso, la devoción de Francisco a María carecía de toda abstracción y era todo menos conocimiento conceptual; ella brota siempre y fundamentalmente de algo que es palpable por concreto e histórico, y, por consiguiente, de la revelación de Dios que se manifiesta en hechos tangibles y concretos de la historia de la salvación. Será esto precisamente lo que posibilitará a la devoción mariana de Francisco su influencia viva en el futuro de la Iglesia.

http://www.franciscanos.org/virgen/kesser.html